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A mi se me ocurrió hace unos días colocar un televisor en el patio de la casa. Porque según Juanita, mi suegra, así el loro aprendería a hablar con bastante rapidez. En el fondo de la casa también tengo un perro para que sirva de guardián como es de esperar. Yo no se si el método será efectivo, como tampoco se si es cierto que los perros no ven televisión por aquello de la frecuencia visual que nos explicaron en bachillerato. Lo único que puedo confirmar es que el loro ahora sólo habla cuando el perro le ladra. Por su parte, el perro ya no me obedece, ni me reconoce como su dueño, o sea declaro su autonomía.

Lo primero que hizo fue orinar en cuatro puntos estratégicos del patio, como formando un cuadrante con lo cual me dio a entender que había delimitado una propiedad y…

¡Ay de aquel que se atreva a traspasar esos limites!

Resulta que dentro del fulano cuadrante quedó encerrada la parrillera, la toma de agua para regar las matas, la bombona de gas, el televisor, la celda solar y, por supuesto, el loro traidor que se unió al secesionista. Así es como me pagó por querer darle una educación. Prácticamente me dejo sin recursos y sin medios de comunicación.

Un morrocoy milenario que si a ver vamos tiene más derechos sobre ese patio, porque está conmigo desde que me mude para allá, ha de quedarse acurrucado contra la pared porque cada vez que intenta pasar la raya despierta automáticamente los instintos racistas del perro que lo llama “guau guau”. He de imaginar que significa “fuera de aquí” en lengua de perro. Como si fuera poco lo acompaña el grito del lambezuelas del loro que le dice “carapachuo”, en perfecto español, pero que igualmente traduce o mejor dicho repite lo mismo que su nuevo amo.

Lo peor del caso es que tengo que seguir alimentándolos mientras dure esta situación para evitar el alboroto que forman con sus aullidos y groserías. No puedo hacer más nada, ya que ahora me salieron con que tienen el apoyo de la Sociedad Interamericana de Perros (SIP) y de la Cotorra’s International Asociation” (CIA).

En medio de mi desgracia no desmayo en mis intentos por llamar a la cordura, al perro principalmente, porque el otro no es más que un payaso que ni siquiera se dio cuenta que el televisor se lo habían cambiado para CNN cuando yo se lo deje en Animal Planet. Ahora ni siquiera yo se lo puedo cambiar de canal sin arriesgarme a una mordida.

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