La «financiarización» del sistema liberal, considerado por muchos como una forma nueva y duradera del capitalismo era, desde mi punto de vista, sólo un arreglo coyuntural para que el capitalismo superase sus contradicciones. El crecimiento de las rentas del capital y la reducción de las rentas del trabajo no podían durar eternamente. La vertiente financiera del sistema es su talón de Aquiles. Las subprimes no son la causa de la crisis, que es sistémica, sino únicamente el accidente que la puso en marcha. Después de privatizar las ganancias, las potencias dominantes se van a emplear en socializar las pérdidas, es decir, van a hacérselas pagar a los trabajadores, a los jubilados y a los países vulnerables del Tercer Mundo. El capitalismo como sistema histórico no tuvo una maduración muy larga. Al contrario, su apogeo, que empezó en el plano político por la Revolución francesa y en el plano económico por la revolución industrial, se concentró en el siglo XIX, es decir, en un período muy corto. El fin de ese apogeo se anunció muy temprano, desde 1871 por «La Comuna de París» y poco después, en 1917, por la primera revolución en nombre del socialismo, la Revolución Rusa. Al contrario de lo que señalan las apariencias y las opiniones dominantes, el capitalismo ya entró entonces en un largo período de decadencia. Cuestionado en el siglo XX como sistema económico, social y político por los proyectos alternativos (socialistas y comunistas), también se enfrenta a los enormes contrastes que el propio capitalismo origina entre los centros dominantes y las periferias dominadas. Esos contrastes alimentaron la rebelión, la negativa de los pueblos dominados a someterse, a aceptar la dominación y la degradación de las condiciones sociales que engendra dicho sistema.
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