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El undécimo presidente de Estados Unidos |
El pasado martes 20 de enero de 2009 asumió la jefatura del imperio Barack Obama como el Presidente número once de Estados Unidos, desde el triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959.
Nadie podría dudar de la sinceridad de sus palabras cuando afirma que convertirá a su país en modelo de libertad, respeto a los derechos humanos en el mundo y a la independencia de otros pueblos. Sin que esto, por supuesto, ofenda a casi nadie, excepto a los misántropos en cualquier rincón del planeta. Ya afirmó cómodamente que la cárcel y las torturas en la Base ilegal de Guantánamo cesarían de inmediato, lo cual comienza a sembrar dudas a los que rinden culto al terror como instrumento irrenunciable de la política exterior de su país.
El rostro inteligente y noble del primer presidente negro de Estados Unidos desde su fundación hace dos y un tercio de siglos como república independiente, se había autotransformado bajo la inspiración de Abraham Lincoln y Martin Luther King, hasta convertirse en símbolo viviente del sueño americano.
Sin embargo, a pesar de todas las pruebas soportadas, Obama no ha pasado por la principal de todas. ¿Qué hará pronto cuando el inmenso poder que ha tomado en sus manos sea absolutamente inútil para superar las insolubles contradicciones antagónicas del sistema?
He reducido las Reflexiones tal como me había propuesto para el presente año, a fin de no interferir ni estorbar a los compañeros del Partido y el Estado en las decisiones constantes que deben tomar frente a dificultades objetivas derivadas de la crisis económica mundial. Yo estoy bien, pero insisto, ninguno de ellos debe sentirse comprometido por mis eventuales Reflexiones, mi gravedad o mi muerte.
Reviso los discursos y materiales elaborados por mí a lo largo de más de medio siglo.
He tenido el raro privilegio de observar los acontecimientos durante tanto tiempo. Recibo información y medito sosegadamente sobre los acontecimientos. Espero no disfrutar de tal privilegio dentro de cuatro años, cuando el primer período presidencial de Obama haya concluido.
Fidel Castro Ruz

Doy gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación y por la generosidad y la cooperación que ha demostrado en esta transición.
Son ya 44 los estadounidenses que han prestado juramento como presidentes. Lo han hecho durante mareas de prosperidad y en aguas pacíficas y tranquilas. Sin embargo, en ocasiones, este juramento se ha prestado en medio de nubes y tormentas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante, no sólo gracias a la pericia o la visión de quienes ocupaban el cargo, sino porque Nosotros, el Pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales.
Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de estadounidenses.
Es bien sabido que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance.
Nuestra economía se ha debilitado enormemente, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han eliminado empleos; se han cerrado empresas. Nuestra sanidad es muy cara; nuestras escuelas tienen demasiados fallos; y cada día trae nuevas pruebas de que nuestros usos de la energía fortalecen a nuestros adversarios y ponen en peligro el planeta.
Estos son indicadores de una crisis, sujetos a datos y estadísticas. Menos fácil de medir pero no menos profunda es la destrucción de la confianza en todo nuestro territorio, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y la próxima generación tiene que rebajar sus miras.
Hoy os digo que los problemas que nos aguardan son reales. Son graves y son numerosos. No será fácil resolverlos, ni podrá hacerse en poco tiempo. Pero debes tener clara una cosa, América: los resolveremos.
Hoy estamos reunidos aquí porque hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia. Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política.
Seguimos siendo una nación joven, pero, como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado las cosas infantiles.
Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu de resistencia; de escoger lo mejor que tiene nuestra historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, transmitida de generación en generación: la promesa hecha por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible.
Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, sabemos que esa grandeza no es nunca un regalo. Hay que ganársela.
Nuestro viaje nunca ha estado hecho de atajos ni se ha conformado con lo más fácil.
No ha sido nunca un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo, o no buscan más que los placeres de la riqueza y la fama. Han sido siempre los audaces, los más activos, los constructores de cosas -algunos reconocidos, pero, en su mayoría, hombres y mujeres cuyos esfuerzos permanecen en la oscuridad- los que nos han impulsado en el largo y arduo sendero hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros empaquetaron sus escasas posesiones terrenales y cruzaron océanos en busca de una nueva vida.
Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y colonizaron el Oeste; soportaron el látigo y labraron la dura tierra. Por nosotros combatieron y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn.
Una y otra vez, esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener las manos en carne viva, para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor. Vieron que Estados Unidos era más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales; más grande que todas las diferencias de origen, de riqueza, de partido.
Ése es el viaje que hoy continuamos. Seguimos siendo el país más próspero y poderoso de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis.
Nuestras mentes no son menos imaginativas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado ni el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el periodo del inmovilismo, de proteger estrechos intereses y aplazar decisiones desagradables ha terminado; a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y empezar a trabajar para reconstruir Estados Unidos.
Porque, miremos donde miremos, hay trabajo que hacer.
El estado de la economía exige actuar con audacia y rapidez, y vamos a actuar; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para sentar nuevas bases de crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren nuestro comercio y nos unen a todos. Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades para que respondan a las necesidades de una nueva era.
Podemos hacer todo eso. Y todo lo vamos a hacer.
Ya sé que hay quienes ponen en duda la dimensión de mis ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede soportar demasiados grandes planes. Tienen mala memoria. Porque se han olvidado de lo que ya ha hecho este país; de lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une a un propósito común y la necesidad al valor.
Lo que no entienden los escépticos es que el terreno que pisan ha cambiado, que las manidas discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no sirven.
La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino si sirve de algo: si ayuda a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente, una sanidad que puedan pagar, una jubilación digna.
En los programas en los que la respuesta sea sí, seguiremos adelante. En los que la respuesta sea no, los programas se cancelarán. Y los que manejemos el dinero público tendremos que responder de ello -gastar con prudencia, cambiar malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día-, porque sólo entonces podremos restablecer la crucial confianza entre el pueblo y su gobierno.
Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos.
El éxito de nuestra economía ha dependido siempre, no sólo del tamaño de nuestro producto interior bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de ofrecer oportunidades a todas las personas, no por caridad, sino porque es la vía más firme hacia nuestro bien común.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falso que haya que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, elaboraron una carta que garantizase el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha perfeccionado con la sangre de generaciones.
Esos ideales siguen iluminando el mundo, y no vamos a renunciar a ellos por conveniencia. Por eso, a todos los demás pueblos y gobiernos que hoy nos contemplan, desde las mayores capitales hasta la pequeña aldea en la que nació mi padre, os digo: sabed que Estados Unidos es amigo de todas las naciones y todos los hombres, mujeres y niños que buscan paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir de nuevo el liderazgo.
Recordemos que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y el comunismo no sólo con misiles y carros de combate, sino con alianzas sólidas y convicciones duraderas.
Comprendieron que nuestro poder no puede protegernos por sí solo, ni nos da derecho a hacer lo que queramos. Al contrario, sabían que nuestro poder crece mediante su uso prudente; nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderación que deriva de la humildad y la contención.
Somos los guardianes de este legado.
Guiados otra vez por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor, más cooperación y más comprensión entre naciones. Empezaremos a dejar Irak, de manera responsable, en manos de su pueblo, y a forjar una merecida paz en Afganistán. Trabajaremos sin descanso con viejos amigos y antiguos enemigos para disminuir la amenaza nuclear y hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta.
No pediremos perdón por nuestra forma de vida ni flaquearemos en su defensa, y a quienes pretendan conseguir sus objetivos provocando el terror y asesinando a inocentes les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no podéis romperlo; no duraréis más que nosotros, y os derrotaremos.
Porque sabemos que nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad.
Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra; y porque probamos el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y salimos de aquel oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no tenemos más remedio que creer que los viejos odios desaparecerán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; y que Estados Unidos debe desempeñar su papel y ayudar a iniciar una nueva era de paz.
Al mundo musulmán: buscamos un nuevo camino hacia adelante, basado en intereses mutuos y mutuo respeto. A esos líderes de todo el mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente: sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que seáis capaces de construir, no por lo que destruyáis. A quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y acallando a los que disienten, tened claro que la historia no está de vuestra parte; pero estamos dispuestos a tender la mano si vosotros abrís el puño.
A los habitantes de los países pobres: nos comprometemos a trabajar a vuestro lado para conseguir que vuestras granjas florezcan y que fluyan aguas potables; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y saciar las mentes sedientas. Y a esas naciones que, como la nuestra, disfrutan de una relativa riqueza, les decimos que no podemos seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.
Mientras reflexionamos sobre el camino que nos espera, recordamos con humilde gratitud a esos valerosos estadounidenses que en este mismo instante patrullan desiertos lejanos y montañas remotas. Tienen cosas que decirnos, del mismo modo que los héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo.
Les rendimos homenaje no sólo porque son guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnan el espíritu de servicio, la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento -un momento que definirá a una generación-, ese espíritu es precisamente el que debe llenarnos a todos.
Porque, con todo lo que el gobierno puede y debe hacer, a la hora de la verdad, la fe y el empeño del pueblo norteamericano son el fundamento supremo sobre el que se apoya esta nación. La bondad de dar cobijo a un extraño cuando se rompen los diques, la generosidad de los trabajadores que prefieren reducir sus horas antes que ver cómo pierde su empleo un amigo: eso es lo que nos ayuda a sobrellevar los tiempos más difíciles. Es el valor del bombero que sube corriendo por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de cuidar de su hijo; eso es lo que, al final, decide nuestro destino.
Nuestros retos pueden ser nuevos.
Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- son algo viejo.
Son cosas reales.
Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia.
Por eso, lo que se necesita es volver a estas verdades. Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, nuestro país y el mundo; unas obligaciones que no aceptamos a regañadientes sino que asumimos de buen grado, con la firme convicción de que no existe nada tan satisfactorio para el espíritu, que defina tan bien nuestro carácter, como la entrega total a una tarea difícil.
Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía.
Ésta es la fuente de nuestra confianza; la seguridad de que Dios nos pide que dejemos huella en un destino incierto.
Éste es el significado de nuestra libertad y nuestro credo, por lo que hombres, mujeres y niños de todas las razas y todas las creencias pueden unirse en celebración en este grandioso Mall y por lo que un hombre a cuyo padre, no hace ni 60 años, quizá no le habrían atendido en un restaurante local, puede estar ahora aquí, ante vosotros, y prestar el juramento más sagrado.
Marquemos, pues, este día con el recuerdo de quiénes somos y cuánto camino hemos recorrido. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el mes más frío, un pequeño grupo de patriotas se encontraba apiñado en torno a unas cuantas hogueras mortecinas a orillas de un río helado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el resultado de nuestra revolución era completamente incierto, el padre de nuestra nación ordenó que leyeran estas palabras:
"Que se cuente al mundo futuro… que en el más profundo invierno, cuando no podía sobrevivir nada más que la esperanza y la virtud… la ciudad y el campo, alarmados ante el peligro común, se apresuraron a hacerle frente".
América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y soportemos las tormentas que puedan venir. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a permitir que se interrumpiera este viaje, no nos dimos la vuelta ni flaqueamos; y que, con la mirada puesta en el horizonte y la gracia de Dios con nosotros, seguimos llevando hacia adelante el gran don de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones futuras.
Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.
Añadía de inmediato, que respecto a la devolución a Cuba del territorio ocupado por la misma, debía considerar bajo qué concesiones la parte cubana accedería a esa solución, lo cual equivale a la exigencia de un cambio en su sistema político, un precio contra el cual Cuba ha luchado durante medio siglo.
Mantener una base militar en Cuba contra la voluntad de nuestro pueblo, viola los más elementales principios del derecho internacional. Es una facultad del Presidente de Estados Unidos acatar esa norma sin condición alguna. No respetarla constituye un acto de soberbia y un abuso de su inmenso poder contra un pequeño país.
Si se desea comprender mejor el carácter abusivo del poder del imperio debe tomarse en cuenta las declaraciones publicadas en el sitio oficial de Internet por el gobierno de Estados Unidos el 22 de enero de 2009, después del acceso al mando, de Barack Obama. Biden y Obama deciden apoyar resueltamente la relación entre Estados Unidos e Israel, y consideran que el incontrovertible compromiso en Oriente Medio debe ser la seguridad de Israel, el principal aliado de Estados Unidos en la región.
Estados Unidos nunca se distanciará de Israel y su presidente y vicepresidente “creen resueltamente en el derecho de Israel de proteger sus ciudadanos”, asegura la declaración de principios, que retoma en esos puntos la política seguida por el gobierno del predecesor de Obama, George W. Bush.
Es el modo de compartir el genocidio contra los palestinos en que ha caído nuestro amigo Obama. Edulcorantes similares ofrece a Rusia, China, Europa, América Latina y el resto del mundo, después que Estados Unidos convirtió a Israel en una importante potencia nuclear que absorbe cada año una parte significativa de las exportaciones de la próspera industria militar del imperio, con lo cual amenaza, con una violencia extrema, a la población de todos los países de fe musulmana.
Ejemplos parecidos abundan, no hace falta ser adivino. Léase, para más ilustración, las declaraciones del nuevo Jefe del Pentágono, experto en asuntos bélicos.
Fidel Castro Ruz
Hay quienes se rasgan las vestiduras si se expresa cualquier opinión crítica sobre el importante personaje, aunque se haga con decencia y respeto. Esto va acompañado siempre de sutiles y no sutiles dardos de quienes poseen los medios para divulgarlos y los transforman en componentes del terror mediático que imponen a los pueblos para sostener lo insostenible.
Cualquier crítica mía es calificada sin excepción de arremetida, acusación y otros sustantivos similares, que reflejan desconsideración y descortesía con la persona a la que van dirigidas.
Es preciso en ésta ocasión hacer algunas preguntas que el nuevo presidente de Estados Unidos debería responder, entre las muchas que pueden formularse.
Por ejemplo, las siguientes:
¿Renuncia o no a la prerrogativa como Presidente de Estados Unidos, de los que con muy pocas excepciones ejercieron por el mismo cargo, como un derecho per sé, la facultad de ordenar el asesinato de un adversario político extranjero que suele ser siempre el de un país subdesarrollado?
¿Acaso alguno de sus variados colaboradores le han informado alguna vez de las tenebrosas acciones que los presidentes, desde Eisenhower y los que lo sustituyeron, llevaron a cabo los años 1960, 61, 62, 63, 64, 65, 66 y 67 contra Cuba, incluida la invasión mercenaria de Girón, campañas de terror, introducción de abundantes armas y explosivos en nuestro territorio y otras acciones parecidas?
No pretendo culpar al Presidente actual de Estados Unidos Barack Obama, por hechos que sus antecesores presidenciales llevaron a cabo cuando él no había nacido o era solo un niño de 6 años nacido en Hawai, de padre kenyano, musulmán y negro y madre norteamericana, blanca y cristiana. Eso, por el contrario, constituye en la sociedad de Estados Unidos, un mérito excepcional, que soy el primero en reconocerle.
¿Conoce el Presidente Obama que nuestro país, durante décadas completas fue víctima de la introducción de virus y bacterias portadoras de enfermedades y plagas que afectaban personas, animales y plantas, algunas de las cuales, como el Dengue Hemorrágico, se convirtieron posteriormente en azotes que costaron la vida a miles de niños en América Latina y también plagas que afectan la economía de los pueblos del Caribe y el resto del continente, como daños colaterales que no han podido ser eliminados?
¿Conocía que en estas acciones de terror y daño económico participaron varios países políticamente subordinados, de América Latina, hoy abochornados con el daño que hicieron?
¿Por qué se impone a nuestro pueblo, único caso en el mundo, una desorganizante Ley de Ajuste Cubano que engendra el tráfico humano y hechos que han costado la vida de personas, fundamentalmente mujeres y niños?
¿Era justo aplicar a nuestro pueblo un bloqueo económico que ha durado casi 50 años?
¿Era correcta la arbitrariedad de exigir al mundo el carácter extraterritorial de ese bloqueo económico que solo puede generar hambre y escasez a cualquier pueblo?
Estados Unidos no puede satisfacer sus necesidades vitales sin la extracción de enormes recursos minerales de gran número de países que se ven limitados a la exportación de los mismos en muchos casos sin procesos intermedios de refinación, actividad que en general, si conviene a los intereses del imperio, son comercializados por grandes empresas transnacionales de capitales yankis.
¿Renunciará ese país a tales privilegios?
¿Es acaso compatible tal medida con el sistema capitalista desarrollado?
Cuando el señor Obama promete invertir considerables sumas para autoabastecerse de petróleo, a pesar de constituir hoy su país el mayor mercado del mundo, ¿qué harán aquellos cuyos ingresos fundamentales provienen de la exportación de esa energía, muchos de ellos sin otra fuente importante de ingresos?
Cuando la competencia y la lucha por los mercados y fuentes de empleos vuelva a desatarse después de cada crisis entre los que mejor y más eficientemente monopolicen las tecnologías con sofisticados medios de producción, ¿qué posibilidades quedan a los países no desarrollados que sueñan con industrializarse?
Por eficientes que sean los nuevos vehículos que la industria automotriz alcance, ¿serán acaso esos procedimientos los que la ecología demanda para proteger a la Humanidad del deterioro creciente del clima?
¿Podrá la filosofía ciega del mercado sustituir lo que solo la racionalidad podría promover?
Obama promete imprimir cantidades enormes de dinero en la búsqueda de tecnologías que multipliquen la producción energética, sin la cual las sociedades modernas se paralizan.
Entre las fuentes de energías que promete desarrollar aceleradamente incluye las plantas nucleares que cuentan ya con un número elevado de oponentes, por los grandes riesgos de accidentes con efectos desastrosos para la vida, la atmósfera y la alimentación humana. Es absolutamente imposible garantizar que algunos de tales accidentes no tenga lugar.
Sin necesidad alguna de esos desastres accidentales la industria moderna ha contaminado con sus emanaciones tóxicas a todos los mares del planeta.
¿Es correcto prometer la conciliación de tan contradictorios y antagónicos intereses sin transgredir la ética?
Para complacer a los sindicatos que lo apoyaron en la campaña, la Cámara de Representantes de Estados Unidos, dominada por los demócratas, lanzó la consigna “compre productos estadounidenses”, extremadamente proteccionista, que echa por tierra un principio fundamental de la Organización Mundial de Comercio, ya que todas las naciones del mundo, grandes o pequeñas, basan sus sueños de desarrollo en el intercambio de bienes y servicios, para lo cual, sin embargo solo las más grandes y de rica naturaleza tienen el privilegio de sobrevivir.
Los republicanos en Estados Unidos, golpeados por el descrédito al que los condujo el disparatado gobierno de Bush, ni cortos ni perezosos le han salido al paso a las complacencias de Obama con sus aliados sindicales. Así se despilfarra el crédito que los votantes otorgaron al nuevo Presidente de Estados Unidos.
Como viejo político y luchador, no cometo ningún pecado al exponer modestamente estas ideas.
Podrían formularse todos los días preguntas sin fáciles respuestas a medida que se publican cientos de noticias procedentes de las esferas políticas, científicas y tecnológicas que llegan a cualquier país.
Fidel Castro
Carece de importancia que hubiera omitido mencionar mi modesta Reflexión.
Lo que importa es la respuesta.
Dijo a los periodistas que lo que interesa al Presidente Obama es la comunidad cubanoestadounidense.
Era la primera vez que mencionaba el tema después de la toma de posesión.
Entre los cubanos que podían votar en virtud de sus raíces, lo habían hecho en proporción de 3 a 1 por el candidato demócrata, en el Estado de la Florida. Los casi 12 millones de cubanos que habitan la Isla no le interesan.
Cuando le preguntaron cuál era su candidato en Cuba, el hombre más cercano al Presidente no quiso ahondar en el tema:
“Creo que cuanto menos se diga sobre Cuba, mejor”.
“Autorizará los viajes de los cubanoestadounidenses a Cuba y las remesas de dinero”.
Del derecho a viajar de los ciudadanos norteamericanos, ni lo mencionó.
La Ley de Ajuste Cubano y el Bloqueo no le merecieron referencia alguna.
Así más temprano que tarde va perdiendo su virginidad la política de Obama.
Fidel Castro
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