En la habitual jerga española hay vocablos que progresivamente han perdido protagonismo. La crisis, teatro de tintes dramáticos, los devuelve al centro del escenario.
Entresaco algunos:
1. Honestidad. La conversación con la sociedad sobre los males que nos aquejan está trufada de mentiras, verdades a medias y trampas. Una persona analítica, íntegra y sincera que comparte su diagnóstico vale su peso en oro.
2. Transparencia. Lamentablemente abunda la opacidad y el rumor. Los problemas se niegan, silencian, minimizan o postergan, privando a la ciudadanía de un retrato ajustado del presente.
3. Sacrificio. Palabra tabú. Desprende un tufillo de masoquismo y represión que la cultura del éxtasis permanente exilia al rincón. ¿Se pueden resolver los conflictos que nos acucian sin una llamada al ejemplo, la austeridad y la solidaridad?
4. Deberes. Entrenados en el discurso unilateral de los derechos, corolario natural de nuestra dignidad, tendemos a negar los derechos del otro, que a menudo se visten en forma de deberes míos. Quien no me recuerda mis deberes, tarde o temprano agredirá mis derechos.
5. Responsabilidad. Acunados en los regazos de la libertad, nos hemos olvidado de su alma gemela, la responsabilidad. La libertad se hace mayor si se asume noblemente la responsabilidad de actos, decisiones y silencios.
6. Error. Convertido prematuramente en fracaso desde nuestras primeras andadas y correrías, la alergia y el sarpullido que nos provoca acaba expulsando de nuestra carrera a la excelencia. ¿Se puede emprender, innovar, crear, a tortas con el error?
7. Incertidumbre. Siendo al ser humano lo que el agua es al pez, ¿por qué nos volvemos contra la ambigüedad y la duda? El cambio queda reducido a slogan electoral, y la seguridad se alza como valor primordial. Se ofrecen recetas y certezas, y la vida nos devuelve preguntas y misterios.
8. Esfuerzo. También sospechoso. Huele a disciplina, cuartel militar. Observe las cimas del genio humano y dígame si alguna ha sido conquistada sin sudor y trabajo. Así andamos, acalambrados y perdiendo puestos en el pelotón.
9. Perseverancia. No se puede correr una maratón con la actitud e impaciencia de un sprinter. El tiempo nos echará una mano si hoy nos centramos en las tareas que la vida nos encarga.
10. Autoridad. Diametralmente distinta al odioso autoritarismo, ya los romanos sabían de la importancia de su magisterio. Sin la autoridad de padres, maestros, jueces… ¿qué comunidad prospera?
11. Muerte. La inexorable ley que rige nuestra vida –“somos ríos que vamos a dar a la mar, que es el morir”, recuerda Jorge Manrique– ¿no aplica al patio empresarial? ¿No es mejor certificar la defunción de algunas empresas invadidas de metástasis, que mantenerlas artificialmente vivas?
12. Independencia. No la de los nacionalistas que se repliegan en su tribu, sino la de ciudadanos a los que nos les gusta depender de quien les da de comer. Los hijos lo entienden perfectamente, y los padres, con el tiempo, también. Sindicatos, partidos, sectores económicos –la industria del cine es un ejemplo clamoroso– están todavía en la adolescente dependencia, por eso gritan.
13. Valores. Uno de ellos, la humildad de reconocer que estamos perdidos. Del dogmatismo nos hemos pasado a un relativismo que juega con los principios como si fueran prendas de vestir. Ahora se lleva esto, ahora aquello. La estética de la moda es la pasarela amoral por la que desfila la masa.
Después de haber conjugado la lista anterior, no antes, acabo con dos términos muy queridos.
1. Esperanza: “La esperanza tiene dos preciosos hijos: sus nombres son enfado y valor; enfado al ver como son las cosas y valor para no permitir que continúen así”, escribe San Agustín. Desde la indiferencia esperar que escampe es irresponsable. No reaccionamos porque no nos cabreamos.
2. Optimismo. Admirable si vive cosido a la dura realidad, repugnante si la niega y manipula. Mañana será mejor si reconozco que las cosas están chungas. Entre cenizos contagiosos, y “optimistas” cándidos, se hacen un hueco la energía, pasión, ilusión y determinación de personas realistas que creen de verdad que este partido lo vamos a ganar. Acostumbrados a las ideas referidas, son los que a la larga triunfan, disfrutan y aprenden.
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