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La semana que cambió el mundo |
"En el día de hoy, cautivo y desarmado el sistema financiero, han alcanzado las tropas del intervencionismo sus últimos objetivos accionariales. La guerra ha terminado. Washington/Nueva York, 18 de septiembre de 2008, año de la victoria. Firmado: Hank Paulson, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, y Ben Bernanke, Presidente de la Reserva Federal”.
No estamos en 1939 ni obviamente es éste el último parte de la Guerra Civil española. Sin embargo coincide con él en que, de su mano, da comienzo un nuevo régimen que va a suponer que nada vuelva a ser como antes en los mercados alrededor del mundo, al menos, durante el tiempo que tarde el Capitalismo Moderno en resurgir de sus cenizas. Un cambio que, paradójicamente, puede ser menor si lo comparamos con el potencial impacto que, lo vivido en los últimos siete días, puede tener sobre la frágil economía de Estados Unidos.
Como en todas las contiendas, el aparente fin de las hostilidades trae consigo una doble sensación de alivio y euforia. Es momento de enterrar a los muertos, de hacer todo lo posible para que se curen los heridos y de que los vivos se busquen la vida del mejor modo posible, en el nuevo escenario que se presenta por delante. Ese es exactamente el mensaje que ayer compraron los distintos activos financieros. Worst is over, lo peor ha pasado, gritaron al unísono. Y si el miércoles las estadísticas se quedaban cortas para describir lo que estaba ocurriendo, ayer sufrieron un reventón de optimismo de dimensiones siderales. Festival en las bolsas, desplome de los bonos, rebajas sustanciales en las primas de riesgo, colapso de los bienes tradicionalmente utilizados como refugio y sensación generalizada de que, por fin, ésta es la buena. Ha llegado la hora. The time has come. Menos mal que ni siquiera se conocen los detalles en los que va a consistir la acción pública de las autoridades estadounidenses, que si se llegan a saber...
No comparto ese optimismo. Mejor dicho, no comparto ese exagerado optimismo. No es por una frustrada vocación de aguafiestas. Qué va, que ya me imagino a alguno de ustedes con la cachiporra lista. Las decisiones no son buenas o malas por sus efectos a corto sino por su consistencia a largo. Esto, que es una verdad como un templo en todos los ámbitos de la vida, cobra aún mayor vigencia en el caso que nos ocupa. De poco o nada sirve que la bolsa se dispare un 10% en un solo día si dicha subida se construye sobre un conjunto de proposiciones que sólo pueden traer mayores dificultades a futuro. Es la diferencia entre el gasto, que da satisfacción inmediata al que lo realiza, y la inversión que es sacrificio actual a la espera de mayores réditos mañana. Pues bien, a la vez que rompían con el normal funcionamiento del libre mercado, Bernanke y Paulson han agotado futilmente su saldo disponible en una apuesta a blanco o negro cuyo resultado último no pinta excesivamente bien, al menos de partida. Sólo el tiempo categorizará adecuadamente esta decisión.
¿Greenspan, gastó o invirtió?
Porque, vamos a ver. Lo que ha trascendido hasta ahora es que las autoridades van a establecer un vehículo para comprar activos financieros considerados como tóxicos, por un importe cercano a los 800.000 millones de dólares. Si añadimos todos los compromisos financieros adquiridos simultáneamente y con anterioridad, dicha cifra se dispara a cerca de dos billones de dólares, que es alrededor de un 15% del Producto Interior Bruto de los Estados Unidos. El único modo que hay de financiar un conjunto de operaciones de esta magnitud es a través de una emisión masiva de deuda pública. Hay capacidad para hacerlo: antes de que se iniciara el proceso de degradación del concepto de riesgo sistémico con la intervención encubierta de Bear Stearns, allá por el mes de marzo, la renta fija soberana del país apenas superaba el 30% del P.I.B, un nivel bastante similar al español. Sin embargo, e igual que ocurre en nuestro país, el problema no es la capacidad de endeudamiento, que puede llegar a ser ilimitada como prueba, es una exageración, el caso japonés, sino los términos en los cuales dicha necesidad de financiación se puede completar.
Y es aquí donde Estados Unidos puede, en su intento por salvaguardar su sistema financiero, condenar a su economía real a una larga travesía en el desierto.
Por tres motivos. A nivel presupuestario, el aumento de los costes financieros ligados a la deuda podría tener un impacto relevante sobre sus deficitarias cuentas públicas y provocar aumentos de impuestos y restricciones de gasto de la administración con objeto de corregirlo. Por lo que respecta al sector exterior, el saldo negativo de la balanza por cuenta corriente obligaría, para atraer nuevos capitales, a una devaluación de la divisa (que chirriaría en las naciones con su moneda vinculada) o a un aumento de los tipos de interés. Más volumen, más coste. Ufff. Estamos hablando, por tanto, de medidas de política monetaria y fiscal de corte eminentemente restrictivo. Finalmente, la retención en el balance de activos dudosos en un momento en el que las incertidumbre sobre los mercados últimos que los han originado, fundamentalmente inmobiliario, aún permanece, supone, y aquí no cabe el condicional, un ejercicio de confianza en el futuro excesivamente generoso para la banca y oneroso para los contribuyentes. Es realmente una pena que los americanos no hayan tirado de una Ley de Memoria Histórica que les permitiera ver las nefastas consecuencias que, para el ciudadano medio, han tenido actuaciones similares de sus autoridades en el pasado, especialmente en la década de los treinta.
No se han equivocado ustedes de Crónica. Estos siete días van a cambiar el mundo. Pero no sólo en el ámbito financiero. Aparentemente ha ganado la guerra el intervencionismo frente al libre mercado, cierto. Un libre mercado que defenderé siempre desde los límites que marcan, tanto el peligro de un riesgo sistémico (no arbitrario sino real), como su operativa dentro de las normas de regulación y supervisión que se determinen, en la medida en que estén encaminadas a evitar que, dicho peligro para el conjunto del sistema, se materialice. De esa burra no me pienso apear. Me sitúo en la Resistencia. ¿Saben qué? Pronto seremos multitud. No sabemos que habría ocurrido si hubiera seguido el natural curso de los acontecimientos. Pero de lo que sí tenemos certeza es de que Estados Unidos sale de esta crisis no más fuerte, sino debilitada; con una hipoteca sobre sus cuentas públicas que pesará como una losa a futuro; con riesgo, por tanto, de perder una hegemonía mundial basada en costosas actuaciones exteriores y con la tentación inflacionista como modo de rebajar el valor real de su endeudamiento. Algo que ha explicado, con mucho más dramatismo que McCoy, Nouriel Roubini en su blog. Un coste, a todas luces, excesivo que afectará al orden mudial. No pierdan, por tanto, la perspectiva, que no es tan alentadora como pudiera parecer. Y, mientras tanto, ya saben: Carpe Diem. Disfruten el hoy mirando el mañana, que ya tocaba.
S.McCoy
Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, monopolios, multitud.
Para muchos, estamos ante la madre de todos los problemas: el exceso de liquidez genera inflación, y si esa abundancia llega a alcanzar niveles desorbitados -como ha ocurrido en los últimos años de la mano de una política monetaria extraordinariamente laxa- la fiesta del dinero puede acabar en una tragedia griega en forma de credit crunch. Dicho en otros términos, alguien ha retirado las copas en medio de la fiesta. Y los invitados tienen sed. Mucha sed. Tienen dos opciones: o dejar de beber (lo que abocaría al mundo a una recesión) o irse a un bar clandestino de los que había durante la Ley Seca (los legendarios speakeasies de Nueva York) en forma de ventanilla de emergencia regentada por los banqueros centrales para aguantar el tirón.
Burbuja inmobiliaria
¿Y quién ha sido el maestro de ceremonias? ¿El gran brujo que ha dirigido este oficio de tinieblas? ¿El encargado de apretar cada mañana el botón que hace funcionar la máquina de hacer billetes?
Para un número creciente de analistas, el hacedor de tantos entuertos responde al nombre de Alan Greenspan, asesor de tres inquilinos de la Casa Blanca y presidente de la Reserva Federal durante 18 años y medio, a quien se acusa de mirar para otro lado y de alimentar la burbuja inmobiliaria en EEUU con su irresponsable estrategia monetaria. No es una acusación cualquiera. Recae sobre alguien de quien el New York Times llegó a decir: “Para qué queremos a Dios si tenemos a Greenspan”. De él también se dijo, como recordaba el otro día Financial Times, que estábamos ante ‘el hombre que salvó al mundo’ tras el derrumbe de las torres gemelas.
Al ‘maestro’, como le llamó Bob Woodward en su biografía casi oficial, le llueven ahora chuzos de punta. Se acusa a Greenspan de ser el principal culpable de situar los tipos de interés en niveles extraordinariamente bajos durante un periodo prolongado de tiempo, creando el caldo de cultivo idóneo para que la burbuja (¿o habría que decir las burbujas?) estallaran. Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Y no sólo por eso. El anterior presidente de la Reserva Federal respaldó la suicida bajada de los impuestos decretada por George W. Bush para estimular artificialmente el consumo, lo que provocó un gigantesco déficit presupuestario del que EEUU todavía no se ha recuperado. Y para más inri, permitió que los tiburones de Wall Street camparan a sus anchas cometiendo todo tipo de tropelías con salarios de escándalo.
No acaba ahí la lista de agravios.
El principal de sus errores fue, según sus críticos, haber permitido a los bancos de inversión (Morgan, Merrill, Lehman...) asumir riesgos imposibles de cumplir. Creando, en una palabra, monstruos financieros con pies de barro que tarde o temprano tendrían que desmoronarse a la misma velocidad que ha estallado la burbuja inmobiliaria.
No es casualidad que a Greenspan se le llamara el ‘amigo’ de los mercados, con quien siempre mantuvo algo muy parecido a un compadreo, dicho en tono castizo. Una sola insinuación suya, sin necesidad de alterar los tipos de interés, era capaz de mover Wall Street, ya que sus ‘amigos’ sabían de antemano lo que quería decir el ‘maestro’. Alguien ha escrito que el Greenspan de la Reserva Federal era una mezcla de político y rigor técnico, y sin duda que así actuó durante casi dos décadas. Dando ‘toques’ a los mercados en forma de advertencia (su célebre expresión de exuberancia irracional), pero sin intervenir de forma resuelta y decidida. Como cuando en la primavera de 1998 el jefe de la CFTC (Commodity Futures Trading Commission) le mostró su preocupación sobre el imparable crecimiento del mercado de derivados. Greenspan no mostró inquietud alguna y sugirió que una regulación más estricta sólo perturbaría su funcionamiento.
Un hombre del establishment
Como se ve, muchas acusaciones contra un personaje acostumbrado a los cenáculos de Washington, y que durante tres décadas formó parte del establishment del poder político republicano (si bien es verdad que los demócratas no hicieron ascos a su compañía), al contrario que su sucesor, Ben Bernanke, procedente del mundo académico y que no quiere saber nada de contubernios políticos ni de guiños al poder de los mercados. Al contrario que el ex presidente de la Reserva Federal, para quien los reguladores sólo entorpecen el buen funcionamiento de los mercados.
¿Es culpable Greenspan de tanto desorden?
Lo primero que hay que decir es que la abundancia del dinero barato no es un fenómeno nuevo. Como se ha podido acreditar empíricamente, la mayoría de las principales crisis bancarias en los últimos 25 años se han producido a raíz de períodos de muy rápido crecimiento del crédito. Sin embargo, como admite un reciente estudio de los profesores Giovanni Del´Áriccia, Deniz Igan y Luc Laeven, no Yet, not all credit booms are followed by banking crises.todos los auges de crédito necesariamente acaban en una crisis bancaria como la actual, que puede costar a los contribuyentes entre 400.000 y 500.000 millones de dólares, una cantidad equivalente a la tercera parte del PIB español. Según los autores citados, la mayoría de estudios concluye que, mientras que la probabilidad de una crisis del sistema financiero aumenta significativamente (entre un 50% y un 75%) durante los auges de liquidez, lo cierto es que históricamente sólo un 20% de los episodios de ‘boom’ han terminado en una crisis.
Es decir, que la orgía de liquidez no tenía por qué haber acabado necesariamente en tragedia. Pero lo cierto es que así ha sido. José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney, lo exculpa en parte. No lo considera culpable de su política monetaria teniendo en cuenta que en los años 90 el mundo vivió una doble deflación, por un lado la vinculada con la caída de precios procedentes de China, y por otro la relacionada con los avances tecnológicos, que abarataron las transacciones internacionales. Había peligro real de caer en un proceso de deflación generalizado (con las consecuencias negativas que ello conlleva), y Greenspan, en su opinión, no tenía más remedio que relajar su política monetaria para estimular el consumo. Las consecuencias de esa estrategia son de todos conocidas. Tras el pinchazo de la burbuja tecnológica, se incubó una enfermedad más importante, la relacionada con el mercado inmobiliario.
Un error de cálculo
Un par de datos ilustran el fenómeno. En el año 2000, se construyeron en EEUU 1,5 millones de viviendas, pero es que en enero de 2006 el número superaba ya los 2,3 millones de casas, lo que supone un aumento de prácticamente el 50% en apenas un quinquenio. Desde luego, mucho más que el crecimiento de su población. Y aquí entra la opinión de uno de los mayores críticos de Greenspan, el Premio Nobel Joseph Stiglitz, para quien el presidente de la Reserva Federal no se dio cuenta con el tiempo suficiente de la que se le venía encima. Y en lugar de endurecer su política monetaria para evitar la formación de una burbuja, lo que hizo fue contentar a los mercados con tipos de interés anormalmente bajos. Cuando vio que el peligro acechaba, cambió el sesgo de sus decisiones monetarias, pero era ya demasiado tarde.
La burbuja había estallado, y con ella los cimientos del capitalismo financiero que hemos conocido en los últimos 20 años, desde que George Bush padre aprobara la Ley de Modernización de los Servicios Financieros, con Greenspan en la cresta de la ola. Se rompía una tradición ‘proteccionista’ (para los depositantes y los accionistas) inspirada por la Gran Depresión. La Ley Glass-Seagall (de 1933) impuso la radical separación entre las actividades de banca comercial y las operaciones de banca de inversión. Los bancos, incluso, fueron privados de ofrecer una amplia gama de productos de seguro a sus clientes, toda vez que la supervisión la ejercían los propios Estados, y no una agencia específica.
Ese modelo de banca fue el que se quebró en 1999 con la aprobación de la Ley Gramm-Leach-Blieley, que permitió a las compañías tenedoras de acciones bancarias convertirse en sociedades holding que a su vez podrían emprender cualquier tipo de actividad financiera. Aquí empezó el lío. Greenspan permitió que se creara un “mercado en la sombra”, opaco para la SEC, el organismo encargado de supervisar las actividades de la banca de inversión. Y no hay ninguna duda de que con su capacidad de influencia sobre la clase política de Washington, la Fed hubiera tenido más poderes de supervisión. El final de la película es de sobra conocido. Entidades con pocos recursos propios y escasamente capitalizadas asumieron riesgos inimaginables que finalmente han estallado en sus propias manos. O mejor dicho, en las de todos nosotros.
Con esta adquisición, según Bush, se aligera a los grupos financieros para que reactiven el mercado del crédito, dando más préstamos, y terminen con la crisis de liquidez. La iniciativa, que obliga a cambiar la legislación, fue definida ayer por Bush como una acción "sin precedentes" para una crisis "sin precedentes". El presidente aseguró que intervenir en los mercados no le gusta, "sólo si es necesario. En esta ocasión era esencial". Paulson admitió que el plan tendrá un "coste significativo para los contribuyentes" que ascenderá a "cientos de miles de millones de dólares". Este importe se añadirá al casi billón de dólares que hasta ahora lleva gastada la Fed.
Apoyo demócrata
El proyecto está pendiente de que Paulson, junto con la Reserva Federal, redacte un borrador este fin de semana, que será presentado la próxima semana a los altos cargos del Congreso, demócratas y republicanos, para que otorguen su visto bueno. El jueves por la noche Paulson y el presidente de la Fed (Ben Bernanke) ya recibieron el respaldo de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, institución que también tendrá que refrendar el plan.
Lograr el apoyo demócrata es clave para que el macroplan de la Administración de Bush, republicana, salga adelante. Ayer su candidato, Barack Obama, apoyó la iniciativa de Paulson, que todavía debe definir si los activos ilíquidos deteriorados son adquiridos por una entidad de nueva creación o si amplían los poderes de alguna entidad ya existente pero que no puede realizar esta actividad por ley. La intención de la Administración es que este tipo de títulos (ver apoyo) puedan volver al mercado si éste se estabiliza.
Las medidas
La gravedad de la crisis financiera obligó al Gobierno estadounidense a tener que actuar antes de que el plan pueda ser aprobado por el Congreso la próxima semana. Así lo aseguró ayer Paulson, que decretó una serie de medidas urgentes temporales, vigentes desde ayer, que incluyen como principal medida la inyección de 50.000 millones de dólares en el mercado de fondos de dinero. El pasado día 17 los inversores retiraron de este segmento del mercado 89.200 millones de dólares, según datos de Bloomberg. La inyección del Gobierno se materializará asegurando a los activos de los fondos ante posibles pérdidas de los mercados. Para estar cubiertos por esta garantía, los gestores tendrán que solicitarlo al Tesoro, previo pago de una tarifa todavía sin establecer.
Además de aliviar a los fondos, el Departamento dirigido por Paulson destinará 5.000 millones adicionales a adquirir deuda respalda por hipotecas (anteriormente ya había utilizado esta misma cifra para dar liquidez a estos activos).
Las agencias Freddie Mac y Fannie Mae, intervenidas hace dos semanas por el Gobierno, también estarán autorizadas para adquirir más titulizaciones hipotecarias. La Reserva Federal, por último, otorgará préstamos a los bancos para que puedan adquirir papel comercial de los fondos de dinero.
La presentación del plan fue utilizada por Bush y por Paulson para repasar los errores que han provocado la actual tormenta financiera, que ha provocado la desaparición de Bear Stearns, la suspensión de pagos de Lehman Brothers, la entrada de la Fed en la aseguradora AIG y la intervención de las hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae. Paulson, que afirmó que todavía existe una incapacidad para valorar los activos ilíquidos a fecha de hoy, admitió que el sistema regulatorio del país está "anticuado" y que esta situación ha podido tener un impacto en la situación actual de los mercados.
Bush se inclina ahora por una actuación global y expeditiva
El proyecto del Departamento del Tesoro representará una intervención decidida en los mercados, en el sentido más amplio y ambicioso posible para que su impacto sea máximo. Además, se realizará de una forma expeditiva, para que su materialización se produzca de forma inmediata. Así lo aseguró ayer el secretario del departamento, Henry Paulson, en una rueda de prensa celebrada en Washington.
Este macroplan supone un fuerte cambio en la postura que hasta ahora había adoptado la administración Bush en la crisis del crédito, optando por solucionar los problemas caso por caso conforme iban surgiendo y negando la magnitud de la crisis hasta las últimas semanas. Con esta nueva actitud, el Gobierno de Bush, que dejará la Casa Blanca en enero, después de las elecciones generales, está admitiendo que hasta ahora todas las iniciativas que ha tomado, junto con la Reserva Federal, han sido inútiles para lograr estabilizar los mercados financieros y recuperar la confianza de los inversores.
Paulson, el promotor de la iniciativa, empezó a plantearse esta necesidad en las últimas semanas, pero, reacio al intervencionismo extremo en los mercados, se resistó, hasta que la tormenta financiera de la última semana le ha forzado a tomar la iniciativa, respaldado por la Fed.
Algunas de las conclusiones son fácilmente predecibles. Los banqueros de inversión, siempre y cuando quede alguno, verán recortados sus salarios y bonus. Aumentarán los requisitos de capital para las instituciones y se calibrarán de nuevo las estructuras de incentivos para eliminar la toma de riesgos.
Los diabólicamente complejos productos que durante un tiempo parecieron definir un nuevo capitalismo serán visto como lo que son: instrumentos tanto de engaño como de genio innovador.
Los políticos, sospecho, demandarán restricciones más severas sobre lo que más de uno ha denominado “los vividores y especuladores” que han tomado posiciones cortas (apuesta bajista) sobre acciones bancarias. Seguramente alguien en alguna parte decidirá que no se debería permitir a las compañías de seguros tratar los ahorros de fondos de pensiones como fichas gratuitas de un casino.
El efecto de todo esto es una incógnita. Para el observador interesado, parece que los grandes errores de los últimos años no han tenido tanto que ver con la falta de regulación, sino con la falta de actuación. Los banqueros centrales y los reguladores estaban sencillamente dormidos en el trabajo.
Advertencias
Habría que decir que hubo una o dos excepciones honorables. Véanse las advertencias de Edward Gramlich. Gobernador de la Reserva Federal estadounidense, advirtió públicamente en 2004 de los riesgos inherentes en la explosión de los créditos subprime que alimentaban el boom inmobiliario. Antes de su muerte el año pasado, declaró que ya lo había advertido en privado en la Fed en 2000.
Alan Greenspan hizo caso omiso de las evidencias, ganándose aplausos y fama mientras las entidades hipotecarias adelantaban miles de millones de dólares a personas que nunca podrían devolver los préstamos. Me deja realmente perplejo que aún haya gente que escuche al ex presidente de la Fed.
Lo único que pueden hacer los políticos es asegurarse durante el mayor tiempo posible de que sólo los banqueros pierden sus camisas: que los ahorradores y las pequeñas empresas no se unan a los millones de propietarios de viviendas enterrados en su deuda hipotecaria como víctimas inocentes.
Resulta aterrador pensar que las inmensas deudas de las instituciones en quiebra recaigan ahora sobre las espaldas de los contribuyentes: un caso, al menos en lo que se refiere a los especuladores, de cara o cruz. Dado dónde nos encontramos, a los gobiernos no les queda mucha elección. Incluso así, y por todas las merecidas humillaciones sufridas por aquellos falsos gigantes Jimmy Cayne, Dick Fuld y Stan O'Neal, la gente corriente será la que más sufra. Culparán a los gobiernos. Los líderes políticos se llevaron el mérito del boom económico; por lo que no pueden evitar la responsabilidad de la crisis.
Sin embargo, una vez que la tormenta amaine –y mis colegas de Financial Times, más versados en estos temas, me aseguran que tardará un tiempo– los políticos tendrán que plantearse preguntas más importantes. Dejando a un lado los tecnicismos de las obligaciones de deuda colateralizada, los índices de capital y demás, ¿qué nos dice esta crisis sobre la naturaleza del mundo en el que vivimos?
Los mensajes no son sencillos. Algunos parecen contradictorios. Sobre todo hablan de una creciente tensión entre la integración global y la falta de un gobierno internacional creíble. Sobre los políticos recae una responsabilidad sin poder.
Una consecuencia importante de la globalización ha sido la debilitación contundente del control de los estados sobre los mandos de la gestión económica. Pocos líderes políticos fuera de EEUU estaban si quiera vagamente al tanto del grado en que sus propios sistemas bancarios eran rehenes de los créditos subprime estadounidenses.
A esta pérdida de control no le ha acompañado la correspondiente disminución de la responsabilidad. Los votantes aún hacen a sus políticos culpables de la inseguridad que surge de la interdependencia. Culpar a otro no ofrece respuestas suficientes a los propietarios de viviendas cuyo valor es inferior a los créditos contraídos, ni a los ahorradores o acreedores de un banco con problemas. Las tensiones, desde luego, no se aplican únicamente a los mercados financieros o a la economía. Son inherentes a la globalización. Los votantes quieren aligerar el movimiento entre las fronteras de las naciones que propician los viajes baratos. Pero también desean que los gobiernos controlen la inmigración y los crímenes trasfronterizos.
La crisis crediticia y la tormenta financiera han dado origen también a una metáfora para el gran cambio en el poder económico mundial. Las crisis financieras solían iniciarse en las economías emergentes o en vías de desarrollo: en Latinoamérica, Asia o Rusia. De lo único que tenía que preocuparse occidente era del contagio. Esta vez, se ha originado en EEUU, y son las potencias emergentes las que temen los efectos. Hasta ahora, las economías asiáticas han sido inmunes a los sustos, aunque las dificultades del gigante estadounidense de los seguros AIG, con grandes intereses en China, es una advertencia de que esto podría cambiar.
Las tensiones no son susceptibles a soluciones ingeniosas. Pero todo apunta en la misma dirección. La interdependencia ya no es un nombre abstracto. Los gobiernos necesitan hallar medios para recuperar parte del dominio perdido. Eso implica un gobierno más global: normas internacionales creíbles. El capitalismo sobrevivirá a estos sustos financieros. El riesgo, sin embargo, es de un repliegue hacia el nacionalismo económico. Las tensiones de la globalización son visibles en todas partes. En última instancia, si los políticos quieren que el mercado liberal funcione, tendrán que trabajar de forma multilateral.
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