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Infancia palestina infancia castrada |
Parece curiosa la reacción de la ciudadanía, cuando viendo el genocidio indiscriminado que sufre el pueblo palestino, otorga a cualquier persona árabe y/o musulmana su sentido pésame por las muertes vividas en estos últimos días.
Esta reacción normalizada de creer que la causa palestina es una propiedad árabe, y que por lo tanto no afecta al resto del globo, es cuando menos un solemne error.
Bajo este peligroso pensamiento, se excluye un reconocimiento de las implicaciones que una guerra atañe para toda la humanidad, como si la violación de los derechos humanos no fuesen responsabilidad de todos, o como si solo fueran propiedad de algunos humanos.
Debido a su naturaleza política, jurídica, psicológica, social, valórica y ética, los derechos humanos deben ser respetados siempre, porque todo aquello que atente contra el ser humano lo rebaja, lo deshumaniza, lo relega a estados primarios, y por lo tanto se impone como un quebrantamiento al derecho a ser, al derecho a existir.
La situación de violencia política y militar, causada por el terrorismo sionista, está afectando notablemente a toda la población palestina en diferentes niveles: económico, social, político y emocional. Esta política genocida está cambiando la vida de gran parte de esta población, en especial de la infancia, víctimas de un conflicto del que no pueden huir.
Curiosamente, la guerra, es el juego más elegido por los niños y las armas los juguetes más solicitados. Pero en Palestina, la guerra no es un juego, sino una realidad terrorífica que extermina a población civil inocente, que prostituye los derechos fundamentales del ser humano y de la infancia, que se extiende como un cancer insaciable, deseoso de arrasar con todo aquello que se interpone en su camino.
Toda guerra, todo conflicto implica más pérdidas que ganancias. En el fragor de la batalla se disipan los objetivos, hasta la objetividad, porque con el tiempo pierden importancia. Parece que el ruido de la metralla nubla la responsabilidad y el derecho a la vida, el respeto a la diferencia, la dignidad humana por excelencia…
Cohabitar con la guerra significa vivir el presente sin futuro seguro, porque el sobrevivir es la cuestión primera. En las últimas décadas, la comunidad internacional ha sido testigo ciego y mudo de las violaciones sistemáticas que el gobierno israelí a través de sus tropas, ejercen sobre la población de unos territorios ocupados impunemente.
Todo conflicto bélico, además de provocar miles de muerte, traen consigo otras consecuencias repudiables, denunciables y en definitiva, condenables. Miles de personas son obligadas a desplazarse, obligadas a vivir en unas condiciones de vida insalubres, interrumpiendo los servicios básicos. Niños y niñas, mujeres y hombres, ancianos y ancianas se ven afectados por unas secuelas físicas y psicológicas derivadas de una situación de violencia, provocadas por el propio ser humano y, por consiguiente, pueden y deben ser evitables.
La intencionalidad humana puede propiciar la vigencia de unos efectos negativos, produciendo unas secuelas cada vez más negativas y perdurables en las víctimas. Las secuelas psicológicas se verán posiblemente incrementadas con los intentos irracionales de justificar el suceso, en los intentos de hacer lógico algo que de por si es ilógico.
Un reciente informe de UNICEF, sostiene que en la última década dos millones de niños han muerto en combate, cinco millones han quedado impedidos, doce millones perdieron su hogar y diez millones más sufren traumas psicológicos.
Miles de niños y niñas en Palestina, a pesar de no haber participado en combates, viven situaciones traumáticas, ya que son obligados a vivenciar experiencias para las cuales no han sido preparados ni física ni psicológicamente. La infancia, es especialmente vulnerable a padecer secuelas ya que carecen de recursos psicológicos y sociales suficientes para afrontar, por sí solos con eficacia, los acontecimientos estresantes a los que se ven sometidos.
Miles de niños y niñas de todas las edades en Palestina presencian a diario acontecimientos violentos o con amenaza de muerte, por lo que son sumamente susceptibles a padecer conjuntos de reacciones psicológicas, en especial lo que viene a denominarse como trastorno por estrés postraumático, reviviendo escenas relacionadas con un grado extremo de miedo o ansiedad que deja al niño en un estado constante de tensión.
Miles de niños y niñas en Palestina, experimentan graves trastornos de sueño, a menudo apartándose de las actividades infantiles normales, o diversos síntomas físicos como molestias abdominales o dolores de cabeza, pérdida de las habilidades adquiridas como el aseo o el lenguaje.
Miles de niños y niñas en Palestina, han presenciado bombardeos, disparos y observado como la muerte ha acariciado sus inocentes mejillas o contaminado sus vírgenes miradas con muertes ajenas y próximas.
Miles de niños y niñas en Palestina sufren la falta de alimentos, de agua, de electricidad y en definitiva cualquier servicio que les permita cubrir sus necesidades básicas.
Miles de niños y niñas en Palestina están siendo obligados a crecer en un entorno que presenta graves amenazas para su desarrollo físico y psicológico, provocando reacciones de rabia e indignación, y que paulatinamente se irán transformando en odio e indefensión.
La vivencia de un conflicto extirpa a la infancia su derecho a crecer dignamente, ya que su compañero de juego se disfraza de muerte y terror. Las experiencias de desarrollarse en un ambiente cargado de violencia, enfrentamientos, bombardeos, destrucción, acoso, carencias y escasez de servicios básicos, privan a la infancia palestina de convertirse una futura sociedad sana y equilibrada.
El porvenir de la infancia palestina, preñado de la amenaza militar sionista les obliga a construir su identidad en un contexto de violencia generalizada, donde lo militar se impone como la intimidación permanente y portador de la muerte.
Los niños y niñas palestinas, han de socializarse en un espacio deshumanizante en sus relaciones sociales, construyendo su identidad bajo el paradigma de la estigmatización como potencial “enemigo” de lo judío y por lo tanto, objetivo directo de las represiones militares.
Todo esto, priva a la infancia palestina de socializarse en los valores deseables para construir una sociedad saludable, ya que les es difícil lanzar una mirada de confianza al futuro, ante las continuas amenazas externas. Todas las vivencias amenazantes, de violencia y crueldad potencian que estos niños y niñas desarrollen sentimientos de odio y agresión, ya que toman como referencia el modelo destructivo en el que crecen.
Vivir en medio de la violencia, inseguridad, discriminación, tortura, miedo, desarraigo y escasez hipoteca el futuro de la infancia palestina, que se constituye como la sociedad venidera.
Toda persona, independientemente de su edad, cultura, religión, nacionalidad, sexo e ideología ha de sentirse especialmente responsable de la violación y vulneración de los derechos de la infancia. Una infancia palestina, castrada en sus emociones.
Porque no hay consecuencia más trágica en una guerra, que una infancia privada de ser vivida como tal: con amor, cariño, juegos e ilusiones.
Porque la infancia son el futuro de nuestras sociedades. Porque ellos y ellas son nuestra mejor herencia…
M. Laure Rodríguez Quiroga

Etiquetas: conocimiento, memoria, multitud, politica, sabiduria, violencia.
Se basa ante todo en puras mentiras transmitidas en una neolengua reminiscente de los peores días de la Europa de los años treinta. Cada media hora un boletín noticioso en la radio y la televisión describe a las víctimas de Gaza como terroristas y los masivos asesinatos cometidos por Israel como acto de autodefensa.
Israel se presenta a su propia gente como víctima autojusticiera que se defiende contra un gran mal.
El mundo académico es reclutado para explicar lo demoníaca y monstruosa que es la lucha palestina, si es dirigida por Hamas.
Son los mismos eruditos que satanizaron al difundo líder palestino Yasir Arafat en una era pasada y deslegitimaron su movimiento Fatah durante la segunda Intifada palestina.
Pero las mentiras y las representaciones distorsionadas no constituyen la peor parte del asunto.
Lo que más enfurece es el ataque directo contra los últimos vestigios de humanidad y dignidad del pueblo palestino.
Los palestinos en Israel han mostrado su solidaridad con la gente de Gaza y son ahora estigmatizados como quinta columna en el Estado judío; su derecho a permanecer en su patria es presentado como dudoso en vista de su falta de apoyo para la agresión israelí.
Aquellos de entre ellos que aceptan aparecer –erróneamente, a mi juicio– en los medios locales son interrogados, y no entrevistados, como si fueran reclusos en la prisión del Shin Bet. [servicio de inteligencia israelí]
Su aparición es precedida y seguida por humillantes observaciones racistas y son enfrentados por acusaciones de que son una quinta columna, un pueblo irracional y fanático. Y sin embargo no es la práctica más indigna.
Hay unos pocos niños palestinos de los territorios ocupados que son tratados por cáncer en hospitales israelíes.
Dios sabe qué precio sus familias han pagado para que sean admitidos en ellos.
La Radio Israel va a diario al hospital a demandar a los pobres padres que digan a la audiencia israelí cuánta razón tiene Israel al atacar Gaza cuán maligno es Hamas al defenderse.
No hay fronteras en la hipocresía que produce una furia autojusticiera.
El discurso de los generales y de los políticos se mueve erráticamente entre auto-congratulación por la humanidad que el ejército muestra en sus operaciones “quirúrgicas” por una parte y, por la otra, la necesidad de destruir Gaza de una vez por todas, de una manera humana, claro está.
La furia autojusticiera es un fenómeno constante en el desposeimiento israelí, y antes de eso, sionista, de Palestina.
Cada acto, sea limpieza étnica, ocupación, masacre o destrucción fue siempre presentado como moralmente justo y como un puro acto de autodefensa perpetrado a regañadientes por Israel en contra de la peor clase de seres humanos.
En su excelente volumen: “The Returns of Zionism: Myths, Politics and Scholarship in Israel”, Gabi Piterberg explora los orígenes ideológicos y la progresión histórica de esa furia autojusticiera.
Hoy en día en Israel, de la izquierda a la derecha, del Likud a Kadima, de los círculos académicos a los medios noticiosos, se escucha esa furia autojusticiera de un Estado que está más ocupado que ningún otro Estado del mundo en la destrucción y desposeimiento de una población indígena.
Es crucial que se exploren los orígenes ideológicos de esa actitud y que se deriven las conclusiones políticas necesarias de su prevalencia.
Esta furia autojusticiera blinda a la sociedad y a los políticos en Israel de toda crítica o rechazo externo.
Pero mucho peor todavía, se traduce siempre en políticas destructivas contra los palestinos.
Sin un mecanismo interno de crítica y sin presión externa, cada palestino se convierte en un objetivo potencial para esa furia.
En vista del poder de fuego del Estado judío sólo llevar a más matanzas masivas, masacres y limpieza étnica.
Este tono autojusticiero es un poderoso acto de autonegación y justificación.
Explica por qué la sociedad judía israelí no puede ser impresionada por palabras de sabiduría, persuasión lógica o diálogo diplomático. Y si no se quiere apoyar la violencia como medio para oponérsele, queda sólo un camino: cuestionar directamente esa arrogancia moral como una ideología maligna hecha para cubrir atrocidades humanas.
Otro nombre para esa ideología es sionismo y un rechazo internacional del sionismo, no sólo para políticas israelíes en particular, es la única manera de argumentar contra esa arrogancia moral.
Tenemos que tratar de explicar no sólo al mundo, sino también a los propios israelíes, que el sionismo es una ideología que apoya la limpieza étnica, la ocupación y ahora matanzas masivas.
Lo que se necesita en este momento no es sólo una condena de la actual masacre sino también la deslegitimación de la ideología que produjo esa política y la justifica moral y políticamente.
Esperamos que voces significativas en el mundo digan al Estado judío que esa ideología y la conducción general del Estado son intolerables e inaceptables y que mientras persistan, Israel será boicoteado y sometido a sanciones.
Pero no soy ingenuo.
Sé que incluso el asesinato de cientos de palestinos inocentes no bastaría para producir un cambio semejante en la opinión pública occidental; es incluso aún menos probable que los crímenes cometidos en Gaza lleven a los gobiernos europeos a cambiar su política hacia Palestina.
Y sin embargo, no podemos permitir que 2009 sea sólo un año más, menos importante que 2008, el año conmemorativo de la Nakba, que no satisfizo las grandes esperanzas que todos teníamos respecto a su potencial para transformar dramáticamente la actitud del mundo occidental hacia Palestina y los palestinos.
Parece que hasta los crímenes más horrendos, como el genocidio en Gaza, son tratados como eventos discretos, sin conexión con nada que haya sucedido en el pasado y sin asociación con ninguna ideología o sistema.
En este nuevo año, tenemos que tratar de reajustar la opinión pública respecto a que la historia de Palestina y los males de la ideología sionista sean los mejores medios para explicar las operaciones genocidas, como la actual en Gaza, y para impedir que sucedan cosas aún peores.
Académicamente, ya ha sido hecho. Nuestro principal desafío es encontrar una manera eficaz de explicar la conexión entre la ideología sionista y las pasadas políticas de destrucción y la crisis actual.
Puede que sea más fácil hacerlo mientras, bajo las más terribles circunstancias, la atención del mundo es dirigida una vez más hacia Palestina.
Sería aún más difícil en tiempos en los que la situación parezca ser “más tranquila” y menos dramática.
En esos momentos “relajados”, la incapacidad de los medios occidentales de concentrar la atención más allá de unos breves momentos marginaría una vez más la tragedia palestina y la desatendería sea por los horribles genocidios en África o la crisis económica y las catástrofes ecológicas en el resto del mundo.
Aunque es poco probable que los medios occidentales se interesen por acopios históricos, sólo se puede denunciar mediante una evaluación histórica la magnitud de los crímenes cometidos contra el pueblo palestino durante los últimos 60 años.
Por ello, el papel de académicos activistas y de los medios alternativos es insistir en este contexto histórico.
Esos agentes no deben dejar de educar a la opinión pública y ojalá incluso lleguen a influenciar a los políticos más escrupulosos para que vean los eventos en una perspectiva histórica más amplia.
Del mismo modo, tal vez podamos encontrar la manera popular, a diferencia de la académica altamente intelectual, de explicar claramente que la política de Israel –en los últimos 60 años– proviene de una ideología racista hegemónica llamada sionismo, protegida por interminables capas de furia autojusticiera.
A pesar de la previsible acusación de antisemitismo y de lo que sea, es hora de asociar en la mente pública la ideología sionista con las características históricas ya familiares del país: la limpieza étnica de 1948, la opresión de los palestinos en Israel durante los días del gobierno militar, la brutal ocupación de Cisjordania y ahora la masacre de Gaza.
De un modo muy similar a cómo la ideología del Apartheid explicó las políticas opresoras del gobierno sudafricano, esta ideología –en su variedad más consensual y simplista– permitió que todos los gobiernos israelíes del pasado y del presente deshumanicen a los palestinos dondequiera estén y se esfuercen por destruirlos.
Los medios utilizados cambiaron de un período al otro, de un sitio a otro, como lo hizo la narrativa para encubrir esas atrocidades.
Pero existe un modelo obvio que no puede ser discutido en las torres de marfil académicas, sino que tiene ser parte del discurso político sobre la realidad contemporánea en la Palestina actual.
Algunos de nosotros, a saber los que están comprometidos con la justicia y la paz en Palestina, evaden inconscientemente este debate al concentrarse, y es comprensible, en los Territorios Palestinos Ocupados (TPO), Cisjordania y la Franja de Gaza.
La lucha contra las políticas criminales en ellos es una misión urgente.
Pero eso no debiera transmitir el mensaje, que los que dominan en Occidente adoptaron gustosamente siguiendo una señal de Israel, de que Palestina está sólo en Cisjordania y la Franja de Gaza, y que los palestinos son sólo la gente que vive en esos territorios.
Debemos expandir la representación de Palestina, geográfica y demográficamente, haciendo conocer la narrativa histórica de los eventos en 1948 y desde entonces y exigiendo igualdad de derechos humanos y civiles para todos los que viven, o solían vivir, en lo que es actualmente Israel y los Territorios Palestinos Ocupados.
Al conectar la ideología sionista y las políticas de las atrocidades pasadas y presentes, podremos suministrar una explicación clara y lógica de la campaña de boicot, desinversión y sanciones hacia Israel.
Cuestionar por medios no-violentos un Estado autojusticiero que se permite, con la ayuda de un mundo mudo, desposeer y destruir al pueblo indígena de Palestina, es una causa justa y moral.
Es también un medio efectivo de galvanizar a la opinión pública no sólo contra las actuales políticas genocidas en Gaza, sino que ojalá impida futuras atrocidades.
Pero, más importante que cualquiera otra cosa, es que reventará el globo de furia autojusticiera que sofoca a los palestinos cada vez que se infla.
Ayudará a terminar la inmunidad occidental ante la impunidad de Israel.
Sin esa inmunidad, hay que esperar que más y más gente en Israel comience a comprender la verdadera naturaleza de los crímenes cometidos en su nombre y que su furia se dirija contra los que la atraparon junto a los palestinos en este ciclo innecesario de derramamiento de sangre y violencia.
Electronic Intifada
Ilan Pappé
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