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No estaba muerto estaba tomando cañas
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Quién iba a decirle al bueno de Carlos Marx que este año 2008 que ya toca a su fin, cuando se cumplen 160 años desde que escribiera junto con Engels el Manifiesto Comunista, además del 190 aniversario de su nacimiento y 60 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, iba a estar en boca de propios y extraños. Quién podría imagina en plena crisis mundial que desde diferentes ámbitos de la izquierda y de lo que no es izquierda se iba a reivindicar, o cuanto menos mentar, al viejo chiflado de las barbas.
Si de algo bueno ha servido la hasta la saciedad mentada crisis, ha sido para sacar a la luz de nuevo el pensamiento marxiano. Quien dijo aquello de que Marx estaba muerto y enterrado no podía tener menos razón. Cuando desde la patronal y la banca se reclama la intervención de Papá-Estado se le está dando la razón a Marx. Aunque ellos reivindiquen al Estado para sacarles las castañas del fuego y no para proteger a los trabajadores de sus abusos. Queda patente que no puede ser que quienes producen la plusvalía, la cual no huelen en tiempos de bonanza, han de ser en tiempos de crisis los paganos de los excesos y tropelías del capital.
El capitalismo consiste en privatizar los beneficios y socializar las pérdidas, y la actual crisis es una crisis (otra más) del sistema capitalista. Un sistema que hace agua por todos lados, que se cae por su propio peso. Un sistema que se nos ha intentado vender como el único posible, amén de cómo garante de la libertad. Pero la única libertad que garantiza el capitalismo es la libertad de mercado, libertad que es la negación de las demás libertades, o cuanto menos del derecho humano más básico y fundamental, que no es el derecho a la vida, a la nacionalidad, a la lengua, sino el derecho a comer caliente todos los días bajo un techo digno. Y mientras siga existiendo el libre mercado, mientras se antepongan las ganancias empresariales al bienestar del conjunto de la humanidad no habrá justicia verdadera, ni libertad. Sin democracia económica no habrá nunca bajo ningún concepto democracia de ningún tipo. Y la democracia económica es enemiga irreconciliable del sistema de libre mercado.
Empresas que no son ni españolas, ni francesas, ni italianas, … sino que son de sus dueños, ya que el capital y el beneficio empresarial no tienen nacionalidad. Y aquí el capital ha demostrado que sí “es marxista”, renunciando a la patria, anteponiendo sus intereses de clase explotadora y renunciando a sus sentimientos identitarios. Porque con lo único que se identifica el capital es con el vil metal en forma de beneficio. Dándole una lección así, el capital a la izquierda, que sí se ha dividido en naciones y/o patrias en una clara renuncia a los postulados socialistas. Hoy hay muchas variedades de izquierda: española, francesa, vasca, gallega, catalana, murciana, de Lepe… Hasta hay izquierdas verdes, violetas, multicolores, independentistas, soberanistas y otras soplapolleces por el estilo. Pero no hay una izquierda de clase.
A pesar de la caída del mal llamado campo socialista, con el que Marx nada tenía que ver, éste vuelve con más fuerza que nunca. Qué mejor momento que el presente para desempolvar de las estanterías al que fueron relegadas sus obras por una izquierda vil, canalla y cobarde, ante la satisfacción del capital, para volver a leer sus propuestas. No desde posiciones dogmáticas ni sectarias, ya que Marx nada tenía que ver con eso.
Quienes nos incorporamos al pensamiento marxista en los 90, cuando doblaban por Marx las campanas, estamos de enhorabuena. Teníamos razón. Es el momento de reivindicar el pensamiento de Marx sin olvidar los errores cometidos (porqué quien esté libre de pecado que tire la primera piedra), para demostrarle al mundo, pero sobre todo a la clase explotadora y dirigente y a la izquierda acomplejada que hemos vuelto (porque nunca nos habíamos ido). Y esta vez ha de ser para quedarnos.
Óscar Gómez Mera
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