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Tráfico de regalías |
Antes de anunciar el motivo de estas líneas quiero compartir dos historias que no han sido elegidas inocentemente. El escenario de la primera es un hospital infantil exquisitamente remozado, donde una joven amable me mira a los ojos, y me dice que en pocos minutos podré traspasar las puertas deseadas. El punto máximo de esta vivencia afortunada es un doctor joven, tierno, que se entrega a fondo en un ultrasonido a los riñones de mi hija de año y medio.
Y el desenlace es el desconcierto porque todo ha sido demasiado fácil. Mi mirada de gratitud y angustia porque quisiera retribuirle su gesto. «Doctor, gracias...», susurro en un tono que a todas luces quiere decir: «Cómo agradecer...». Él mira fijo y responde cortante, como quien entendió todo: «Envíe, por favor, mis saludos al profesor que la remitió hasta aquí».
La segunda historia tiene que ver con un muchacho talentoso que resucita máquinas computadoras. Me ayudó con un equipo que parecía estar muerto. Muchas horas duró su dedicación, hasta que tuvo éxito. Alguien, con las mejores intenciones del mundo, sugirió: «Merece que le hagas un regalito...» Mientras yo callaba pensé que no tenía a mano el regalo que un joven tan talentoso merece, y que entre ambos había un puente de amistad muy larga, preñado de entregas mutuas, las cuales hubiera sido imperdonable empañar con un «detallito» demasiado obvio.
Estas anécdotas son edificantes, pertenecen a la parte luminosa de un tema abrasivo que tiene que ver con las regalías, con las carnadas materiales, con ciertos móviles que se han ido entronizando en las conciencias de la sociedad nuestra de cada día, tan desgarrada por contingencias, precariedades y debilidades de toda naturaleza.
Aclaro que creo en los estímulos espirituales y materiales, que prefiero dar a recibir, que adoro compartir todo lo que esté a mi alcance y sea bello, necesario al prójimo. Pero reacciono, como quien toca el fuego, ante cierta costumbre que pretende echar raíz entre nosotros, de colgar a toda entrega, incluso al cumplimiento del deber, las barras de las cajas contadoras.
El asunto de las regalías, que se da las manos con el soborno, es sin dudas consecuencia de esa guerra cruenta, la de la resistencia, que estamos ganando pero ya sabemos a qué precio, con cuántas secuelas psicológicas que no pueden ser eliminadas como se restaña una pared o se restaura una casa maltrecha.
Peligrosamente ha proliferado un tráfico frío en el cual son culpables quienes actúan como el oso en el circo (saltan por el aro si le dan el terrón de azúcar), y quienes dan por hecho que todo saldrá bien con el ábrete sésamo del «ayúdame que yo te ayudaré...». Estos últimos son muy peligrosos, humillantes a la dignidad humana, porque por lo general tienen dinerito y viven como el comején, corroyendo el esternón moral de la sociedad.
En este juego degradante y triste hay un grupo de personas humildes y honestas que arriban a la certeza según la cual deben hacerle el juego al tráfico de las regalías si quieren sobrevivir. Se desangran y abruman en el intento de estar a la altura de quienes, con un bolsillo más fuerte, ya marcaron el paso.
Los cubanos sabemos muy bien lo que significa esa frase implacable de que «regalado se murió en los ochenta». Eso quiere decir que los años duros que después sobrevinieron marchitaron mucho del espíritu romántico. Pero hay una arista esencial en este asunto de ponerle precio a las cosas de la vida: podemos prescindir o no de un trabajo de plomería, de una pieza textil, o de un adorno hermoso. Mas el derecho que tenemos de instruirnos, de mantener la salud, de alimentar el espíritu o el cuerpo, son sagrados, y no pocos han pretendido minar esos espacios a los que concurrimos los más favorecidos económicamente, y también los más vulnerables.
Francamente no imagino a un médico sintiendo más devoción por un paciente de billetera generosa, que por uno que cuenta sus centavos en el paso de un día al otro. Tampoco alcanzo a imaginar a un maestro más cariñoso con un niño espléndido —porque puede serlo—, que con uno que sufre, retraído, sus carencias. Francamente no me imagino eligiendo los temas y los posibles entrevistados, según los posibles dividendos...
Quería compartir esta reflexión delicada con mis coterráneos, porque como mismo no me interesa un socialismo gris, aburrido, chato, mucho menos quiero echar mi suerte en uno que no sea moral.
Acudo entonces a unas de las preciosas ideas estampadas por el maestro Cintio Vitier en su libro Ese sol del mundo moral, donde su maravillosa pluma demuestra que un hilo de eticidad nos ha conducido desde los días fundacionales de la nación hasta el presente: «Queremos solo recordar que para la Revolución, como para Martí, “es ley maravillosa de la naturaleza que solo esté completo el que se da”. Y que de otra parte, para todo revolucionario, como para Martí, “lo que deba ser, será”. Solo que la Revolución, al triunfar, encarna ese “será” como un “siendo” que involucra las circunstancias y vicisitudes de cada momento, de modo tal que no queda una partícula de devenir, por decirlo así, que no esté saturada de conciencia moral».
Alina Perera Robbio

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, multitud.
Excúsame que moleste tu atención unos minutos. La razón se explica por sí misma: dedico gran parte del tiempo a leer noticias y artículos, entre ellos algunos extraídos de nuestra propia prensa.
En “Tráfico de regalías”, artículo de opinión publicado por Juventud Rebelde el 8 de junio, tú expresas admiración hacia la conducta honesta de dos personas: un médico que maneja el ultrasonido diagnóstico y un joven especializado en la reparación de computadoras que hizo posible con arduo esfuerzo hacer funcionar la de uso personal tuyo.
Son dos buenos ejemplos de jóvenes profesionales revolucionarios. Conozco bien que decenas de miles de nuestros médicos constituyen hoy la más extraordinaria legión de galenos para prestar servicios humanitarios en cualquier parte del mundo. No fueron educados en el ejercicio de la medicina privada. La Revolución se ocupó de crear esa fuerza desde los primeros años, a lo largo de medio siglo. Los que traicionan el noble oficio repugnan más que cualquier otra forma de traición, en la misma medida en que la vida y el sufrimiento humanos son dignos de respeto. Igual sucede con aquellos cuya misión es educar niños, desarrollar la cultura, promover la ciencia o estimular el deporte para el bien de todos. Si se renuncia a ese deber, en el mundo que les correspondió vivir, la especie humana, a la que pertenecen, sería tan efímera como las ilusiones capitalistas de los que trafican con sus servicios.
La pregunta que todos debemos hacernos es si nuestra conducta y nuestros objetivos son conciliables con las leyes de la naturaleza y los frutos de la inteligencia humana.
Es un deber moral golpear conceptos y actitudes de quienes sirven al imperio que desea destruir los valores que más amamos.
Afirmaste con toda honestidad que no te interesa un socialismo gris, aburrido y chato. Cuán aburrido, chato y gris resulte ser el nuestro dependerá, entre otras muchas cosas, del uso que nuestros periodistas les den a los medios de divulgación masiva que la Revolución ha puesto en sus manos y no constituyen tampoco propiedades privadas con las cuales moldear las mentes de las personas.
Nada existe más enajenante que muchos contenidos de la llamada “industria de la recreación” desarrollada por el imperialismo, en los cuales invierten infinitas horas jóvenes y niños sin que todavía el socialismo haya creado antídotos suficientemente eficaces para enfrentar su nociva influencia.
La corrupción y el desvío de recursos convierten a los que lo practican en defensores del libre mercado, a través del cual transforman el fruto de sus robos en mercancía. No están siquiera conscientes de lo que sucedería con nuestro pueblo si el país cayera de nuevo en manos del voraz y monstruoso imperio.
La ciencia se enorgullece de sus éxitos. Muchos se alegran, como es lógico, de la capacidad de esta para manipular genes hereditarios en aras de la salud, pero pocos se inquietan por los conceptos racistas asociados al poder político imperial y su idea fascista de la raza superior como dueña del mundo actual y futuro. Medítese bien. Informémonos de los nuevos descubrimientos científicos y saquemos las conclusiones pertinentes.
Decenas de noticias llegan diariamente sobre la crisis alimentaria, los precios de la energía y las materias primas, el cambio climático y otros problemas interrelacionados.
La soya, precalentada a 125º centígrados, es una de las fuentes proteicas y calóricas más completas y económicas conocidas de productos alimenticios industriales para consumo directo, con gran diversidad de usos. La transgénica, que se cultiva para producir proteínas y grasas de origen animal, no es apta para el consumo humano. Las leguminosas y gramíneas en general, mejoradas y probadas a lo largo de años, son las fuentes fundamentales de alimentos sanos y saludables. Cada uno de ellos tiene rigurosos límites climáticos y necesidades de fuerza de trabajo humana, en la que temperatura, humedad y tradiciones influyen decisivamente en los rendimientos del área disponible en cada país. La producción de estas proteínas y calorías esenciales por hectárea, su costo en energía y el CO2 que inyecta a la atmósfera cada cultivo, debe estar en el manual de todos los políticos del mundo; es en la actualidad tan importante como saber leer y escribir; no es concebible el analfabetismo en la materia.
Hoy no se utiliza el ábaco para hacer cálculos, como ocurría cuando estalló la primera revolución socialista hace 90 años. Junto a las armas nucleares, químicas, biológicas y electromagnéticas, la ciencia desarrolló las computadoras. Hace dos días la prensa de Estados Unidos informaba sobre una gran computadora militar capaz de hacer millones de millones de cálculos por segundo. La bautizaron con el nombre de un pájaro del estado de Nuevo México, “Correcaminos”; en inglés, Roadrunner. Su costo fue de 133 millones de dólares. El cable añade que “si los seis mil millones de habitantes del planeta usaran sus computadoras personales todo el tiempo, les llevaría 46 años hacer los cálculos que Roadrunner puede hacer en un día de trabajo”.
Son cifras, querida Alina, que desbordan la imaginación y me obligan a utilizar en esta carta los datos nada literarios que contiene.
El imperio no sólo forma su personal científico, despoja abusivamente a los demás países del mundo de muchas de sus mejores inteligencias. Ninguno puede competir con él en recursos para investigar.
Me agradaron las palabras finales de tu artículo sobre el libro de Cintio Vitier Ese sol del mundo moral. Él demuestra que en la ética de Martí y en la historia de nuestro pueblo, se injertan las raíces de la justicia y la dignidad que la Revolución trajo a Cuba.
Pienso que en el mundo actual los principios del socialismo habría que aplicarlos ya; después sería demasiado tarde.
Me gustaría que este mensaje, aunque más extenso que el tuyo, se publicara en la misma página de Juventud Rebelde donde se ubicó tu artículo. No hay que gastar papel ni espacio en otros medios.
Deseo adicionalmente que alguien lo lea en el Congreso de periodistas que está próximo a celebrarse. Recuerdo que hace pocos años muchos de nuestros periodistas no disponían siquiera de una computadora personal. Hoy el gobierno de Estados Unidos trata de bloquear el acceso a la información. Espero, no obstante, que puedan seguir de cerca la catarata de noticias y problemas que envuelven al mundo.
Con sinceros sentimientos de afecto y reconocimiento,
Fidel Castro Ruz
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