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La República y los maestros

Entre los mayores empeños de la República estuvo el de la Enseñanza, sin duda uno de los propósitos en el que existió mayor grado de consenso. Éste es un capítulo de su historia que contiene más actualidad, sobre el que hay muchas cosas que aprender y debatir.El viernes 11 de abril tuvo lugar la segunda sesión del ciclo Cine y República que se está haciendo en Roquetas del Garraf, una pedanía de Sant Pere de Ribes, y el tema a tratar fue algo así como un viaje por la memoria histórica de la reforma pedagógica de la II República a través de las declaraciones de algunos de sus estudiosos así como de los recuerdos de sus protagonistas: los escolares y sus maestros.

Esto se hizo con la ayuda de uno de los escasos documentales (45 minutos de duración) producidos por TVE, que precisamente no se ha prodigado especialmente en estas cosas, ni tan siquiera en esta, de una importancia que no deja lugar para la duda nada más sus propias imágenes. Estamos hablando de La República de los maestros, una soberbia y sumamente didáctica exposición escrita por Victoria Martínez y realizada por Arturo Villacorta. De una manera tan sucinta como directa, el documental recuerda a las Escuelas de la República y reivindica el memorable encuentra entre un pueblo que quería aprender y unos maestros que querían enseñar. Esto significó una “revolución”, entre otras cosas porque, de entrada, la Iglesia que casi monopolizaba la enseñanza para su beneficio, y que lo hacía solamente para los más pudientes, eso aparte del sentido doctrinario y oscurantista de su pedagogía. No había sido por casualidad que la monarquía borbónica que había caído en el mayor de los oprobios fue la que mandó a fusilar a Francisco Ferrer i Guardia.

La Constitución ya hablaba de una escuela Laica, Obligatoria y Gratuita y atribuía al Estado el servicio de la cultura. El esfuerzo fue considerable, y a pesar de “Bienio Negro” y de la contrarrevolución que desencadenó la guerra, al final, el tiempo nos está devolviendo la memoria de todo aquello. Se trataba de aplicar los principios de la Institución Libre de Enseñanza y del movimiento obrero clásico, que consideraban la Educación como piedra angular de la transformadora social por excelencia. Antes era muy habitual la frase, “Pasa más hambre que un maestro”, pero ya durante los dos primeros años de la República –de 1931 a 1933- aumentó el sueldo de los maestros. También fue aprobado un plan quinquenal de construcción de 27.000 escuelas, de las que tan sólo pudieron levantarse finalmente unas 16.000; los estudios de Magisterio pasaron a ser carrera universitaria, y trató de dignificarse la figura del maestro, que se convirtió en una especie de sacerdote laico. Al mismo tiempo se desarrollaron las Misiones Pedagógicas, y se llevaron el teatro y el cine a la España “profunda”, sentida a los caciques y a sus servidores armados. También tuvo lugar una apropiación del libro por parte de la clase trabajadora…

Guiado por la información razonada de los investigadores, uno de los cuales se atreve a afirmar que aquella tentativa pedagógica todavía nos supera, el documental expone una serie de experiencias, algunas de ellas especialmente deslumbrante como la del pastor que cada dos o tres días se llevaba un libro al monte, y que cuando los falangistas quemaron la biblioteca del pueblo, él ser reservó en el mayor secreto tres ejemplares como sí fuesen tres tesoros. Cierto, se dicen cosas que resultan cuanto menos discutibles, por ejemplo cuando atribuye a “los anarquistas” y a la “extrema izquierda” el asunto de la quema de Iglesias y la represión antirreligiosa, cuando se ha demostrado que en esta actuación –obviamente errónea, entre otras cosas porque facilitó las mentiras de la campaña propagandista del franquismo- coincidieron todas las ideas republicanas…En un momento dado se dice que los “nacionales” bombardearon Madrid, y la verdad es que a mí me parece que de “nacionales” no tenían mucho. Eran tan naciones como los vichystas franceses, y no tuvieron el menor reparo el recurrir al capitalismo internacional y a las tropas coloniales para sus propósitos. Propósitos que en nombre de Dios y de España ocultaban su afán de privilegios y su desprecio por el pueblo llano y por la cultura.

Obviamente, la parte más terrible es la que informa de algunos ejemplos de la despiadada represión franquista que se cebó especialmente con los maestros.

Todavía no somos consciente de todo lo que esto llegó a significar para las siguientes generaciones, sometidas a una escolaridad que recuperaba el mismo espíritu que había respirado la España que celebró el fusilamiento de Ferrer i Guardia como celebró la de tantos y tantos hombres y mujeres que fueron pasados por las armas, o bien tuvieron que escoger los caminos del exilio o del ostracismo, cuando no situaciones tan trágicas como la que todavía recuerdan algunos niños de mi pueblo, la Puebla de Cazalla, provincia de Sevilla, quienes allá por la segunda mitad de los años cincuenta pudieron conocer a un curioso ancianito, pequeño y jovial, que apareció por el pueblo coincidiendo con un invierno lluvioso y frío. Su residencia no fue otra que una cavidad a la que muy abusivamente se le llamaba “cueva”, pero que había servido de techo a muchos de los que pasaban por allá pidiendo un pedazo de pan. La única manera de limpiarla de todos los piojos que albergaba era encender un fuego alto, y pasa las antorchas por sus rincones. Eso fue lo primero que hizo aquel cuya pobreza no le impedía mantener un aspecto limpio y venerable. Lo segundo fue pedir jabón y lo tercero pedir como una limosna más una colada, uno de sus favores más comunes.

Extrañamente cautivador para los niños, no tardó ni una semana en crearse una peña de amigos, entre los que me digné figurar después de asistir a una de sus fascinantes tertulias nocturnas alrededor de una fogata, como en el cine. Estaba instalado en la pequeña y piojosa cueva colindante con una era que era muy utilizada durante los recreos de la escuela. Y nada, ni las lluvias ni los vientos huracanados, pudieron impedir que la peña de amigos se convirtiera en su cómplice entusiasta. Lo llamábamos El Abuelo y porfiábamos por asegurarle la manutención con lo poco que podíamos rebañar en nuestras casas. Luego, nos disputábamos su atención, que la tenía con todos. Recuerdo especialmente una noche de Navidad, increíblemente estrellada, que se prolongó hasta casi la madrugada; algo que no perturbaba en aquel pueblo en el que raramente pasaba nada. Consultando con algunos de los niños de entonces, todos coinciden en afirmar que era más que probable que el abuelo fuese uno de los maestros represaliados de la República. Y, aunque muy vagamente, lo recuerdo hablando de Lorca, Machado, Picasso…

Una infausta mañana, El Abuelo amaneció cadáver. El revuelo que se armó entre los niños de las calles más próximas a la cueva fue enorme. Pronto surgió entre los más adelantados la idea de un entierro cristiano y, a tal efecto, orientamos nuestras rogativas. Primero, hacia los maestros y luego, hacia al párroco. Nos esperábamos una evasiva de los primeros, ¡sólo faltaba que ellos tuvieran que ocuparse del entierro de cada mendigo que pasaba por allí!, pero no la respuesta del párroco, don Ignacio. Pequeño, rechoncho, lustroso, con pelo cortado a lo militar, nos dejó desconcertados con su falta de tiempo. En aquel momento, se nos alumbró lo que ya era público y notorio. Don Ignacio sólo entendía de caridad cuando se aplicaban o rendían beneficios para él y su voraz familia. Al final, el abuelo acabó siendo enterrado, sin ninguna ceremonia, en una caja hecha con cuatro maderas. Luego, se la quitaron cuando lo depositaron en un agujero cavado en la tierra roja, embarrada. Al lado del protestante del lugar, y de los suicidas. En la cruz de madera que fabricamos pusimos “El abuelo”, porque ni siquiera sabíamos como se llamaba. Seguro que tenía nombre, y seguro que tenía una familia, y también de que muchos le recuerdan.

En el forum que siguió a la proyección se debatió sobre lo que había significado la enseñanza bajo el franquismo, sobre la regla y las excepciones, y sobre como en la última fase, los centros de enseñanza pasaron a ser una de las plataformas más activas de la agitación social y democrática. Y naturalmente, una parte del debate desembocó sobre el presente. Uno de los jóvenes presentes planteó la cuestión de la crisis de los valores, sobre como el consumismo y el pasotismo se han impuesto entre sectores muy amplios. Existe un factor determinante, en rechazo a las normas tradicionales que bajo el franquismo llegaron a acentuar su autoritarismo, los nuevos padres habían optado, primero por difuminar las normas, y segundo por delegar en la escuela, en la sanidad, en otros, tareas que les eran propias. Su rechazo podría ser comprensible, el problema es que se ha mostrado que es mejor una normativa imperfecta que la ausencia de ellas. Antes había que pelearse con los padres para tener más libertad a la hora de regresar por la noche, ahora se daban casos que era el niño el que reprendía a los padres por ponerles algún tipo de traba…

Pero más allá de todo esto, está claro que el nacimiento de la República llenó al pueblo de sueños y esperanzas, y también lo está que ahora pocos parecen creer en el futuro. El cine y la República continuaran la semana próxima en el mismo lugar y con otro “documental”, el de Basilio Martín Patino sobre Casas Viejas.

Gutiérrez-Álvarez

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