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Las ansias de consumo

Mientras en la sociedad norteamericana se exprime el consumo hasta niveles insospechados -reduciendo cada vez más el ahorro- y por muchas vías se financia el consumo como antídotos a la crisis expresada en su versión transnacional, en larga e interminable recesión, y la deuda de las familias, el estado y las empresas, no denuncian la naturaleza puramente artificial del festín del consumo que los envuelve, y cuando el falso capital aporta leña a tal irracionalidad del consumo, en Cuba, nuestro consumo, descansa básicamente en la riqueza que, con el duro trabajo, le sacamos a la tierra, a nuestras industrias y a los servicios. No tenemos facilidades crediticias de los organismos financieros internacionales ni aumentamos artificialmente nuestro capital en títulos de valor en bolsas ni tenemos condición de nación más favorecida en el comercio ni hemos extraído de pueblo alguno un adarme de riqueza ni vendemos en el mercado norteamericano ni podemos utilizar el dólar como medio de pago internacional ni podemos comerciar libremente con el resto del mundo; solo lo hacemos rompiendo constantemente sus enrevesadas redes transnacionales.En los últimos años, cada cierto tiempo, ya sea para fin de año, por una conmemoración importante de algún acontecimiento o en momentos de inminencia ante la toma de decisiones, se corren rumores sobre incrementos significativos en la esfera del consumo de la población. En ocasiones, estas mentiras cobran vida propia y crecen impulsadas por manos ocultas, hasta proporciones que a los ojos de un destinatario como el pueblo cubano, con una cultura política que le permite entender los problemas principales del mundo y de nuestro país, llegan a resultar risibles.

No valdría la pena dedicarle mayor atención a estos eventos, sino fuera por el fin político que llevan detrás. En una de las últimas reflexiones de Fidel, al referirse a los procesos de derrumbe del socialismo en Europa, planteó que, se dejaron llevar por ansias de consumo insatisfechas. Ya conocemos que la disputa histórica con el capitalismo en aquellos países, mal planteada, se centró en metas de producción y consumo. Como dijo alguna vez el compañero Carlos Rafael Rodríguez, Cuba nunca planteó el problema en tales términos. Haberlo hecho hubiese sido nefasto para la Revolución, bloqueada y agredida por el gobierno de Estados Unidos por casi cincuenta años.

Con independencia de las carencias materiales que los cubanos hemos padecido y enfrentado en esta larga y costosa batalla contra el imperialismo, una buena parte de los cubanos hemos modificado nuestros ideales de consumo en la dirección diametralmente opuesta al consumo superfluo, al lucro y a las ilusiones de consumo que nada tienen que ver con nuestras condiciones concretas. Creo incluso más, sin idealizar, que hemos adquirido en parte la conciencia de que, ciertos patrones de consumo del capitalismo, son insostenibles ecológicamente y vemos la renuncia a ellos como algo natural que es parte de la solución a los problemas globales.

Claro que estas valoraciones se refieren a la mayoría de nuestro pueblo cada vez más culto, realista y responsable. A un lado de este análisis dejamos a los que se han dejado hechizar por los cantos de sirena de los valores pequeños burgueses; tasan sus aspiraciones en fetiches mercantiles; y califican su felicidad, por el cúmulo de valores de uso que están a su disposición, y por el dinero -y hasta el capital- que poseen. No conformes con ello, disfrutan con su ostentación, en infructuosa búsqueda de una reafirmación social que apruebe el éxito de sus vidas. En una sociedad que ha enraizado el rechazo a la explotación, a las desigualdades y a los privilegios, como fruto directo de su amor a la justicia social, poca legitimación podrán esperar estos elementos.

Sembrar o alentar ansias de consumo por encima de nuestras condiciones concretas; lanzar ideas sobre salarios incrementados en divisas convertibles; realizar turismo internacional en amplia escala, entre otras propuestas, además de ser irresponsable, persigue el fin político de producir frustraciones y desaliento, es un vehículo para la desmovilización revolucionaria, o, en el mejor de los casos, es una ingenuidad que no nos podemos permitir. Como han dicho Fidel y Raúl, no podemos consumir más de lo que producimos. Tampoco podemos consumir todo lo que producimos, tal y como Carlos Marx esclareció teóricamente hace ya más de un siglo en su conocida obra "Crítica al Programa de Gotha".

Es verdad que el consumo tampoco es una variable constante. No estamos atados a tal o cual nivel de consumo. En una sociedad socialista, como la cubana, donde la riqueza principal es del pueblo -en dependencia del monto de la producción y de los servicios y de acuerdo a la cuota de consumo que la sociedad concientemente planifique, observando los límites ecológicos- se podrá disponer de un volumen mayor o menor de recursos.

Tampoco es un secreto que aún estamos lejos de tener una satisfacción razonable de las necesidades en su conjunto. Estas insatisfacciones tienen un origen muy diverso. Muchas, todavía tienen su lejana raíz en las condiciones del subdesarrollo heredado por la Revolución, a pesar del enorme esfuerzo realizado. Tal es el caso del fondo habitacional más que duplicado en el período revolucionario y mejorado sustancialmente en su calidad.

Otro buen número de nuestras carencias tienen su causa en la genocida guerra económica del gobierno de Estados Unidos contra Cuba, expresa y, cínicamente, declarada por ellos desde los inicios de esta criminal política, la cual ha sido derrotada sistemáticamente en las Naciones Unidas. Una batalla que abarca desde la década de los años noventa hasta la actualidad. Una heroica batalla de nuestro pueblo con su resistencia, y por la abnegada labor de la diplomacia revolucionaria cubana.

Las carencias arreciaron con la abrupta caída del campo socialista y el cambio radical de las relaciones económicas exteriores a condiciones mucho más difíciles. En los momentos más duros se pusieron a prueba los valores más sagrados de la Patria Socialista, y la mayoría inmensa del pueblo escribió una epopeya que aún está por recrear.

La recuperación económica de los últimos doce años, imperceptible en sus comienzos y significativa hasta el presente, permitió mejorar nuestra calidad de vida en muchos importantes aspectos, como la recuperación de la capacidad constructiva de viviendas, la reparación de escuelas y centros de salud, la telefonía, los beneficios derivados de la Revolución Energética, el auge de las publicaciones editoriales y las inversiones en redes de agua, por solo mencionar algunos ejemplos.

Sin embargo, los impactos del período especial no se redujeron a las carencias inmediatas y visibles de recursos. A mediano y largo plazo, se han hecho sentir con fuerza los efectos de la descapitalización de una parte importante de la infraestructura del país que afectan directamente a la población. Un ejemplo importante es el sector del transporte y los viales, donde se ha producido un deterioro significativo por falta de inversiones necesarias durante varios años. Algo similar pasó en todo el sistema electroenergético nacional, con el mantenimiento del fondo habitacional y con las redes hidráulicas, entre otras ramas de la vida social.

No hay otro camino de avanzar en el mejoramiento de los niveles de satisfacción de nuestras necesidades que no sea vincular el consumo al trabajo, y como dijera el compañero Raúl en la última sesión de nuestro Parlamento, el trabajar duro.

Mientras en la sociedad norteamericana se exprime el consumo hasta niveles insospechados -reduciendo cada vez más el ahorro- y por muchas vías se financia el consumo como antídotos a la crisis expresada en su versión transnacional, en larga e interminable recesión, y la deuda de las familias, el estado y las empresas, nos denuncian la naturaleza puramente artificial del festín del consumo que los envuelve, y cuando el falso capital aporta leña a tal irracionalidad del consumo, en Cuba, nuestro consumo, descansa básicamente en la riqueza que, con el duro trabajo, le sacamos a la tierra, a nuestras industrias y a los servicios. No tenemos facilidades crediticias de los organismos financieros internacionales ni aumentamos artificialmente nuestro capital en títulos de valor en bolsas ni tenemos condición de nación más favorecida en el comercio ni hemos extraído de pueblo alguno un adarme de riqueza ni vendemos en el mercado norteamericano ni podemos utilizar el dólar como medio de pago internacional ni podemos comerciar libremente con el resto del mundo; solo lo hacemos rompiendo constantemente sus enrevesadas redes transnacionales. Es decir, en Cuba, el mejoramiento del consumo no caerá del cielo.

El compañero Fidel ha expresado en varias oportunidades que resolveremos nuestros problemas materiales y que nuestra sociedad podrá vivir dignamente de sus conocimientos, como se está haciendo ya una realidad. Para lograr esa justa meta, buscamos hoy, con la participación de todos, las mejores formas de estructuración de la producción social que nos conduzcan, en lo que depende de nosotros, a que nuestra economía funcione con la precisión de un reloj suizo.

Rafael Emilio Cervantes Martínez

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  Anónimo

lunes, 19 mayo, 2008  

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