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La burbuja de la deuda estatal |
Viendo cómo el barco zozobra, cualquier apaño es bueno si sirve para tapar las vías de agua y conseguir que llegue a puerto. En eso están los principales gobiernos del mundo, enfocados en evitar nuevos colapsos de grandes empresas que aumenten la incertidumbre sobre su solvencia como país. Para ello, vale todo.
Nacionalizaciones de bancos, inyecciones de capital a sectores industriales que antaño eran el emblema de un Estado y medidas fiscales para fomentar el ahorro y la inversión. Y la forma de pagar todos estos platos rotos es poniendo encima de la mesa cerca de dos billones de euros de las arcas de todos los ciudadanos, en el caso de la zona euro, que se financiarán con deuda pública.
El problema -ya estamos con la pescadilla que se muerde la cola- es que los gobiernos tampoco tienen ese dinero y tienen que ir a pedirlo al mercado, donde los inversores que aún tienen dinero esperan con la escopeta preparada. Hoy o los países ofrecen altas rentabilidades o las instituciones dan la espalda a las subastas de activos de economías tan presuntamente sólidas y solventes como la alemana. Es cuestión de esperar a que llegue algún país más apurado y ofrezca un diferencial mayor.
Lo que le pasó al país teutón el pasado miércoles, cuando su subasta de bonos a diez años sólo fue suscrita en dos tercios de un total de 6.000 millones, es el primer aviso de que la liquidez, divino tesoro, se ha vuelto muy exigente. Los inversores, viendo que la locomotora de Europa se va a frenar en seco en 2009 -su PIB caerá cerca del 1,5%, tan sólo mejor que España- ya no se fían de la fortaleza del gigante alemán.
si Alemania deja de ser un activo seguro, pregúntense que pasará con Reino Unido, Francia, Italia y España. Entre todas las grandes economías van a emitir deuda por cerca de 2,1 billones de euros, una cantidad excesiva, que hará saltar por los aires los déficit públicos y, por tanto, los ratings triple A. El Tesoro español salvó ayer la subasta a bonos a tres y cinco años con holgura, pero se presiente tal empacho de deuda pública que en las siguientes puede haber problemas y de los gordos por exceso de oferta.

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, monopolios, politica.
Tal y como recordáramos el pasado 13 de noviembre en este mismo Valor Añadido (“Obviedades McCoy, los Bonos del Tesoro son activos de riesgo”), “la deuda soberana con la mejor calificación crediticia es un activo teóricamente sin riesgo a vencimiento. Pero con una incertidumbre brutal de tipos de interés y, por ende, valoración, durante su vida. Y más cuando se acude a ella en periodos de cotizaciones aparentemente extremas (que no digo que no estén justificadas) como el actual”. Pues bien, este mensaje de cautela de hace un par de meses ha ido ganando cuerpo con el paso de los días.
Hay para todos los gustos.
Desde el sensacionalismo de la última edición de Barron’s que, fiel al estilo que le caracteriza, ha lanzado un contundente Get out now! a sus lectores, advirtiendo de notables minusvalías en sus posiciones en caso de permanecer invertidos en renta fija soberana, hasta la elegancia con que John Hussman lo describe en su siempre instructiva carta semanal a sus clientes al concluir que “con la rentabilidad del 30 años por debajo del 2,5% y del 10 años cerca del 2%, es difícil de creer que los tenedores de los bonos no tengan en mente poder colocarlos a un tercero antes de que los precios caigan”.
Bonito eufemismo para describir una burbuja que podría conducir a “pérdidas del 10% en el 10 años y por encima del 20% en el 30 años en un periodo muy corto de tiempo”. Minusvalías que podrían ser mucho mayores si se cumple una de las 10 predicciones establecidas por Byron Wien, antiguo estratega de Morgan Stanley, para 2009: a cierre del año, el Treasury rondará el 4%.
¿Es inevitable?
¿Cuál puede ser el catalizador para un movimiento de ese calibre? Los distintos analistas encuentran una profusión de razones tal que se hace prácticamente imposible no creer que se vaya a tratar de una profecía de inevitable cumplimiento. Yendo de lo genérico a lo específico, bastaría, en primer lugar, con que mejorara la propensión al riesgo de los inversores, lo que les llevaría a deshacer el camino andado y sustituir estos activos gubernamentales por otros menos seguros. Igualmente, si la economía norteamericana va recuperando tracción a lo largo del ejercicio, modificando las expectativas sobre inflación y tipos de interés, las ventas podrían llegar en cascada al mercado de renta fija soberana. Como ocurriría si el ingente aumento de la masa monetaria en circulación cogiera velocidad de circulación.
Si, por el contrario, el entorno continuara siendo débil, sería el exceso de oferta de papel para financiar los planes públicos de actuación los que se llevarían por delante los precios y harían subir las rentabilidades. Eso por no hablar de la necesidad de retornos más atractivos para captar dinero en un entorno de competencia por los recursos escasos (miren, si no, el resultado de la subasta del miércoles en Alemania, desierta en una tercera parte ante el poco más del 3% de retorno ofertado, o la aparente reticencia de China a seguir financiando el déficit US, que recoge este revelador artículo del NYT de ayer mismo).
Un tema, por cierto, extraordinariamente bien estudiado en este extenso análisis del Financial Times publicado esta semana. Por último, si el dólar empieza a ser castigado con dureza ante el riesgo de impago de Estados Unidos, la amenaza de pérdida de valor de lo invertido traería inevitablemente de la mano una fuerte liquidación de posiciones. Sería un salto del Return on Investment al Return of Investment al que hacíamos referencia en el primer párrafo de este artículo sabatino.
No todos están de acuerdo.
Sin embargo, no todos los estrategas comparten esta visión. De hecho, la distinta opinión sobre esta cuestión ha provocado la primera discrepancia de opiniones en ocho años entre James Montier, estratega de Societe General muy seguido en el mundo anglosajón, y su alter ego en el banco Albert Edwards, cuyas tesis son compartidas, entre otros, por David Rosenberg de Merrill Lynch (¿o he de decir BoA?).
De hecho el banco de inversión norteamericano está apreciando, entre sus clientes más acaudalados, una importante demanda de oro físico como cobertura.
En cualquier caso, en el debate de los franceses, recogido por FT Alphaville, cada uno da sus argumentos. Mientras que Montier señala, parafraseando a ese Benjamin Graham que ha inspirado entre otros a Warren Buffet, que la deuda estatal estadounidense se podría mantener con carácter especulativo pero no es una inversión en términos de diferencial precio-valor, Edwards se centra, es poco consuelo, en el elemento deflacionario de la ecuación toda vez que espera muevas escenas de pánico financiero y económico en el primer semestre de este ejercicio. Se trata, por tanto, de un debate abierto en que la balanza parece, no obstante, inclinarse hacia las tesis de Montier.
Concluye el extenso artículo de Barron´s con una larga enumeración de activos alternativos de renta fija que ofrecerían a los precios actuales notables rentabilidades: estamos hablando de bonos corporativos, cuyos diferenciales determinarán en primera instancia la credibilidad o no de los movimientos al alza en el mercado de acciones, obligaciones convertibles, bonos municipales, acciones preferentes o los propios TIPS o activos soberanos cuyo principal se encuentra protegido ante el potencial repunte de los precios y que actualmente descuentan inflación cero cada uno de los próximos diez años. Una lista que, por cierto, sospechosamente coincide con la recogida en el último artículo de Bill Gross colgado en la página web de PIMCO.
Lleguen a los párrafos finales y verán.
Pieza, por cierto, imprescindible, que no duda en afirmar cómo el exceso de oferta monetaria no dejaba de ser un esquema piramidal en toda regla -tesis defendida igualmente por Fernando Suárez en su Teatro del Dinero de ayer- que ha terminado por estallar. Cualquier cosa menos la deuda estatal. Porque, mi amor ya tu sabes, cuando algo ofrece poca rentabilidad y mucho riesgo es de todo de todo menos un activo seguro, por mucho que se venda como tal. Y es que el Año del Bono, soberano, amenaza disgustos. Cuidadín.
S. McCoy
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