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El sistema que hace aguas

El capitalismo es como un ciclista que para no caerse de la bicicleta tiene que pedalear cada vez más deprisa... la cuestión es si llegará a meta o se estampará contra un muro.

Llevamos más de un siglo con un capitalismo moribundo. A principios del siglo XX el capitalismo entró en su última fase, el imperialismo. Fase que se caracteriza por la dominación del capitalismo financiero, los monopolios y por ser la fase de la revolución proletaria mundial. Con la llegada del imperialismo se acaba con la ensoñación de un “capitalismo democrático” y de la libre competencia.

Parece que la crisis actual ha abierto los ojos a algunos, que se empiezan a cuestionar que la búsqueda del beneficio individual sea el camino para buscar el beneficio colectivo y el bienestar de la sociedad.

Los modelos económicos capitalistas

En el mundo capitalista-imperialista del siglo XX han convivido dos teorías económicas que sucesivamente se han ido yuxtaponiendo. El keynesianismo que tuvo su momento cumbre entre el new deal de Roosevelt en los años 30 y la crisis del 73, y el neoliberalismo de la Escuela de Chicago, con Friedman como uno de sus adalides y cuyo pensamiento se aplica por parte de las autoridades económicas hasta hoy.

El keynesianismo se basa en la intervención estatal en la economía y en sus políticas “anticíclicas”. Este modelo afirma que una redistribución de los ingresos y el aumento de la tasa de empleo, reactivará la economía. Pero esta teoría hace aguas con la crisis del petróleo de 1973 y la estanflación que trajo consigo. La estanflación es la situación económica que indica la simultaneidad del alza de precios, el aumento del desempleo y el estancamiento económico, entrando en una crisis o incluso recesión.

Así como el crack del 29 trajo las políticas intervensionistas de Keynes, la crisis del petróleo de 1973 abre la puesta a las ideas de los economistas neoclásicos o monetaristas, como George Stigler o Milton Friedman. Es el momento de los gobiernos Reagan y Thatcher, cuya filosofía no se ha dejado de aplicar desde entonces.

Para los monetaristas, oponerse al planteamiento keynesiano es un dictado de su presupuesto ideológico básico: el liberalismo, que no concibe la intervención estatal más que para garantizar la seguridad interna y externa del Estado, administrar justicia y realizar algunas obras públicas de infraestructura económica esenciales para el desenvolvimiento de la economía.

Fruto de este pensamiento es la creación del Banco Central Europeo. El BCE, al igual que otros bancos centrales, tiene en sus manos la política monetaria. Se arrebata esta políticas a los gestores de los gobiernos de turno y se deja en manos de “expertos independientes” que la gestionan sin la presión de tener que presentarse a elecciones. Así se aseguran que sus decisiones pueden ser todo lo severas y antipopulares que haga falta para garantizar la pervivencia del actual sistema de explotación y el dominio absoluto de la oligarquía financiera.

Pero ¿qué ha fallado?, ¿es ésta una crisis previsible o nos coge por sorpresa?. La idea de la ciclicidad del capitalismo no es nueva y es reconocida por todos los analistas económicos desde los tiempos de Marx, aunque claro está según los intereses de cada uno la identifican con unas causas u otras. Lo que sí parece que ha pillado con el pié cambiado es la intensidad de la crisis actual que muy pocos se atrevieron a vaticinar. Y las recetas que nos dan para salir de la actual situación no parecen nada novedosas.

Muchos pensadores de la izquierda actual no ven otra salida que la reactivación de las ideas keynesianas. Es decir, tratan nuevamente de parchear este sistema para acabar con sus fugas pero sin cuestionarse la esencia del capitalismo. Cosa que no los diferencia del resto de pensadores burgueses, pues todos ellos buscan siempre el fortalecimiento en lugar de la destrucción de este sistema de explotación.

Las causas de la crisis

Ninguno de ellos va a la raíz del problema, que no es otro que la naturaleza injusta del capitalismo basado en la acumulación de capitales fruto de la explotación del proletariado y otras clases, del saqueo de pueblos enteros y del expolio de los recursos naturales. No se lo plantean porque no quieren llegar a la conclusión de que este sistema no es “el mejor de los sistemas posibles”. Tiemblan ante el hecho de que el proletariado dirija un proceso revolucionario que acabe con esta máquina de explotación y sufrimiento y lo sustituya por un modelo verdaderamente democrático al servicio de la mayoría, el socialismo.

Atendiendo a las causas específicas de la actual crisis, nos encontramos con que esta crisis se inicia en el sistema bancario. La causa más inmediata es el reventón de la consabida “burbuja inmobiliaria”, las pérdidas en cascada en el sector financiero, y el miedo y la desconfianza a prestarse capitales entre la oligarquía financiera y a prestarlos a otros sectores de la burguesía. Causas que se dan a nivel internacional como resultado de una cada vez mayor integración de la economía capitalista mundial. Integración que acoge a nuevas economías capitalistas como la China, ariete mundial de la producción industrial.

En las dos últimas décadas se ha trasladado la producción manufacturera a países como China, India, México o Brasil perdiendo gran parte del sector industrial los países capitalistas avanzados. A la par de este hecho, aumentan los servicios financieros de las potencias capitalistas. Los activos financieros mundiales aumentaron casi el doble entre 1980 y el 2007, una tasa de crecimiento que rebasa con creces el crecimiento de la producción o la expansión del comercio a nivel mundial.

Estados Unidos es el epicentro de este proceso financiero. En 2005, el sector industrial de la economía norteamericana había caído un 12% de su producto interno bruto, mientras que el sector de servicios financieros había crecido un 20%.

Estos procesos interrelacionados de globalización (producción industrial mundial) y financiación finalmente han llevado a desequilibrios económicos. Inestabilidades que se producen por el excesivo crecimiento del sector financiero en comparación con la base productiva.
Con esta crisis, mucha gente está perdiendo sus hogares. La cola del desempleo es cada vez mayor. Los planes de pensiones han perdido el 20% de su valor desde mediados de 2007. En muchos países de Asia, África y América Latina se han disparado los precios de los alimentos en el último año y se está generalizando el hambre.

Mientras ocurre todo esto, ¿cuál es la preocupación de aquellos que se encuentran en la cima de la pirámide de poder económico y político?. La protección de un sistema financiero que descansa sobre un sistema de explotación global. Se ponen en marcha una serie de medidas de emergencia para salvar a las clases capitalistas. Medidas como inyecciones de fondos a las entidades financieras, adquisiciones gubernamentales de parte de sus activos, recortes de costes, reducciones de plantillas, reestructuraciones, etc. Es el rostro del capitalismo en tiempos de crisis: salvavidas a los propietarios y hundimiento en la miseria para el resto.

La verdad es que esta crisis tiene profundas causas estructurales ubicadas en la propia naturaleza de este sistema. Que sea el afán de ganancias y no la satisfacción de necesidades humanas lo que mueve al mercado, así como el funcionamiento anárquico de la producción capitalista mundial se encuentran a la cabeza de estas causas. Pero esto no significa que, por sí solo, el capitalismo imperialista vaya a sufrir cambios estructurales, ni que nos traiga un “capitalismo con rostro humano” como ha apuntado algún analista. La historia nos demuestra que las crisis sirven para reajustar la economía destruyendo gran cantidad de fuerzas productivas y acelerando el proceso de acumulación capitalista. Lo que se da es una redistribución de fuerza entre las fracciones de las clases dominantes.

La economía al servicio del pueblo, no de un puñado de explotadores

Pero existe otro camino. Un camino que implica que los desposeídos nos apoderemos de los recursos productivos de la sociedad, los desarrollemos y utilicemos de manera racional, planeada para satisfacer las necesidades humanas y salvaguardar el planeta. Con una nueva economía en la que se satisfarán las urgentes necesidades de las masas y resolverán los problemas apoyándose en ellas. Creando un nuevo modelo de organización donde se primará el trabajo colectivo para arrancar de raíz las injusticias y forjar una nueva sociedad, desencadenando la creatividad de la gente y alentando la iniciativa popular. Se trata de que las clases trabajadoras, y en general las masas oprimidas, tengamos poder para controlar nuestro destino.

Estamos hablando de una revolución socialista. Una revolución en la que el pueblo derroca el sistema, arrebata el poder político, económico y militar a la actual clase dominante y crea un nuevo poder con nuevos objetivos y metas, creando los medios y mecanismos para que se cumplan esos objetivos y metas.

Por grave que sea esta crisis y a pesar de los estragos que esté causando, el sistema capitalista no se derrumbará automáticamente por su propio peso. Sin una revolución socialista, el capitalismo volverá a recomponerse por su cuenta, a su propia imagen y con un elevado coste social, como nos lo demuestran las crisis precedentes.

Pero para ello es necesario no sólo que se den las condiciones objetivas para una revolución, que sin duda se dan, y de hecho se vienen dando desde hace mucho tiempo, también es necesario que se dé el factor subjetivo, la lucha consciente de las clases trabajadoras. Es necesaria una organización de nuevo tipo que cree su propio movimiento revolucionario y actúe en consonancia con las condiciones objetivas dadas. Sin esta organización, con crisis o sin crisis, no habrá revolución. Lo decisivo, en este caso, es la lucha consciente y organizada de las clases trabajadoras y no los factores externos con los que se pueda encontrar.
Conclusión

De la actual crisis se saldrá y no tardaremos en encontrarnos con otra. Parece claro que la devastación de los recursos naturales, el cambio climático y el crecimiento de la población mundial traerán consigo una nueva crisis sin precedentes. Hasta ahora, el arma de la guerra que han utilizado los imperialistas ha sido sobre todo para hacerse con nuevos recursos naturales y ampliar sus mercados potenciales. Lo que ocurre es que actualmente nos encontramos cercanos al límite de explotación de los recursos naturales, si no lo hemos sobrepasado ya, y la máquina capitalista es incapaz de detenerse en su papel de destrucción de las fuerzas productivas. El cambio climático y la devastación de los recursos naturales no sólo influyen en si vamos a vivir en un planeta más o menos verde o si somos más o menos respetuosos con el medio ambiente. La falta de recursos naturales va ha tener, ya lo está teniendo, un reflejo directo en la economía, y por ende, en el conjunto de nuestras sociedades y formas de vida.

La solución no pasa por parchear el sistema reactivando políticas neokeynesianas. Urge una solución revolucionaria que acabe con este sistema irracional de destrucción y explotación y lo sustituyamos por otro en el que las ganancias de unos pocos no sean el fin, ni se justifique el enriquecimiento individual como algo positivo para la sociedad. Necesitamos un sistema en el que podamos decidir que consumimos y como lo consumimos, siendo conscientes de la limitación de nuestros recursos. Necesitamos un sistema en el que el conjunto del pueblo sea quien domine la sociedad, en todos sus campos, y la transforme de acuerdo con sus intereses. Necesitamos un sistema en el que unirnos colectivamente para reorganizar la producción de modo que satisfaga las necesidades humanas, no el afán de lucro. Necesitamos un sistema que elimine para siempre las muchas formas de opresión del capitalismo.

La solución está en nuestras manos, en manos de los obreros y de los desposeídos en general, en nuestra lucha consciente. No podemos poner nuestras esperanzas en ningún Obama, representante de las clases explotadoras, ni en ningún otro salvador. Debemos organizarnos para cambiar la economía, para cambiar la sociedad, para cambiar el mundo. Nosotros sí que podemos.

Gustavo Beramendi

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