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Teoría económica a la deriva |
¿Cómo explica la teoría económica la actual crisis de las principales economías capitalistas del mundo? La verdad es que si analizamos la teoría económica que predomina en los bancos centrales y ministerios de Hacienda, veremos que no puede explicarnos la crisis. Es más, para esa teoría, la crisis no debería estar ocurriendo. Para hablar de esto es necesario adentrarnos en el arcano mundo de la teoría económica.
En la década de los 70 se presenta una doble crisis en la teoría económica. En la llamada teoría microeconómica la crisis es terminal: para 1974 ya está demostrado que no existe una base científica para pensar que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente. Eso debería haber sido suficiente para declarar cerrado el programa de investigación teórica basado en la fe en la bondad del mercado libre. Pero los economistas en el mundo académico prefirieron ignorar los problemas y siguieron torturando a sus estudiantes, enseñándoles la parte sin interés de la teoría de equilibrio general y evitando mencionarles que con esa teoría no se puede demostrar cómo se forman los precios de equilibrio. Desde entonces, vemos salir de las universidades legiones de economistas que creen (injustificadamente) que en alguna parte existe una teoría rigurosa que demuestra que los mercados asignan los recursos de una sociedad de manera eficiente.
En la teoría macroeconómica sucedió algo peor. En la década de los 60 los economistas que se reclamaban de Keynes descubrieron la llamada curva de Phillips y pensaron podían utilizarla para completar y defender el pensamiento de su maestro. Grosso modo, esa curva decía que existía una relación inversa entre desempleo e inflación: cuando aumentaba la inflación, el desempleo disminuía y viceversa. Pero en los años 70 se presentó un episodio de inflación con desempleo. Según el modelo, eso no debería estar pasando.
La estanflación marcó la debacle de esta vertiente del keynesianismo y el auge del pensamiento monetarista. Bajo el liderazgo de Milton Friedman surgió una visión de la economía según la cual “la inflación siempre y en todo lugar es un fenómeno monetario”. De acuerdo con este razonamiento, la variable clave para estabilizar los precios sería la oferta monetaria. Sin un análisis científico serio, Friedman concluyó que ese resultado (controlar la inflación) sería compatible con niveles adecuados de empleo. La base de todo este razonamiento es la fe inquebrantable en la estabilidad de los mercados en una economía capitalista (justo lo contrario de lo que la teoría microeconómica había descubierto para 1974).
En un ensayo publicado en 1968 Friedman concluyó con la idea sorprendente de que para cada nivel de pleno empleo, hay una tasa “natural” de desempleo. Esa tasa natural corresponde a lo que se ha llamado desempleo friccional (determinado por el tiempo que pasan los trabajadores buscando empleo). De aquí se derivó la NAIRU, acrónimo en inglés que corresponde a la tasa de desempleo compatible con una tasa de inflación sin aceleración en el incremento de precios. Todo este edificio teórico servía para justificar que el objetivo único de la política monetaria debía ser el control de la inflación.
Para los 90, economistas como Bob Eisner habían destruido las bases analíticas de la NAIRU. Y en los hechos la tasa de desempleo se redujo una y otra vez, sin que se disparara la inflación. Es más, la oferta monetaria tuvo fuertes variaciones y la inflación no aumentó. Todo eso desmintió brutalmente la creencia central de los monetaristas sobre la relación entre oferta monetaria e inflación.
En cuanto a la inestabilidad en los mercados financieros, la serie de crisis de los años 90 debió por lo menos sacudir la fe de los monetaristas en la estabilidad de los mercados capitalistas y llevarlos a concluir en la necesidad de volver a regular el sector financiero. No fue así. ¿Serán tontos? No, lo que sucede es que las autoridades monetarias viven subordinadas a los intereses del sector financiero.
Hoy observamos que en la Reserva Federal sigue dominando un esquema monetarista. Por eso el problema para la política macroeconómica se define como antes: hay que encontrar el nivel preciso de oferta monetaria para controlar la inflación y mantener el empleo en un nivel adecuado. La Fed se equivoca nuevamente: el origen de la crisis se encuentra en la desregulación financiera y en una política monetaria dedicada a alimentar burbujas especulativas.
Por eso las teorías que dominan en la Fed (y en muchos bancos centrales) no pueden decir nada relevante sobre la crisis: ni sobre sus orígenes, ni sobre la política para enfrentarla. El verdadero problema es que el mercado capitalista es intrínsecamente inestable y la crisis es la forma natural de vida de este sistema económico. En un marco reformista por lo menos habría que acordar que la respuesta de política correcta es la regulación y la intervención pública.

Muchas de las críticas se concentraron en la noción de que la banca se ha alejado de su propósito fundamental. En medio de su afán por mejorar sus ganancias "lo que se ha perdido es la idea de que el banquero tiene cierta responsabilidad de proteger los intereses de los clientes", dijo Daniel McFadden, quien ganó el Premio Nóbel de Economía en 2000 por una investigación concentrada en los procesos de toma de decisiones de los individuos.
Aunque un mercado en el que las hipotecas pueden ser convertidas en valores que se vendan a los bancos de todo el mundo puede ser eficiente, dijo McFadden, "la forma más eficiente de organizar la actividad económica también puede ser la más frágil. El Congreso debe considerar los costos de la volatilidad y la inestabilidad".
Sin embargo, un afán regulador podría tener consecuencias nefastas, advirtió Myron Scholes, quién ganó el Nóbel en 1997 por un método para valorar derivados, instrumentos financieros cuyo precio cambia según el valor de los activos relacionados. Tras repasar las funciones básicas de los sistemas financieros, incluyendo la financiación de los proyectos a gran escala, la facilitación del ahorro y la asignación de precios a los activos, Scholes atribuyó décadas de crecimiento económico a innovaciones que permitieron que las instituciones "desempeñaran estas funciones de manera más eficiente".
Scholes, uno de los fundadores de Long-Term Capital Management, el fondo de cobertura que colapsó durante la crisis asiática a finales de los 90, manifestó que "a veces el costo de la regulación puede ser mucho mayor que sus beneficios". Un ejemplo, agregó, es la legislación contable conocida como Sarbanes-Oxley, implementada después del colapso de Enron a principios de la década. Estas reglas han sido criticadas por quitarle atractivo a Estados Unidos como destino de inversión.
Joseph Stiglitz, que ganó el Nóbel en 2001, sugirió que las innovaciones equivocadas fueron la causa de los problemas actuales. El profesor de Economía de la Universidad de Columbia resaltó que la evaluación de riesgo más importante para los deudores hipotecarios es la probabilidad de que pierdan su hogar en medio de la volatilidad del mercado. Añadió que "estos son los problemas que los productos [de los mercados financieros] deberían combatir. En cambio, crearon riesgos y ahora estamos sufriendo las consecuencias de esta llamada innovación".
Hay algunas áreas en las que los premios Nóbel coinciden. Los estándares que miden cuánto capital deben tener los bancos, llamados Basilea II por la ciudad suiza en la que fueron desarrollados, se concentran demasiado en los riesgos diarios y no lo suficiente en cómo enfrentar las crisis. "Lo que sucede la mayoría de las veces no es importante", dijo Scholes, quien destacó que las turbulencias financieras actuales ocurren poco después de la explosión de la burbuja de las puntocom y la crisis asiática de finales de los 90. "Tenemos que aprender a absorber los shocks cuando estos ocurren".
Una idea que podría ayudar a prevenir una crisis similar sería la creación de una comisión que aprobaría los productos financieros antes que sean lanzados. El organismo jugaría un papel similar al de la Administración de Drogas y Alimentos de EE.UU. (FDA), dijo McFadden. "Podríamos necesitar un regulador que pruebe la fortaleza de los instrumentos financieros y apruebe sólo los usos en los que no podrían causar daños".
Sin embargo, hacer modificaciones a un sistema fundamentalmente defectuoso podría no ser suficiente, dijo Muhammad Yunus, cuyo éxito al conceder pequeños préstamos a personas pobres para obtener créditos tradicionales lo llevó a él y su banco Graneen a ganar el Nóbel de la Paz en 2006.
"Nuestra banca es sub sub sub sub prime", dijo Yunus, señalando que su modelo no requiere el uso de un colateral, no ofrece un seguro y se precia de no involucrar a abogados. La parte positiva es que "nuestra tasa de pago es muy alta. Como 98% o 99%".
Para Scholes, uno de los fundadores del célebre fondo Long-Term Capital Management (LTCM), que se hundió en 1998 en plena crisis de Rusia, "las instituciones financieras todavía necesitan recortar los préstamos y fortalecer sus balances mediante aumentos de capital adicionales y la venta de activos, lo que perjudicará a las empresas para financiar sus actividades a largo plazo".
Igual de alto y claro habló Daniel McFadden, premiado en el 2000, que expresó su convencimiento de que la actual crisis provocada hace un año por la alta morosidad de las hipotecas de alto riesgo (subprime)en Estados Unidos seguirá golpeando a los mercados financieros y a la economía mundial. No pronosticó, sin embargo, cuándo se vislumbrará la recuperación.
"Mientras siga la crisis vamos a ver muchas quiebras empresariales", dijo el economista estadounidense, que sólo avanzó propuestas para que no se repita una situación como la actual. McFadden abogó por fundar una entidad similar a la Administración de Alimentos y Fármacos de EE. UU., que supervisará y certificará los nuevos instrumentos financieros que salen al mercado para evitar así la creación de burbujas especulativas y su efecto dominó cuando estallan.
Este economista, hijo de banquero, planteó esta iniciativa porque opina que alguien debe preocuparse de los afectados. "Antes, los banqueros actuaban como abogados de sus clientes, ahora ya nadie se comporta así", dijo McFadden.
También en la línea de señalar culpables se mostró Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en el 2001, que comentó que el origen de la actual crisis financiera es la evidencia de un error tremendo de los reguladores y supervisores de la economía.
Representando una vez más su papel de enfant terrible con el fenómeno de la globalización, Stiglitz criticó la actitud de los bancos y de los reguladores. Dijo que "fue un fallo espectacular de los cerebros de la economía". "Había una fiesta y el regulador, que tenía el mismo pensamiento que los que participaban en ella, no quiso convertirse en un aguafiestas", concluyó el ex economista jefe del Banco Mundial.
Pero en la pequeña isla de Mainau, en el lago Constanza, donde tuvo lugar la tercera edición de este encuentro bienal de premios Nobel de Economía con sus potenciales sucesores, que organiza el Comité de Reuniones de Premios Nobel y la Fundación de Reuniones de Premios Nobel, hubo más voces que dibujaron un panorama sombrío.
Así, por ejemplo, Robert Solow, premiado en 1984, aseguró: "Si bien aún no sabemos si estamos ante una recesión global, debemos prepararnos, porque en los próximos años el crecimiento será mucho más débil". Solow, de 84 años, confesó, asimismo, que a su edad ya no se hace muchas ilusiones "porque en su conjunto el crecimiento económico no irá muy bien".
Por su parte, Mohamed Yunus, premio Nobel de la Paz en el 2006 por sus esfuerzos para incentivar el desarrollo social y económico y creador del Banco Grameen, fue quien mejor representó quizás el espíritu que afloró en las intervenciones de sus galardonados colegas económicos. Según la edición on line de Die Welt,Yunus razonó: "En la medida en que nadie quiere volver a sufrir una situación mundial como la actual, confío en que este problema desaparezca apaciblemente".
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