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Lo que desnuda la barbarie israelí |
Conservar la comunicación telefónica es casi un don divino para quienes están atrapados en la gran prisión a cielo abierto que Israel ha hecho de Gaza: entre bombas, destrozos, mutilaciones y carencias, alivia poder dar señales de supervivencia.
El invento atribuido a Graham Bell se bendice tanto para contestar al familiar o paisano que vive allende fronteras como para intentar saber la suerte de la amiga de Jebaliyah, el pariente sorprendido por un bombardeo en Khan Younis o el vecino que vive a tres puertas.
La agresión se inició el 27 de diciembre, pero ya hace casi dos semanas que un millón de palestinos –de una población total a la que hay que añadir otras 500 mil personas- vive en Gaza sin energía eléctrica, con todo lo que ello implica.
El escalofriante panorama conocido por Prensa Latina se ajusta a las calamidades de Khalil, la incertidumbre de Alina, el luto de Mohamed, Jasmeen y Ashrat, el trauma de niños socorridos por Osama o las heridas en carne propia de Ahmed y otras cuatro mil 300 personas.
La falta de electricidad hace mella en los habitantes de un enclave ahora en época invernal, donde el agua corriente no es potable y la especulación hace casi imposible comprarla embotellada, mientras muchas panaderías han dejado de producir el socorrido alimento.
El pan, sobre todo el conocido como árabe o Pita que es básico en la alimentación diaria de los más pobres porque sabe a gloria acompañado con frijoles y verduras, cuesta lo que nunca.
Vegetales, frutas y otros alimentos habituales se esfumaron del mercado, y lo poco que hay “tiene precios muy elevados”, relatan hombres que prefieren mantener a la familia en casa y salir a escudriñar en las tres horas diarias de frágil tregua humanitaria.
Según la ONU, que asegura haber contado más de 250 niños entre los cerca de mil muertos hasta el decimoctavo día de beligerancia, unos 750 mil palestinos carecen de agua potable, al igual que servicios esenciales como el de salud.
Los hospitales funcionan a duras penas con grupos electrógenos, mientras los médicos no dan abasto con los heridos y piden a gritos no falte el combustible que llega cuando los judíos permiten el paso de camiones cisternas internacionales con limitados volúmenes.
Esos generadores eléctricos también devienen prueba de verdadera solidaridad humana, cuando en noches de atronadores bombardeos, cristales de ventanas quebradas, e interminables penumbras, algunos afortunados comparten un cable “salvador” con sus vecinos.
Son tiempos de sobrevivir, y hay que conformarse con iluminar una habitación, ver una o dos horas las noticias en la televisión y recargar las baterías de linternas y radios portátiles que ayudan a tener una idea –siempre vaga- de la magnitud del conflicto.
El gas, deficitario desde el recrudecimiento del bloqueo israelí a Gaza hace ya 19 meses (incluido el semestre de tregua expirado en diciembre), es hoy privilegio de pocos, y tanto muebles lujosos como modestos son transformados en leña cada vez con más frecuencia.
Por suerte, sirve el teléfono –fijo o móvil- como principal recurso para aplacar sobresaltos o corroborar malos presentimientos cada vez que terminan los despiadados e indiscriminados bombardeos aéreos y navales a Beit Lahiya, Beit Hanoun o la no menos castigada Rafah.
Murieron 10 allá, incluida una mujer ucraniana en Jebaliyah, tantos quedaron sepultados en el edificio de Zeitoun o “me asomo a la ventana y veo los escombros de una casa de cuatro plantas que un F-16 bajó a cero, porque parece que pertenecía a gente allegada a Hamas”.
Los 45 civiles muertos en la escuela de la ONU, los 30 miembros de una familia cañoneados a quemarropa, el hospital y la ambulancia que Israel atacó “por error” y la decena de mezquitas demolidas, forman parte de testimonios tan espeluznantes y traumáticos como inagotables.
“Se han cometido atrocidades”, “aquí no hay seguridad de ningún tipo”, coinciden la ONU y los propios pobladores que, pese a estar expuestos al fuego, prefieren guarecerse en sus casas a intentar escapar a la frontera y convertirse en otro “daño colateral”.
“Es una sensación terrible de impotencia, hay que vivirla para saber lo que es. Sientes que te puedes ir despidiendo porque al otro día no vas a estar vivo”, describió una desesperada madre.
Bajo los edificios derruidos de Gaza hay historias inimaginables que la sangrienta agresión israelí aún impide desnudar. Sin dudas, esas merecerán muchas crónicas … quién sabe cuándo.

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, multitud, politica, violencia.
La torre Al-Johara, un inmueble de ocho plantas situado en el distrito Al-Rimal de Gaza, fue bombardeado dos veces por aviones israelíes, según la FIJ, a pesar de que estaba "claramente indicado" como un lugar en el que trabajan periodistas.
Más de 20 organizaciones de prensa están instaladas en el edificio, entre las que se encuentran la sección inglesa de la iraní Press TV y la red en árabe de al-Alam, agrega la nota.
Asimismo, la Federación denunció que los equipos de transmisión por satélite que había en la azotea quedaron destruidos y que al menos un periodista resultó herido.
La FIJ se considera "particularmente preocupada" porque asegura que el ejército israelí conocía las coordenadas del edificio y unas luces situadas en su tejado lo "identificaban claramente".
El secretario general de la FIJ, Aidan White, afirmó en el comunicado que "este último ataque confirma el temor de que los medios en Gaza se están convirtiendo en objetivo de las fuerzas israelíes".
"Es tiempo de que la comunidad internacional condene este ataque y garantice que cualquier acuerdo para poner fin a las hostilidades retire a los medios de comunicación y a los periodistas de la línea de fuego", añadió.
La FIJ también expresó su apoyo a su filial local, el Sindicato Palestino de Periodistas, que manifestó igualmente su repulsa a ese bombardeo, acontecido al término de una semana en la que otro reportero palestino resultó muerto -la cuarta víctima de la última acción militar israelí en la zona, según la organización-.
Por otra parte, la FIJ lamentó que, a pesar de la decisión del Tribunal Supremo israelí de que el Gobierno de ese país debe permitir el acceso de un número limitado de periodistas a Gaza, "el ejército sigue bloqueando la entrada de reporteros extranjeros".
En su opinión, esto constituye "un intento de manipular los informes de los medios sobre el conflicto".
Según White, "los medios se han convertido en parte del campo de batalla" mientras que "los periodistas están cada vez más en peligro".
Asimismo, indicó que el hecho de fijar a los periodistas como objetivo es una "escandalosa violación de los derechos humanos" que debe terminar.
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