No podemos perder de vista que la lucrativa centralidad que gana su criminalización en la agenda informativa sirve para marginar discusiones clave desde el punto de vista de la distribución de la riqueza social y del bienestar cultural.
Tampoco que, con escasos mimbres, estos colectivos de estudiantes intentan promover una reflexión intelectual y una acción política frente a déficits sociales y democráticos más que evidentes. En estos entramados, están los activistas desobedientes que reclaman que “otro mundo es posible” y, con las tecnologías de comunicación a su alcance, intentan reinventar ciudadanías más participativas, más comunitarias y más emancipadoras.
Los llamados radicales también hacen política y, al igual que Rosa Díez, necesitan visibilidad. Ya a nadie se le escapa que, en la sociedad mediática, la estructura de oportunidad informativa precede a la política, y la estrategia televisiva determina la posibilidad de pasar de las agendas públicas a las informativas y políticas-electorales.
Todos deberíamos lamentar que, en la mezquina lucha por la visibilidad en este cerrado contexto mediático, la deliberación queda totalmente marginada, al mismo tiempo que la violencia, informativamente enaltecida, alimenta la confusión en el no debate sobre los conflictos sociales y políticos.
Sólo así se puede entender la maniquea disputa de las etiquetas de fascistas y antifascistas en un país que vivió cuarenta años de franquismo.
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conocimiento, medios, mentiras, multitud, politica, violencia.
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