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El “pesebre” del sistema

Solía decir Lenin que la revolución era como un tren, mientras algunos bajaban habían otros que subían. Se podría añadir que según las fases históricas, y también según las circunstancias del viaje. En las épocas difíciles, son más los que se bajan que los que suben, y entre los que bajan, no todos lo hacen con la misma dignidad, ni con las mismas contradicciones.

A muchos amigos y amigas les cuesta comprender como es posible que alguien con una trayectoria revolucionaria acabe comiendo en el “pesebre” del sistema. Aunque su indignación moral resulta comprensible, en realidad, no se trata de nada inusual, ha ocurrido en todas las épocas, e incluso se trata de una peripecia que –según como- resulta bastante apreciada entre los conservadores más ilustrados.

De hecho, la conocida frase según la cual quien no es anarquista a los veinte años es que no tiene corazón, pero quien no es conservador a los cincuenta es que no tiene cerebro, viene a ser como una versión moderna de la parábola bíblica del “hijo pródigo”. La historia de la literatura y del cine está llena de argumentos en los que, al final de cuentas, será el hijo rebelde el que regrese al hogar y asuma la continuidad familiar con la particularidad de que, tras haber vivido unas experiencias de gran calado, de haber desafiado autoridades de todo tipo, puede asumir una actividad renovada de la saga familiar que los hijos más sumisos y tradicionales no han sabrían hacer.

Bien mirado, la experiencia inconformista suele ser como una carrera “universitaria”, creo que fue Máximo Gorki el que primero habló de la “universidad de la vida”. Sobre todo claro está, sí se sabe aprovechar, se reflexiona y se aprende de sus aciertos y errores. En un sentido o en otro. En el sentido digamos “positivo”, resulta inapreciable. Así por ejemplo, no se podrá comprender los desvaríos de la “nueva izquierda” en el antifranquismo de los sesenta-setenta, sin el tremendo corte generacional que significó el resultado de la guerra civil. Entre estos desvaríos cabría registrar el sectarismo –el creer a pie juntillas las cuatro reglas aprendidas, y considerarlas como sí fuesen álgebra-, y el espíritu de grupo, renunciando a tener un pensamiento propio. Creo que estos dos factores resultan necesarios parta comprender la súbita descomposición de los diversos grupos maoístas, dos de los cuales (PTE y ORT), llegaron a crear “correas de transmisión” sindicales incapaces de coexistir, no ya con una mayoría de comisiones, sino incluso entre ellas mismas.

El final desconcertante de estas experiencias explica que la mayoría de los “profesionales” de estos partidos, acabaran “colocados”. Hubieron pueblos en los la mayoría de sus componentes acabaron instalado en el PSOE, y en el caso del sindicalismo, en Comisiones o en UGT, pero ya con cargos, y de vuelta de toda tentación. Habían roto drásticamente con sus fidelidades, y con la excepción de algunos sectores militantes, se hicieron unos cínicos redomados. Se dieron casos –podía citar el caso de Antoni Fernández Teixidor, el “camarada Demian”-, que perdieron el tren de la primera hora, y cuando se dieron cuenta que una mayoría se había instalado, iniciaron una aventura desesperada por encontrar su lugar en el paraguas institucional en que acabarían haciendo “carrera”.

En estos casos, la experiencia militante era, es, un grado del que carecen los advenedizos que entran directamente en la política, sin haber pegado un tiro. No hay más que darse una vuelta por las administraciones locales para percibir el escaso nivel “profesional” de los cargos que han pasado directamente a buscar su “chollo” personal como candidato aprovechando tal amistad o tal cualidad. En los casos de antiguos izquierdistas reconvertidos, lo más patético es cuando se sienten obligados a demostrar sus capacidades y la autenticidad de su reconversión, haciendo de “martillo de herejes”. Los sindicalistas verdaderamente combativos saben que poco tienen que hacer cuando la patronal viene asesorada por un antiguo colega, y recuerdo en este sentido alguna anécdota relacionada con Joaquín Trigo, actualmente uno de los pesos pesados del Foment en Catalunya, y que de joven fue el “camarada Trude”, uno de los líderes universitarios más reconocidos de la LCR (y LC) en los años setenta. Otro que tal sería Joaquín Nieto, que fue durante años el portavoz más combativo y autorizado de la Izquierda Sindical en Comisiones, un agitador nato, que acabó actuando como el “brazo armado” de la burocracia de Comisiones en contra de la Corriente Crítica, y especialmente contra sus antiguos camaradas.

Estas cosas se pueden hacer incluso en plan virtuoso, así Fernández Teixidor llegó a citar a Rosa Luxemburgo ante los obreros de la SEAT en un mitin del CDS (de Adolfo Suárez), y Nieto atacaba a los disidentes por servir a los intereses del PCE, criticando la teoría de la “correa de transmisión” cuando estaban en un camino que les llevaba a ser “correa de transmisión” del partido gobernante.

No se puede simplificar ante este tipo de mutaciones, sobre todo en épocas en que partidos comunistas enteros, por no hablar de grupos o de corrientes como la que representaron en su día los “verdes alemanes”. A veces afecta a militantes de escasa envergadura, esto resulta muy propio entre los más dados a las “teorizaciones”, que al descubrir que la apuesta revolucionaria es una opción de vida comparable a la que puede representar el mito de Sísifo, tienden con cierta facilidad a asumir las justificaciones necesarias. Esto explica por ejemplo que buena parte del aparato intelectual del LCR acabara integrado, aunque en todo caso convendría establecer distinciones entre los que “se quedan en casa”, los que se instalan pero haciendo “mutis por el foro”, cumpliendo con tal o cual cargo, actitudes diferentes del renegado que se ve obligado a justificar su papel de converso.

En este tipo de metamorfosis coinciden numerosos aspectos, y se puede dar en militantes de los “que nadie se lo esperaba”. A veces es el producto de una opción muy determinista, de una apuesta personal por avances y cambios, que luego no se confirman. Influye mucho la situación personal, cuando dicha apuesta está muy ligada con una organización que se desploma, y se trata de comenzar de nuevo. También influyen los “desarreglos” sentimentales, militantes que han aplazado sus citas vitales con la vida…En realidad, resulta muy difícil sino imposible tipificar. Sí se puede asegurar que la “salida” no es la misma de una organización burocrática, producto de esa tradición (estalinista) que valora al militante mientras es fiel, pero que considera “traición” cualquier discrepancia. No es la misma tampoco para quienes se han “encerrado” en una organización que para los que se han mantenido más abiertamente…

Gutiérrez-Álvarez

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