Hubo un tiempo en que España era un hervidero de luchas intestinas, de escaramuzas y de pactos. En ciudades como Córdoba o Toledo florecían las artes y las ciencias, y hasta allí acudían filósofos y matemáticos, geógrafos, físicos y poetas. El sur de España era el Manhattan del siglo XV. La caída de Granada no sólo acabó con ocho siglos de presencia musulmana, sino que arrojó del país a decenas de miles de judíos y moriscos, herederos de una tradición cultural que cruzó el Estrecho y se extendió hasta más allá de las arenas del desierto. Quinientos años más tarde, las bibliotecas que salpican la ruta de Tetuán a Tombuctú conservan todavía los manuscritos andalusíes de aquellos que huyeron prácticamente con lo puesto.
Xauen -Los Cuernos en árabe, en alusión a los dos picos que dominan la población- se levanta al abrigo de la cordillera del Rif, a tres horas de Ceuta por carreteras sin iluminar y repletas de baches. La localidad ofrece una imagen imborrable, a medio camino de la plaza autónoma y las ciudades imperiales de Fez y Meknes. La ladera de la montaña aparece cubierta de un mosaico azul y blanco de casas, el barrio andalusí, salpicado aquí y allá de minaretes.
Vista desde la llanura, Xaouen trae a la memoria al escritor norteamericano Paul Bowles cuando se refería a la vecina Tánger, «un mundo de juguete donde sus habitantes, con sus disfraces típicos, se dedican al eterno juego de comprar y vender; un montón de cubos para construcciones infantiles alineados descuidadamente sobre el costado de una colina». Los jerifes fundaron la plaza en 1493 para proteger la ruta de los conquistadores portugueses. Aún hoy todas las miradas se vuelven hacia la medina, a la que dan acceso siete puertas abiertas en la muralla. Es fácil enamorarse de ella, un laberinto de calles que en apariencia se extiende sin orden ni concierto, donde cada rincón esconde una sorpresa: un cibercafé empapelado de pósters de Ronaldo y Messi, tahonas que inundan la calle de un aroma a crepes y miel, telares de alfombras que lucen filigranas imposibles, y un goteo incesante de velos y chilabas que parecen devolvernos a las 'Mil y una noches'.
La hora del 'salat'
Es entonces cuando llega hasta nosotros la llamada a la oración, que el muecín lanza invariablemente desde un minarete con desconchones de pintura, y que se derrama por callejas y tejavanas como si fuera un mantra. Los fieles se agolpan descalzos en la mezquita, la frente pegada al suelo en dirección a La Meca, mientras escuchan el sermón del imán. Es el 'salat', el rezo preceptivo que se repite cinco veces al día, uno de los pilares fundamentales del Islam, lo que no impide que pasen el resto del día desgranando las cuentas de un rosario mientras enumeran los 99 atributos de Alá.
El centro neurálgico de Chefchaouen es la plaza Mohamed V, a la que se asoman hoteles con nombres tan fuera de lugar como 'Boston' y donde cuadrillas de jóvenes matan el tiempo a la espera de un turista al que introducir en los misterios de la medina por un módico precio. El acceso principal a esa madeja de calles con sabor medieval es el Bab Souk, la Puerta del Zoco, antesala de un barrio donde priman dos colores: el blanco para atenuar los rigores del sol en verano, y el azul, que repele las moscas. El mejor consejo, una vez engullido por el laberinto, es dejarse perder, con la seguridad absoluta de que los lugares de interés irán cayendo como fruta madura. Las 'zaouias' o cofradías, las madrasas donde los niños se adentran en los misterios del islamismo, las mezquitas, una por cada barrio...
Los pasos nos conducirán más pronto que tarde a la plaza Uta el-Hammam, flanqueada por la Gran Mezquita , el fonduc -un albergue que se remonta a los tiempos de los caravaneros, todavía en activo- y la kasbah, que alberga entre sus muros el museo etnográfico. El paseo, sin embargo, no estará completo hasta llegar a Ras el Ma, el río que se descuelga del monte entre pequeñas cascadas, donde todavía hoy las mujeres se arremolinan por la tarde para lavar la ropa.
Al igual que Tetuán, Xauen formó parte del Protectorado español allá por la década de los 20, cuando las kabilas de Abd el- Krim le complicaron la vida a la Dictadura de Primo de Rivera. El uso del castellano es bastante habitual y basta con darse una vuelta para descubrir signos de una relación fluida: desde la sede del Instituto Cervantes o iniciativas turísticas para dar a conocer el vecino parque natural de Bouhachem, hasta obras públicas de envergadura como las conducciones de agua, un proyecto del que se ha hecho cargo la Junta de Andalucía. También los españoles son mayoría entre los turistas que se acercan al Rif.
Más fácil que una cerveza
Como ocurre con todas las ciudades árabes, la medina es un inmenso bazar donde es posible encontrar absolutamente de todo. Alfombras, lámparas granadinas, cuero, quincalla, frutos secos, té moruno, dátiles, fósiles, aceite de argán... También hachís, que forma parte de los usos y costumbres del país desde tiempo inmemorial. Marruecos es, posiblemente, el lugar del mundo donde se consigue con más facilidad, todo lo contrario que una simple cerveza. En cuanto el viajero desciende del coche, un enjambre de 'amigos' se acercan para ofrecer sus servicios; una lista que incluye desde hoteles y restaurantes hasta babuchas y alfarería, pero que invariablemente empieza por el popular derivado del cannabis. En cuanto uno se aleja unos metros del barrio andalusí y se adentra en el monte, no pasa ni media hora antes de descubrir las chabolas miserables donde los lugareños se entregan con afán a su elaboración.
El cultivo de la planta arranca en marzo y se prolonga hasta agosto. Una vez recogida, deben pasar dos o tres meses para que se seque y sólo entonces está lista para extraer la droga. Las ramas se colocan sobre una palangana cubierta por un tamiz y se golpea la superficie con varas para que se desprenda el polen que, una vez prensado, se vende en forma de bolas aromáticas y constituye la base de la economía doméstica para una parte de la población. También se comercializan las hojas -el kif- y por supuesto el aceite, que exige más elaboración: obtienen un gramo por cada diez de polen después de mezclarlo con alcohol. Todo un ritual al que nadie es capaz de poner fecha, pero que pervive como la industria local por excelencia.
Publicado por
Pause
contiene 0
comentarios.