Todo parece haberse derrumbado como las Torres Gemelas y las bolsas planetarias.
Una posible lectura de esa entidad grandota que solemos llamar civilización consiste en la práctica certera y cotidiana de lo previsible.
A diferencia de nuestros ancestros que se descolgaban de los árboles o los que se refugiaban en cuevas, tratando de aplacar con ofrendas las enigmáticas furias de sus deidades, dueñas absolutas del rayo, la tormenta, la inundación o la sequía, hoy tenemos pararrayos, meteorología, pronósticos más que probables y solemos recurrir saludablemente menos a los sacrificios rituales.
Quizá, eso sí, en el triunfo sobre las fuerzas de la naturaleza se nos haya ido un poco la mano, como nos lo suele recordar un planeta explotado, agotado, devastado.
Igual, los que somos deudores del mito positivista insistimos en llamar a esto progreso y nos congratulamos, por sólo poner un ejemplo, de que existan esos compuestos llamados vacunas que justamente permiten prever la aparición de una enfermedad anulándola antes de que se manifieste.
Pero ya el siglo XX nos trajo malas noticias sobre la continuidad de la mejora incesante. El arsenal nuclear, por dar otro ejemplo, nos anunció, que el mundo vive pendiente de un hilo más o menos grueso de acuerdo a quien tenga el botón rojo más a mano. Si un Bin Laden o un Hitler lo tuviera cerca, seguramente probaría con nuestra súbita evaporación que el hombre en su progreso ha logrado inventar artefactos capaces de hacer tabla rasa con todo rastro humano.
El nuevo siglo se alumbró entre el pavor y la incertidumbre, con su parto o prólogo de las más altas torres hechas fuego.
Y ahora nos aseguran que la economía global estalló como una burbuja y que el mundo se está haciendo pobrecito a pasos tan repentinos como agigantados.
El enfriamiento económico planetario dejó de ser un fantasma y ya hiere con sus hordas de desocupados y desamparados.
¿Y los gurúes y las recetas y los dogmas y las ortodoxias? Nada por aquí, nada por allá: todo parece haberse derrumbado como las Torres Gemelas y las bolsas planetarias.
Un flamante reino de lo imprevisible parece habernos hecho retroceder de golpe y porrazo varios casilleros.
¿Terminaremos como aquellos antepasados, merced a a los humores de la suerte? ¿O Barack Obama tendrá razón y aun verdaderamente "podemos"? Ojalá que no se equivoque. O que no se equivoque tanto como sus predecesores. Gran parte de esa ilusión llamada futuro hoy está en sus manos.
Marcelo A. Moreno
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