El capitalismo no es solo explotación del hombre por el hombre, destrucción del entorno, cambio climático, inmensas riquezas para unos pocos y hambre y muerte para la gran mayoría de los seres humanos. Hay también, como sustento de esta galería de los horrores, una maquinaria en marcha, que dirigen ciertos políticos y ciertos medios de comunicación para erosionar nuestra capacidad de razonar, creando nuevos conceptos o/y desvirtuando otros ya existentes, siempre en la mira de evitar que las palabras que usamos puedan servir para levantar aunque solo sea un pico de la alfombra que oculta la verdadera naturaleza del capitalismo. A medida que se va agravando esa situación tienen que hacer malabarismos con el lenguaje para que veamos ese panorama como inevitable y producto de la naturaleza humana. Hoy por hoy, los medios de comunicación que se rigen también por el afán de lucro se están transformando en el arma más poderosa para difundir la resignación, porque ya no queda otra para controlar las conciencias.
Por nuestros ojos hemos visto desfilar durante la llamada “guerra fría” al mundo capitalista disfrazado de “mundo libre”, ya caído en desuso, porque ahora hay muchos gobiernos “amigos”, (que diría Bush) a los que parece difícil insertar en ese concepto. También apareció por entonces “Occidente” para referirse al mundo capitalista, aunque tuvieran que incluir a Japón, sin empacho en alterar la clasificación de los puntos cardinales. Y aún colea.
Pero estos disfraces eran bastante burdos y no pasaron de los medios de comunicación, de artículos de ciertos autores y los discursos de ciertos políticos. Pero lo que sí perdura hasta hoy es la resistencia a utilizar el concepto “países capitalistas”, porque ante la visión de esa galería de los horrores que le acompaña, quizás podría inducirnos a pensar que habrá que intentar algo sin el capitalismo.
Los brotes de resistencia que han surgido en América Latina han dado origen a la repesca de viejos conceptos, usados en forma peyorativa y a la creación de otros. Cuando Venezuela empezó su andadura para sacudirse de encima las viejas oligarquías y sus acólitos políticos, dieron vida al “populismo”, esta vez con un gorila uniformado que se viste de rojo. Pero el efecto duró poco, porque entró en liza Evo Morales, que rápidamente fue ridicularizado por sus jerséis. Aquello tampoco podía durar y más cuando apareció un casi blanco en el Ecuador, Correa, sin uniforme ni jersey, y resurgió Ortega en Nicaragua.
Hay que buscar algo que englobe a todos, y lo encuentran con el lema “por la cohesión social”, utilizado en la memorable Cumbre donde Juan Carlos mandó callar a Chávez.
El concepto se extiende y CC OO lo usa profusamente en sus documentos para el Congreso Confederal que se va a celebrar este mes. No sé si sus autores se han parado a pensar un poquito para descubrir que tras ese concepto se esconde la “paz social”, de la que los sindicatos no quieren ni oír hablar porque tienen que mantener el tipo afirmando que también saben luchar, cuando sea necesario. Porque la cohesión que se pregona, en la sociedad regida por el capitalismo, tiene que ser por narices, entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados.
Aparecen los efectos de la crisis económica y hay que buscar algo que sirva para exculpar al capitalismo. Para la mayor parte de los analistas que ofrecen en los medios sus trabajos sobre la crisis, (la parte más pequeña que es la más lúcida y seria, no se nos ofrece, tenemos que buscarla en las páginas de información alternativa en Internet) el principio fue una crisis del mundo de las finanzas, que después se ha trasladado al mundo de la producción de bienes. Con esto, han separado alegremente una “economía real” de otra que al parecer, no lo era. Y rápidamente se han contagiado todos los que comen de esa paella. Pero el caso es que hasta ahora no habíamos visto esa separación. Hasta ahora todo era economía, sin distinciones. Y las mareantes cifras de beneficios, sean de los que producen o de los que especulan, se llamaban “crecimiento económico”.
En la Página Insurgente.org aparece publicada una “Declaración de Washington” de la agrupación sindical Global Unions, dirigida a los de la cumbre del G-20. Pues bien, en ella, que ocupa 13 páginas, aparece hasta 12 veces el concepto “economía real” y ni una sola vez la palabra “capitalismo”. (hasta detrás de Sarkozy se quedan) Sobre su contenido no merece la pena detenerse. Basta con esta perla:
Esta crisis, la más grave desde la Gran Depresión de los años 30, debe marcar el final de una ideología de mercados financieros sin control alguno donde la autoregulación ha estado expuesta porque el fraude y la codicia han sustituido al criterio racional en detrimento de la economía real.
Este texto (ya ni asombra que venga del sindicalismo) condensa a la perfección el nuevo catecismo que tenemos que aceptar ahora. Como se ve, es necesario usar la “economía real” para que cause efecto. Yo sigo preguntando cuál es la otra. ¿La irreal? ¿La virtual? Y ¿dónde estaba hasta ahora, que nadie la citaba y solo había una economía, sin adjetivo alguno? Se hablaba de “sectores de la economía” del “mundo financiero”, pero todo era “economía”.
También están poniendo de moda la “codicia”, de muy poco uso en los tratados de economía. En suma, el horror que estamos viviendo a escala planetaria tiene que encontrar su justificación en el ansia de poder y riquezas que anida en el alma humana, ¿Qué digo? al parecer, en todas las almas humanas. Y obsérvese que ninguno de estos que estoy citando vuelve sus ojos ni un solo instante hacía los países y líderes que están intentando en América Latina liberarse del yugo del capitalismo.
Todo su afán en este momento es recuperar la iniciativa perdida y lo último que harían sería divulgar lo que se está cociendo en esa región del mundo. O sea, el ansia de poder y riquezas tiene que ser respetado, por ser el motor de su economía, tanto sea la real como la irreal, que es también real, por mucho que intenten sepáralas.
Y con esto hace su aparición una palabra salvadora: El “modelo”, que sin ningún respeto a su origen y a su tradicional significado, aparece ahora para definir distintos procesos que se desarrollan en distintos ámbitos y tienen distintos orígenes. Son ya muchos los que han caído en la trampa, y la palabreja se ha extendido por toda la literatura económica, incluso dentro de la izquierda.
Pongamos las cosas en su sitio: Un modelo es algo que se prepara conscientemente, se realiza y se pone en marcha. Podemos hablar pues, con propiedad, de un “modelo organizativo” preparado por una persona o por un equipo dentro de una organización, empresarial o de otro tipo. Todos los modelos que cita la enciclopedia, desde los vestidos hasta la econometría o la estadística tienen el mismo rasgo común: Son productos preparados consciente y deliberadamente por el ser humano.
Pero no podemos llamar “modelo” a algo que nace por sí, por una serie de circunstancias que surgen y nadie controla, imponiéndose a todos.
El capitalismo se desarrolla entre crisis y convulsiones, y los ciclos de superproducción se superan temporalmente con la expansión de los mercados y/o la aparición de nuevas fuentes de lucro, como fueron el ciclo del ferrocarril en los EE UU o el del automóvil. Por no citar la crisis del 29 que solo se superó definitivamente con la 2º Guerra Mundial, que liquidó la fuerza de trabajo sobrante y destruyó el exceso de capacidad productiva.
Actualmente vivimos sumergidos en una crisis permanente dado que el aparato productivo puede lanzar al mercado bienes de consumo en mucha mayor cantidad de la que puede absorber la demanda solvente. Con el desarrollo de la técnica, cualquier nuevo producto que pueda ser lucrativo es lanzado inmediatamente a millones al mercado agotando rápidamente su ciclo vital. Por eso se expandió por todo el mundo capitalista el crédito (aún a riesgo de que el solvente se transformara en insolvente, como ha sucedido) y por eso se encontró en el ladrillo una nueva fuente de lucro. No porque alguien construyó ese “modelo” de manera consciente.
En el proceso económico mundial, lo único que puede ser llamado modelo con toda propiedad es el pliego de condiciones que impusieron el FMI y el Banco Mundial para conceder créditos a los países que recién habían salido del colonialismo.
En el capitalismo, nadie puede construir modelos e imponérselos a los demás si no es en una situación de desigualdad, cuando el pobre llama a la puerta del rico y pide limosna y este se la da, como préstamo y a condición de que acepte el destino que ha de dar al préstamo.
La utilización del concepto, en esta nueva situación, induce a creer (sépanlo o no los que lo usan alegremente, como herramienta para agilizar el texto) que el “modelo” de crecimiento que se había instalado ya no funciona y de lo que se trata es de crear uno nuevo.
Nada de rasgarse vestiduras y condenar al capitalismo.
El concepto obvia la naturaleza anárquica del capitalismo, donde los procesos económicos son el resultado de millares de decisiones cada una de ellas tomada por un individuo o grupo atendiendo a sus propios intereses y nos sugiere una sociedad donde los procesos son preparados conscientemente y puestos en marcha, (¿acaso con el objetivo de lograr el bien común?) lo que no obsta para que en un momento dado el experimento fracase y haya que buscar otro modelo.
Por esto no puedo estar de acuerdo con el texto publicado en Rebelión titulado “Altas finanzas y guerra perpetua” de Danielle Bleitrach el 7 de diciembre, en el que la crisis parece como el producto de una conspiración, aunque encuentre su fundamento, lo que me parece correcto, en las dificultades para la acumulación de capital. Dice así:
«El fenómeno de partida es la crisis económica: los beneficios de la actividad capitalista –en tendencia creciente en Estados Unidos y en el resto de la tríada (Japón y Europa) desde principios de los años 80- no encuentran formas de inversión productivas que generen rentabilidad. En este contexto las altas finanzas, es decir los amos del capital mundialmente dominante, principalmente estadounidenses, se organizan. Las altas finanzas ponen en marcha una estrategia global que se designa con el nombre de neoliberalismo. Esto es lo que engendra todos los problemas económicos de la globalización: el déficit estadounidense, la deuda de los países del sur, la liberalización de las transferencias de capitales, la privatización de los patrimonios comunes de la humanidad, e incluso el desmembramiento de la protección social y las pensiones».
No veo el origen del neoliberalismo como el producto de una decisión tomada por “los amos del capital”, concepción esta que vendría a legitimar la teoría del “modelo”.
Estoy más de acuerdo con los que ven el origen en la expansión desmesurada del crédito, originada por la imperiosa necesidad de vender las casi ya únicas mercancía con posibilidades de expansión, como es el automóvil y la vivienda. Se olvida con frecuencia que en el capitalismo no es la voluntad de los hombres la que maneja los procesos sino no los procesos los que condicionan esa voluntad. Las crisis se imponen por sí mismas.
Es la historia del aprendiz de brujo, que desató unas fuerzas que tomaron vida propia y acabaron dominándole.
Esa es la sociedad desde que hizo su aparición la propiedad privada y se desató la ambición entre los humanos.
Se intenta magnificar lo que está sucediendo con los rimbombantes “globalización de la economía”, “economía de casino” y otros conceptos que sirven para convencernos de que estamos viviendo algo nuevo que por lo tanto hay que afrontar con ideas nuevas.
Vano intento: Ya pueden desfilar por la pasarela con cuantos modelos se le ocurran al capitalismo. Imposible salir de las redes tendidas por Marx.
Veamos lo que decía hace 150 años:
El sistema de crédito, cuyo eje es los supuestos bancos nacionales y los grandes prestamistas de dinero y usureros que pululan en torno a ellos, constituye una enorme centralización y confiere a esa clase parasitaria un poder fabuloso que le permite, no solo diezmar periódicamente a los capitalistas industriales, sino inmiscuirse del modo más peligroso en la verdadera producción, de la que esta banda no sabe absolutamente nada y con la que no tiene nada que ver.
(El Capital. Fondo de Cultura Económica. Pág. 511 del tomo III)
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