Mientras la clase política, sea de izquierdas o de derechas, incapaz de detener las cifras de desempleo y de la exclusión social, se afana en seguir poniendo “el trabajo” en la cúspide de los altares de la sociedad de la mercancía y del dinero, las fuerzas sociales implicadas en el avance del conocimiento humano y de la tecnología aplicada guían sus esfuerzos en la dirección contraria. Unos quisieran crear más y más trabajo aunque fuera precario, absurdo, ineficaz, inhumano y los otros azuzan su ingenio y su creatividad para que los ingenios robotizados lo sustituyan. Es una confrontación inútil. La Historia es muy tozuda y nunca da marcha atrás. Cualquier política de “pleno empleo” en la sociedad capitalista está destinada al más absoluto fracaso.
Los avances científicos en microelectrónica, en informática, en biotecnología, en robótica, en nanometría… han sido tan enormes que sus aplicaciones en cualquier rama de la producción han desbaratado y derrumbado los grandes complejos industriales del siglo pasado. La supresión de más del 50% del trabajo humano directamente implicado en los procesos productivos ha sido el común denominador en apenas un par de décadas.
La sociedad ha superado con creces el trabajo tal como lo hemos conocido hasta ahora. Los nuevos descubrimientos científicos que solamente se pueden realizar, acumular, reproducir y generalizar socialmente se muestran inmensamente más efectivos que los anteriores en los que el trabajo físico y mecánico o la destreza individual eran las predominantes. Nuestra fuerza física, nuestro esfuerzo, nuestras habilidades ya las hemos trasladado a las máquinas. El fin del trabajo toma el relevo a la vieja sociedad del trabajo, a la par que nuestra capacidad de producir con rapidez y eficacia aumenta sin cesar cuantitativa y cualitativamente. Y la nueva revolución tecnológica no ha hecho más que empezar.
Las cifras de desempleados que tanto asustan a unos y a otros y que para Jean Claude Trichet “son cifras inaceptables” en la zona OCDE (33 millones de desempleados a mediados de 2008) son tan solo los primeros síntomas de la crisis del trabajo en la sociedad de la mercancía. En EEUU un 5,7%; en Alemania un 7,5%; en España un 10,4%; en Oriente Medio un 11,8%, en el Norte de África un 10,5%; en Canadá un 6,2%; en la Comunidad de Estados Independientes un 8,5% casi 88 millones de jóvenes en el mundo de entre 15 a 24 años carecen de empleo y de esperanza para conseguirlo.
Y mientras los políticos observan incrédulos e impotentes éstas cifras, el Capital les sigue exigiendo una mejor gestión de sus negocios: mayor flexibilidad laboral, abaratamiento de los despidos, facilidades para deslocalizaciones, control salarial, reducción de impuestos, etc.
Los nuevos gurus del Capital hace tiempo que predican en el desierto. Jeremy Rifkin, Richard Sennett, Ulrich Beck, Vivian Forrester, Emmanuell Todd, Scott Lash, etc. intentan indagar en un futuro en donde la Ciencia y no el trabajo lidera la sociedad. Corrigen, asesoran, predicen, … pero acaban ayudando a gestionar la miseria que no deja de expandirse hasta en el corazón de las sociedades más opulentas. Ulrico Beck, por ejemplo, después de expresarse con claridad: ”…Se acabó el trabajo. No hay para todos. Y no volverá ha haberlo. O al menos en la forma en que lo conocemos ahora. Digan lo que digan los políticos. Habrá que acomodarse. Inventar alternativas…”, colaboró tanto con el gobierno de Gerhard Shöder como con los dirigentes políticos neofascistas de Baviera. Jeremy Rifkin colabora hoy con el gobierno de Zapatero.
Ellos, como la burguesía creen que no puede existir otro tipo de sociedad. La burguesía sueña que la acumulación del Capital pudiera extenderse y generalizarse hasta el rincón más apartado del globo. Que su modo de entender la vida social en donde es solamente el dinero el que impregna cualquier relación humana, prevaleciese. Que el conocimiento científico estuviera siempre arrodillado al interés de su beneficio privado. Que el trabajo humano creador y tranformador no tuviera más salida que su esclavizamiento al Capital. Ella, sin duda, se horroriza también de los estragos que su mundo está provocando, aunque por necesidad de su propia supervivencia no puede ni detener ni solventar. Se horroriza, pero no duda, cuando ve peligrar sus intereses, en apoyarse en los sectores más militaristas y reaccionarios.
El trabajador asalariado también sueña en poder vender su fuerza de trabajo eternamente para poder vivir con dignidad. Se horroriza cuando se ve excluido del proceso productivo o cuando ve desvalorizada su fuerza de trabajo.
La crisis de la burguesía y del asalariado son inseparables de la crisis del trabajo.
Ante esta situación y frente a la actual crisis financiera mundial los sectores más reaccionarios de la sociedad de la mercancía no dudan en buscar coartadas en movimientos opuestos decididamente al desarrollo científico y tecnológico, movimientos ludistas que desearían volver a la prehistoria, movimientos ecologistas que consideran todo en peligro salvo la supervivencia de la especie humana, movimientos a favor de la desaceleración económica, del no-productivismo.
Nunca como ahora es tan preciso apelar por el uso social de la Ciencia, por el uso social del Patrimonio de la Humanidad, de los recursos y fuentes energéticas. Nunca como ahora es tan preciso explicar que la sociedad que se empecina en convertirlo todo en valor de cambio será incapaz de resolver la exclusión social, el desempleo y la degradación constante de las condiciones de supervivencia de la especie humana.
¡No está ni mucho menos en cuestión la Ciencia, sino las leyes de la sociedad de la mercancía y del dinero¡ No lo olvidemos.
josepgmaynou
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