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Hambruna Global |
En las últimas semanas son varias las instancias internacionales que lo han anunciado: debemos prepararnos para una hambruna generalizada que se apresta a cobrar cuerpo en muchos de los países del Sur. No estamos hablando -conviene precisarlo- de ocasionales revueltas del hambre como las que hemos conocido en un puñado de países en los dos últimos decenios. Lo que se barrunta en el horizonte es un peligro muy serio que se dispone a amenazar a sociedades enteras en muy diversas regiones del globo.
A decir verdad, y por una vez, escarbar en las causas de lo que se nos viene encima parece razonablemente fácil. La lógica depredadora del capitalismo reclamó decenios atrás que muchas de las economías de los países del Tercer Mundo experimentasen una rápida reconversión en provecho del monocultivo, de la que el último botón de muestra es el empleo de buena parte de las capacidades para la generación de agrocarburantes. De resultas, y aunque esto a menudo se olvide, las tradicionales agriculturas de subsistencia empezaron a desaparecer, siempre sobre la base de que los productos que habían generado de siempre podrían adquirirse merced a los ingresos, que se anunciaban suculentos, derivados del monocultivo mencionado. Sabido es que, si esos ingresos han beneficiado a alguien -dejemos ahora de lado a las empresas foráneas-, ese alguien lo han configurado las elites dirigentes de los países pobres, casi siempre endilgadas con la perspectiva de trasladar sus ganancias hacia las economías opulentas del Norte. Basta con echar una ojeada, en lo que se refiere al problerma de fondo, a los estudios que dan cuenta de cuál es el porcentaje, exiguo, del precio de venta de un kilo de café que corresponde al campesino productor.
En un planeta en el que lo rige casi todo el beneficio descarnado, que debe obtenerse, por añadidura, en el período de tiempo más breve, no era difícil augurar lo que se avecinaba, tanto más cuanto que a la lógica invocada se han sumado el incremento en el precio de las materias primas energéticas y la demanda creciente que llega de países como China y la India. En los últimos años, y al calor de eso que hemos dado en llamar globalización, las grandes empresas transnacionales de la alimentación han movido sus peones con notable inteligencia y no menos notable falta de escrúpulos, como lo testimonian, por cierto, muchas de las políticas proteccionistas que siguen aplicando Estados Unidos y la Unión Europea. Han conseguido imponer en muchos lugares sus semillas y obligar a agricultores exhaustos a adquirirlas cada año. Han ido substrayendo, por otra parte, elementos centrales del conocimiento agrícola tradicional para, en forma de patentes, impedir en los hechos su empleo por quienes eran los descendientes de los genuinos inventores.
Pero, por encima de todo, y conforme a la regla general del sistema, las transnacionales que nos ocupan han empezado a elevar sensiblemente los precios de los productos, algo que se puede palpar, también, en los países ricos. El efecto final lo tenemos -y valga la ironía terminológica- sobre la mesa: son muchos los habitantes del Sur del planeta que carecen de recursos para adquirir los alimentos más elementales, en un teatro en el que, merced al expolio ejercido por el sistema que padecemos, hace tiempo que los campesinos locales perdieron la posibilidad de producirlos.
Si el escenario que acabamos de mal describir invita, claro, a la indignación, no otra cosa que ésta se impone a la hora de evaluar la reacción que empieza a despuntar en algunos de los gobiernos de los países ricos, y entre ellos el español. La respuesta no es otra que un incremento de las sumas destinadas a permitir la adquisición de alimentos por los países más acuciados por el problema (y ello cuando tal incremento se produce, toda vez que en el caso de EE.UU. parece que las autoridades no contemplan en modo alguno semejante posibilidad, con lo cual, y en los hechos, la ayuda alimentaria que dispensa la principal potencia del planeta se apresta a reducirse). El lector incauto se preguntará por qué lo anterior me parece indignante. La razón es, sin embargo, sencilla: nadie parece dispuesto a mover un dedo para poner freno a la rapiña asumida por las grandes empresas transnacionales, beneficiarias directas, una vez más, de las ayudas mentadas, que se destinarán a comprar alimentos que se pagarán a los precios fijados por aquéllas. La trastienda conceptual de semejante inacción no es otra que la que proporciona la idea de que las reglas del mercado son sacrosantas, incluso en aquellos casos en los que es fácil certificar que colocan en las puertas de la muerte a muchos seres humanos...
Carlos Taibo
Etiquetas: conocimiento, inteligencia, monopolios, multitud, politica.
Y es que no andan muy descaminados los indios porque la entrada del capital financiero especulativo en los mercados de materias primas acontecida en los últimos años y agravada en los meses recientes ha contribuido de forma decisiva al alza de los precios de los alimentos. Así, según la FAO, en el último año el trigo se ha encarecido un 130%, el arroz un 74%, la soja un 87% y el maíz un 53%.
Es más, en el mercado de materias primas de Chicago, el número de contratos ha aumentado un 20% desde principios de año y, actualmente, se negocian más de un millón de contratos diarios. Por ofrecer otro dato que refuerce el argumento: en torno al 50-60% de la producción de trigo comercializada en los mercados de materias primas está controlada por fondos de inversión especulativos.
En este sentido, el aumento de la inversión financiera especulativa no sólo está dando lugar a una mayor volatilidad de los precios sino que, además, en un contexto de demanda de alimentos al alza y limitaciones en la producción, se traduce en subidas continuadas de los mismos que, como siempre, padecerán quienes poseen menos recursos.
En cualquier caso, lo que más me sorprende de esa declaración es el reconocimiento del ministro de Finanzas indio de que en una democracia el pueblo no habla tan sólo una vez cada cierto tiempo, cuando deposita su voto en las urnas, sino que tiene derecho a hablar en todo momento y los gobernantes tienen la obligación de escucharlo y obrar en consecuencia.
A ese concepto de la democracia me gustaría que se acercaran quienes gobiernan nuestro país cuando la población clama porque deje de tratarse la vivienda como una mercancía, masivamente adquirida con fines especulativos, y se trate, al menos, como lo que reconoce nuestra Constitución. Esto es, como un derecho fundamental. ¿Será tan difícil? Me temo que sí.
'Esperamos un repunte de la oferta de alimentos que permita frenar los precios entre 2009 y 2010', dijo Zoellick, quien compareció ante los medios junto al ministro de Hacienda de México, Agustín Carstens, tras firmar un préstamo por 205 millones de dólares para apoyar el programa sobre el cambio climático.
El funcionario del organismo internacional agregó que actualmente existe un debate sobre el uso de granos y productos agrícolas, como el maíz en Estados Unidos y la caña de azúcar en Brasil, para promover la producción de bioenergéticos sin afectar los precios de los alimentos.
Explicó que los mercados internacionales han detectado los riesgos que implican los aumentos de los precios internacionales de granos, pero las autoridades y los Gobiernos han tomado medidas para impulsar la producción agropecuaria, en particular en las zonas más atrasadas.
Zoellick señaló que la institución que dirige ha convocado a todos los países socios a establecer un fondo de emergencia de 750 millones de dólares para apoyar a las naciones que tengan problemas de abasto alimenticio.
Uno de los requisitos que establecerá el Banco Mundial será que los países cuenten con redes de protección a las poblaciones marginadas, precisó.El titular del BM también expresó su confianza en que los países no establezcan medidas que afecten la producción agrícola, como son los controles de precios.
En el caso de México, señaló que puede impulsar el desarrollo de su sector agropecuario con recursos financieros y fertilizantes, así como aprovechar las investigaciones sobre el cambio climático, entre otras medidas, con semillas mejoradas.
Zoellick se encuentra desde el martes en México como parte de su primera visita a América Latina, que proseguirá en Colombia.
En su comparecencia ante los medios, explicó que el Banco Mundial ha estudiado los programas de combate a la pobreza de México.
Asimismo, elogió la estrategia del Gobierno mexicano para enfrentar el cambio climático, que -consideró- lidera las medidas de lucha contra los problemas medioambientales.
Por su parte, el ministro mexicano de Hacienda destacó el apoyo de la institución financiera en las políticas públicas de México, en el combate a la pobreza y en el desarrollo de diversos proyectos de infraestructura y de promoción de las Pymes.
Zoellick se reunió previamente con el presidente mexicano, Felipe Calderón, con quien coincidió en la necesidad de colaborar para establecer las bases de las políticas públicas que garanticen el patrimonio natural sin frenar el desarrollo económico.
México recibe anualmente diversos préstamos del Banco Mundial para financiar varios proyectos de desarrollo económico y social del país.
El titular del BM viajará mañana a Colombia, donde se reunirá con el presidente Alvaro Uribe y otras personalidades de ese país.
Los medios de comunicación explican la crisis por algunas sequías, la demanda en China e India, y el desvío de tierras para agrocombustibles. Con estas “explicaciones”, los promotores del modelo agropecuario neoliberal aprovechan la coyuntura para impulsar políticas que son más de lo mismo: más apertura comercial y mayor difusión a las nuevas tecnologías (como los transgénicos). Por eso Robert Zoellick propone que ahora sí hay que relanzar la Ronda de Doha, y Pascal Lamy, director de la Organización Mundial de Comercio (OMC), afirma que sólo la Ronda de Doha puede estabilizar la situación actual. Los brujos del libre comercio han hablado.
Pero la realidad es terca frente a la brujería. Hoy sabemos que la oferta sigue siendo superior a la demanda de alimentos: desde 1961 la producción mundial de cereales se triplicó, mientras que la población se duplicó. Y en 2007 la producción mundial de cereales superó los 2 mil 300 millones de toneladas (un crecimiento de 4 por ciento en relación con el año anterior). Entonces, ¿por qué el aumento de precios?
Esta crisis es resultado de tres décadas de políticas equivocadas para el sector agrícola a escala mundial. Esas políticas erosionaron la capacidad productiva de millones de campesinos y productores independientes en el mundo, con un altísimo costo ambiental que pagarán las generaciones futuras. También dislocaron las redes de comercialización mundial y socavaron la soberanía alimentaria de familias y comunidades rurales en todo el planeta.
La apertura comercial permitió a los países ricos inundar los mercados de las naciones pobres con sus productos agrícolas, altamente subsidiados y a precios artificialmente bajos. También abrió el mercado de tierras y permitió su concentración en pocas manos. Al mismo tiempo, se retiró el apoyo gubernamental al campesinado en un contexto de política macroeconómica dictado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
La soberanía alimentaria se abandonó como objetivo y se impulsó la concentración de poder económico en manos de unos cuantos jugadores. El resultado fue que los productores locales sufrieron un ataque con fuego cruzado y los beneficiarios fueron los grandes consorcios comercializadores y procesadores de granos y aceites a escala planetaria. La concentración de poder en unos cuantos grupos corporativos gigantes ha propiciado la especulación, así como la manipulación de inventarios y precios. Eso explica los recientes aumentos en las ganancias de Cargill (86 por ciento en el primer trimestre de 2008), ADM (67 por ciento en 2007), Monsanto (44 por ciento), Bunge (49 por ciento en 2007) y Syngenta (28 por ciento en 2007). Mientras los pobres del mundo gimen adoloridos, los buitres afilan sus garras.
La OMC jamás quiso ocuparse de esto. Frente al uso regular de prácticas desleales de comercio, ese organismo debió haber impulsado un acuerdo mundial para contrarrestar los efectos nocivos de la concentración de poder de mercado. En lugar de hacerlo, simplemente desvió la mirada hacia la tierra prometida de los beneficios ilusorios de la apertura comercial.
La crisis revela que el modelo agropecuario neoliberal está en bancarrota. La alternativa está en una agricultura social y ambientalmente responsable. Las organizaciones civiles (comenzando con Vía Campesina) lo saben. La tecnología de esta producción sustentable está disponible y el abanico de políticas económicas alternativas es conocido. Los que no están listos son los gobiernos y sus funcionarios entregados a las grandes corporaciones.
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