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Las marmotas y las palabras en fuga |
La referencia de Iñaki Errazkin a los españoles atrapados en el tiempo ("El día de la Marmota") se cruzó con mi borrador sobre las palabras exhaustas de repetirse, que ya no bastan para establecerle un estrato superior a la realidad -progreso- sobre el cual pararse. Se me ocurrió variar en algo el rumbo de mi pensamiento, porque Iñaki abrió una puerta interesante.
Leo en la Wikipedia que «el género Marmota incluye catorce especies de roedores de la familia Sciuridae. Aunque estrechamente emparentadas con las ardillas, las marmotas las superan ampliamente en tamaño y son de hábitos terrestres. La mayoría viven en zonas montañosas de Eurasia y Norteamérica y están bien adaptadas al frío gracias a sus cuerpos rechonchos, denso pelo, orejas reducidas y cola corta».
Dos aspectos de la descripción de la marmota me llamaron la atención: "cuerpo rechoncho", que me hizo pensar en un obispo gordo y hedonista, y "orejas reducidas", que me evocó a los políticos españoles, por sus dificultades para oír. Conviven en el mismo cuerpo de la España de Audiencia Nacional y pandereta, estos rasgos de las marmotas.
La marmota, de cuerpo rechoncho y poco oído, hiberna. Estos españoles que evoco, están en hibernación desde la muerte de Franco, congelados en su discurso de la «España Una», condenados y condenando a repetirse. Por eso, las palabras usadas para contar la historia y proponer soluciones se han ido gastando. No mueven, ni conmueven. Además, la marmota tiene miedo. Siente verdadero terror de salir de su hibernación, de toparse con el calor del día, con la luz de la verdad. Aquí me doy cuenta de que los españoles están en la misma situación. Se encapsularon en su mundo frío -el mundo del dinero y la vanidad lo es-, creyeron que eso mismo era la vida y trataron de imponerle a los demás esa concepción. Ahora sienten pavor porque el sol comienza a resquebrajar las tinieblas de su mundo.
Debo concluir que las palabras terminaron exhaustas porque es imposible sacar a las marmotas de su estado de hipotermia y somnoliencia. Sólo se revuelven en sus cuevas cuando algún estallido sacude la tierra. «Las palabras se cansan o se enferman, como los hombres o los caballos», dijo Cortazar. No es para menos. Si está fueron requeridas por la Audiencia Nacional.
Pero en Argentina, marmota es sinónimo de tonto, estúpido, boludo. Estos españoles en los que estoy pensando ¿serán marmotas, como las de una película yanqui, o serán simplemente estúpidos como definen los argentinos? No puedo pensar que estén dormidos, quizá sí insensibilizados, con incapacidad de percibir perdida. La persistencia en el error de esta gentuza, me lleva a pensar que han elegido llevar una vida de estolidez, convencidos de la fugacidad del poder, al que tratan de sacarle el mayor provecho personal posible en el menor tiempo.
Y éste es el tiempo en el que han decidido quedarse, como si hibernaran. Repitiendo siempre la misma consiga: «España Una»; ejecutando siempre los mismos actos represivos; repitiendo los mismos decadentes gestos de un poder resquebrajado y bananero. La historia tiene sus propios tiempos, y a veces éstos son más prolongados que la durabilidad de algunas palabras, pero ello no impide que nombremos a cuenta del futuro, para que con el último aliento las palabras digan lo que tienen que decir. Ya llegarán los días en que las veremos renacer, vivificadas. Aunque gastadas de tanto repetirlas y de tanto ser negadas, pueblo, democracia, libertad, autodeterminación, independencia, clase obrera, revolución, socialismo, siguen bombardeando las cuevas de las marmotas.
Daniel C. Bilbao

Etiquetas: conocimiento, memoria, mentiras, multitud, politica, sabiduria.
¿Y qué es la Constitución? La Constitución es una norma limitativa, que fija ciertas pretensiones en el tiempo y las convierte en cariátides. Es una herramienta para gobernar el quehacer político en una determinada situación y sin más trascendencia que la necesidad pasajera. La Constitución es la cuarta religión del libro. La Constitución es, en suma, un salvoconducto temporal para hacer unas cosas predeterminadas. Preñar la Constitución de permanencia ilimitada en detrimento de la fuerza creadora de la democracia equivale a decretar la muerte de la libertad. Una constitución invariable pretende convertir en invariable al pueblo para cuyo uso ha sido decretada. Y convertir en invariable a un pueblo significa sacrificarlo con el cuchillo ritual de la ley. Este sacrificio solamente favorece a los grandes sacerdotes, a los poderes monárquicos y a quienes viven gloriosamente en la fortaleza inexpugnable. Quizá por ser todo ello evidente algunos pueblos celosos de su dimensión vital, como sucede con el inglés, han decidido vivir sin constitución o, más pudorosamente hablando, con constitución abierta. Declarar la Constitución como la gran e inalterable verdad conservada en el tabernáculo es lo mismo que divinizar una casta inconmovible a su servicio, que abriga unas pretensiones absolutistas. Incluso añadamos, enfrentados a la hipocresía de la época, que la constante referencia al parlamento creador de esa carta magna como redactor democrático del texto inmóvil, aposenta a los diputados de ese parlamento en sitiales perniciosos para el común. A estas alturas del siglo digamos con Gramsci que en los parlamentos actuales no caben ni la aristocracia ni el proletariado, ya que son cámaras creadas para la burguesía mediante la revolución que la hizo depositaria de toda la sociedad. Y bien ¿cabe hoy, vencido el poder aristocrático y en cadenas el proletariado, hablar de la revolución burguesa como si constituyera la ambición totalizante de la sociedad presente?
Señor Zapatero: cuando usted dice al lehendakari vasco que fuera de la Constitución no tienen ustedes nada que hablar está consumando un liberticidio contra la democracia. La libertad creadora de un pueblo, en este caso el vasco, no está constituida sino que es constituyente. No está lograda sino inconcepta. Y no hable usted de esa mayoría que forma el pueblo español, radicado como siempre en la inquietante quietud de la guerrilla, para certificar una vez más a los vascos como la minoría que ha de aceptar el emburrio constitucional. El problema reside en que el vasco no es español, al menos mayoritariamente hablando. Esa es la cuestión que declara inaplicable su Carta Magna extranjera en Euskal Herria; esa Carta Magna, esa nerviana amada inmóvil que sumerge en la inanidad social a la democracia a la que usted recurre sin darse cuenta además, repito, que la democracia es el nanosegundo creador y la Constitución es la lápida colocada sobre la vida posible. Usted agrede a un pueblo exigiéndole que se postre ante una Constitución ajena. Es más, el mismo pueblo español queda despojado de la democracia al encerrarle en la caja fuerte de un documento que huele a herrumbre. «Era de latón,/ de latón, de latón era,/ era de latón/ el cacharro de la abuela».
No se nos olvide ahora la segunda frase que mueve este papel. Una frase que redondea la retórica insidiosa con que su Gobierno maneja a veces la realidad a fin de que el acosado pueblo clame en defensa de lo que ustedes le regalan como democracia y libertad. Vayamos a su pequeño Fouché el Sr. Rubalcaba. ¿Y qué ha dicho el Sr. Rubalcaba agitando «pro domo sua» el atentado de Legutio, que tanto duele a la paz y a la concordia? Pues nada más que esto: «¿Habrá alguien tan mal nacido que justifique el que se pueda colocar una bomba donde duermen unos niños?». No, señor ministro, no hay mal nacido que justifique la pretensión de matar a unos niños, si es que ha habido concretamente esa pretensión. Pero la cuestión es otra, ahora que, afortunadamente, esos niños viven. La cuestión radica en saber quién ha sido el frívolo que decide que unos niños vivan en un cuartel y, además, en un cuartel situado en la primera línea de fuego. Ni los cuarteles son propios para la educación de infantes ni concretamente cuarteles como el de Legutio han de existir como hogar bajo ninguna clase de reflexión. La patria empieza donde hay un niño seguro y respetado.
Una compañera de tertulia televisiva, por otra parte tertulia habitualmente correcta y sensata -así como lo es la compañera que me interpeló quizá en un momento poco reposado-, me reprochó la posible intención mía de considerar a esos niños como un escudo colocado ante los que atentaron a la instalación. ¡Ni por asomo quise insinuar eso! Hubiera sido, sí, una canallada. Lo que dije constituía una reflexión profunda y dolorosa ante el hecho de que un ministro mostrase a esos niños como elemento emocional poco puro de intención. No estoy justificando mi breve alegato acerca del alojamiento de los niños próximos a la muerte ni retorciendo en absoluto la situación. Conste eso con toda rotundidad por mi parte. No soy yo quien ha instrumentado una frase con tan retorcida retórica. Lo que parece muy preocupante es que cada vez se introduzcan más recursos de una insidiosa retórica en una situación tan dolorosa como la vasca. Repito, pues, lo que dije «ut supra» acerca de la vaciedad intelectual que normalmente constato en el Sr. Zapatero, hoy nutrida de mayor intención y alcance por el ministro del Interior, y anoto al margen de tal constatación la necesidad de poblar con ataraxia y claridad honesta el discurso político, sea el que sea y de quien sea. La paz se hace sobre todo con contención en el lenguaje, con elegancia en las referencias, con honestidad en la confrontación. La paz presupone una secreta y previa intención pacífica en quien habla, que jamás ha de entregarse a la mordacidad aldeana, al gesto montaraz ni a la frivolidad del discurso elemental y zafio. La paz no se hace con el instrumental tosco de la guerra. La paz está demasiado poblada de muertos para que juguemos a pares y nones en ese inmenso cementerio.
Antonio Álvarez-Solís
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