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El deber de la información |
Se habla mucho del derecho a la información, pero a menudo nos olvidamos de que estar informado es también un deber.
Y en un momento en que los grandes medios de comunicación no son en absoluto fiables, puesto que manipulan y tergiversan sistemáticamente las noticias (cuando no mienten abiertamente) en función de los intereses de sus propietarios, tenemos el deber de informarnos en los medios alternativos, así como de contribuir a la difusión de la información veraz y del pensamiento crítico. Lo cual, por suerte, cada vez es más fácil y está al alcance de más personas.
Los principales y más asequibles medios de información alternativos son los periódicos digitales (como Insurgente, La Haine, Nodo 50, Rebelión, etc.); pero tampoco es difícil acceder a emisoras de radio y televisión que, desde dentro y fuera del propio país, ofrecen una visión del mundo distinta de la que intentan imponernos los poderes establecidos. En un momento en el que, a escala mundial, la dominación se ejerce tanto con las armas como con el lenguaje (verbal e icónico), buscar, generar y difundir una alternativa al discurso dominante es un inexcusable deber democrático.
Muchas personas todavía se rasgan las vestiduras ante la indiferencia del pueblo alemán durante el nazismo. ¿Por qué no se las rasgan ante su propia indiferencia? El Gobierno del PP apoyó directamente la invasión de Iraq basándose en mentiras tan flagrantes como las difundidas en su día por los nazis, y no solo no están en la cárcel Aznar y sus colaboradores, sino que en las últimas elecciones el PP ha obtenido más de diez millones de votos. ¿Son mejores los españoles que siguen votando al PP después de la invasión de Iraq que los alemanes que siguieron apoyando a Hitler tras la invasión de Polonia? En la península hay varias bases militares estadounidenses funcionando a pleno rendimiento (algunas incluso en proceso de ampliación), y hay tropas españolas en Líbano y Afganistán, lo que significa que el Gobierno español está colaborando activamente con el eje Washington-Tel Aviv, es decir, con el fascismo del siglo XXI. Quienes aceptan esta política, ¿son mejores que quienes aceptaron a Hitler, a Mussolini o a Franco? Quienes llaman a esto democracia, ¿son mejores que quienes llamaban “democracia orgánica” a la dictadura franquista?
No es casual que Hitler encargara la coordinación de la “guerra total”, la “solución final”, a Goebbels, su ministro de propaganda, el hombre que decía que una mentira repetida muchas veces se convierte en una verdad, mientras que una verdad que nadie dice deja de existir. Evidentemente, no fueron los nazis los primeros en utilizar los medios de comunicación como instrumento político, y tampoco fueron los primeros que intentaron exterminar a todo un pueblo; pero ellos abordaron ambas tareas con una frialdad y un rigor “científico” que crearía escuela. Y solo los necios y los fariseos pueden rasgarse las vestiduras ante la pasiva complicidad del pueblo alemán con los horrores del nazismo, pues en los años treinta y cuarenta la información fluía de una forma mucho más lenta y era mucho más controlable por el poder que en la actualidad, por lo que quienes ahora buscan en la ignorancia una coartada son tanto o más culpables que quienes lo hicieron entonces.
El punto culminante de la manipulación mediática se alcanzó a principios de los noventa, a raíz de la mal llamada “Guerra del Golfo”. Como ha mostrado Michel Collon en su imprescindible libro Ojo con los media y en varios documentales sobre los conflictos del Golfo y de los Balcanes, en la última década del siglo pasado asistimos a la construcción sistemática y minuciosa, por parte de los grandes medios al servicio del poder, de una seudorrealidad mediática que intentó (y en buena medida lo consiguió) suplantar a la realidad objetiva. La famosa emisión radiofónica de Orson Welles, en 1938, sobre una supuesta invasión de los marcianos inspirada en La guerra de los mundos de H. G. Wells, podría considerarse un precedente de esta construcción mediática de otra guerra fabulada; solo que en los años treinta se trató de una broma local rápidamente desmentida, y en los noventa, de un colosal fraude informativo a escala planetaria, cuyos efectos en parte aún perduran.
Pero solo en parte, por suerte, pues aquel punto culminante fue también un punto de inflexión. No es casual que los medios alternativos empezaran a proliferar y a consolidarse a raíz de y como reacción contra la mayor manipulación mediática de todos los tiempos; en consecuencia, la campaña de mentiras y omisiones orquestada por Washington tras el 11-S, y respaldada por la mayoría de los grandes medios, ha encontrado en unas movilizaciones sociales cada vez más amplias y en unos medios alternativos cada vez más eficaces una contraofensiva fuerte y con vocación de continuidad.
Según el discurso oficial, que los grandes medios repiten a todas horas con la misma insistencia con que repiten los eslóganes publicitarios (y por las mismas razones), las supuestas democracias occidentales se enfrentan al “terrorismo islámico”; y, a escala local, la supuesta democracia española se enfrenta al “terrorismo” de ETA. Lo cierto, tanto a escala mundial como local, es que el terrorismo judeocristiano, el terrorismo de Estado (sin comillas), genera una violencia disidente cuyas acciones concretas son a menudo lamentables, pero cuya existencia es un mero epifenómeno de la violencia institucional. Hay que repetirlo con la misma insistencia con que el poder repite sus mentiras; también en eso consiste el deber de la información.
Carlo Frabetti

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, medios, mentiras, multitud.
A finales del siglo XIX, el Imperio Otomano, en franca descomposición, aún dominaba buena parte del Medio Oriente mientras las grandes potencias colonialistas de Europa trabajaban para despedazarlo y apoderarse de una región considerada estratégica por su emplazamiento geográfico y sus recursos naturales. Todavía el petróleo no se había convertido en savia vital para el desarrollo moderno.
La coyuntura para lograrlo surgió cuando Turquía se alió a Alemania en la I Guerra Mundial, hecho aprovechado por Francia e Inglaterra para intensificar su penetración en la región, buscando el apoyo de fuerzas árabes bajo la promesa, incumplida después, de permitirles establecer un reino árabe independiente. Ambas potencias firmaron de forma secreta en 1916, el Tratado Sykes-Picot, mediante el cual se distribuían la región trazando fronteras de acuerdo con sus intereses, en lo que puede considerarse el inicio de la tragedia que llega hasta nuestros días.
La ocupación colonial se impuso a sangre y fuego reprimiendo el naciente movimiento nacionalista e independentista árabe, que incluyó el bombardeo de Damasco por los franceses y la utilización por los británicos de gases mortales contra los patriotas iraquíes.
El sionismo, corriente política extremista, surgió a finales del siglo XIX basándose en el concepto de que los fieles de la religión judía en cualquier parte del mundo, constituían una nación y un pueblo especial elegido por Dios, al cual según se narraba en el Antiguo Testamento, este había otorgado el derecho a ocupar la tierra prometida en Palestina. Argumentando discriminaciones y persecuciones, sus ideas, rechazadas por muchos judíos en un inicio, fueron impulsadas después por el dinero del gran capital en el Viejo Continente y encontraron respaldo en los gobernantes británicos, que creyéndolo útil a sus intereses, otorgaron en 1917 —mediante un documento conocido como Declaración Balfour—, el derecho a iniciar la ocupación de ese territorio para constituir allí lo que llamaron un hogar nacional para el pueblo judío.
Por ese entonces, la casi totalidad de la tierra en Palestina era propiedad de la población árabe que había vivido allí desde siempre, por lo que Inglaterra concedió a los sionistas algo que no le pertenecía. Ello dio lugar a la violencia que se iniciaría desde los años 20 y cuya escalada se mantiene hasta hoy.
Los sionistas consumaron la ocupación expulsando a los palestinos de decenas de pueblos y ciudades, mediante una campaña terrorista que estos han calificado como la nakba (tragedia), la cual culminaría con la constitución del estado de Israel el 14 de mayo de 1948, hace ahora 60 años (8 de mayo según el calendario judío). Se crearía también otro problema, el de millones de palestinos refugiados en países vecinos.
Ya por entonces, los intereses imperialistas estadounidenses atraídos por el petróleo, habían desplazado en lo esencial a los británicos en el Medio Oriente y el inicial conflicto palestino se extendía convirtiéndose en el conflicto del Medio Oriente, insertándose paulatinamente en el marco de la confrontación este-oeste. El enclave sionista devino hasta nuestros días en base para los planes de dominación de Washington y para frenar los movimientos nacionalistas y de liberación en la importante región.
Paralelo a este proceso histórico, se produjo una fuerte y creciente penetración sionista en los círculos de poder de los Estados Unidos, que confluyendo con sus corrientes políticas más conservadoras y reaccionarias, promovieron varias guerras y llevaron a cabo en los últimos años, la criminal invasión y ocupación de Iraq; amenazan con atacar a Irán y Siria; y propugnan la toma del poder en el Líbano por fuerzas que le sean afines. Son también los responsables de que continúe el martirio palestino al rechazar el reconocimiento de los derechos de este pueblo.
Imperialismo y sionismo mancomunados, emplean cualquier método: cárceles secretas, secuestros y torturas; campos de concentración; utilización de armamentos de todo tipo, así como una permanente campaña no menos letal, de terrorismo mediático.
Y continúan gritando: ¡Terrorismo islámico!
Pero no, qué va... Ni Allah, Dios o Jehová, tienen que ver con esto. La violencia y el terrorismo fueron sembrados por el colonialismo, y los cultivó y siguen haciéndolo el imperialismo y el sionismo.
Cese la filosofía del despojo y finalizará la filosofía de la guerra, dijo Fidel en Naciones Unidas hace varias décadas y sus palabras tienen hoy más vigencia que nunca.
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