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Las raíces de la guerra de Afganistán |
El nuevo Presidente de EE.UU., el Sr. Barack Hussein Obama, ha indicado que una de sus intenciones es pedir a sus aliados de la NATO que aumenten su contribución a la guerra del Afganistán. De ahí la urgencia de que la población española esté informada sobre el origen de aquel conflicto. Por desgracia, la gran mayoría de los medios de información españoles han dado una versión sesgada de lo ocurrido en aquel país.
La primera vez que Afganistán apareció en los medios de información españoles fue en los años ochenta cuando tales medios se refirieron a la intervención de EE.UU. para parar la invasión de aquel país por parte de la Unión Soviética. Afganistán corría el peligro de transformarse en una colonia más del imperio soviético, lo cual fue impedido por la intervención estadounidense en apoyo a las fuerzas de liberación que luchaban en contra de un gobierno títere, satélite del existente en la Unión Soviética. Esta es la versión más generalizada de lo que ocurrió en Afganistán en la década de los años ochenta y después.
La segunda vez que Afganistán apareció en tales medios fue cuando, menos de un mes después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de Septiembre de 2001, las fuerzas armadas de EE.UU. atacaron el régimen talibán existente en aquel país, provocando su caída y sustitución por un gobierno, nombrado en la práctica por el gobierno federal de EE.UU. Hasta aquí la versión oficial, reproducida en los medios de información y persuasión españoles.
Tales versiones, sin embargo, (y muy en particular la primera) no se corresponden con la realidad. Y es de una enorme importancia y urgencia que se corrija tal versión, dando a conocer la historia real de aquellos hechos.
Existen varios libros que han informado críticamente de la versión de los hechos promovida por los medios de persuasión e información dominantes en EE.UU. y Europa. Entre ellos destaca el informe Afganistán, Another Untold Story, de Michael Parenti, publicado en Znet.
¿QUÉ PASÓ EN AFGANISTÁN?
Afganistán, uno de los países más pobres del mundo, estuvo regido hasta la década de los años setenta por un sistema feudal en el que el 75% de la tierra era propiedad del 3% de la población rural. Era un sistema basado en una enorme explotación, causa de la enorme pobreza de su población.
Pero donde hay explotación suele haber también resistencia. Y en los años sesenta las fuerzas opositoras a aquel régimen feudal (gobernado por una monarquía) establecieron el Partido Democrático Popular (PDP) que lideró la resistencia que forzó el derrocamiento de la Monarquía en 1973, siendo ésta sustituida por un gobierno que fue, además de ineficaz, corrupto, autocrático y poco popular.
El PDP había tenido la fuerza para exigir la destitución y abdicación del Rey pero no había tenido la suficiente fuerza para cambiar el régimen.
La insatisfacción con el régimen, sin embargo, alcanzó tal nivel que en el año 1978 hubo gran número de movilizaciones populares que forzaron la dimisión del gobierno. Y parte del Ejército no resistió tales movilizaciones. Antes al contrario, las apoyaron, estableciéndose así el primer gobierno popular dirigido por el PDP y liderado por un poeta y novelista nacional, Noor Mohammed Taraki, (el García Márquez de Afganistán).
El PDP fue el partido gobernante que inició gran número de reformas incluyendo la legalización de los sindicatos, el establecimiento de un salario mínimo, una fiscalidad progresiva, una campaña de alfabetización, y reformas en las áreas sanitarias y de salud pública que facilitaron el acceso de la población a tales servicios.
En las áreas rurales, facilitó el establecimiento de cooperativas agrícolas.
Una reforma que también tuvo un enorme impacto fue la de favorecer la liberación de la mujer, abriendo la educación pública a las niñas además de a los niños, y facilitando la integración de la mujer al mercado de trabajo y a la universidad.
Como escribió el diario San francisco Chronicle (17 de Noviembre de 2001) “bajo el gobierno PDP, las mujeres estudiaron agricultura, ingeniería y comercio en la Universidad. Algunas mujeres tuvieron puestos en el gobierno y siete de ellas fueron elegidas al Parlamento. Las mujeres conducían coches, viajaban libremente y constituían el 57% de los estudiantes universitarios”.
El profesor John Ryan de la Universidad de Winnipeg, experto en economía agrícola y conocedor de Afganistán ha indicado que la reforma agraria iniciada por aquel gobierno tuvo un enorme impacto en el bienestar de las poblaciones rurales. Tal gobierno eliminó también el cultivo del opio (Afganistán producía el 70% del opio consumido para la producción de heroína).
Ahora bien, tales reformas generaron unas enormes resistencias por parte de aquellos grupos cuyos intereses estaban siendo afectados negativamente.
Entre ellos, tres grupos dirigieron la oposición.
Uno fueron los terratenientes propietarios de grandes explotaciones agrícolas; el otro fueron los líderes religiosos, que se opusieron por todos los medios a que las mujeres se emanciparan; y un tercer grupo fueron los traficantes de opio.
En ayuda de tales grupos vinieron Arabia Saudí, el estado fundamentalista que aporta ayuda a los fundamentalistas islámicos; el Ejército del Pakistán, temeroso que las reformas afganas contaminaran a las clases populares del propio Pakistán y, como no, el gobierno federal de los Estados Unidos.
¿POR QUÉ EL GOBIERNO FEDERAL DE EEUU?
Hay que subrayar que incluso la CIA, la agencia de espionaje del gobierno federal de EE.UU. había reconocido el carácter popular y autónomo del PDP y nunca (durante el periodo que tal fuerza política batalló en contra del régimen feudal) se refirió al PDP como “agente de Moscú”.
Era plenamente consciente que tal fuerza política respondía a una demanda propia que tenía su propia independencia y autonomía.
A pesar de ello, y antes de que la Unión Soviética interviniera en Afganistán, el gobierno federal de EE.UU. estaba financiando las fuerzas extremistas y fundamentalistas afganas que estaban intentando sabotear las reformas que el gobierno PDP (incluyendo las escuelas públicas en las zonas rurales que educaban a las niñas).
El señor Brzezinski, del Consejo Nacional de Seguridad del Presidente Carter, ha admitido que el gobierno estadounidense financió a las guerrillas extremistas que realizaron tales actos de sabotaje, quemando, por ejemplo, las escuelas públicas.
Es más, el gobierno federal de EE.UU. alentó un golpe miliar en contra del gobierno PDP que tuvo lugar brevemente en 1979 y que asesinó a Tarak y a miles de dirigente del PDP antes de que militares próximos al PDP retomaran el poder.
La hostilidad del gobierno federal de EE.UU. hacia las reformas del gobierno PDP se basaba, en parte, en la oposición del gobierno de EE.UU. hacia la nacionalización de la tierra y otras intervenciones que entraban en conflicto con el ideario del gobierno federal estadounidense, reformas que, además, contaban con el asesoramiento de técnicos procedentes de la Unión Soviética.
El gobierno de EE.UU. estaba preocupado por la posible expansión de la influencia soviética. Detrás de tal apoyo había un anticomunismo fundamentalista, reflejado en la figura de Brzezinski (un polaco anticomunista fundamentalista), que consideraba que el objetivo fundamental de la política exterior de EE.UU. debiera ser eliminar la influencia de la Unión Soviética en el mundo, a costa de lo que fuera, incluyendo a costa de apoyar algunas de las fuerzas más retrógradas y reaccionarias existentes en el mundo, como eran los fundamentalistas musulmanes afganos.
La alianza de EE.UU., Arabia Saudí y Pakistán era enormemente poderosa y amenazaban la continuidad del gobierno del PDP. De ahí que el gobierno pidiera ayuda a la Unión Soviética, ayuda que fue rechazada en varias ocasiones, hasta que por fin, el gobierno de la URSS aceptó enviar fuerzas armadas en ayuda del Ejército Afgano (leal al PDP) que estaba en contra de las guerrillas fundamentalistas de Mojahidden (Islamic guerrilla fighters) apoyadas por EE.UU., Arabia Saudí y Pakistán.
LA ENTRADA DEL EJÉRCITO SOVIÉTICO EN AFGANISTÁN
Por fin, en 1979, el gobierno de la Unión Soviética aceptó la petición del gobierno PDP de enviar tropas en ayuda del ejército en contra de aquella movilización de fuerzas internacionales que estaban cuestionando su estabilidad y viabilidad. En parte esto era también lo que deseaba el gobierno federal de EE.UU. pues inmediatamente se tomó tal invasión como excusa para movilizar el mundo musulmán en contra del apoyo de la URSS a un gobierno lacio, progresista y deseoso de modernizar el país. EE.UU. y Arabia Saudí, las fuentes de la reacción, gastaron 40 billones de dólares en apoyo de los Mojahidden, a los cuales se unieron 100.000 musulmanes fundamentalistas procedentes del Pakistán, Arabia Saudí (incluido Bin Laden), Irán y Argelia, armados y asesorados por la CIA.
Diez años más tarde las tropas soviéticas abandonaron Afganistán.
La guerra, sin embargo, continuó tres años, período en el que el gobierno PDP continuó siendo popular, y ello a pesar de los enormes destrozos de la infraestructura del país, resultado de la gran hostilidad de la alianza reaccionaria.
Incluso después del colapso de la URSS, el gobierno continuó gobernando un año más, a pesar de no recibir armas que pudiera utilizar para defenderse de las fuerzas extremistas apoyadas por los gobiernos de EE.UU., Arabia Saudí y Pakistán.
Una vez más, tal como ocurrió en la República Española, la falta de armas fue la causa de que la oposición venciera aquel conflicto, iniciándose un gobierno de los Mujahidden que iniciaron una enorme represión, pillaje, con ejecuciones en masa, cerrando las escuelas públicas, oprimiendo a las mujeres en campañas de violación sistemática, destruyendo las zonas urbanas.
En un informe de Amnistía Internacional del 2001 esta acusó a los Mujahidden de “violar sistemáticamente a las mujeres como manera de aterrorizar a las mujeres y a la población, y como recompensa a las tropas”.
El gobierno inició de nuevo el comercio del opio, con la ayuda de los servicios de inteligencia paquistaníes y de la CIA (que trabajaron conjuntamente, en apoyo de los mujahidden) convirtiendo Afganistán en el mayor productor de heroína del mundo.
Varias de las fuerzas militares Mujahidden dejaron Afganistán y fueron a luchar a Algeria, Chechenia, Kosovo y Cachemira iniciándose así la red terrorista en defensa del fundamentalismo musulmán.
Una fracción de los Mujahidden fueron los talibanes, el grupo más fundamentalista de tal alianza, que por su fanatismo, disciplina y crueldad se impusieron acabando con gobernar amplias zonas del país y por último tomaron el poder.
Prohibieron la música, las escuelas, la educación lacia, las bibliotecas y cualquier síntoma de modernización. Establecieron orden, ejecutando a todos aquellos que creaban desorden desde oponentes políticos a ladrones comunes.
Impusieron las Burkas como vestimenta a las mujeres y prohibieron a los hombres que se afeitaran. Mujeres fueron privadas de derechos, incluido el de educarse, y aquellas que fueron consideradas inmorales eran apedreadas y quemadas vivas. Por otra parte terminaron las violaciones de las mujeres por los Mujahidden y también la producción de opio.
Este gobierno talibán contó con el apoyo del gobierno federal del Presidente Clinton. Según Ted Rall (“it is about oil”. San Francisco Chronicle. Nov.2, 2001), el gobierno de EE.UU. pagó hasta el año 1999 el salario de los funcionarios talibanes y no fue hasta el año 2001, cuando a raíz del ataque a las torres gemelas, que el presidente Bush -a fin de movilizar el apoyo de la población estadounidense al bombardeo de Afganistán- denunció el tratamiento de las mujeres en Afganistán.
Más tarde, incluso la señora Laura Bush se convirtió en feminista y denunció tales abusos.
El 11 de Septiembre significó el fin de la alianza talibán-U.S. y la caída del gobierno talibán sustituido en Diciembre 2001 por otra facción pro-US de los Mujahidden que inició la lucha contra los talibán.
La producción de opio apareció de nuevo.
Una pregunta que exige respuesta es ¿cómo podía EE.UU. apoyar al gobierno talibán, sabiendo de su apoyo a Bin Laden y al grupo de terroristas (que había sido financiado en su origen por EE.UU.)? ¿Cómo es que el gobierno talibán nunca había sido declarado “un gobierno que apoyaba el terrorismo”?
Una de las razones es que de haber hecho esto hubiera significado que las compañías pretolíficas estadounidenses no pudieran haber firmado un acuerdo con el gobierno talibán para construir un oleoducto que permitiera el transporte del petróleo de Kazajstán y Turkmenistán al Océano Índico.
En realidad, el apoyo hubiera continuado de no haber ocurrido el 11 de Septiembre. Y desde entonces la historia es bien conocida.
En todo este proceso, se ha olvidado de que si se hubiera permitido que el gobierno PDP hubiera hecho las reformas que el país necesitaba, no habría habido “invasión” soviética de Afganistán, no habría habido guerra de Afganistán, no hubiera habido Bin Laden y Al Quaeda y no hubiera habido un 11 de Septiembre. Y es esta precisamente la verdad que se oculta.
La historia habría seguido otros derroteros. Probablemente habría surgido Al Quaeda, pero el lugar y el formato habrían sido diferentes.
En el fondo del conflicto está la resistencia del gobierno federal de EE.UU. (y sus aliados y muy en especial Arabia Saudí), y su oposición a las reformas progresistas y laicas. Ni que decir tiene que existen otras causas de la existencia del terrorismo islámico. Pero esta resistencia hacia las reformas necesarias y urgentes lideradas por grupos laicos y progresistas es una de las causas más importantes.
La oposición a la enorme explotación que existe en el mundo musulmán se ha canalizado a través de fuerzas enormemente reaccionarias en las que el fundamentalismo religioso se ha promovido para parar las movilizaciones populares laicas que habrían reducido y eliminado tal explotación.
NOTA: Este es un articulo parcial y no refleja la realidad, esta aqui para saber cual es el punto de vista "seudo-oficial" que se ofrece a la progresia para mantener los apoyos al regimen imperialista americano.

Ya en 1950, en la revista norteamericana Current History, se señalaba:
"Uno de los motivos por los que América [Estados Unidos] le interesa Afganistán es la probable significación futura de este país como plaza de armas para agredir a Rusia [Unión Soviética]".
Antes incluso, en abril de 1949, la revista inglesa Contemporary Review apuntaba que posiblemente Afganistán adquiriera una importancia análoga a la que entonces tenían los países lindantes “con el telón de acero de Europa”.
En su edición de 1 de junio de 1955, el New York Herald Tribune sostenía igualmente que eran pocas las regiones del mundo que tuvieran más interés para los expertos militares y políticos estadounidenses que Afganistán.
Rebelión editó el pasado sábado 24 de enero de 2009 un artículo de Vicenç Navarro sobre “Las raíces de la guerra de Afganistán” publicado previamente en Sistema, una revista de teoría social próxima a una de las familias del PSOE, donde nuevamente se hacía referencia a la historia del país afgano.
Deseo detenerme en una parte de su relato y de su argumentación, la relacionada con las razones de la intervención militar de la URSS a finales de 1979, a la que añadiré algunas informaciones complementarias.
Antes de ello vale la pena recordar que Vicen Navarro no ha militado nunca o cuanto menos no lo ha hecho desde hace más de 25 años en organizaciones sindicales o políticas herederas o influenciadas por la III Internacional, mucho menos por la IV.
El profesor Navarro transita, en ocasiones con mucha intensidad militante, en el ámbito de la socialdemocracia o lugares afines, una socialdemocracia que, si bien no cree posible superar el marco civilizatorio capitalista en un plazo de tiempo políticamente efectivo, cree en cambio urgente defender y ahondar en el denominado Estado de bienestar; atender, cuidar y dotar las aristas más sociales de la Administración pública; colocar y manejar con coraje unas bridas muy ajustadas para las actuaciones del mercado y de sus mercaderes más destacados, conjeturando, teorizando en sus buenos momentos que no son el conjunto vacío, que acaso esa serie de medidas, y otras actuaciones complementarias, vayan debilitando sustantivamente, poco a poco pero eficazmente, el modo de producción y vida mercantil-capitalista posibilitando la explícitamente deseada irrupción de nuevas formas de cooperación social y económica.
Vicen Navarro, por lo demás, no es ningún intelectual marginal.
Es catedrático de salud pública en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y es igualmente catedrático, o lo ha sido hasta hace muy poco, de la Universidad Johns Hopkins, una institución privada de Baltimore, Maryland, fundada el 22 de febrero de 1876.
Allí, en Estados Unidos, han sido alumnos de él, y colaboradores en momentos posteriores, científicos naturales y sociales de la talla de Joan Benach, uno de los grandes especialistas mundiales en asuntos de salud pública, amén de una mente ennoblecida y enrojecida.
Navarro recordaba en el artículo referenciado que el nuevo Presidente de EE.UU desea pedir a sus aliados de la OTAN que aumenten su contribución a la guerra en Afganistán.
Dado que España es parte de la OTAN -mediante referéndum ratificador convocado y manipulado por el PSOE-, es bueno, incluso necesario, señalaba el profesor de la Pompeu Fabra, que la ciudadanía conozca brevemente la historia de aquel país.
Una de las primeras veces que Afganistán apareció en los medios de información españoles fue en los años ochenta, “cuando tales medios se refirieron a la intervención de EE.UU. para parar la invasión de aquel país por parte de la Unión Soviética”.
Afganistán corría el peligro, se dijo, de transformarse en otra colonia del imperio soviético, lo que fue impedido por la intervención usamericana en apoyo a “las fuerzas de liberación” que luchaban en contra de un gobierno satélite de la dirección política de la Unión Soviética.
Las reflexiones de los entonces llamados nuevos filósofos franceses –destacadamente de Bernard-Henry Lévy o André Glucksmann- coincidían punto por punto con lo apuntado.
La segunda vez que Afganistán apareció en tales medios, prosigue Vicen Navarro, fue un mes después del ataque a las Torres Gemelas.
Las fuerzas armadas estadounidenses atacaron el régimen talibán, sin autorización previa de la ONU, provocando su caída y sustitución por virreyes y gobiernos designados por el mando imperial.
Hasta aquí la versión oficial, señala Navarro, reproducida en los medios de información y persuasión españoles.
Pero tales versiones -y muy en particular la primera, en esta nos detenemos- no se corresponden con la realidad.
¿Qué pasó en Afganistán a finales de los setenta?
1. El 27 de marzo de 1919, mientras se desarrollaba la tercera guerra anglo-afgana (del 3 de mayo al 3 de junio de 1919), en plena guerra contra el terror blanco, el gobierno soviético fue el primer gobierno en el mundo que reconoció la independencia y soberanía de Afganistán.
Al término de esta guerra, Gran Bretaña se vio obligada a firmar un tratado de paz, reconociendo por primera vez la independencia de Afganistán, aunque los británicos exigieron reiteradamente la ruptura de relaciones diplomáticas entre Afganistán y la URSS -en 1923 presentaron a la URSS el "ultimátum de Curzón", una de cuyas principales exigencias era revocar el personal diplomático soviético en Afganistán- y en enero de 1929, Bachha-i-Saqao ocupó Kabul, derrocando el Gobierno legítimo y se proclamó emir de Afganistán con al apoyo y financiamiento del imperio británico.
Sin embargo, en junio de 1955 se firmó el acuerdo soviético-afgano sobre tránsito comercial: las mercancías de Afganistán podían transitar libremente, exentas de derechos aduaneros, por territorio soviético con destino a terceros países.
Por esas mismas fechas, el gobierno de Afganistán pidió ayuda para ampliar sus fuerzas armadas al gobierno soviético, que envió asesores y instructores militares a este país.
2. Afganistán, en todo caso, uno de los países más pobres del mundo, estuvo regido hasta la década de los ‘70 por un sistema feudal, gobernado por una monarquía, “en el que el 75% de la tierra era propiedad del 3% de la población rural”.
3. En los ‘70 las fuerzas opositoras a aquel régimen feudal fundaron un Partido, el Democrático Popular (PDP), que lideró la resistencia.
El movimiento forzó el derrocamiento de la Monarquía en 1973, siendo sustituida por un gobierno que fue igualmente ineficaz, corrupto, autocrático y poco popular.
El PDP acumuló fuerza para exigir la destitución y abdicación del Rey pero no tuvo entonces suficiente energía para cambiar las características esenciales del sistema político afgano.
4. Sin embargo, la insatisfacción con situación alcanzó tal nivel que en 1978 las movilizaciones populares forzaron la dimisión del gobierno.
Una parte del Ejército no sólo no reprimió las movilizaciones sino que las apoyó, estableciéndose el primer gobierno popular en la historia de Afganistán dirigido por el PDP y liderado por un poeta y novelista, Noor Mohammed Taraki, el denominado “Gabriel García Márquez de Afganistán”.
5. El PDP, señala Navarro, inició gran número de reformas incluyendo la legalización de los sindicatos, el establecimiento de un salario mínimo, una fiscalidad progresiva, una campaña de alfabetización y reformas en las áreas sanitarias y de salud pública que facilitaron el acceso de la población a tales servicios.
En las áreas rurales, facilitó el establecimiento de cooperativas agrícolas.
Una reforma que también tuvo un enorme impacto fue la de favorecer la liberación de la mujer, abriendo la educación pública a las niñas además de a los niños, y facilitando la integración de la mujer al mercado de trabajo y a la universidad.
Algunas mujeres ocuparon puestos gubernamentales y siete de ellas fueron elegidas miembros al Parlamento afgano. Las mujeres, que viajaban libremente, llegaron a constituir el 57% de los estudiantes universitarios del país.
6. El gobierno, por lo demás, eliminó también el cultivo del opio. Afganistán producía en aquellos años el 70% del opio consumido para la producción de heroína. Ni que decir tiene que el porcentaje actualmente es incluso mayor.
7. Como no podía ser de otra forma las citadas reformas revolucionarias generaron enormes resistencias entre aquellos grupos cuyos intereses estaban siendo afectados.
Tres de esos grupos dirigieron el enfrentamiento: los terratenientes propietarios de grandes explotaciones agrícolas, los líderes religiosos, que se opusieron por todos los medios a los avances en la emancipación de la mujer, y los traficantes de opio.
En su ayuda acudieron raudos Arabia Saudí, el ejército del Pakistán, temeroso del contagio que las reformas podían producir entre las clases populares del propio Pakistán y, como era de esperar, el gobierno imperial de Estados Unidos.
8. La CIA, señala Navarro, había reconocido el carácter autónomo del PDP y nunca durante los años en que luchó contra el régimen feudal afgano se refirió al PDP como “organización agente o al servicio de Moscú”.
La CIA era consciente que el PDP respondía a una demanda propia “que tenía su propia independencia y autonomía”.
Sin embargo, y antes de que la URSS interviniera en Afganistán, el gobierno imperial estaba financiando las fuerzas extremistas y fundamentalistas afganas que estaban intentando sabotear las reformas del gobierno. Como es sabido, Zbigniew Brzezinski, el Consejero Nacional de Seguridad del Presidente Carter, un político de origen polaco neta y abiertamente anticomunista, admitió posteriormente que el gobierno estadounidense financió a las guerrillas extremistas que realizaron actos de sabotaje quemando, por ejemplo, las escuelas públicas.
Es más –señala Navarro- el gobierno federal de EE.UU. alentó un golpe miliar en contra del gobierno PDP que tuvo lugar brevemente en 1979 y que asesinó a Tarak y a miles de dirigente del PDP antes de que militares próximos al PDP retomaran el poder.
9. La alianza de EE.UU, Arabia Saudí y Pakistán era enormemente poderosa y amenazaba la continuidad del gobierno popular.
De ahí que la administración afgana pidiera ayuda a la Unión Soviética, ayuda que, por cierto, no fue concedida inmediatamente, hasta que, finalmente, el gobierno de la URSS aceptó enviar fuerzas armadas en ayuda del ejército afgano leal al PDP que estaba luchando contra las guerrillas fundamentalistas de las Mojahidden, las fuerzas apoyadas y sostenidas por la traída EE.UU, Arabia Saudí y Pakistán. La petición se amparaba en lo establecido por el “Tratado de amistad, buena vecindad y colaboración”, concertado entre Afganistán y la URSS el 5 de diciembre de 1978, tratado que se basaba en el derecho de todo Estado, según el artículo 51 de la Carta de la ONU, a la autodefensa individual o colectiva.
10. En 1979, la Unión Soviética aceptó la petición del gobierno del PDP.
Es muy probable que, dialécticamente, esa fuera la finalidad última del gobierno federal de EE.UU. y que la URSS cayera en una trampa orquestada por diversos servicios secretos: inmediatamente se tomó la invasión como excusa para movilizar el mundo musulmán en contra del apoyo de la URSS a un gobierno laico, progresista y deseoso de modernizar el país.
EE.UU. y Arabia Saudí, recuerda Navarro, gastaron unos 40 billones de dólares -¡40 billones de $USA!- en apoyo de los Mojahidden, a los cuales se unieron 100.000 fundamentalistas procedentes de Pakistán, Arabia Saudí, incluido Bin Laden, Irán y Argelia, todos ellos armados y asesorados por la CIA.
11. Diez años más tarde, enero de 1989, las tropas soviéticas abandonaron Afganistán.
La caída del muro se produjo meses después y la desaparición de la URSS dos años después.
No es imposible pensar que una de las causas determinantes de la derrota de los países del llamado socialismo real esté directamente relacionada con el desastre que significó para la Unión Soviética la trágica y ruinosa década de Afganistán.
La guerra, sin embargo, continuó tres años más. A pesar de haber perdido el apoyo de su gran aliado, el gobierno del PDP se mantuvo en el poder hasta 1992, año en el que fue derrocado por los rebeldes y fue reemplazado por un debilitado gobierno interino.
Dejemos el relato en este punto.
Con algún aditamento añadido, está es la explicación de Vicenç Navarro sobre lo sucedido en Afganistán en una primera fase.
El profesor de la Pompeu Fabra concluye esta parte de su explicación señalando:
En todo este proceso, se ha olvidado de que si se hubiera permitido que el gobierno PDP hubiera hecho las reformas que el país necesitaba, no habría habido “invasión” soviética de Afganistán, no habría habido guerra de Afganistán, no hubiera habido Bin Laden y Al Quaeda y no hubiera habido un 11 de Septiembre.
Y es esta precisamente la verdad que se oculta.
La historia habría seguido otros derroteros.
Probablemente habría surgido Al Quaeda, pero el lugar y el formato habrían sido diferentes.
En el fondo del conflicto está la resistencia del gobierno federal de EE.UU. (y sus aliados y muy en especial Arabia Saudí), y su oposición a las reformas progresistas y laicas.
Ni que decir tiene que existen otras causas de la existencia del terrorismo islámico.
Interesa señalar aquí que los argumentos esgrimidos hoy por Vicenç Navarro, con algún matiz al que luego me referiré, fueron usados y expuestos a inicios de los ochenta por sectores del comunismo catalán que fueron tildados, casi sin discusión ni contraargumentación, de estalinistas, desinformados, ideólogos de la URSS imperial, de gente trasnochada y anclada en el pasado más negro. Largo etcétera.
La descalificación no tuvo límites.
No estoy presuponiendo que el análisis de Navarro sea correcto en todas sus aristas ni que la URSS tuviera sólo un interés internacionalista en su intervención.
Ni siquiera presupongo éste y no desecho otras razones de orden interno: evitar el auge en sus fronteras asiáticas de fuerzas fundamentalistas alimentadas por agentes internos y externos.
Tampoco pretendo ocultar que en sectores marxistas revolucionarios se seguía mirando muy acríticamente la política interna y externa de la URSS.
Pero sí quiero remarcar que la descalificación de esos sectores comunistas que, insisto, sin duda estuvieron en ocasiones muy cegados ante la evolución de la URSS, no tiene parangón ni razón.
No se trata de negar el lado oscuro de la política exterior de la URSS durante la guerra fría1, durante la III guerra mundial.
Basta pensar en Budapest o en Praga, por ejemplo, o incluso en el voto favorable de la URSS a la formación del Estado de Israel en 1948. Pero no hay en la historia de la Unión Soviética nada –nada- comparable a lo que fue Vietnam, Chile, Bolivia, Grecia, España, Guatemala, Cuba o Argentina en el ámbito de la política exterior de Estados Unidos.
Algunos ejemplos de ello, todo ellos conocidos por lo demás:
1. Se solía afirmar, como burda propaganda ideológico-cultural, que las actitudes de las potencias occidentales durante la guerra fría fueron una respuesta a lo que se llamó el golpe de Praga, la toma de poder por el Partido Comunista en Checoslovaquia. Manuel Sacristán refutó la acusación con claridad:
Pero eso es falso. Porque el comienzo de la guerra fría, si alguna fecha de comienzo tiene, es un célebre discurso de Churchill en marzo de 1946 en la Universidad norteamericana de Fulton, mientras que lo que se llama golpe de Praga es de dos años después, de abril del 48.
Asimismo cuando se dice que la OTAN es la contrapartida del Pacto de Varsovia se olvida que la OTAN está fundada el 4 de abril del 48, mientras que el Pacto de Varsovia es de siete años después, del 55.
Lo mismo, por ejemplo, el mecanismo de la tensión internacional que provocó la constitución de las dos mitades de Alemania en estados: la primera mitad de Alemania que fue constituida en estado fue la occidental; la constitución de la Alemania oriental en estado es posterior y es una réplica.
2. Paul Warnke, negociador americano en las SALT II, señaló con toda claridad: "No conozco dirigente militar alguno que, en su sano juicio, estuviera dispuesto a cambiar las fuerzas de combate americanas por las soviéticas".
La resistencia en contra de los SALT II muestra, añadía, "...un descontento con el actual equilibrio nuclear estratégico, en el cual no somos los suficientemente superiores"
Por lo demás, Colin Gray, en su artículo "Victory is possible", Foreign Policy, 39, 1980, señalaba con no menor claridad:
Sólo hay seguridad cuando se es algo superior. No hay ninguna capacidad ni posibilidad de maniobra cuando la propia fuerza está completamente compensada por la del enemigo.
Sólo hay posibilidades para la política exterior cuando se tiene una ventaja en el poderío militar de la que se puede disponer libremente...Occidente debe encontrar caminos que le permitan utilizar armas atómicas como medio de presión reduciendo a la vez la potencial y paralizante autodisuasión a un mínimo"
Por su parte, Vernon A. Walters2, uno de los políticos más insoportables de la historia de Estados Unidos, señalaba lleno de gozo y prepotencia:
Se lo explicaré. Poco después de ser nombrado presidente, Ronald Reagan convocó a una serie de reuniones sobre, digamos, el estado del mundo.
Yo asistía a ellas como subdirector de la CIA.
Cuando sus asesores empezaron a hablarle de Rusia, él les empezó a preguntar.
“¿Podemos utilizar con ellos el arma nuclear?”.
Los asesores, como él esperaba, lo desaconsejaron: moriría demasiada gente.
Reagan preguntó entonces:
“¿Ganaríamos una guerra convencional?”.
La opinión general era que el ejército convencional soviético era extremadamente poderoso y que nadie podía garantizar una victoria.
Entonces Reagan les preguntó que era lo que Estados Unidos tenía y Rusia no tenía.
Él mismo se lo contestó: dinero.
Y el dinero acabó con Rusia (...) Claro.
Era simple.
Sí se puso en marcha la guerra de las galaxias que salió carísima, y otras iniciativas paralelas.
Aunque el proceso de arruinamiento había empezado mucho antes.
Recuerdo que, según las estadísticas que manejábamos, Rusia tenía un producto interior bruto que era la mitad del nuestro.
Pero estábamos equivocados.
Reclutamos a alguien que nos demostró que el PIB de Rusia era una sexta parte del de los Estados Unidos.
Yo luché contra el comunismo, proseguía un satisfecho y chulesco Walters, y ganamos, ganamos la guerra fría concluía.
3. Además de ello, los matices estuvieron presentes, muy presentes, aunque fueran ocultados en la discusión pública, en la argumentación de aquellos años por parte de sectores comunistas críticos pero no antisoviéticos.
En una nota editorial de 1980 (“Misiles, socialdemocracia e imperialismo, o el final de l distensión”, mientras tanto, nº 2, pp. 9-12), Miguel Candel, militante del PSUC en aquellos años, de un sector del PSUC no dispuesto a bailar con el cuento de una transición inmaculada ni a renunciar a todo lo que desde Palacios de Moncloa y Oriente se exigía con apremio, finalizaba su reflexión crítica sobre las posiciones defendidas en aquel entonces por la socialdemocracia alemana en torno a los nuevos misiles otánicos que se deseaba instalar en Europa señalando:
La intervención de la URSS en Afganistán ha suscitado hondas preocupaciones en varios destacamentos revolucionarios del Tercer Mundo y abiertas críticas en diferentes ambientes comunistas.
Aquellas preocupaciones y estas críticas han de ser compartidas, sin duda, por los revolucionarios de Occidente capitalista.
Pero al mismo tiempo hay que saber distinguir las causas de los efectos: hay que saber que lo que el imperialismo anuncia ahora como represalias a la intervención de la URSS en Afganistán son medidas que estaban en marcha desde bastante tiempo atrás: suministro de armas a Pakistán y apoyo a la dictadura militar que lo gobierna para que a su vez mantenga encendida la antorcha de la guerrilla afgana; reforzamiento de la base aeronaval de Diego García y de la presencia militar en todo el Índico; establecimiento de bases militares en Egipto; intento de bloqueo de Irán; aplazamiento de la ratificación del acuerdo SALT, etc.
Por eso, una vez más, suena a falso el clamor de corresponsales y agencias de prensa sometidos a la hegemonía norteamericana denunciando el cinismo de las explicaciones oficiales soviéticas, según las cuales la intervención en Afganistán se habría hecho en nombre del “honor, la independencia y la continuidad” de la segunda revolución afgana [la cursiva es mía].
Insisto: preocupaciones y críticas que tenían que ser compartidas por los revolucionarios que intervenían en el Occidente capitalista.
Dirán ustedes y sin duda dirán bien: es un desahogo, un simple y visceral desahogo.
De acuerdo, lo es, pido disculpas por ello.
Pero acaso acordarán conmigo que algunos eslabones de la argumentación desplegada no son un simple disparate y forman parte de una aproximación asintótica a la verdad, a una verdad que nuevamente nos ha sido extraída por ladrones milenarios de vida e historia de los pueblos.
NOTAS:
[1] Guerra fría, muy caliente por lo demás. En sus apuntes depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la UB, Sacristán recordaba:
"De 1945 a 1980 ha habido 127 guerras que han producido más víctimas que las de la segunda guerra mundial" [Fichero "Pacifismo"].
[2] “Ganamos la guerra fría”. Entrevista con Arcadi Espada. El País, 25/8/2000.
Salvador López Arnal
En realidad, no se espera política nueva alguna por parte de Washington. Por ello, Rusia está actuando para asegurar su perímetro en Asia Central mediante una serie de calculados movimientos geopolíticos reminiscencia del famoso Gran Juego [*] de hace más de un siglo. Las apuestas en este juego de poder geopolítico no podían ser más altas: la cuestión de la guerra o la paz mundial en la década entrante.
El Secretario de Defensa Robert Gates y el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el Almirante Mike Mullen están pidiendo a Obama que duplique la presencia de tropas en Afganistán. Ambos, Gates y Mullen, manifestaron que aunque piensan en la guerra en Afganistán en términos de un período de 3-5 años, sus objetivos inmediatos son “inciertos”.
Esto es en gran medida revelador.
Está claro, si tenemos en cuenta la deliberada pauta seguida durante meses y a pesar de las vehementes protestas del gobierno de Pakistán por el bombardeo de pueblos en el interior de Pakistán, supuestamente para golpear objetivos talibanes, que EEUU intenta extender el conflicto también a Pakistán.
¿Con qué posible objetivo?
A nivel militar, enviar 30.000 tropas estadounidenses más a Afganistán no va a servir para asegurar la paz en esta región tribal asolada por la guerra.
Se ha documentado que muchos de los grupos a los que el Mando estadounidense etiqueta de “talibanes” son en realidad bandas armadas controladas por señores de la guerra locales, y que en ningún sentido están unidos ideológicamente a los cuadros talibanes.
Al etiquetarles como talibanes, Washington confía en convencer a aliados de la OTAN como Alemania para que envíen sus tropas a combatir en una guerra imposible de ganar.
En estos momentos, Afganistán tiene una tasa estimada de desempleo de un 40% y unos cinco millones de seres viviendo por debajo del umbral de la pobreza.
El país está arrasado tras más de cuatro décadas de guerras continuas.
Añadir meramente 30.000 tropas al total de 60.000 que hay ahora en Afganistán, donde la tasa actual de muertes de soldados estadounidenses es quince veces superior a la de Iraq, es ridículo.
Según las directrices de contrainsurgencia del Cuerpo oficial de Marines de EEUU, poner en marcha una estrategia de contrainsurgencia a lo largo y ancho de un país, aún con los niveles mínimos de fuerzas requeridos por la doctrina del cuerpo de Marines y del Ejército de EEUU, requeriría de casi 655.000 soldados, es decir, una escalada de más de 600.000 tropas sobre los niveles propuestos por la estrategia de Gates.
En realidad, la estrategia estadounidense, según se nos muestra ahora, parece ser una repetición de la estrategia de escalada gradual que EEUU siguió en Vietnam en los primeros años de la década de 1960.
La Secretaria de Estado Hillary Clinton, cuya orientación en política exterior, al igual que la de su marido, no se puede prácticamente distinguir de la facción de Bush, acaba de convocar una cena-discusión con importantes expertos políticos en Afganistán y el Sur de Asia.
En ese acto figuraban el Secretario de Defensa Gates, el comandante del CENTCOM comandante General David Petraus, y el asesor de Seguridad Nacional, el General James L. Jones.
Todo ello tras la designación del ex Embajador y halcón, Richard Holbrooke, como enviado Especial del Departamento de Estado para el Sur de Asia.
En enero de 2008, hace más de un año, el actual asesor de Seguridad Nacional de Obama, el General James Jones, dirigió un Grupo de Estudio Afgano de carácter privado que recomendaba medidas drásticas para “revitalizar” la guerra en Afganistán.
¿Revitalizar una guerra cuyos objetivos ni siquiera se han formulado claramente?
No es sorprendente que Moscú sospeche que hay en marcha otra agenda cuando Washington se propone una concentración estratégica tan fuerte en la cuestión de la olvidada guerra contra el terror en Afganistán, una región sin implicaciones directas discernibles de seguridad nacional para los Estados Unidos o los países miembros de la OTAN.
No es una combinación concebible que Afganistán, un estado fallido, si es que alguna vez existió como tal, pudiera amenazar a alguien con una guerra de agresión.
Los señores de la guerra tribales que rodean al Presidente Karzai parecer estar luchando tan sólo para mantener el flujo de sus exportaciones de heroína a niveles de record.
La respuesta de Moscú
No es sorprendente que el Kremlin haya reaccionado frente a esos planes estadounidenses para Asia Central.
El presidente de Kirguizistán voló a Moscú donde recibió promesas de aliviar su deuda y miles de millones de dólares en ayuda.
Se le dijo a Bakiyev que conseguiría una cancelación de la deuda de Kirguizistán con Rusia por valor de 180 millones de dólares, un préstamo por valor de 2.000 millones de dólares y 150 millones de dólares en ayuda financiera.
En ese momento, el Presidente Kurmanbek Bakiyev anunció sus planes para cerrar una base aérea estadounidense de importancia esencial para la guerra en Afganistán.
Kirguizistán alberga a la única base que le queda a EEUU en la región estratégicamente crucial en el camino hacia el norte de Afganistán.
Cuando en 2001 la Administración Bush declaró su Guerra contra el Terror y anunció sus planes de lucha en Afganistán para arrancar al archidemonio de Osama bin Laden de las cuevas de Tora Bora, Washington se aseguró derechos de base para sus fuerzas aéreas tanto en Uzbekistán como en Kirguizistán.
Por esa misma época, empezaron secretamente a preparar el lanzamiento de una serie de Revoluciones de Color o “cambios de régimen” financiados por EEUU en Georgia (la Revolución Rosa en noviembre de 2003) y en Ucrania (la Revolución Naranja en 2004).
También se intentó, pero se fracasó, en Bielorrusia y en Uzbekistán.
Una ojeada al mapa de Eurasia deja claro que la pauta de todos esos intentos para favorecer a la OTAN tenía como objetivo envolver el territorio de Rusia, sobre todo porque en aquella época Washington creía que tenía al gobierno de Kazajstán en el bolsillo mediante una serie de acuerdos de formación militar y las inmensas inversiones petrolíferas de Chevron en Tenghiz.
Una vez que Washington anunció en enero de 2007 que iba a estacionar misiles estratégicos y avanzados sistemas de radar en Polonia y en la República Checa para “la defensa contra un ataque canalla con misiles desde Irán”, como detallo en el libro que estoy a punto de publicar “Full Spectrum Dominante: Totalitarian Democracy in the New World Order”, el entonces Presidente Putin dijo en la conferencia Wehrkunde celebrada en Munich en febrero de 2007, que el verdadero objetivo de la estrategia “defensiva de misiles” estadounidense no era Irán sino Rusia.
De forma similar, igual de falsa suena la actual insistencia estadounidense en que el incremento militar en Afganistán tiene que ver con los talibanes.
Es por eso que Moscú está actuando claramente para asegurar sus fronteras ante una militarización estadounidense de toda la región de Asia Central.
Las rutas de oleoductos y gaseoductos son también algo importante a tener en cuenta, incluyendo los deseos estadounidenses de construir un gaseoducto desde Turkmenistán hasta la India que privaría al GAZPROM de Rusia de un componente vital en sus actuales suministros de gas.
Sin embargo, el objetivo principal de la escalada afgana es conformar un nuevo “telón de hierro” entre las dos formidables potencias euroasiáticas que son las únicas capaces de desafiar el futuro dominio global estadounidense: Rusia y China.
Si los dos antiguos rivales firman una cooperación mutua no sólo en cuestiones de materias primas y comercio económico industrial sino también en la esfera de la cooperación militar, como ha afirmado Zbigniew Brzezinski, el asesor en política exterior de la campaña de Obama, la combinación supondría una amenaza devastadora para la hegemonía global estadounidense.
La decisión de ahora, auspiciada por la ayuda de generosas concesiones financieras por parte de Rusia, de cancelar abruptamente los derechos de aterrizaje de la fuerza aérea estadounidense en la Base Aérea de Manas en Kirguizistán, representa un golpe devastador para la gran estrategia del Gran Juego estadounidense de envolver a las potencias clave de Eurasia: China y Rusia.
Cuando Washington trató de utilizar a sus variopintas ONG para fomentar una Revolución de Color en Uzbekistán en 2005, el no muy democrático Presidente del país, Islam Karimov, exigió que EEUU evacuara sus bases aéreas, repatriara a los voluntarios del Cuerpo de Paz estadounidense y cerrara sus ONG, prohibiendo también los medios de comunicación extranjeros.
Karimov se movió en aquel momento para fortalecer sus deteriorados vínculos con Moscú. Se informa que en la actualidad Washington está intentando enfebrecidamente reestablecerse en Uzbekistán, pero la repentina cancelación de los acuerdos para sus bases en Kirguizistán representa un nuevo golpe devastador a toda la estrategia del Gran Juego para envolver toda Eurasia.
Con las rutas más importantes de suministro de la OTAN hacia Afganistán pasando a través de Pakistán desde el puerto de Karachi, y como cada día aumentan los ataques contra esas líneas de suministros, el Pentágono está buscando ansiosamente encontrar rutas alternativas para los suministros hacia el norte.
Los combatientes acaban de volar un puente clave en el estratégico Paso Khyber en Pakistán.
Asegurar rutas alternativas de suministros hacia Afganistán es lo que aparece en la explicación oficial.
Extraoficialmente, también proporcionaría el pretexto para reforzar la presencia militar estadounidense en Asia Central.
Ahora, con la pérdida de la Base Aérea de Manas, ha aparecido un gran agujero en la “IV Partida” del Gran Juego de Washington.
Para complicar aún más la estrategia de Washington, Moscú está tratando de firmar acuerdos de cooperación defensiva entre los antiguos estados comunistas de Asia Central.
¿Una respuesta de Asia Central a la OTAN?
El anuncio hecho por el Presidente Bakiyev de Kirguizistán de que cancelaba los derechos estadounidenses a tener bases en su país se produjo el 4 de febrero, durante su visita a Moscú para participar en una cumbre de la anteriormente moribunda Organización del Tratado de Seguridad colectiva (CSTO, por sus siglas en inglés), un grupo de seguridad en el que se integran Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia, Uzbekistán y Tayikistán.
Según se informó, se llegó a un acuerdo para crear una fuerza de reacción rápida a “situaciones de agresión militar, terrorismo internacional, extremismo, crimen, tráfico de drogas y emergencias”.
Los planes estadounidenses para reforzar su presencia militar en Afganistán estaban claramente muy presentes también en esa agenda.
La CSTO se estableció en 1992 para servir de base para mantener algún diálogo entre Moscú y las extintas repúblicas, el denominado “extranjero cercano” de Rusia, tras su declarada independencia.
Actualmente, el nivel de las conversaciones está adquiriendo un nuevo tono de seriedad debido a la circunvalación de las repúblicas del Asia Central.
La CSTO valora a Pakistán y Afganistán como las “amenazas” más graves a su seguridad.
La decisión de crear una fuerza realmente colectiva con una ubicación permanente y un mando único propulsaría la alianza a un nuevo nivel.
El Presidente ruso Medvedev anunció la decisión de formar la Fuerza de Reacción Rápida regional colectiva de la CSTO:
“Me gustaría subrayar la importancia de esta decisión de establecer fuerzas de reacción rápida. Con ello perseguimos fortalecer la capacidad militar de nuestra organización”.
Proclamó que las nuevas unidades de respuesta “no iban a ser menos potentes que las de la OTAN”, añadiendo que “la razón existente para crear esas fuerzas colectivas de funcionamiento operativo es el considerable potencial conflictivo que se acumula en la zona de la CSTO”.
Traducido del ruso, eso significa que lo que subyace es el aumento estratégico estadounidense en, y alrededor de, Pakistán y Afganistán.
Al mismo tiempo que albergaba la cumbre de la CSTO, Rusia ofreció Moscú como sede de un encuentro de la Comunidad Económica Euroasiática, EurAsEC.
Este grupo está integrado por Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia y Tayikistán como miembros completos.
EurAsEC, que se estableció en 2000, abarca también a Armenia, Moldavia y Ucrania con estatuto de observador.
Se discutió cómo establecer un fondo de asistencia conjunta por valor de 10.000 millones de dólares para afrontar los efectos de la crisis económica global, así como constituir un centro de intercambio de alta tecnología e implementar varios proyectos innovadores en los países miembros.
El Presidente ruso Dmitry Medvedev captó la vulnerabilidad de la hipocresía exhibida por Washington en Afganistán al manifestar en la conferencia de prensa celebrada tras la cumbre de Moscú:
“Estamos preparados para una cooperación completa y entre iguales en lo concerniente a la seguridad en Afganistán, incluidos los Estados Unidos”.
Eso es, desde luego, lo último que los estrategas del Pentágono querrían oír.
(mas...)
N. de la T.:
[*] El Gran Juego es la acepción con la que los británicos denominaron la rivalidad estratégica que mantuvieron con los rusos en Asia Central durante el siglo XIX y principios del XX. (Ver en Wikipedia)
F. William Engdahl
Autor de “A Century of War: Anglo-American Oil Politics and the New World Order” (Pluto Press) y “Seeds of Destruction: The Hidden Agenda of Genetic Manipulation”
www.globalresearch.ca
Su nuevo libro “Full Spectrum Dominance: Totalitarian Democray in the New World Order” (Third Millenium Press) saldrá a la venta a finales de la primavera de 2009.
www.engdahl.oilgeopolitics.net
La base aérea Manas, ubicada cerca de la capital kirguisa de Bishkek, es el principal vínculo aéreo entre las fuerzas armadas de EE.UU. y las fuerzas de ocupación estadounidenses en Afganistán.
El año pasado, por lo menos 170.000 l militares estadounidenses pasaron por la base en camino hacia o desde Afganistán, junto con 5.000 toneladas de equipamiento militar.
Aproximadamente 1.000 soldados de EE.UU. están estacionados en la base, junto con contingentes más pequeños de Francia y España.
Después de descartar inicialmente el anuncio del presidente kirguiso Kurmanbek Bakiyev de que su gobierno se propone cerrar la base como una simple finta de negociación (Kirguistán hizo una amenaza similar en 2006, pero cedió después que EE.UU. aumentó su alquiler para la instalación), el jueves pareció que Washington oficial está tratando el asunto con extrema seriedad.
“Francamente, pensamos que era una táctica de negociación, y estábamos listos a aceptar su reto”, dijo el jueves un responsable militar anónimo al Wall Street Journal. “Pero está quedando claro que, va en serio, quieren que nos vayamos”.
La importancia estratégica de la base ha aumentado aún más con el plan anunciado por el gobierno de Obama de enviar 30.000 soldados estadounidenses más a Afganistán dentro de los próximos 18 meses en un intento por reprimir la creciente resistencia popular a la ocupación estadounidense.
La escalada casi duplicaría el tamaño de la fuerza militar de EE.UU. en el país, que ahora es de 36.000. Otros 32.000 soldados de otros países de la OTAN también participan en la ocupación.
El papel crítico que juega la base es también subrayado por la creciente crisis que Washington enfrenta en relación con su principal ruta de suministro por tierra a Afganistán desde Pakistán –el Paso Khyber– que representa unos tres cuartos de los suministros para las fuerzas de EE.UU.
El lunes, combatientes de la resistencia hicieron volar un puente de 27 metros de largo en el Paso Khyber, cortando la ruta y deteniendo, por lo menos temporalmente, todos los suministros para los soldados de EE.UU. y la OTAN.
El ataque viene después de una serie de emboscadas cada vez más atrevidas que han incendiado camiones de suministro y dejado vehículos militares en manos de los guerrilleros que combaten la ocupación.
El secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, describió el jueves la base en Kirguistán como “vital” para la guerra de EE.UU. en Afganistán y declaró que la Casa Blanca busca maneras de “remediar” la situación.
“Es algo que el gobierno de EE.UU. sigue discutiendo con responsables de Kirguistán”, dijo el jueves a los periodistas el portavoz del Pentágono, Bryan Whitman. “Eso no significa que no tengamos otros medios y otras opciones que podamos utilizar”.
Al preguntarle sobre la amenaza de cierre de la base de Manas, la Secretaria de Estado Hillary Clinton dijo el jueves que era “lamentable que eso esté bajo consideración por el gobierno de Kirguistán”, pero insistió en que la acción no bloquearía la escalada de Washington en su guerra al estilo colonial en Afganistán.
“Esperamos tener más discusiones con ellos”, dijo a los periodistas en una conferencia de prensa en el Departamento de Esto. “Pero procederemos de una manera muy efectiva no importa cuál pueda ser el resultado de las deliberaciones del gobierno de Kirguistán”.
Clinton agregó que el Pentágono estaba “realizando un examen sobre cómo proceder de otra manera” ante la pérdida de la base kirguisa.
Según funcionarios no identificados del Pentágono citados el jueves por Associated Press, Washington considera una revisión de sus tensas relaciones con Uzbekistán en el apuro por encontrar instalaciones de reemplazo.
En ese país EE.UU. contó con el uso de una antigua base aérea soviética para abastecer sus operaciones en Afganistán.
Las fuerzas de EE.UU. fueron expulsadas, sin embargo, después que Washington cortó la ayuda militar a Uzbekistán después de un baño de sangre en 2005 en la localidad oriental de Andijan, donde tropas del gobierno mataron a varios cientos de civiles.
La recuperación del uso de la base implicaría un acercamiento con el dictador de Uzbekistán Islam Karimov.
El anuncio del presidente kirguiso Bakiyev de su intención de cerrar la base de EE.UU. vino después de una reunión en Moscú el martes con el presidente ruso Dmitry Medvedev en la que Moscú prometió un paquete de ayuda a Kirguistán por un valor de más de 2.000 millones de dólares.
El paquete incluye 150 millones de dólares como subvención directa –un monto igual al financiamiento total de EE.UU. para el país, incluyendo el dinero por la base de Manas– otros 300 millones de dólares en la forma de un préstamo otorgado con un interés nominal y 1.700 millones de dólares prometidos para la construcción de una central hidroeléctrica. Además, el Kremlin prometió cancelar 180 millones de dólares de deuda kirguisa con Rusia.
El paquete de ayuda propuesto por Rusia es el equivalente de aproximadamente el doble del presupuesto anual y la mitad de todo el producto interno bruto de Kirguistán, cuya empobrecida población ha enfrentado crecientes problemas por la catástrofe financiera mundial.
“En tiempos de crisis económica, este serio e importante apoyo de Rusia ayudará a sustentar el crecimiento económico en Kirguistán”, declaró Bakiyev.
El primer ministro kirguiso Igor Chudinov insistió en una conferencia de prensa el jueves en que la oportunidad del llamado del presidente a cerrar la base, después de la oferta de ayuda rusa, fue “una simple coincidencia”.
“La decisión rusa de otorgar un importante préstamo no tiene nada que ver con la salida de la base aérea de EE.U. de territorio kirguiso”, declaró Chudinov.
Por su parte, el presidente Bakiyev vinculó la decisión a la oposición popular en Kirguistán a la presencia de EE.UU., que fue avivada en 2006 cuando un aviador estadounidense mató a tiros a un camionero kirguiso.
También insistió en que cuando la base fue abierta en 2001, cuando EE.UU. lanzó su invasión de Afganistán, fue vista como una medida temporal.
“Kirguistán satisfizo los deseos de EE.UU. y ofreció su territorio para la lucha antiterrorista, lo que fue una contribución seria a la lucha”, dijo. “Hablamos de un año o dos, pero ahora han sido ocho años. Hemos discutido repetidamente los aspectos de la compensación económica a Kirguistán con nuestros socios estadounidenses, pero no hemos podido llegar a un acuerdo al respecto”.
Funcionarios kirguisos dijeron que EE.UU. tendrá 180 días para cerrar la base y retirar a todo el personal una vez que se hayan intercambiado notas diplomáticas comunicando la decisión del gobierno.
Aunque el parlamento debía haber votado la medida el viernes, responsables del gobierno anunciaron el jueves que no la consideraría antes de por lo menos otra semana.
A pesar de los desmentidos del gobierno kirguiso, es obvio que la decisión de cerrar la base Manas es impulsada por la oposición de Moscú a la presencia militar de EE.UU. en una región que durante siglos ha sido considerara como su esfera de influencia.
Esas tensiones salieron a la luz el agosto pasado, cuando el régimen respaldado por EE.UU. en la antigua república soviética de Georgia envió tropas a la región separatista de Osetia del Sur, provocando una reacción militar rusa que expulsó las fuerzas georgianas de Osetia del Sur y de la región separatista de Abjasia en el Mar Negro.
Moscú subsiguientemente reconoció la independencia de ambos territorios.
El conflicto es exacerbado por la política de EE.UU. de incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN, el impulso por establecer un sistema de defensa de misiles en las fronteras de Rusia, y el intento de cercar el territorio ruso con bases militares en Asia Central y los Estados del Báltico.
Está en juego la creciente rivalidad entre Moscú y Washington por el control de las reservas estratégicas de energía de la región, un objetivo clave que subyace a la guerra de EE.UU. en Afganistán, igual como su intervención en Iraq.
Por su parte, la elite gobernante rusa, a pesar de las recientes pérdidas financieras resultantes de la caída de los precios de la energía, considera claramente que el restablecimiento de la influencia de Moscú en las antiguas repúblicas soviéticas es decisivo para sus intereses y justifica considerables inversiones.
Los regímenes en Asia Central han tratado de explotar esa rivalidad para su propia ventaja, inclinándose una vez hacia Rusia y la otra hacia EE.UU. en un intento por conseguir los acuerdos más favorables.
El acuerdo entre Moscú y Kirguistán forma parte de un desafío cada vez más agresivo del Kremlin frente a los intereses de EE.UU.
El día después del anuncio del paquete de ayuda y de la intención de cerrar la base, el presidente ruso.
Medvedev anunció durante una reunión en la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) dirigido por Rusia, un plan para establecer una fuerza de reacción rápida de 10.000 hombres compuesta primordialmente por paracaidistas rusos para “rechazar la agresión militar” en la región y combatir el “terrorismo”.
“Van a ser unidades bastante formidables”, subrayó Medvedev. “Según su potencial de combate, no deben ser más débiles que fuerzas similares de la alianza del Atlántico Norte”.
Se informa que la fuerza incluiría unidades simbólicas de otras antiguas repúblicas soviéticas, incluyendo a Belarús, Armenia, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán.
Hay señales de que Moscú ve la base Manas como un cuartel potencial de la fuerza, una vez que sea evacuada por EE.UU.
El gobierno ruso también ha indicado que se propone establecer bases aéreas y navales en Abjasia, lo que provocó protestas del Departamento de Estado de EE.UU. y de la OTAN.
Aparte de la ayuda a Kirguistán, Moscú también señaló esta semana que actuaría favorablemente ante un préstamo de 2.770 millones de dólares a la vecina Belarús, mientras Medvedev firmó un acuerdo con el presidente de Belarús, Alexander Lukashenko, para establecer un sistema conjunto de defensa aérea, una reacción aparente al proyecto de escudo de misiles de EE.UU. en Europa Oriental.
Finalmente, el líder cubano Raúl Castro obtuvo un paquete de ayuda de 354 millones de dólares durante una visita de ocho días a Moscú, el primer contacto a alto nivel entre Rusia y Cuba desde el colapso en 1991 de la Unión Soviética, que terminó con décadas de subsidios soviéticos a la Habana. Es evidente que Moscú ve los renovados vínculos con Cuba –a 90 millas de la costa de EE.UU.– como una respuesta a las propias intervenciones de Washington en las antiguas repúblicas soviéticas.
Mientras tanto, el miércoles, el Ministro Adjunto de Exteriores ruso, Grigory Karasin, dijo que Moscú había dado días antes una “respuesta positiva” a pedidos de EE.UU. de transporte de suministros no-militares a través de territorio ruso hacia Afganistán.
“Esperamos que nosotros y EE.UU. tendremos conversaciones especiales y profesionales sobre este tema en el futuro cercano”, dijo Karasin. “Veremos con cuánta efectividad podremos cooperar”.
Pero este tipo de “cooperación” es precisamente lo que Washington ha tratado de evitar. Ha tratado de eludir cualquier influencia rusa sobre la suerte de Afganistán y de debilitar el poder de Moscú en toda la región.
La búsqueda de rutas no-rusas de suministro para la ocupación de Afganistán está ligada inexorablemente al objetivo de encontrar rutas no-rusas para el transporte de la riqueza de petróleo y gas de la Cuenca del Caspio, colocándola así bajo la dominación de EE.UU.
Involucrada en esa disputa cada vez más amarga y en el impulso del gobierno de Obama por escalar la intervención de EE.UU. en Afganistán está la amenaza de un conflicto más amplio y potencialmente catastrófico entre las dos mayores potencias nucleares del mundo.
(mas...)
Bill Van Auken
Político y militante del Partido Socialista por la Igualdad (‘Socialist Equality Party’), fue candidato presidencial en las elecciones estadounidenses de 2004. Actualmente reside en Nueva York y trabaja a tiempo completo como periodista para ‘World Socialist Web Site’.
Los peligros de Afganistán han figurado recientemente mucho en las noticias ante el llamado de Barack Obama a concentrarse más en la Guerra Afgana (“perdimos de vista el balón cuando invadimos Iraq…”), y los indicios de que está a punto de comenzar una “oleada” de tropas estadounidenses en ese país.
Algunos de los escritos sobre este tema, incluyendo ensayos recientes de Juan Cole en Salon.com, Robert Dreyfuss en The Nation, y John Robertson en el sitio en Internet War in Context, se han mostrado incisivos sobre cómo las iniciativas políticas del nuevo gobierno podrían convertir Afganistán y los territorios tribales fronterizos de Pakistán, cada vez más desarticulados, en la “Guerra de Obama”.
En otras palabras, “el cementerio” ha estado recibiendo lo que se merece.
Se ha estado prestando mucho menos atención a la parte del “imperio” en la ecuación. Y hay buenos motivos para eso – por lo menos en Washington.
A pesar del aumento de las preocupaciones sobre el deterioro de la situación, nadie en la capital de EE.UU. está dispuesto a creer que Afganistán pueda ser realmente el “cementerio” del rol de EE.UU. como poder hegemónico de este planeta.
En realidad, para darle al ‘imperio’ lo que se merece habría que comenzar con una reevaluación de cómo terminó la Guerra Fría.
En 1989, que ahora parece a siglos de distancia, cayó el Muro de Berlín; en 1991, para sorpresa de la comunidad de la inteligencia de EE.UU., los expertos influyentes, los participantes de think tanks en Washington, y sus políticos, la Unión Soviética, ese “imperio del mal”, ese coloso de la represión, ese enemigo mortal durante casi medio siglo de amenaza de locura nuclear –de “destrucción mutuamente asegurada”– simplemente se evaporó, casi sin violencia.
(Los soldados soviéticos, acampados en los puestos avanzados relativamente cómodos en Europa Oriental, especialmente la antigua Alemania Oriental, no sintieron más apuro por volver a casa, a la miseria económica de un imperio colapsado que el que probablemente sentirán en el futuro los soldados de EE.UU. estacionados en Okinawa, Japón)
En Washington, en 1991, todo parecía seguir en pie, y un silencio conmocionado y una cierta renuencia a creer que el enemigo de casi medio siglo ya no existía fueron rápidamente superados por un sentido de triunfalismo.
Una lucha multi-generacional había terminado y sólo uno de sus súper-participantes seguía de pie.
La conclusión parecía demasiado obvia para volver a mencionarla.
Ante nuestros propios ojos, la URSS había milagrosamente desaparecido en el basurero de la historia y sólo una Rusia desesperada, empobrecida, privada de su “exterior cercano”, quedaba para reemplazarla; ergo, éramos los vencedores; éramos, como todos comenzaron a decir con deleite, la “única superpotencia” del planeta”. ¡Hurra!
Amos del universo
Los griegos, claro, está tenían una palabra para algo semejante: “hibris”.
[desmesura, orgullo desmedido]
Los antiguos dramaturgos griegos hubieran supuesto que nos esperaba una caída de las alturas. Pero en esos años ese pensamiento cruzó pocas mentes en Washington (o Wall Street).
En su lugar, nuestras personas influyentes comenzaron a actuar como si el planeta fuera verdaderamente nuestro (y otros poderes, incluidos los europeos y japoneses, a veces parecían estar de acuerdo).
Haber sugerido en aquel entonces, como lo hizo uno que otro experto en decadencia imperial, que podría no haber habido vencedores, sino dos perdedores en la Guerra Fría, que la superpotencia más débil simplemente había abandonado primero la escena, mientras que la más fuerte, menos deteriorada, iba en camino a la misma salida, era como hablar con sordos.
En los años noventa, la “globalización” –la propagación mundial de los Arcos Dorados de McDonald, de la pipa de Nike, y del Ratón Mickey– estaba en todos los labios en Washington, mientras se referían regularmente a los hombres que dirigían Wall Street, y se referían a sí mismos, como “amos del universo”.
La frase fue utilizada originalmente por Tom Wolfe.
Era la imagen de marca de los personajes superhéroe de acción con los que juega la hija de su protagonista en su novela de 1987 “La hoguera de las vanidades” (“En Wall Street, él y unos pocos más, ¿cuántos?, trescientos, cuatrocientos, quinientos a lo sumo… se habían convertido precisamente en eso, en Amos del Universo…”).
Como resultado, la etiqueta tenía inicialmente algo de la flamenquería de Wolfe. En el mundo posterior a la Guerra Fría, sin embargo, no tardó en convertirse en pura auto-alabanza.
En esos años, cuando las economías de otros países colapsaron repentinamente, Washington envió al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que los “disciplinara”.
Era el término real de la ciencia empresarial.
Causando el inmenso sufrimiento de sociedades enteras, el FMI utilizó regularmente desastres locales o regionales para forzar la apertura de países a los milagros desreguladores del “consenso de Washington”.
(¡Imaginad cómo reaccionarían los estadounidenses si hoy llegara el FMI a nuestras maltrechas puertas con un menú semejante de cosas que debéis hacer!)
Ahora, cuando el planeta se tambalea en lo financiero, mientras desde Alemania a Rusia y China, los dirigentes del mundo culpan la ceguera desreguladora del gobierno de Bush y las artimañas de derivados de Wall Street por el deterioro de la economía global, es mucho más evidente que esos tiranos de las finanzas eran en realidad amos de un universo de pacotilla.
Retrospectivamente, queda más claro que, en esos años después de la Guerra Fría, Wall Street ya iba en camino a la salida, que era menos un tigre económico planetario que un tigre de papel monstruosamente lucrativo.
Algún día, será un lugar común que se diga lo mismo de Washington.
Casi veinte años después, en los hechos, por fin podría ser más aceptable que se sugiera que ciertas comparaciones entre las dos superpotencias de la Guerra Fría eran adecuadas.
Como señaló recientemente David Leonhardt del New York Times:
"Richard Freeman, economista de Harvard, argumenta que la economía burbuja de EE.UU. tenía algo en común con la antigua economía soviética. El crecimiento de la Unión Soviética fue aumentado artificialmente por una inmensa producción industrial que terminó por tener poco uso. La de EE.UU. fue aumentada artificialmente por valores respaldados por hipotecas, CDOs [instrumentos de crédito estructurado] e incluso ocasionales timos Ponzi”.
Hoy en día, cuando se trata de Wall Street, uno siente la cólera que sube en la Calle Mayor cuando los estadounidenses comprenden que esos supuestos amos del universo en realidad desangraron su mundo y les causaron inmensos sufrimientos.
Comprenden lo que esos ex amos de las firmas financieras evidentemente no comprenden cuando entregaron 18.400 millones de dólares en bonificaciones a sus empleados a fines de 2008.
John Thain, ex director ejecutivo de Merrill Lynch, por ejemplo, sigue defendiendo su compra de un cómoda antigua por 35.000 dólares para su oficina, así como los 4.000 millones de dólares en bonificaciones que entregó a los mini-amos bajo su control en un trimestre en el que su grupo acumuló más de 15.000 millones de dólares en pérdidas, en un año en el que las pérdidas de su firma llegaron a 27.000 millones de dólares.
Ahora, por lo menos, nadie –tal vez con la excepción del propio Thain– confundiría a los Thain con amos en lugar de charlatanes, o a EE.UU. con una superpotencia financiera que vuele más alto que un fuerte centro económico devastado.
Por casualidad, sin embargo, había otro conjunto de “amos del universo” harto estadounidenses, incluso si nunca recibieron esa etiqueta.
Hablo de los máximos responsables de nuestro Estado de seguridad nacional, los protagonistas cruciales de la política exterior y militar.
Ellos, también, llegaron a creer que todo iba viento en popa en el planeta.
Llegaron a creer también que, como caso único en la historia de los imperios, la dominación global podría ser suya.
Comenzaron a soñar que podrían supervisar una nueva Roma o una Gran Bretaña imperial, pero de una especie jamás antes vista, y que el Gran Juego competitivo jugado por anteriores Grandes Potencias rivales había sido reducido a un solitario.
Para ellos, la idea misma de que EE.UU. pudiera ser el otro perdedor en la Guerra Fría excedía lo posible. Y no es de extrañar. Creían ver en el horizonte, un camino fácil, no cementerios. De ahí, Afganistán.
Dos veces en el mismo cementerio
Ahí, claro está, es cuando las cosas se ponen espectrales.
Quiero decir, no sólo un cementerio, sino las mismas dos superpotencias y en el mismo cementerio.
En noviembre de 2001, el gobierno de Bush invadió Afganistán a pesar de saber íntimamente lo que le había pasado a la URSS– y con la clara intención de construir bases, ocupar el país, e instalar un gobierno de su preferencia.
Hibris es una palabra débil al hablar de los arquitectos neoconservadores del bushismo global.
Jadeantes ante el pensamiento del supuesto poder de los militares de EE.UU. para aplastar todo lo que se pusiera en su camino, se cegaron ante otras realidades del poder y de la historia.
Equipararon el poder con el poder de destruir.
Lanzaron su invasión porque creyeron que la fuerza militar a su disposición era nada menos que invencible, y que sea lo que sea lo que pasó a los soviéticos, a ellos no podría posiblemente ocurrirles.
Llegaron, vieron, conquistaron, celebraron, se asentaron, y luego invadieron de nuevo – esta vez en Iraq.
Un billón de dólares en dineros públicos desperdiciados más tarde, nos parecemos mucho más a los rusos.
Lo que hizo tanto más notable todo este proceso fue que no había otra superpotencia que los emboscara en Afganistán, como EE.UU. lo hizo con la Unión Soviética.
Resultó que el equipo de George W. Bush, no necesitaba otra superpotencia, no si eran perfectamente capaces de empujarse ellos mismos más allá de ese barranco afgano hacia el cementerio abajo sin más ayuda que la que podía reunir Osama bin Laden.
Promovieron una conveniente explicación de fantasía para todo uso para sus acciones globales, pero también sucumbieron ante ella, y todavía tiene que ser disipada, incluso cuando la economía estadounidense ha caído por su propio barranco.
Bajo la rúbrica de la Guerra Global contra el Terror, insistieron en que el mayor peligro para la “única superpotencia” del planeta provenía de un grupo variopinto de fanáticos respaldado por las sumas relativamente módicas que podía conseguir un acaudalado saudí.
Por cierto, mientras el gobierno de Bush no se interesaba por nada, bin Laden había lanzado una serie de ataques devastadores y espectaculares desde el punto de vista televisivo contra importantes hitos del poder estadounidense – financiero, militar, y político (con la excepción de la caída del Vuelo 93 en un campo en Pennsylvania).
Hay que recordar, sin embargo, que esos ataques habían sido lanzados desde Hamburgo y Florida tanto como desde los páramos afganos.
En vista de la historia del cementerio, los estadounidenses probablemente deberían haber cerrado las puertas de sus aviones, colocado algunas protecciones razonables en el interior, y haber pasado su tiempo buscando a bin Laden.
Al-Qaeda ciertamente era capaz de hacer verdadero daño cada par de años, pero su fuerza siguió siendo mínima, su “califato” un chiste, y Afganistán –para cualquiera con la excepción de los afganos– verdaderamente representaba los páramos del planeta.
Incluso ahora, podríamos indudablemente irnos a casa y, por desastrosa que la situación allí (y en Pakistán) se ha hecho bajo nuestros cuidados, haríamos menos daño del que vamos a hacer con nuestras eventuales ‘oleadas’ en los años por venir.
La ironía es que, si no hubieran sido tan cegados por el triunfalismo, la gente de Bush realmente no hubiera necesitado saber mucho para evitar la catástrofe.
No se trataba de ciencia atómica o cirugía al cerebro.
No tenían que ser expertos en Asia Central, o haber sabido pastún o darí, o recordado la historia de la guerra antisoviética que había terminado apenas una década antes, o incluso leído el profético ensayo de noviembre de 2001 en la revista Foreign Affairs "Afghanistan: Graveyard of Empires" [Afganistán: cementerio de imperios], del ex jefe de estación de la CIA en Pakistán Michael Bearden, que concluía:
“EE.UU. tiene que proceder con cuidado – o terminar en el montón de cenizas de la historia afgana”.
Podrían haber visitado simplemente una librería local, haber agarrado una copia en rústica de la jovial novela “Flashman” de George MacDonald Fraser, y seguido al pillo de su antihéroe a través de la desastrosa Guerra Afgana de Inglaterra de 1839 a 1842 de la cual sólo un inglés volvió vivo.
Aparte del placer de una noche de lectura, eso hubiera suministrado a cualquier gerente neoconservador de la seguridad nacional todo lo que necesitaba saber cuando fue cosa de entrar y salir rápido de Afganistán.
O subsiguientemente, podrían haber pasado algo de tiempo con el embajador ruso en Kabul, un veterano del KGB de la catástrofe afgana de la Unión Soviética.
Se quejó a John Burns del New York Times el año pasado de que ni los estadounidenses ni representantes de la OTAN estuvieron dispuestos a escucharle, a pesar de que EE.UU. ha repetido “todos nuestros errores,” que enumeró cuidadosamente. “Ahora,” agregó, “están cometiendo sus propios errores, por los que no poseemos el derecho de autor”.
Es verdad que el equipo de Obama en la Casa Blanca, el Consejo Nacional de Seguridad, el Departamento de Estado, el Pentágono, y en los militares de EE.UU., incluso vestigios como el Secretario de Defensa Robert Gates y el Comandante de Centcom David Petraeus, no son los que nos metieron en esto.
Sí, son más realistas respecto al mundo.
Sí, creen –y lo dicen– que nos encontramos, en el mejor de los casos, en un punto muerto en Afganistán y Pakistán, que va a ser un trabajo verdaderamente duro, que tomará años y años, y que el resultado final no será la victoria.
Sí, quieren un poco de “nuevo pensamiento,” algunas negociaciones reales con facciones de los talibanes, una especie de gran convenio regional, y sobre todo, quieren “reducir las expectativas”.
Como Gates resumiera hace poco las cosas en un testimonio ante el Congreso:
“Va a ser una larga caminata agotadora, y francamente, mi punto de vista es que tenemos que tener mucho cuidado respecto a la naturaleza de los objetivos que nos fijamos en Afganistán… Si nos fijamos el objetivo de crear alguna especie de Walhalla asiática por allá, perderemos, porque nadie en el mundo posee esa clase de tiempo, paciencia y dinero”.
Bueno, en la mitología nórdica, el Walhalla era el paraíso de los guerreros muertos y el Secretario de Defensa podrá haber querido decir un “Edén asiático” pero no seamos tan duros con él: por lo menos reconoció que había límites financieros para el papel de EE.UU. en el mundo.
Es una nota nueva en el Washington oficial, donde la política militar y diplomática ha existido, hasta ahora, en espléndido aislamiento de la catástrofe económica que arrasa al país y al planeta.
Del mismo modo, el Washington oficial está cada vez más dispuesto a hablar de un “mundo multipolar”, en lugar del planeta unipolar de fantasía en el que residía la presidencia del primer período de Bush.
Sus habitantes están incluso dispuestos a imaginar un momento relativamente distante en el que EE.UU. tenga una “dominación reducida”, como lo describe Global Trends 2025, informe futurista producido para el nuevo presidente por el Consejo Nacional de Inteligencia.
O como sugiere respecto al mismo momento Thomas Fingar, el “máximo analista” de la comunidad de inteligencia de EE.UU.:
“EE.UU. seguirá siendo el poder preeminente, pero esa dominación estadounidense habrá disminuido mucho durante este período… La dominación abrumadora de la que ha disfrutado EE.UU. en el sistema internacional en las áreas militar, política, económica, y discutiblemente cultural, se está erosionando y se erosionará a un ritmo acelerado con la excepción parcial de las fuerzas armadas”.
A pesar de todo, hay un largo camino que recorrer desde quejarse de las finanzas, mientras se piden más dólares para el Pentágono, a imaginarse que ya podamos ser algo menos que el poder hegemónico dominante en este planeta o que no tenga sentido alguno la avidez por amansar los páramos de Afganistán a medio mundo de distancia.
No tiene sentido para nosotros, ni para los afganos, ni para nadie (tal vez con la excepción de al-Qaeda).
A pesar de todas sus diferencias con los neoconservadores del primer período de Bush, veamos lo que el equipo de Obama sigue teniendo en común con ellos – y no es poco: Todavía piensan que EE.UU. ganó la Guerra Fría.
Todavía no aceptan que no puedan controlar como gira este mundo, aunque sea de un modo más sutil que los bolcheviques; todavía no logran imaginar que EE.UU., como potencia imperial, podría posiblemente ir camino a la salida.
Silbando al pasar el cementerio
En 1979, el Consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, conspirando para atraer a los soviéticos a un cenagal en Afganistán, escribió al presidente Jimmy Carter:
“Ahora tenemos la oportunidad de dar a la URSS su Guerra de Vietnam”.
De hecho, la yihad antisoviética en Afganistán respaldada por la CIA que duró hasta los años ochenta fue mucho peor para los soviéticos.
Después de todo, aunque la Guerra de Vietnam haya sido una derrota para EE.UU., de ninguna manera lo llevó a la bancarrota.
En 1986, el dirigente soviético Mikhail Gorbachov describió vívidamente la Guerra Afgana como una “herida sangrante”.
Tres años después, cuando hace tiempo que era obvio que las transfusiones no servían para nada, los soviéticos se retiraron.
Resultó, sin embargo, que no pudieron contener la hemorragia, y por lo tanto, la Unión Soviética, con su economía esclerótica en colapso y con el “poder popular” creciendo en sus periferias, cayó al precipicio.
Hay que reconocerlo: el gobierno de Bush, en los últimos más de siete años ha infligido esencialmente a EE.UU. una versión del “Afganistán” de los soviéticos.
Ahora el equipo de Obama trata de remediar ese desastre, pero todas las ideas nuevas que aparecen son, que sepamos, esencialmente tácticas.
Es posible que el que los planes del nuevo equipo tengan más o menos “éxito” en Afganistán y en la frontera paquistaní, resulte ser a fin de cuentas algo irrelevante.
El término victoria pírrica, queriendo decir un triunfo más costoso que una derrota, fue inventado precisamente para ocasiones como esta.
Después de todo, más de un billón de dólares más tarde, con nada que mostrar esencialmente excepto un historial ininterrumpido de destrucción, corrupción e incapacidad de construir algo de valor, EE.UU. sólo está reduciendo sus más de 140.000 soldados en Iraq a “solo” 40.000 o algo así, mientras envía aún más tropas a Afganistán para librar una guerra de contrainsurgencia, posiblemente durante años.
Al mismo tiempo, EE.UU. sigue expandiendo sus fuerzas armadas y militarizando el globo, incluso mientras trata de rescatar una economía y un sistema bancario que están evidentemente al borde del colapso.
Es una fórmula a toda prueba para más desastres – a menos que el nuevo gobierno tome la improbable decisión de reducir considerablemente la misión global de EE.UU.
Ahora mismo, Washington pasa silbando junto al cementerio. En Afganistán y Pakistán el problema ya no es si el que manda es EE.UU., sino si puede irse a tiempo.
Si no, cuando llegue el momento para un rescate, no hay que esperar que otras potencias apremiadas hagan por Washington lo que este último ha estado dispuesto a hacer por los John Thain de este mundo.
Los europeos ya están ansiosos por irse.
Rusos, chinos, iraníes, indios… ¿quién exactamente irá a nuestro rescate?
Tal vez sería más prudente dejar de frecuentar cementerios. Después de todo, están hechos para entierros, no resurrecciones.
(mas...)
Tom Engelhardt
Autor de “The End of Victory Culture (University of Massachussetts Press).
Editó el primer libro de lo mejor de “The World According to Tomdispatch: America in the New Age of Empire,” (Verso, 2008) una colección de algunos de los mejores artículos de su sitio y una historia alternativa de los demenciales años de Bush.
Copyright 2009 Tom Engelhardt
Osama bin Laden, el líder de Al-Qaeda, creía que los muyahidín derrotaron por sí solos al imperio soviético; de modo que una banda muyahidín más compacta, al-Qaeda, sería la vanguardia en la derrota del imperio estadounidense. Nunca fue así de simple.
En EE.UU. vale el mito de que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) asestó a los soviéticos “su Vietnam”; que por lo tanto fue básicamente una victoria de EE.UU., en la que “los combatientes por la libertad” (copyright presidente Ronald Reagan) fueron los actores de reparto. Nunca fue así de simple.
El establishment de militar y de inteligencia paquistaní cree desde fines de los años setenta, que un Afganistán títere era esencial para su “profundidad estratégica”. Nunca fue así de simple.
También es útil recordar actualmente que poco ha cambiado respecto a la tragedia afgana en estas últimas tres décadas. Y eso hace que la próxima ‘oleada’ de EE.UU. y de la OTAN en Afganistán sea un camino garantizado a la ruina.
Tras la cortina roja
Es fácil olvidar en EE.UU. que la inteligencia soviética a fines de 1979 estaba más que consciente de un inminente pacto antisoviético entre China y EE.UU. – que plasmaría lo que más temía la URSS: ser rodeada por poderes enemigos.
Había, por cierto, elementos políticos afganos que obligaron a actuar a los soviéticos. Moscú deseaba apoyar un gobierno comunista en Kabul, y estaba muy alerta ante la posibilidad de que la revolución islámica fuera exportada de Irán a Afganistán occidental.
Pero también existía el hecho de que unos 100 altos funcionarios soviéticos –incluyendo tres coroneles del KGB– habían sido asesinados por fundamentalistas tribales a plena vista del gobierno de entonces de Hafizullah Amin.
(Después de la invasión soviética Amin fue despachado a la Lubyanka, la central del KGB en Moscú, y torturado: había hecho un tal lío en Kabul que se creía que era agente de la CIA. Amin fue finalmente ejecutado por “proceso administrativo” – un tiro en la nuca)
El consejero de seguridad nacional del ex presidente de EE.UU. Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski –actualmente eminencia gris de la política exterior del presidente Barack Obama– ciertamente instrumentalizó a los muyahidín. Después de todo, lo que Zbig realmente quería –y logró– era “inducir una intervención militar soviética”.
Pero cuando Carter obtuvo su invasión, la interpretó como que la URSS realmente quería invadir el Golfo Pérsico y cortar el suministro de petróleo de “nuestro” mundo occidental. Pocas voces cuerdas en EE.UU. advirtieron que un tal intento de la URSS significaría una guerra nuclear con EE.UU.
El historiador, diplomático, estratega e ícono del establishment de la política exterior de EE.UU., George Kennan –autor de la estrategia de la “contención” del comunismo– fue una de esas voces; desechó a Carter por “inmaduro.”
Kennan también señaló dos puntos que siguen siendo extremadamente válidos hoy en día: que si el Golfo Pérsico era tan “vital” para EE.UU., se debía a la codicia de petróleo de EE.UU, y que la inestabilidad en Oriente Próximo no se debía a acciones de la URSS sino al conflicto israelí-palestino, en el que EE.UU. respalda ciegamente a un lado.
En caso de duda, adelántate a tu contrincante
Sobre todo, desde el punto de vista soviético, la invasión de Afganistán fue una clásica acción preventiva – una especie de repetición de la crisis de los misiles en Cuba. En 1962, Fidel Castro informó a Moscú que EE.UU. estaba preparando la invasión de Cuba. El alto comando soviético entonces propuso una acción preventiva – el despliegue de misiles en el entendimiento de que serían enviados de vuelta a casa en caso de protesta del presidente John F Kennedy, logra la inviolabilidad de Cuba.
En la invasión de Afganistán, que había tenido gobiernos pro-comunistas o pro-soviéticos durante los años anteriores –aunque su apoyo a Moscú no fue exactamente entusiasta– los soviéticos se anticipaban a la posibilidad de que a través de un pacto con EE.UU., China entrara en Afganistán siguiendo a su aliado, el ultraconservador Pakistán, y probablemente utilizando dinero estadounidense.
Por lo tanto la acción soviética se justificaba en términos de su estrategia de supervivencia. Pakistán ya estaba involucrado en aquel entonces en una operación –junto con China y EE.UU.– contra sectores políticos y sociales en Afganistán. Con la invasión de Afganistán y la victoria electoral de Indira Gandhi electoral en India, la URSS creó un títere.
Lo que nadie podía imaginar en 1979 era que el poderoso Ejército Rojo sería, si no derrotado, por lo menos paralizado por un puñado de guerreros montañeses con rifles. En cuanto a Pakistán, su plan maestro siempre fue controlar Afganistán, aunque fuera indirectamente, en nombre de su teoría de la “profundidad estratégica” (y eso no ha cambiado hasta hoy).
La influencia de movimientos izquierdistas en Afganistán ya se pudo observar en una elección más o menos libre en 1954, cuando la izquierda eligió a 50 congresistas de un total de 120. Una buena parte de esos izquierdistas eran nacionalistas e islamistas radicales. La URSS había estado ayudando a Afganistán desde la revolución de octubre de 1917. Igual que Moscú, Mohammed Daoud –quien depuso a su primo, el rey Zahir Shah en 1973– quería modernizar Afganistán por la fuerza. El precedente no era muy alentador, es decir el fracaso del rey Amanullah en 1919, también apoyado por los rusos.
Incluso si Washington bajo Obama estuviera interesado actualmente (y no lo está), la modernización de Afganistán por la fuerza tampoco funcionaría. Lo que se necesitaría realmente es una sólida construcción de la nación – mucha inversión en educación e infraestructura que genere verdaderas oportunidades de empleo, mientras se asegura que el dinero no desaparezca en el agujero negro de la burocracia ministerial de Kabul.
Promover el socialismo, el progreso o simplemente la democracia en Afganistán sólo mediante la distribución de ayuda –sin cambiar fundamentalmente una estructura social centenaria– es imposible. Fue –y seguirá siendo– la clave para resolver el acertijo afgano, y es el motivo principal por el cual fracasará la ‘oleada’ de Obama, el Pentágono y la OTAN, total o a medias.
Como perder una ‘guerra civil revolucionaria’
En cuanto al fin de la invasión/ocupación soviética hace poco más de 20 años, la dinámica ha cambiado en comparación con los fines de los años setenta. Entonces había una distensión tanto con EE.UU. como con China. Un mito estadounidense dice que los soviéticos abandonaron Afganistán porque EE.UU. (y Pakistán, más dinero de Arabia Saudí) manipularon la mayor guerra de guerrillas del Siglo XX, cuyo golpe de gracia fueron esos preciosos misiles Stinger que la CIA terminó por enviar a los muyahidín.
Ésa fue sólo una entre una miríada de razones, todas relacionadas con un complicado desastre financiero en la URSS: la caída de los precios del petróleo y del gas; las secuelas de Chernobyl; un horrible terremoto en Armenia; un pésimo rendimiento en la agricultura; y la parálisis de la perestroika.
A comienzos de 1989, la mayoría de los rusos consideraba la invasión de Afganistán en diciembre de 1979 como un gran error. Además tuvieron que contar sus muertos. En la primera ola los muertos fueron uzbecos, tayikos, turcomanos y kirguizos. Después fueron bielorrusos, ucranianos, estonios y, sí, rusos.
Desde la paz de Brest Litovsk en 1918, los soviéticos nunca habían sufrido una derrota político-militar. Para los ideólogos oficiales cercanos al antiguo presidente soviético Mikhail Gorbachov, no se trataba de una guerra de conquista, sino de una guerra civil revolucionaria con la ayuda “internacionalista” de la URSS.
Pero esa “guerra civil revolucionaria” terminó por ser ganada por un montón de tribales musulmanes -Rabbani, Khalis, Abdul Haq, Gulbuddin Hekmatyar, Ahmad Shah Masoud, Ishmail Khan– y sus comandantes.
(Es interesante recordar que Abdul Haq fue posteriormente muerto por los talibanes, Masoud fue muerto por al-Qaeda dos días antes del 11-S, Ishmail Khan sigue gobernando en Afganistán occidental y Hekmatyar sigue siendo el más detestado por Washington que anda suelto)
Desde el punto de vista de Moscú, por lo menos la frontera sur de la URSS estaba pacificada. Las unidades especiales del general Boris Gromov dejaron atrás millones de minas terrestres. Pero sobre todo la URSS –y EE.UU.– dejaron atrás un supurante ejército guerrillero a múltiples niveles, dividido entre siete partidos suníes, basados en Pakistán, y ocho partidos chiíes, apoyados por Irán. La perspectiva para Kabul era un escenario Saigón o un escenario Beirut. A fin de cuentas, ganó “Beirut”: de la situación libanesa ampliada surgió el Frankenstein de Pakistán – los talibanes.
Nunca se subrayará lo suficiente: casi todo talibán es pastún, pero no todo pastún es talibán. La actual estrategia de EE.UU. y la OTAN de una guerra contra campesinos pastunes es tan insensata como la guerra fracasada contra los baasistas en Iraq.
(Casi todos los baasistas eran árabes suníes, pero no todo árabe suní era baasista)
El general Gromov, ex comandante del 40 Ejército soviético en Afganistán –y actualmente gobernador de la región de Moscú– no escatimó sus palabras al “celebrar” el 20 aniversario de la retirada soviética, el 15 de febrero:
“Pienso que la guerra fue un error político inmenso, y en muchos sentidos irreparable, de la dirigencia de la Unión Soviética de entonces”.
Actualmente Gromov subraya que “la región de Moscú envía regularmente ayuda humanitaria a Afganistán”. Si Obama hiciera un llamado a Gromov oiría algunas palabras aleccionadoras: persista en su “estrategia” y usted y la OTAN serán derrotados en el “cementerio de imperios”.
Vuelven los combatientes por la libertad
A diferencia de la retórica acostumbrada de Obama, Afganistán no es el “frente central en la guerra contra el terror”. La clave para el acertijo reside en los mandos medianos de la Inteligencia Inter-Servicios (ISI) y en el ejército paquistaní. La ISI “inventó” a los talibanes – y los mandos medianos y superiores, así como algunos oficiales pastunes del ejército, siguen apoyando totalmente no sólo a los talibanes “históricos” del grupo de Mullah Omar sino también a los neotalibanes de las variedades de Baitullah Mehsud y Maulana Sufi Mohammed.
El problema es que Washington no tiene la influencia, ni la credibilidad, ni la información confidencial necesarias para realizar una amplia purga de la ISI y del ejército paquistaní.
Y luego, existe el problema de la endémica corrupción afgana. Si un país suministra un 93% del opio del mundo, es definitivamente un narco-Estado. Puede que los talibanes no controlen la compleja red del cultivo de adormidera – pero se benefician con su transporte y contrabando.
La Alianza del Norte, hegemónica en el juego del poder en Kabul, está directamente involucrada, así como la familia pastún del presidente Hamid Karzai. Una medida adicional del desconcierto de Washington en Afganistán es que una nueva “solución” en discusión involucra librarse de Karzai e instalar a un nuevo dictador favorable/títere.
Obama –incluso sin estar familiarizado con el escenario Afganistán-Pakistán– tiene que ser suficientemente listo para ver la ‘oleada’ per se como una jugada suicida. El problema es que todavía parece creer que la guerra es “ganable”. Su última definición de “ganar”, durante su breve visita a Canadá, es “derrotar a al-Qaeda” y asegurar que el escenario Afganistán-Pakistán no sea una “rampa de lanzamiento para ataques contra Norteamérica.” De modo que, si esa es la misión tendrá que reconocer que el nodo crucial es Pakistán, no Afganistán.
En detrimento de políticas romantizadas, el 11-S nunca fue organizado en una cueva en Afganistán: fue tramado en células en Alemania y España por saudíes y paquistaníes, y no había un solo afgano entre ellos. Todos los ataques subsiguientes fueron planificados básicamente en Europa Occidental, no en Afganistán.
Por su parte, al-Qaeda “histórica” actual no tiene nada que ver con un Citigroup orientado hacia el terror; está compuesto por no más que unas pocas docenas de personajes tenebrosos –incluido Ayman al-Zawahiri– oculto con gran probabilidad en los Waziristanes y en los enormes espacios vacíos de Baluchistán.
Los problemas de Obama son exacerbados por el hecho de que está rodeado de gente, como el supremo del Pentágono Robert Gates, que siguen bloqueados en el modo de la “guerra contra el terror”/Guerra Prolongada. El vicepresidente Joe Biden y el enviado especial al teatro Afganistán-Pakistán, Richard Holbrooke –para no mencionar al general David “me estoy colocando para 2012” Petraeus– son halcones adverados. Harán todo lo posible por guiar las conclusiones de la revisión de la política estratégica en
Afganistán esperada por Obama hacia el concepto de la Guerra Prolongada.
Para Andrew Bacevich, profesor de Relaciones Internacionales y de Historia en la Universidad Boston, el senador John Kerry, presidente del comité de Relaciones Exteriores del Senado representa la última esperanza de cordura.
Nunca se subraya lo suficiente que el marco de la “guerra contra el terror” de Bush sigue en pleno vigor. Leon Panetta, presentado por Obama como director de la CIA, dijo que la CIA seguirá básicamente haciendo ‘entregas extraordinarias’. Elena Kagan, presentada por Obama como subsecretaria de justicia, dijo que la detención indefinida sin juicio sigue en vigor – no importa dónde sea capturado el detenido. Y el subprocurador general Michael Hertz dijo que los detenidos en la base aérea Bagram en Afganistán siguen sin derechos legales. Si Obama habla en serio sobre el cierre de Guantánamo, tiene que hablar en serio sobre el cierre de Bagram.
La estrategia dual “Alianza occidental” en el teatro de operaciones Afganistán-Pakistán, en su condición actual, consiste en que EE.UU. y la OTAN ocupen las partes de Afganistán no ocupadas por los talibanes, mientras Washington soborna a Islamabad para que le permita atacar a campesinos pastunes dentro de las Áreas Tribales bajo Administración Federal de Pakistán (FATA).
No puede sorprender que después de perder de facto una guerra en Iraq contra un montón de “irregulares” con Kalashnikovs, el Pentágono esté ahora aterrado ante la posibilidad de que la OTAN esté a punto de perder definitivamente la guerra en Afganistán, demostrando así a todo el mundo su irrelevancia total – y destruyendo de una vez por todas el tambaleante pilar de la hegemonía de EE.UU. sobre Europa.
La OTAN es incompetente incluso en sus mentiras. Un informe de la OTAN en enero afirmó que “sólo” 973 civiles fueron muertos en Afganistán en 2008, y "sólo 97" de estos por la OTAN. Este mes, un informe de la ONU confirmó que la OTAN miente. Según la ONU, por lo menos 2.118 civiles afganos fueron muertos en 2008 – 828 de ellos por EE.UU. o la OTAN.
Todos hablan de que cazas jet de EE.UU. y aviones teledirigidos Predator de la CIA causan gran conmoción desde tres bases aéreas paquistaníes secretas – con el silencio cómplice de Islamabad. Pero nadie habla sobre el componente de “humint”, o inteligencia humana, de la guerra encubierta de EE.UU. en Afganistán, realizada por lo que el New York Times define, con hipocresía espectacular, como “unidades militares que operan fuera de la cadena normal de comando.”
Las fuerzas especiales de EE.UU. forman parte de esa mezcla mortífera. Un reciente informe de la ONU identifica a estos comandos de EE.UU. como los culpables cruciales en cuanto a la muerte de civiles afganos. Lo usual es que Washington identifique a grupos semejantes –cuando operan bajo una bandera, o religión, diferente– como “terroristas.”
En el caso de este nuevo engendro estadounidense, es justo esperar que el Pentágono y el establishment de Washington comiencen tarde o temprano a llamarlos –en un eco siniestro del reciente pasado afgano– “combatientes por la libertad”.
Pepe Escobar
Autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Acaba de aparecer su más reciente libro “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009).
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