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Dalai Lama el gurú supermediático |
Bajo su reinado, la mayoría de los campesinos estaban reducidos a la servidumbre. Y en el registro de las «leyes», tenían tablas para calcular el precio justo del siervo que el señor pretendía vender o comprar.
El Dalai Lama llegó a Francia a principios de esta semana para una visita de doce días, de carácter supuestamente religioso; pero dicha visita forma parte de una campaña política sobre la crisis tibetana.
Jefe espiritual y temporal del pueblo tibetano, el decimocuarto Dalai Lama, reencarnación del decimotercero y, remontándonos en el tiempo, encarnación física del «bodhisattva de la compasión», es decir, el buda en formación, se impone como una referencia mediática internacional inevitable. En este principio del siglo XXI, ¿no tiene la tentación de asumir los evidentes progresos de la inteligencia humana?
Desde que recorre el mundo, el actual huésped de Francia de los próximos doce días, ha sabido manejar su barca. Pero su nombre que significa, nada menos, que «océano de sabiduría», es una extensa profundidad en la que se vislumbran escollos de ambigüedades tras un aspecto de viejo gurú simpático y amablemente burlón.
Los flirteos del Dalai Lama con la CIA
Según la doctrina budista tibetana, todos los seres se reencarnan después de su muerte. A los tres años, Tenzin Gyatso fue reconocido, gracias a una serie de señales, como la reencarnación de sus trece antecesores. El 22 de febrero de 1940, lo entronizaron como Dalai Lama en Lhassa, la capital del Tíbet.
Tenía entonces cuatro años. «Me preguntan a menudo si realmente creo en esto», decía en 1991. «No hay una respuesta sencilla para esa cuestión. Pero (…) teniendo en cuenta mi experiencia en esta vida y mis creencias budistas, no tengo ninguna dificultad para aceptar que tengo un vínculo espiritual con los trece Dalai Lamas precedentes (…) y con el propio Buda» Ésta es su filiación. En lo que se refiere a sus relaciones también existe mucha complejidad.
Es cierto que de niño el santo hombre recibió a un nazi austríaco como preceptor. Uno de los alpinistas que asaltaban el Eiger para, a la vuelta, tener el placer de recibir una condecoración de manos de Hitler. El Dalai Lama nunca ha renegado de su maestro, el autor de Siete Años en Tíbet, con el que siguió relacionándose hasta la muerte de éste.
Después tuvo otras relaciones peligrosas, como el gurú japonés de la secta Aum, Shoko Asahara, quien en 1995 se hizo famoso envenenando con gas a los pasajeros de un metro de Tokio, provocando la muerte de varias decenas de personas y la intoxicación de otras 5.500. Según una investigación de la revista alemana Stern, los dos hombres se habrían entrevistado en cinco ocasiones desde 1987. El periodista Christopher Hitchens, autor de la obra His Material Highness, estima que el gurú japonés, por otra parte, había contribuido con 1,2 millones de dólares a la «causa tibetana».
Mientras tanto, en los años sesenta, el Dalai Lama flirteó con la CIA en relación con una ayuda económica y el entrenamiento de grupos armados tibetanos enviados al «Techo del mundo» para intentar un golpe de mano contra el ejército chino. Los hechos son conocidos, revelados y confirmados por los propios agentes estadounidenses. ¡Pero la imagen mediática del Premio Nobel de la paz de 1989 es tal que nadie se atreve a cuestionarla de verdad!
«Pretender entender ‘la cuestión tibetana’ a partir de las declaraciones del Dalai Lama y sus discípulos sería como intentar reconstruir la Revolución francesa basándose en los «análisis» de la reacción de los nobles refugiados en el extranjero que tendían a poner todas sus esperanzas en las bayonetas de las potencias contrarrevolucionarias», escribió un especialista de la región.
Entrevistado por el Nouvel Observateur el pasado mes de junio, el jefe tibetano sólo contaba que antes de 1959 el Tíbet era «básicamente» «una sociedad feliz, una humanidad dichosa y generalmente pacífica». En realidad, un régimen teocrático de los más atrasados.
Bajo su reinado, los aristócratas y religiosos poseían un 95% del territorio. La mayoría de los campesinos estaban reducidos a la servidumbre. Y en el registro de las «leyes», los códigos 13 y 16 tenían tablas para calcular el precio justo del siervo que el señor pretendía vender o comprar. Además, una especie de charia tibetana concedía a la autoridad el derecho a mutilar a los siervos para castigarlos.
El deber político-religioso
¿Qué reivindica hoy quien se considera «el portavoz libre del pueblo tibetano»? Oficialmente, el Dalai Lama se presenta como un moderado, partidario del término medio. Frente a los independentistas, sólo reclama «la autonomía del Tíbet». Pero su presunto territorio histórico englobaría las provincias de Gansu, Qinhai, una parte de Sichuan y el Yunnan, donde viven pequeñas minorías tibetanas, es decir, casi un tercio de China.
En cuanto al régimen político que se plantea, se sugiere claramente una vuelta a la teocracia, aunque el principal interesado lo niegue. En cualquier caso, la separación entre los ámbitos político y religioso, brilla por su ausencia.
La «constitución» promulgada por el gobierno en exilio concluye con una «resolución especial», aprobada en 1991, en la cual se declara la obligación político-religiosa de la «fe» y la «lealtad» hacia «Su Santidad el Dalai Lama», destinado «a permanecer siempre con nosotros como nuestro jefe supremo espiritual y temporal».

Tibet es uno de los lugares más remotos del planeta. Está ubicado en una meseta en el corazón de Asia, separado del sur de Asia por los Himalayas, las más altas montañas del mundo. Un sinnúmero de desfiladeros y seis cordilleras dividen la región en valles aislados. Antes de la Revolución, China de 1949, no existía ni un solo camino en Tibet para vehículos de ruedas. La única manera de viajar por los tortuosos y peligrosos caminos montañosos era en mula, a pie o en yak (animales de montaña que parecen vacas peludas). El comercio, las comunicaciones y el gobierno central era casi inexistentes. En la mayor parte de Tibet no crecen árboles por la altura y hay poco oxígeno. Casi nada crece en tal clima. Era una dura lucha cultivar comestibles y encontrar leña.
En el momento de la revolución, la población de Tibet estaba muy dispersa. Dos o tres millones de personas vivían en un territorio que tenía la mitad del tamaño de Estados Unidos: 3,9 millones de km cuadrados. Las aldeas, monasterios y campamentos nómadas estaban separados por un arduo recorrido de varios días.
Los revolucionarios maoístas vieron "Tres grandes carencias" en el viejo Tibet: la falta de combustible, la falta de comunicaciones y la falta de gente. Pero esas "Tres grandes carencias" no se debían a la situación física sino, principalmente, al sistema social. Los maoístas decvían que la causa de las "Tres grandes carencias" eran las "Tres abundancias": "una abundancia de pobreza, una abundancia de opresión y una abundancia de temor a lo sobrenatural".
La sociedad de clases en el viejo Tibet
El viejo Tibet (de antes de las transformaciones revolucionarias que empezaron en 1949) era una sociedad feudal. Existían dos principales clases: los siervos y los aristócratas propietarios de siervos. Los tibetanos vivían como los siervos de la Edad Media en Europa, o los esclavos y los aparceros africanos en el Sur de Estados Unidos.
Los siervos cosechaban cebada en la dura tierra con arados y hoces de madera. Criaban cabras, ovejas y yakes para obtener leche, queso y carne. Los aristócratas y lamas de los monasterios era dueños de los siervos, la tierra y la mayoría del ganado. Obligaban a los siervos a darles la mayor parte de los cereales y los sometían a muchas clases de trabajo forzado (llamado ulag). Los siervos, tanto hombres como mujeres, participaban en el trabajo más duro y en el ulag. Los pueblos nómadas de la árida zona occidental también eran propiedad de la nobleza.
El hermano mayor del Dalai Lama, Tubten Jigme Norbu, afirma que en el orden social lamaísta "no hay un sistema de clases y la movilidad entre las clases hace imposible el prejuicio clasista". Pero la mera existencia de esa orden religiosa se basaba en un sistema de clases rígido y cruel.
A los siervos los trataban como "inferiores" odiados, tal como los esclavistas trataban a los negros en el Sur de Estados Unidos. No podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios de cocina que sus dueños. Los castigaban con latigazos si tocaban alguna cosa del propietario. Los dueños y los siervos estaban tan alejados el uno del otro que en muchas partes hablaban distintos idiomas.
Cuando un noble iba a montarse en un caballo, un siervo debía ponerse de manos y rodillas y servirle de escalón. El experto en Tibet A. Tom Grunfeld relata que una hija de la clase dominante hacía que sus siervos la alzaron para subir y bajar las escaleras por pura indolencia. Los dueños cruzaban los riachuelos montados en la espalda de sus siervos.
La única posición peor que la de un siervo en Tibet era la de un esclavo, que ni siquiera tenía el derecho de cultivar una parcela. A los esclavos los golpeaban, no les daban comida y los mataban de trabajo. Un señor podía esclavizar a un siervo a gusto. En la capital. Lhasa, compraban y vendían niños. Un 5% de la población eran esclavos y por lo menos otro 10% eran monjes pobres, que en realidad eran "esclavos en hábitos".
El sistema lamaísta bloqueaba toda tentativa de huir. Los siervos escapados no podían cultivar en las grandes tierras baldías del campo. Unos siervos emancipados le explicaron a la escritora Anna Louise Strong que antes de la liberación "no se podía vivir en Tibet sin amo. Cualquier persona podía agarrar como criminal a quien no tenía dueño".
Ser mujer: ¿Prueba de pecados en una vida anterior?
El Dalai Lama escribió: "En Tibet no había discriminación contra la mujer". Su biógrafo oficial, Roger Hicks, dice que la mujer vivía contenta con su posición social y "ejercía influencia en su marido". Pero en Tibet, pensaban que ser mujer era castigo por el comportamiento "impío" (pecaminoso) durante una vida anterior. La palabra "mujer", kimen, significaba "nacido inferior". Las mujeres tenían que rezar: "Que abandone este cuerpo femenino y renazca como varón".
La superstición lamaísta asociaba a la mujer con el mal y el pecado. Se decía que "de diez mujeres nueve son diablas". Consideraban que cualquier cosa que tocaba una mujer se dañaba, así que les imponían toda clase de tabúes, por ejemplo, tocar las medicinas. La escritoria Han Suyin escribío: "No permitían a ninguna mujer tocar las pertenencias de un lama, ni podía erigir una pared, o 'la pared se caerá;....
Una viuda era despreciable, y era una diabla. No permitían a las mujeres tocar el hierro ni usar instrumentos de hierro. La religión les impedía levantar sus ojos más allá de la rodilla de un hombre, de la misma manera que los siervos y esclavos no podían levantar los ojos al nivel de la cara de la nobleza o los grandes lamas".
Los monjes de la principal secta budista tibetana rechazaban las relaciones íntimas (e incluso el contacto) con las mujeres, para alcanzar la santidad. Antes de la revolución, ninguna mujer había entrado a la mayoría de los principales monasterios o palacios del Dalai Lama.
Era común quemar a las mujeres por ser "brujas", a menudo porque practicaban la medicina tradicional o los rituales de la religión tradicional prebudista (conocida como bon). Dar a luz a gemelos era prueba de que una mujer había copulado con un espíritu malo y en las zonas rurales era común quemar a la madre y los gemelos recién nacidos.
Como en otras sociedades feudales, a las mujeres de las clases altas las vendían en matrimonios arreglados. El esposo podía, según la costumbre, cortar la punta de la nariz de su esposa si descubría que se había acostado con otro hombre. Otras costumbres patriarcales eran la poligamia (en que un hombre adinerado podía tener muchas esposas) y, entre la nobleza con poca tierra, la poliandria (en que una mujer tenía que ser la esposa de varios hermanos a la vez).
Para las clases de abajo, la vida familiar era semejante a la esclavitud en el Sur". (Ver La vida de un siervo de Tibet. Los siervos no podían casarse ni salir de una finca sin el permiso del amo. Además, los amos trasladaban a los siervos de una finca a otra a su gusto, separando familias para siempre. La violación de las siervas era una práctica común: bajo el sistema ulag, un amo podía solicitar "esposas provisionales".
Los tres amos
El pueblo tibetano llamaba a sus gobernantes los "Tres grandes amos" porque la clase dominante de propietarios de siervos estaba organizada en tres instituciones: los monasterios de los lamas poseían el 37% de las tierras cultivables y de pastoreo; la nobleza secular poseía otro 25%; y el 38% que quedaba le pertenecía a los funcionarios del gobierno nombrados por los altos asesores del dios-rey, el Dalai Lama.
Alrededor del 2% de la población lo formaba la clase alta, y el 3% eran sus agentes, capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. Los gerba, una élite pequeñísima de 299 familias, estaban en la cima del sistema. Han Suyin escribió: "Solo 626 personas poseían el 93% de las tierras y de la riqueza nacional y el 70% de los yakes en Tibet. Entre ellos estaban los 333 cabezas de monasterios y autoridades religiosas, y las 287 autoridades seculares (contando la nobleza del ejército) y seis ministros del gabinete".
Los comerciantes y artesanos también pertenecían a un propietario. Una cuarta parte de la población de Lhasa sobrevivía pidiendo limosna a los peregrinos religiosos. No había industria moderna ni clase trabajadora. Tenían que importar hasta los cerillos y los clavos. Antes de la revolución, nadie recibía salario por su trabajo.
El núcleo de este sistema era la explotación. Los siervos trabajaban 16 ó 18 horas al día para enriquecer a su dueño y se quedaban con solo un cuarto de lo que cultivaban.
A. Tom Grunfeld escribió: "Las fincas eran muy lucrativas. Un antiguo aristócrata dijo que una 'pequeña' finca típica tenía miles de ovejas, mil yakes, un número no determinado de nómadas y 200 siervos agrícolas. La producción anual constaba de más de 36.000 kg de cereales, más de 1800 kg de lana y casi 500 kg de mantequilla.... Los funcionarios del gobierno tenían 'poderes sin límite de exacción' y podían acumular una fortuna con sobornos para no meter a la cárcel o multar.... Además podían extraer dinero de los campesinos más allá de los impuestos oficiales".
Los propietarios de siervos eran parásitos. Un observador, Sir Charles Bell, describió a un funcionario típico: pasaba una hora al día cumpliendo sus deberes oficiales. En sus fiestas, la clase alta pasaba día tras día comiendo, en el juego y la holgazanería. Los lamas aristócratas nunca trabajaban. Pasaban los días cantando, memorizando el dogma religioso y en la indolencia.
Los monasterios: plazas fuertes del feudalismo
Los defensores del viejo Tibet pintan al budismo lamaísta como la esencia de la cultura del pueblo tibetano. Pero en realidad era la ideología de un sistema social opresivo específico. La religión lamaísta en sí tenía exactamente la misma edad que la sociedad feudal. El primer rey tibetano, Songsten-gampo, estableció un sistema feudal unificado en Tibet alrededor del año 650 d.C. y se casó con princesas de China y Nepal para aprender de ellas las prácticas feudales de fuera de Tibet. Esas princesas llevaron el budismo tantrista a Tibet, donde se unió con las antiguas creencias animistas y creó una nueva religión, el lamaísmo.
Durante el siguiente siglo y medio, la clase dominante le impuso la nueva religión al pueblo a la fuerza. El rey Trosong Detsen decretó: "Al que muestre su dedo a un monje se le cortará el dedo; al que hable mal de los monjes o de la política budista del rey se le cortarán los labios; al que los mire con recelo se le sacará el ojo...". (Grunfeld, p.33)
Entre el siglo 15 y el siglo 17, ocurrió un reajuste sangriento del poder. Los abades de los mayores monasterios consolidaron su Poder. Como por desprecio a la mujer practicaban el celibato, no podían basar su sistema político en la sucesión hereditaria de padre a hijo y crearon una nueva doctrina para su religión: anunciaron que podían identificar a los recién nacidos que eran reencarnaciones de los lamas gobernantes que habían muerto. Declararon que centenares de altos lamas eran "budas vivientes" (bodhisattvas), quienes supuestamente habían gobernado durante siglos, cambiando de cuerpo de vez en cuando.
Decían que el símbolo central de este sistema, el Dalai Lama, era el anciano dios tibetano de la naturaleza, Chenrezig, quien había reaparecido en 14 cuerpos en el curso de los siglos. De hecho, solo tres de los 14 Dalai Lama gobernaron. Entre 1751 y 1950, el 77% del tiempo no hubo un Dalai Lama adulto en el trono. Los abades más poderosos gobernaban como asesores--"regentes" que enseñaban, manipulaban y hasta asesinaban a los Dalai Lama cuando eran niños.
Los monasterios no eran paraísos sagrados de compasión, como dicen sus defensores hoy. Eran oscuras fortalezas de explotación feudal, pueblos armados de monjes con almacenes militares y ejércitos privados. Los peregrinos iban a los santuarios para suplicar una vida mejor, pero la principal actividad de los monasterios era robar a los campesinos vecinos. Los monjes cultivaban muy poca comida; alimentarlos era una gran carga para el pueblo.
En los mayores monasterios vivían miles de monjes. Cada monasterio "padre" creaba docenas (y hasta centenares) de pequeñas plazas fuertes esparicidas por los valles. Por ejemplo, el gran monasterio de Drepung (con 7000 monjes) era propietario de 40.000 personas en 185 fincas con 300 prados de pastoreo.
Los monasterios también imponían un sinnúmero de impuestos religiosos para robar al pueblo: impuestos por cortarse el pelo, impuestos por poner nuevas ventanas y umbrales, impuestos por niños recién nacidos o terneros, impuestos por niños nacidos con dobles párpados...y así sucesivamente. Una cuarta parte del ingreso de Drepung provenía de intereses del dinero prestado a los campesinos. Además, los monasterios exigían que los campesinos les entregaran muchos varones para servir como niños-monjes.
Las relaciones de clase de Tibet se reproducían dentro de los monasterios: la mayoría de los monjes eran esclavos y siervos de los altos abades y vivían medio hambrientos, trabajando como peones y rezando; los golpeaban rutinariamente. Los altos monjes podían obligar a los monjes pobres a tomar sus exámenes religiosos o a ofrecerles servicios sexuales. (En las sectas más poderosas, consideraban la homosexualidad como una prueba de haber mantenido la debida distancia sagrada de la mujer.) Un pequeño porcentaje del clero eran monjas.
Después de la liberación, Anna Louise Strong le preguntó a un joven monje, Lobsang Telé, si la vida en el monasterio seguía las enseñanzas budistas de la compasión. El joven lama respondió que en las salas de la Escritura había oído hablar mucho de la bondad hacia todas las criaturas del mundo, pero que a él lo habían azotado por lo menos mil veces. "Si un lama de la clase alta se abstiene de pegarnos", le dijo a Strong, "eso ya es bueno. Nunca vi a uno de ellos darle comida a un lama pobre que tenía hambre. A los laicos creyentes los trataban igual o peor".
Hoy le dicen al mundo que el Dalai Lama es un hombre sagrado a quien no le interesan las cosas materiales. La verdad es que fue el mayor dueño de siervos de Tibet. Conforme a la ley, era dueño de todo el país y sus habitantes. En la práctica, su familia controlaba 27 fincas, 36 prados, 6170 siervos de campo y 102 esclavos domésticos.
Cuando se mudaba de palacio a palacio, el Dalai Lama iba sentado en un trono cargado por decenas de esclavos. Sus tropas lo acompañaban cantando la canción "It's a Long Way To Tipperary (una canción que aprendieron de sus maestros imperialistas de la Gran Bretaña). A lo largo del camino, los guardaespaldas del Dalai Lama, cada uno de cuales medía más de dos metros, llevaba hombreras protectoras, la cara pintada de negro y largos látigos, azotaban a todos los que se encontraran de por medio. Eso se describe en la autobiografía del Dalai Lama.
Cuando huyó la primera vez a la India en 1950, el Dalai Lama y sus asesores huyeron con cientos de mulas cargadas de barras de oro para vivir confortablemente en el exilio. La segunda vez que huyó en 1959, Pekín Informa informó que su familia dejó mucho oro y plata, junto con 20.331 joyas y 14.676 prendas de vestir.
Gran miseria, corta vida
El pueblo vivía con constante frío y hambre. Los siervos debían recoger leña para sus amos, mientras que en su choza se calentaban apenas con fogatas que hacían del estiércol del yak para cocinar. Antes de la liberación no había electricidad en Tibet; solo contaban con la luz mortecina de las lámparas con aceite animal.
Muchos siervos se enfermaban a causa de desnutrición. El plato tradicional es un potaje hecho de té, mantequilla de yak y harina de cebada que se llama tsampa. Los siervos casi nunca probaban carne. Una investigación de 1940 encontró que en el este de Tibet el 38% de los hogares nunca tenían té; solo tomaban una bebida de hierbas que encontraban o "té blanco" (agua caliente). En ocasiones, el 75% de las familias se veían obligadas a comer pasto; la mitad de la población no tenía para comprar mantequilla, que era la principal fuente de proteínas.
Mientras tanto, en el antiguo Monasterio Jokhan, quemaban como ofrecimiento religioso cuatro toneladas de mantequilla de yak por día. Se calcula que un tercio de la mantequilla del país la quemaban en 3000 templos, sin contar los altares de las viviendas particulares.
En el viejo Tibet, la gente no sabía nada de higiene, sanidad, ni que los microbios causan enfermedades. La gente común y corriente no tenía baños, alcantarillado ni retretes. Los lamas enseñaban que las enfermedades y la muerte se debían a la "impiedad" pecadora; decían que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar, obedecer, pagar dinero a los monjes y tragarse rollos de escritura.
Las antiguas supersticiones, las costumbres feudales y el bajo nivel de las fuerzas productivas causaban mucho sufrimiento y enfermedades. La mayoría de los recién nacidos morían antes de cumplir un año. Incluso la mayoría de los Dalai Lama moría antes de llegar a los 18 años de edad, cuando debían ser coronados. La viruela afectaba a una tercera parte de la población. Una epidemia de viruela en 1925 mató a 7000 personas en Lhasa; no se sabe cuántos murieron en el campo. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétano, la ceguera y las úlceras eran muy comunes. Las feudales costumbres sexuales difundían enfermedades venéreas (incluso en los monasterios), que antes de la revolución infectaban al 90% de la población y causaban esterilidad y muerte.
Después, bajo la dirección de Mao Tsetung, la revolución disminuyó las enfermedades, pero para ello se necesitó una intensa lucha de clase contra los lamas y sus supersticiones religiosas. Los monjes se opusieron a los antibióticos y a las campañas de salud pública. ¡Decían que era pecado matar a los piojos o a los microbios! También criticaron al Ejército Popular de Liberación por eliminar a los perros rabiosos que aterrorizaban a la población. (¡Hasta la fecha, una de las "acusaciones" contra la revolución maoísta es que "mata perros"!)
La violencia de los lamas
En el viejo Tibet, las clases altas predicaban la mística idea budista de no cometer violencia. Pero al igual que todas las clases dominantes de la historia, ellas cometían violencia reaccionaria para mantenerse en el Poder.
El sistema de gobierno de los lamas se forjó en medio de ríos de sangre. Se dice que los lamas asesinaron al último rey de Tibet, Lang Darma, en el siglo 10. Después siguieron siglos de guerras civiles con masacres de monasterios enteros. En el siglo 20, el decimotercer Dalai Lama pidió a los imperialistas británicos que modernizaran su ejército; también les ofreció soldados para luchar en la I Guerra Mundial.
Esos hechos bastan para comprobar que la doctrina lamaísta de "compasión" y "no violencia" no es más que hipocresía.
La antigua clase dominante niega que hubiera lucha de clases en el viejo Tibet. Un informe típico dice: "Antes de 1950, nunca hubo hambruna y las injusticias sociales nunca llevaron a un levantamiento popular". [De "An Historical Overview", un ensayo de la colección The Anguish of Tibet, escrito por Gyaltsen Gyaltag, un representante del Dalai Lama en Europa.] Es cierto que hay muy poco escrito sobre la lucha de clases, pero eso se debe a que los lamas impedían que se escribiera la historia y solo permitían registrar desacuerdos sobre el dogma religioso.
Pero las montañas de Tibet estaban llenas de bandidos y cada finca tenía su propio ejército. Eso demuestra que una constante lucha, a veces abierta, a veces clandestina, caracterizaba la sociedad de Tibet y sus relaciones de Poder.
Los historiadores revolucionarios han documentado levantamientos campesinos en 1908, 1918, 1931 y en los años 40. Durante el levantamiento de 1918, se levantaron 150 familias del condado Thridug, al norte, dirigidas por una mujer y bajo la consigna: "¡Abajo los funcionarios! ¡Abolir el trabajo forzado ulag!"
La violencia diaria del antiguo Tibet se dirigía contra las masas populares. Cada propietario castigaba a "sus" siervos y organizaba grupos armados para proteger su poder. Escuadrones de monjes llamados "barras de hierro" golpeaban al pueblo con fierros.
"Salirse de su puesto" era un crimen, por ejemplo, pescar o cazar borregos salvajes, que los lamas consideraban "sagrados". También era criminal pedirle ayuda a otra autoridad contra una injusticia del dueño de uno. Cuando los siervos se escapaban, los grupos armados del dueño los perseguían. Cada finca tenía su propio calabozo y cámara de tortura. Les metían pimienta en los ojos y clavos debajo de las uñas. A veces les ponían cadenas cortas en las piernas y los soltaban para que anduvieran cojeando el resto de la vida.
Grunfeld escribe: "Las creencias budistas no permiten matar. Pero si golpeaban a alguien a punto de matarlo y luego lo soltaban para que muriera en otra parte, podían decir que su muerte fue en 'acto de dios'. Otros métodos salvajes de castigo eran cortar las manos; sacar los ojos con fierros calientes; colgar de los pulgares; lisiar; meter en un saco y tirar al río".
Como muestra de su poder, por tradición, los lamas usaban restos de cuerpos humanos en sus ceremonias: flautas hechas del hueso del muslo, cuencos hechos del cráneo, tambores de piel. Después de la revolución, en el palacio del Dalai Lama se encontró un rosario hecho de 108 cráneos. Después de la liberación, por todo Tibet los siervos informaron que los lamas hacían sacrificios humanos; por ejemplo, enterraban vivos a niños donde iban a construir un monasterio. Contaron que en 1948 sacrificaron a por lo menos 21 personas con la esperanza de impedir la victoria de la revolución maoísta.
Justifican la opresión con el dogma del karma
La creencia principal del lamaísmo es la reencarnación y el karma. Se dice que en cada ser humano vive un alma inmortal que ha nacido y renacido muchas veces. Después de cada muerte, se supone que el alma recibe otro cuerpo.
Según el dogma del karma, cada espíritu recibe una vida merecida; la buena conducta crea un buen karma, que lleva a mejorar el status social en la próxima vida. La mala conducta crea mal karma y en la próxima vida uno puede ser un insecto (o una mujer).
En realidad no hay reencarnación. Los muertos no regresan a la vida en otro cuerpo. Pero en Tibet, la creencia en la reencarnación tenía terribles consecuencias. Los que creen que el misticismo de Tibet es interesante, necesitan ver la función social que tenían esas creencias dentro de Tibet; el budismo lamaísta se creó, se implantó y se perpetuó para imponer una extrema opresión feudal.
Los lamaístas de hoy cuentan la historia de un antiguo rey que intentó cerrar la brecha entre los ricos y los pobres pero no pudo. Le preguntó a un sabio religioso por qué no podía. "Se dice que el sabio le explicó que la brecha entre los ricos y los pobres no se puede cerrar a la fuerza, porque las condiciones de la vida actual son siempre las consecuencias de las acciones de la vida anterior y, por lo tanto, no es posible cambiar el curso de la vida por la fuerza de la voluntad".
Grunfeld escribe: "Desde un punto de vista puramente secular, esta doctrina debe considerarse una de las formas más ingeniosas y nocivas de control social que se haya inventado. Para el tibetano común y corriente, aceptar esa doctrina significaba aceptar la idea de que es imposible cambiar su destino. Si uno nacía esclavo, según la doctrina del karma no era culpa del esclavista sino su propia culpa por haber cometido delitos en una vida anterior. A su vez, la vida privilegiada del esclavista era la recompensa que este recibía por lo que hizo en una vida anterior. Así pues, el que intentara romper las cadenas de su presión se condenaba a sí mismo a una vida futura peor de la que ya padecía. Evidentemente, no son ideas que llevan a la revolución...".
Los abades-lamas feudales de Tibet enseñaban que el lama principal es un ser divino, una combinación de dios-rey, cuyo gobierno y sistema lo dicta la ley natural del universo. Esos mitos y supersticiones enseñan que no puede haber cambios sociales, que el sufrimiento se justifica y que para no sufrir más uno tiene que tolerar el sufrimiento en esta vida. Eso es casi lo mismo que enseñaba la iglesia católica en la Europa medieval para defender un sistema feudal similar.
Así como en la Europa medieval, los feudalistas de Tibet luchaban para suprimir todo lo que pudiera socavar su cerrado sistema. Todos los observadores están de acuerdo en que antes de la revolción maoísta en Tibet no había periódicos, revistas, libros, radios ni escritos de ninguna clase que no fueran religiosos. Las masas creaban folclor, pero el lenguaje escrito se reservaba para el dogma y las disputas de la religión. El único periódico en el idioma de Tibet lo publicaba en Kalimpong un cristiano, y la única fuente de noticias del extranjero eran los viajeros y unos pocos radios de onda corta pertenecientes a miembros de la clase alta. Las masas y probablemente a la mayoría de los monjes los mantenían analfabetos. La educación, las noticias de afuera y la experimentación se consideraban sospechosas y malvadas.
Los defensores del lamaísmo nos quisieran hacer creer que esa religión era la esencia de la cultura (y de la existencia) del pueblo tibetano. No es así. Como todas las cosas de la sociedad y la naturaleza, el budismo lamaísta tuvo un comienzo y tendrá un fin. Antes del lamaísmo había cultura e ideología en Tibet.
Esa cultura e ideología feudales surgieron con la explotación feudal. Era inevitable que la cultura lamaísta terminara junto con esas relaciones feudales.
De hecho, cuando llegó la revolución maoísta en 1950, el sistema ya se estaba pudriendo. Incluso el Dalai Lama admite que la población estaba en descenso. Hace mil años, cuando se introdujo el budismo, se calcula que Tibet tenía unos 10 millones de habitantes; para cuando llegó la revolución maoísta solo quedaban unos dos o tres millones. Los maoístas calculan que la disminución se estaba acelerando, de modo que en los últimos 150 años la población se redujo a la mitad.
La superexplotación del sistema lamaísta agobiaba al pueblo. Lo obligaba a mantener a un enorme clero parasítico de 200.000 personas que no producían nada y absorbían el 20% o más de los hombres. El sistema impedía el desarrollo de las fuerzas productivas: no permitía usar arados de hierro, excavar carbón para combustible, pescar, cazar ni hacer innovaciones médicas o sanitarias de ningún tipo. El hambre, la esterilidad por enfermedades venéreas y la poliandria bajaban los nacimientos.
El velo místico del lamaísmo no puede ocultar que la vieja sociedad tibetana era una dictadura feudal. No tenía nada de romántico. ¡Los siervos y esclavos necesitaban una revolución!
En las montañas y llanuras de las regiones fronterizas del oeste de China viven docenas de grupos nacionales de diferente cultura a la nacionalidad mayoritaria jan. En una de esas regiones, Tibet, gobernaba una clase de propietarios de siervos, dirigidos por los monjes-abades de los grandes monasterios lamaístas. Durante la guerra civil de China, la clase dominante de Tibet conspiró para establecer un Estado "independiente", que en realidad estaba bajo el ala del imperio británico.
Los revolucionarios maoístas querían propagar la revolución a Tibet para defender las regiones fronterizas de invasiones imperialistas y para liberar a los millones de siervos oprimidos. Sin lugar a dudas, los aguerridos soldados campesinos del ejército de Mao podían derrotar el ejército feudal de Tibet.
Pero había un obstáculo: la región de Tibet, poco poblada, permaneció completamente aislada de la guerra revolucionaria que sacudió a China. En 1949, no había un grupo de masas tibetanas que pudiera encargarse de la liberación de Tibet. Todavía no había un movimiento rebelde clandestino de siervos. No había casi comunistas tibetanos ni comunistas jan que hablaran tibetano. Las masas ni siquiera sabían de la gran revolución que sacudía el resto del país. A los siervos les decían que vivían en gran miseria y pobreza en esta vida porque habían cometido pecados en vidas anteriores.
Un precepto de Mao Tsetung es que la revolución debe apoyarse en las masas, en las necesidades, deseos y acciones de los oprimidos mismos. Esto se llama la línea de masas. Mao dijo: "Sucede con frecuencia que objetivamente las masas necesitan un cambio determinado, pero que subjetivamente no tienen todavía conciencia de esa necesidad y no están dispuestas o decididas a realizarlo. En tales circunstancias, debemos esperar con paciencia. No debemos realizar el cambio hasta que, por efecto de nuestro trabajo, la mayor parte de las masas haya adquirido conciencia de la necesidad de ese cambio y tenga el deseo y la decisión de hacerlo. De otro modo, nos aislaremos de las masas. Todo trabajo que requiera la participación de las masas resultará ser una mera formalidad y terminará en el fracaso si las masas no están conscientes de la necesidad de ese trabajo ni se muestran dispuestas a participar en él".
En octubre de 1950, el Ejército Popular de Liberación (EPL) avanzó hacia las llanuras y montañas del sudoeste de China. En Chambo derrotó fácilmente el ejército que mandó la clase dominante de Tibet. Allí paró y mandó un mensaje a la capital tibetana de Lhasa.
El nuevo gobierno revolucionario ofrecía un trato: Tibet se reintegraría a la república china, pero por un tiempo, el gobierno de propietarios de siervos (llamado el Kashag) podía seguir gobernando, bajo la dirección del gobierno central popular. Los maoístas no podían abolir las prácticas feudales ni desafiar la religión lamaísta hasta que el pueblo apoyara tales cambios. El Ejército Popular de Liberación se encargaría de proteger las fronteras para impedir una intervención imperialista y expulsaría a los agentes extranjeros de Lhasa. Alrededor de la mitad de la población de Tibet vivía en las regiones de Tsinghai y Chamdo, que no se encontraban bajo el gobierno político del Kashag. Esas regiones quedaron excluidas de la propuesta.
Los propietarios de siervos firmaron el "Acuerdo de 17 Puntos" y el 26 de octubre de 1951 el Ejército Popular de Liberación entró pacíficamente a Lhasa.
Ambos lados sabían que al final estallaría una lucha. Cuánto tiempo podían los aristócratas y los monasterios seguir esclavizando a "sus" siervos, cuando ahora todos podían ver a campesinos jan que se habían liberado de una situación similar con las armas y el maoísmo?
Las familias más poderosas comenzaron a planear un levantamiento armado. El hermano del Dalai Lama viajó al exterior para consolidar vínculos con la CIA, y obtener armas y reconocimiento político. Los monasterios organizaron conferencias secretas y regaron descabellados rumores, como que los revolucionarios jan usaban sangre de niños tibetanos como combustible para sus camiones. Largas caravanas de mulas cargadas de armas estadounidenses entraron a Tibet por la India, destinados a ciertos monasterios. La CIA estableció centros de entrenamiento de combate para sus agentes tibetanos en el campo Hale de Colorado, por su gran altitud. La CIA también infiltró armas en Kham, una región del este, por medio de aviones.
Aplicar la línea de masas de Mao a las condiciones especiales de Tibet
Mientras tanto, Mao instruyó a las fuerzas revolucionarias a ganarse a las masas a la revolución, sin provocar una polarización prematura que las pusiera contra la revolución. Mao escribió: "La postergación no nos causará mucho daño, sino que, por el contrario, puede traernos ventajas. Allá ellos [la clase dominante lamaísta] con sus fechorías e injusticia contra el pueblo; nosotros, a nuestro turno, nos dedicamos a hacer cosas buenas tales como la producción, el comercio, la construcción de caminos, el servicio médico y el trabajo de frente único (unión con la mayoría y educación paciente) con el objeto de ganarnos a las masas".
Un soldado rojo dijo años después: "Nos dieron muchas instrucciones detalladas sobre cómo comportarnos".
Las masas tibetanas eran demasiado pobres como para alimentar a las tropas revolucionarias, así que los soldados del EPL muchas veces pasaron hambre hasta que pudieron cosechar sus propios campos. Les enseñaban a respetar la cultura y creencias tibetanas, sin excluir, por el momento, los intensos temores supersticiosos que dominaban la vida diaria.
En los primeros años, el EPL construyó el primer camino que conectaba a Tibet con las provincias centrales. Una larga serie de campos de trabajo se extendía miles de kilómetros a lo largo de infinitas montañas y cañones. Al lado de los campos, los soldados jan cultivaban su propia comida con nuevos métodos colectivos. También contrataban por un sueldo a los siervos para la construcción.
La clase dominante del viejo Tibet trataba a los siervos como "animales que hablan", obligándolos a trabajar largas horas sin pago, así que el tratamiento que recibieron de las tropas les parecía increíble. Un siervo dijo: "Los jan trabajaban hombro a hombro con nosotros. No nos azotaban. Por primera vez me trataban como un ser humano". Otro siervo contó que un soldado le dio agua de su propio vaso: "¡No lo podía creer!" Les enseñaron a arreglar camiones y así surgieron los primeros proletarios en la historia de Tibet. Uno que se fugó de su amo dijo: "Comprendimos que no era la voluntad de los dioses, sino la crueldad de seres humanos como nosotros lo que nos tenía esclavizados".
Los campos de construcción del camino eran como imanes para los esclavos, siervos y monjes que se fugaban. A los siervos jóvenes les preguntaban si querían ir a la escuela para ayudar a liberar a su pueblo. Fueron los primeros estudiantes tibetanos en los Institutos para las Minorías Nacionales en las ciudades del este de China. Aprendieron lectura, escritura y contabilidad "para la venidera revolución agraria".
De esa forma, la revolución comenzó a reclutar activistas que pronto dirigirían al pueblo. El primer militante de Tibet central entró al Partido Comunista a mediados de los años 50. Para octubre de 1957, el Partido registraba 1000 militantes tibetanos, y 2000 en su Liga de la Juventud Comunista. (Vea "Jóvenes rebeldes se incorporan a la revolución")
Por todas las zonas rurales del este de Tibet y en los valles alrededor de Lhasa, el Ejército Popular de Liberación sirvió como una "máquina sembradora" de revolución, justo como hizo en la histórica Gran Marcha de los años 30.
El menor cambio sacudía el reino cerrado
Una vez que se completó el primer camino de arena blanca, llegaron largas caravanas de camiones del EPL con importantes mercancías como té y fósforos. El mayor comercio, y especialmente el que hubiera té barato, mejoró la dieta de los tibetanos comunes y corrientes. Para mediados de los años 50, se abrieron los primeros teléfonos, telégrafos, emisoras e imprentas. Se publicaron los primeros periódicos, libros y folletos, tanto en jan como tibetano. Después de 1955, se fundaron las primeras escuelas de Tibet. En julio de 1957, había 79 escuelas primarias, con 6000 estudiantes. Todo eso comenzó a mejorar la vida de los pobres y enojar a las clases altas, que siempre monopolizaron el comercio, el conocimiento de libros y el contacto con el mundo exterior.
Cuando los equipos médicos revolucionarios comenzaron a tratar y curar a la gente, incluso los monjes y gente de las clases altas fueron a pedir tratamiento. La primera mina de carbón abrió en 1958 y el primer alto horno en 1959. Eso socavó las supersticiones que condenaban todas las innovaciones y predicaban que la enfermedad era castigo por pecar.
En 1956 los terratenientes feudales de las zonas fronterizas organizaron una serie de fuertes rebeliones armadas. En esas zonas no regía el Acuerdo de 17 Puntos, y los revolucionarios animaban a los siervos a dejar de pagarle alquiler a los monasterios y las haciendas. En 1958, un líder comunista de Tsinghai escribió: "En las llanuras, la gran revolución socialista ha sido una lucha de clases muy violenta".
Ciertas fuerzas del Partido Comunista querían encontrar una solución intermedia. Propusieron moderar la marcha de la reforma agraria y cerrar las escuelas y las clínicas, a las que se oponían los lamaístas. El Partido retiró los maestros y los equipos médicos, pero eso no paró las conspiraciones de los lamaístas.
A fines de los años 50, la clase dominante de Tibet lanzó una revuelta de gran escala. Pensó que las intensas luchas que se estaban dando en las privincias centrales--llamadas el Gran Salto Adelante--le daría más oportunidad de echar al EPL. La CIA aumentó su apoyo y mandó sus agentes entrenados.
La rebelión de los propietarios de siervos prende la revolución
"En la historia de la humanidad, toda fuerza reaccionaria que está a punto de perecer se lanza invariablemente a una última y desesperada embestida contra las fuerzas revolucionarias".--Mao Tsetung
En marzo de 1959, monjes y soldados armados atacaron la guarnición de los revolucionarios en Lhasa y lanzaron una revuelta a lo largo de la frontera con la India. Más tarde un monje dijo: "Nos dijeron que si matábamos a un jan, seríamos budas vivientes y construirían capillas en nombre nuestro". Sin mucho apoyo popular, los lamaístas pronto quedaron atrincherados en varios templos. La revuelta se extinguió en pocos días.
Durante la lucha, el Dalai Lama huyó al exilio. Los lamaístas pintan esto como un viaje heroico y hasta místico. Pero está bien documentado que fue una operación de la CIA, que quería tenerlo fuera de Tibet, como un símbolo para una guerra contra la revolución maoísta.
Cuando la revuelta falló, grandes sectores del alto clero y la aristocracia siguieron al Dalai Lama al sur hacia la India, acompañados de muchos esclavos-sirvientes, guardias armados y caravanas de mulas cargadas de riquezas. En total, 13.000 personas se exiliaron, especialmente las fuerzas feudales más recalcitrantes y sus partidarios. ¡De repente muchos de los Tres Amos de Tibet--los lamas ricos, los altos funcionarios del gobierno y los aristócratas seculares--desparecieron!
Las fuerzas revolucionarias se movilizaron para suprimir del todo la conspiración feudalista. Mil estudiantes tibetanos volvieron rápidamente de los Institutos para las Minorías Nacionales a participar en la organización de la primera gran ola de cambio revolucionario.
La mayoría del Kashag, el gobierno del Dalai Lama, había apoyado la rebelión y este fue disuelto. En todas las regiones se crearon nuevos órganos de poder llamados "Oficinas para reprimir la revuelta". El nuevo gobierno regional se llamó "Comité Preparatorio para la Región Autónoma de Tibet"; en él, nuevos cuadros tibetanos y cuadros jan veteranos trabajaban juntos.
La primera etapa de la revolución la llamaron "los tres contras y las dos reducciones": contra la conspiración lamaísta, contra el trabajo forzado y contra la esclavitud. En el pasado los siervos le pagaban tres cuartas partes de su cosecha a los amos; ahora la revolución luchó por reducir ese "alquiler" al 20%. La otra reducción eliminó las enormes deudas que los siervos le "debían" a sus amos.
La campaña atacó el núcleo de las relaciones feudales. Abolió el trabajo forzado ulag. Liberó a los esclavos nangzen de los nobles y de los monasterios; de repente, las masas de esclavos-monjes podían irse de los monasterios. Confiscó las armas escondidas en los monasterios y arrestó a los conspiradores principales.
Se oye hablar de la "lucha por la libertad de religión en Tibet", pero a lo largo de la historia tibetana, la lucha principal no fue por "la libertad de religión" sino por la libertad de no creer, no obedecer a los crueles monjes y sus interminables supersticiones. El que miles de jóvenes monjes aprovecharan alegremente la oportunidad de casarse y hacer trabajo manual le dio un golpe poderoso al temor reverencial a las supersticiones.
Se inició la liberación de la mujer con la entonces pasmosa consigna: "¡El hombre y la mujer son iguales!" Los cambios revolucionarios de la propiedad aliviaron la presión por practicar la poligamia. Con una nueva ola de hombres que se podían casar, las mujeres ya no tenían la misma presión para aceptar a un hombre que ya tuviera esposas. Con la redistribución de las tierras, las mujeres ya no tenían la misma presión para casarse con varios hermanos de la misma familia, como se solía hacer para limitar la cantidad de personas que debían subsistir de pequeñas parcelas.
Sin el dinero del alquiler de tierras, los enormes monasterios parasitarios comenzaron a agotarse. La mitad de los monjes los abandonaron y la mitad de los monasterios tuvieron que cerrar.
En las reuniones populares se animaba a los siervos a organizar Asociaciones de Campesinos y a luchar por sus intereses. En ellas también se denunciaba y castigaba a los grandes opresores. En grandes fogatas quemaron las cuentas de deudas que mantenían los propietarios de siervos. Las mujeres participaron muy especialmente.
En las fotos de la época se ven dirigiendo reuniones y denunciando al opresor. En poco tiempo los siervos confiscaron tierras y ganado. Todos los antiguos siervos, limosneros y esclavos recibieron varias hectáreas. En total, los siervos recibieron 200.000 escrituras de tierras y ganado, decoradas con banderas rojas y el retrato del Presidente Mao.
Los siervos decían: "El sol del Kashag brillaba únicamente para los Tres Amos y los matones de los terratenientes, pero el sol del Partido Comunista y el Presidente Mao brilla para nosotros, los pobres".
Aguda lucha de clases
Todo eso se logró mediante una intensa y sangrienta lucha de clases, que tuvo los avances y reveses, la complejidad y heroísmo de toda revolución de la vida real.
Los revolucionarios despertaron el odio de clase de los siervos. Sus propietarios contraatacaron acusando a los tibetanos revolucionarios de colaborar con el extranjero y destruir lo sagrado. En ciertos momentos los revolucionarios tenían la ventaja y el pueblo experimentó grandes cambios. En otros momentos, los feudales ganaban la ventaja y trataban de eliminar a la oposición. Durante años, hubo encarnizadas batallas, redadas y ejecuciones de ambos lados.
Como Mao Tsetung enseña: "Hacer la revolución no es ofrecer un banquete... Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra... Sin recurrir a la máxima fuerza, el campesinado jamás lograría derrocar el poder de los terratenientes, profundamente arraigado a través de los milenios".
El Ejército Popular de Liberación era una fuerza poderosa de apoyo al levantamiento y muchos siervos quisieron unirse a él. Pero Tibet es un enorme territorio de valles aislados. Los organizadores de cada región por lo general tenían que actuar independientemente. Lo arriesgaron todo por el pueblo y muchos murieron a manos de pandillas feudales, tal como en Estados Unidos muchos esclavos libertos murieron a manos del Klan en los primeros tiempos de la emancipación, después de la guerra de Secesión.
En los nuevos Institutos de Minorías Nacionales también estallaron fuertes luchas de clases. Los estudiantes tibetanos de familias aristocráticas querían ser la nueva élite y resentían el hecho de que la reforma agraria afectó a sus familias.
Rechazaban la igualdad: querían sirvientes para atenderlos y no se codeaban con los estudiantes que fueron siervos o esclavos. En las escuelas de Lhasa se daban conflictos similares: los estudiantes de la aristocracia querían que los estudiantes que eran esclavos les cargaran los libros. Los lamas "supervisaban la educación" y hacían rezar antes y después de las clases. Esas luchas prepararon a los estudiantes de las clases de siervos, esclavos y limosneros para el día en que esos asuntos se ventilaran en toda la sociedad de Tibet.
La mayoría de la tierra se dividió en parcelas individuales, pero también se hicieron experimentos de propiedad colectiva socialista. Mao promulgaba que el camino a la liberación en el campo requería nuevas formas de cooperación. En Tibet se formaron nuevos "equipos de ayuda mutua" que compartían herramientas y animales, y juntos trabajaban en los campos, abrían canales, represaban ríos, recogían fertilizantes y construían caminos.
Por medio de estas grandes tormentas de lucha, la revolución maoísta creó una amplia base entre los siervos libertados de Tibet.
En la Parte 3: La revolución dentro de la revolución
La intensa lucha de clases en Tibet mortificó a ciertas fuerzas poderosas del mismo Partido Comunista de China: los revisionistas que se oponían a la línea revolucionaria de Mao, agrupados en torno a Liu Shaoqui, el general Lin Piao y Deng Xiaoping (el actual primer mandatario). Su idea de lo que había que hacer en Tibet era muy distinta, y bastante capitalista.
Los revisionistas no querían movilizar a las masas para tumbar a los terratenientes feudales. Eran "chovinistas jan", que menospreciaban al pueblo tibetano y lo consideraban atrasado y supersticioso sin remedio. Pensaban que a los estudiantes tibetanos que estaban en los Institutos de Minorías Nacionales debían enseñarles administración, no organización revolucionaria. Creían que a Tibet lo debían gobernar por medio de las clases altas educadas, con la ayuda del ejército para mantenerlo todo "bajo control".
La lucha de clases que atizaba Mao era un "trastorno" en los planes de esos revisionistas para explotar a Tibet. Allí solo veían una frontera que defender, recursos minerales que explotar y una región agrícola que tenía el potencial de alimentar a China. Pensaban que crear industrias independientes o diversificar la agricultura era "ineficaz" y una pérdida de tiempo. Se imaginaban que podrían llegar a un acuerdo con la clase dominante de los lamas que sería lucrativo para ambos lados.
Pero en esa época, los seguidores del camino capitalista no tenían todo el poder. Mao luchaba por la revolución, impulsando a las masas, y luchó para que se aplicara una línea revolucionaria en Tibet y en otras regiones de minorías nacionales.
Ya en 1953, Mao escribió en el ensayo Criticar el chovinismo de gran jan: "En algunos lugares vienen acusando una grave anormalidad las relaciones entre las nacionalidades. Tal situación es intolerable para los comunistas. Es indispensable criticar a fondo las ideas chovinistas de gran jan que se manifiestan de modo grave entre muchos militantes y cuadros de nuestro Partido, ideas reaccionarias de la clase terrateniente y la burguesía...reflejadas en las relaciones entre las nacionalidades.... En otras palabras, las ideas burguesas dominan en la mente de una parte de los camaradas y del pueblo que no ha recibido una educación marxista ni asimilado la política del Comité Central sobre la cuestión nacional".
En 1956 volvió a plantear el asunto en su famoso discurso "Sobre diez grandes relaciones": "Ponemos el acento en el combate al chovinismo de gran jan. Hay que combatir también el nacionalismo local, pero este, por lo común, no es el blanco principal... En el pasado, los gobernantes reaccionarios, sobre todo los de la nacionalidad jan, levantaron toda clase de barreras entre las diversas nacionalidades y atropellaron a las minorías nacionales. Las consecuencias de todo esto no son fáciles de liquidar en corto tiempo ni siquiera dentro del pueblo trabajador... El aire del espacio, los bosques de la tierra y las riquezas del subsuelo son todos importantes elementos, indispensables para la construcción del socialismo, pero ningún factor material puede ser explotado y aprovechado sino por el factor hombre. Debemos trabajar porque haya buenas relaciones entre la nacionalidad jan y las minorías nacionales y consolidar la unidad entre ellas para edificar nuestra gran patria socialista con los esfuerzos de todos".
Las tormentas revolucionarias de Tibet después de 1959 fueron un gran impulso para la línea de Mao. Mientras los siervos luchaban por la tierra, dentro de la vanguardia comunista se daba una intensa lucha para determinar cómo dirigir esos movimientos. En muchas partes de Tibet todavía había ricos y pobres, incluso después de repartir la tierra. Todavía existían fuertes costumbres y prácticas feudales. Las nuevas organizaciones revolucionarias apenas empezaban a caminar. La revolución tenía un largo camino por delante.
A principios de los años 60, los revisionistas recomendaron una "consolidación de cinco años" en Tibet, una táctica para buscar tiempo para que se aplacara la lucha. Así, se abandonaron los experimentos socialistas en Tibet, como las comunas rurales y muchas fábricas nuevas.
Pero los revisionistas no tenían "cinco años de consolidación" para suprimir al pueblo de Tibet. En 1965 estalló una fuerte lucha de líneas dentro del Comité Central del Partido Comunista y Mao desencadenó una "revolución dentro de la revolución" que nunca se había visto antes: la Gran Revolución Cultural Proletaria.
Un día soleado de agosto de 1966 en Pekín, Mao Tsetung saludó desde una tribuna a un millón de Guardias Rojos de todo el país. Se puso un brazalete de la Guardia Roja e hizo algo que ningún otro jefe de Estado había hecho en la historia: exhortó a las masas a levantarse contra el gobierno y el partido que él mismo encabezaba. Declaró: "¡Cañonear el cuartel general!". La intensa e histórica lucha que desató se extendió por todo China y duró 10 años, de 1966 a 1976. Así empezó la Gran Revolución Cultural Proletaria.
Pocos días después de esa manifestación, unos Guardias Rojos viajaron a Lhasa, Tibet, donde encontraron terreno fecundo para su mensaje radical. En 1964 se graduaron los primeros estudiantes de la nueva prepa de Tibet. Un núcleo de jóvenes de familias de esclavos y siervos emancipados había aprendido a leer y a comprender los principios fundamentales maoístas sobre la revolución.
Los estudiantes de la prepa Lhasa y del Colegio para Maestros de Tibet corrieron a organizar grupos de Guardias Rojos; no querían esperar órdenes de hacerlo. Abrieron el debate sobre cómo avanzar la revolución y se zambulleron a la acción.
En esta tercera parte de la serie, contaremos lo que sabemos sobre lo que ocurrió en Tibet durante la década que siguió. No es fácil descubrir la verdad. Lo que ocurrió en esa región grande y aislada fue bastante complejo.
Por un lado, las fuerzas de clase contra quienes se dirigió la revolución maoísta dicen que la Revolución Cultural fue una pesadilla de fanatismo y destrucción. La Oficina de Promoción del Dalai Lama, con sede en India, ofrece los "relatos oculares" de exiliados ultraconservadores de la clase alta, en su mayoría. De su parte, la clase dominante de China hoy habla de los "10 años perdidos", de los años de los "excesos de la Banda de los Cuatro". (La "Banda de los Cuatro" es como llaman a los partidarios más íntimos de Mao.) Las versiones de estas fuerzas contrarrevolucionarias son muy sospechosas.
Por otro lado, los activistas revolucionarios en Tibet todavía no han contado lo que ellos saben. Indudablemente muchos están muertos o en la cárcel.
Para escribir este artículo estudiamos volantes escritos por los Guardias Rojos de Tibet durante la Revolución Cultural. Leímos escritos de diferentes fuentes: de catedráticos progresistas e incluso de enemigos del maoísmo. Hay muchas lagunas. Sin embargo, es posible darse una buena idea de lo que intentaron los revolucionarios en Tibet durante esos turbulentos años.
Auténticos comunistas contra falsos comunistas en Tibet
Mao lanzó la Gran Revolución Cultural Proletaria porque vio que el pueblo enfrentaba grandes peligros: la revolución que conquistó el Poder en 1949 se había estancado.
Poderosas fuerzas del gobierno y el Partido Comunista querían construir una China "moderna" concentrándose en la producción metódica. Aunque estas personas se llamaban "comunistas", jamás se propusieron ir más allá de la abolición del feudalismo y de la construcción de un poderoso estado nacional. Querían frenar las transformaciones revolucionarias.
Mao se dio cuenta de que remedar los métodos capitalistas "eficaces" era una manera de arrebatarle el Poder a las masas. Por ese camino se construiría un sistema de capitalismo de Estado sin alma, despojado de política revolucionaria, parecido al que construyó Jruschov en la Unión Soviética. Mao dijo que los principales líderes de esas fuerzas, Liu Shao-chi y Deng Xiaoping, eran "revisionistas" y "falsos comunistas". Dijo que eran "demócratas burgueses que seguían el camino capitalista".
En Tibet, el pueblo no sabía mucho sobre la lucha entre la línea revisionista y la línea de Mao, a pesar de que fue muy enconada. La línea de Mao decía que había que continuar la revolución paso a paso, y para eso había que apoyarse fundamentalmente en las masas.
En los años 50, Mao estaba a favor de construir la organización revolucionaria en Tibet. Para principios de los años 60, la gran alianza ente los siervos y el Ejército Popular de Liberación (EPL) había destruido el núcleo de la vieja sociedad opresiva, liberando a las masas de siervos y esclavos, quitándole la tierra a la clase dominante y prohibiendo muchas costumbres opresivas del pasado. Fue un gran avance y una buena aplicación de la línea de Mao.
Mao decía que para liberar al pueblo había que impulsar la revolución más allá de las reformas antifeudales. Para lograr eso había que desarrollar, sistemáticamente, nuevas organizaciones colectivas en el campo, para que el campesinado combinara sus recursos y construyera canales de irrigación y carreteras, formara una milicia campesina y construyera escuelas. Si no se llevaba a cabo la colectivización socialista, Mao decía, los campesinos ricos y nuevos explotadores volverían a oprimir al campesinado pobre. Eso valía para Tibet y el resto de China. Mao estaba a favor de establecer una industria socialista independiente en Tibet para responder a las primeras necesidades del pueblo. También era necesario revolucionar el pensamiento para desarraigar las odiosas supersticiones antiguas y, a partir de eso, hacer florecer una nueva cultura liberadora en Tibet.
Pero los poderosos revisionistas tenían otros planes para Tibet. A ellos no les interesaba el potencial revolucionario del pueblo. Lo que querían era construir un sistema "eficaz" para explotar sus riquezas y así construir la China "moderna" a que tanto aspiraban.
Los revisionistas querían convertir al campesinado de Tibet en "eficaces" productores de cereales. Su plan era importar trabajadores y técnicos de otras partes de China para desarrollar unas cuantas industrias de minerales.
Los revisionistas querían eliminar los aspectos feudales que impedían la aceleración de la producción. Pero también querían ofrecer a los antiguos feudalistas una parte del Poder, con tal de que usaran sus organizaciones e ideología feudales para estabilizar el nuevo orden revisionista.
Todo mundo sabía que la aristocracia de los lamas estaba metida en muchos complots contrarrevolucionarios, pero los revisionistas estaban convencidos de que los podían mantener bajo su control. Los atrajeron ofreciendo proteger aspectos de la vieja sociedad, pero también los amenazaban con la fuerza militar, con el EPL.
Esa orientación perjudicaba al pueblo de Tibet. Consideraba a las masas como irremediablemente atrasadas y se basaba en una alianza con sus opresores. Para justificarla, los revisionistas hacían constantes referencias a las "condiciones especiales de Tibet". La verdad es que se basaba en el "gran chovinismo" de los jan (la mayoría de los chinos son de la nacionalidad jan), que pretendía finalmente asimilar la nacionalidad tibetana. Además, los revisionistas no iban a tolerar un levantamiento popular revolucionario.
Los revisionistas se oponían a que se desatara una ola revolucionaria en Tibet; se oponían a las medidas socialistas, como la propiedad colectiva de la tierra y una base industrial autónoma. Decían que esas medidas socialistas eran prematuras, que trastornarían las cosas, que no eran eficaces y que perjudicarían el "frente único" con la clase feudal.
En una palabra, la línea que los revisionistas querían aplicar en Tibet llevaba a un nuevo orden opresor en el cual ellos podían explotar los recursos regionales en alianza con los viejos opresores y apoyándose en la fuerza militar. Esa línea del "camino capitalista" se oponía en todo aspecto a la línea de Mao.
El programa revisionista suena familiar porque es precisamente el programa que el gobierno y las FFAA de Deng Xiaoping han aplicado en Tibet desde la derrota de los maoístas en 1976. La Revolución Cultural que lanzó Mao se proponía tumbar del Poder precisamente a esas fuerzas, que hoy oprimen al pueblo de China y a Tibet.
La revolución descarga en Lhasa como un rayo
"Los continuadores de la causa revolucionaria del proletariado nacen inexorablemente en las grandes tempestades".
Mao Tsetung
En 1966, los revisionistas en Tibet eran muy arrogantes; controlaban el ejército y contaban con el apoyo de poderosas fuerzas como Liu Shao-chi y Deng Xiaoping en Pekín. El máximo revisionista en Tibet era el general Zhang Guojua del EPL, quien llegó a Tibet en 1950 y lo consideró su reino personal.
Las fuerzas de Zhang esperaban aguantar la campaña de Mao. Su táctica fue "ondear la bandera roja para oponerse a la bandera roja". Cuando se anunció el inicio de la Revolución Cultural, formaron su propio "Grupo de la Revolución Cultural". Pintaron a Lhasa de rojo y ordenaron que cada casa ondeara la bandera roja y desplegara un retrato de Mao. Por altoparlantes tocaron canciones revolucionarias a todo volumen y hasta cambiaron el nombre de las calles. Después de "demostrar" su entusiasmo revolucionario de esa manera, las autoridades de Tibet anunciaron que ahí "no había dos líneas".
Dijeron que las principales fuerzas reaccionarias eran las pandillas feudales apoyadas por la CIA, y que por lo tanto la principal forma de lucha era la lucha armada del EPL contra esas bandas. O sea que para los revisionistas, la Revolución Cultural en Tibet debía expresarse en la producción eficaz, el estudio tranquilo y las acciones militares. Mandaron pelotones militares a todas las fábricas y escuelas para controlar el movimiento de Guardias Rojos. Fuerzas poderosas de Pekín, como el primer ministro Chou Enlai, los ayudaron: ordenaron a los Guardias Rojos que se fueran de Tibet y hasta organizaron una merienda de despedida para ellos, pero los Guardias Rojos no quisieron irse.
¡La Revolución Cultural en Tibet prendió como un incendio en la pradera! Por todos lados se formaron grupos de Guardias Rojos y trastornaron todo. Unos grupos se apoderaron del monasterio Jokhan; declararon la guerra contra quienes toleraban la opresión feudal y la superstición. Las sorprendidas autoridades declararon que ese fue un acto ilegal y "contrarrevolucionario". Los Guardias Rojos se apoderaron de otros edificios.
Los Guardias Rojos demandaron saber por qué los altos cuadros del partido hablaban de los dueños de siervos y lamas como el Dalai Lama, el Panchen Lama y Ngawang Jigme Ngabo como los "líderes del pueblo de Tibet". También denunciaron que Deng Xiaoping había propuesto reclutar al Partido Comunista a la cúpula de los lamas. ¿No ponía suficientemente en claro el análisis de clases y la práctica que esas fuerzas eran opresoras?
Uno de los primeros volantes decía que la situación especial de Tibet no quería decir que "no había lucha de clases". Los Guardias Rojos dijeron que las autoridades no aplicaban principios maoístas: "La línea revolucionaria del Presidente Mao se sustenta en la línea de masas...en la plena confianza en las masas, en la movilización de las masas, y en el tener el valor de apoyarse en las masas".
La primera toma de Poder, el ejercicio del Poder
"¡En la nueva situación de la Gran Revolución Cultural Proletaria, rodeado de tambores de guerra que repudian la reaccionaria línea burguesa, nace el Cuartel General Rebelde Revolucionario de Lhasa!... No tememos a los vientos, a las tormentas, a la arena en los vientos, ni a las piedras movedizas. No nos importa que el puñado de seguidores del camino capitalista en autoridad... se oponga a nosotros o nos tema. Tampoco nos importa que los reyes burgueses nos ataquen y nos maldigan. Sin duda alguna, haremos la revolución y nos rebelaremos, y nos seguiremos rebelando hasta construir el nuevo mundo de rojo brillante del proletariado".
Fundación de los Guardias Rojos "Rebeldes Revolucionarios" de Tibet, diciembre de 1966
Centenares de grupos de Guardias Rojos se unieron para fomar el grupo de Rebeldes Revolucionarios. Eran la nueva generación de estudiantes activistas, camioneros jan, soldados rasos, cuadros de base y Guardias Rojos que llegaron de otras partes del país.
Tal vez sorprenda a unos saber que el Partido Comunista y los Guardias Rojos no impusieron la Revolución Cultural desde afuera y que tampoco fue "importada" a Tibet. Incluso partidarios del Dalai Lama, como John Avedon, y los "relatos de los exiliados" reconocen que una gran cantidad de jóvenes se unió desde el comienzo a los Rebeldes Revolucionarios, y que luego se unieron con entusiasmo a la lucha cuadros mayores.
Los tibetanos estaban en los dos lados de la revolución. Unos, reclutados y adiestrados por los revisionistas, esperaban ser la nueva élite. Los maoístas los llamaban los "reyes burgueses". Otros, especialmente la juventud de los esclavos y siervos emancipados, querían impulsar la revolución hacia el socialismo. La tormenta templó toda una nueva generación de activistas comunistas y la corriente maoísta extendió sus raíces entre el pueblo de Tibet.
En enero de 1967, cuando las organizaciones maoístas tomaron el Poder en Shanghai, los Rebeldes Revolucionarios decidieron arrebatarle el Poder también a Zhang, el "amo de Tibet". En febrero, obreros rebeldes de la fábrica de textiles Linchih se apoderaron de su fábrica. Fue la primera toma de Poder en Tibet durante la Revolución Cultural. Los Rebeldes Revolucionarios ocuparon las oficinas del Diario de Tibet y partes de la capital. Un rebelde dijo: "La `línea reaccionaria' calificó de `ilegales' las primeras acciones de las organizaciones rebeldes. Más tarde los rebeldes recibieron el apoyo de Mao". Fueron maniobras valientes y peligrosas.
Zhang, que temía ser arrestado, organizó un contraataque y luego huyó de Lhasa. Las unidades policiales fieles al viejo orden formaron un grupo conservador de "Guardias Rojos" compuesto de altos funcionarios del partido y aristócratas, que se llamaba la Gran Alianza. Con el apoyo de la Gran Alianza, unas unidades militares dominaron a los Rebeldes Revolucionarios. Ese golpe (parte de un movimiento nacional contra Mao conocido como la "Corriente Adversa de Febrero") paró en seco cuando Mao hizo un llamamiento al ejército para que apoyara a las masas de la izquierda.
No tenemos muchos detalles sobre la compleja lucha, a veces armada, que se extendió por Tibet en los dos años que siguieron. Pero sí sabemos lo siguiente: En septiembre de 1968 se fundó un nuevo gobierno, el Comité Revolucionario de Tibet.
Diversas fuerzas se unieron en torno a la línea de Mao. En cuanto se consolidó el nuevo Poder revolucionario, la Revolución Cultural entró en una nueva etapa, en la que se desafiaría todo aspecto de la vida social y del pensamiento.
Se crean comunas populares
"Cuando los gansos vuelan en formación, pueden volar sobre las montañas más altas. Nosotros los pobres podemos superar cualquier dificultad si nos unimos y nos ayudamos".
Tsering Lamo, líder comunista de una Asociación de Mujeres, explicándole el camino socialista a otros ex siervos.
La liberación del pueblo tibetano estaba, y está, estrechamente vinculada con la revolución en las relaciones de propiedad y la producción de la tierra. Después de la reforma agraria a principios de la década del 60, el nuevo arreglo basado en pequeños cultivos particulares contenía las semillas de una nueva opresión. Otra vez comenzaron a verse ricos y pobres, a medida que los campesinos prósperos iban contratando y comprándole la tierra a sus vecinos más pobres. Concentrados en la lucha por la supervivencia de la familia, los siervos se mantenían demasiado desorganizados como para hacerle frente a la clase feudal y sus constantes intentos de restaurar el dominio.
Con la victoria de la línea de Mao en 1969, en todo el vasto campo de Tibet se comenzó a experimentar con Comunas Populares. Los mismos métodos que se usaron en la construcción de los caminos se emplearon para cambiar la vida rural. En cada comuna, centenares de campesinos trabajaban la tierra colectivamente. Las cosechas colectivas se dividían según "puntos de trabajo", o sea, la cantidad de trabajo que cada uno hacía. Para 1970, operaban casi 666 comunas en el 34% de los distritos. En poco tiempo, había comunas por todas partes.
Tales cambios requirieron paciente trabajo político y encarnizada lucha de clases. Unos campesinos solo querían su propia tierra; no veían el cuadro más grande. En muchos casos, los más pobres, como las esclavas emancipadas, estaban más dispuestos a probar los nuevos métodos de trabajo. Se ejerció una dictadura popular sobre los opresores: los dueños de siervos y los lamas grandes tenían que trabajar también, aunque no quisieran. Se identificó y se persiguió a los contrarrevolucionarios.
Durante siglos, el trabajo forzado del pueblo sirvió a los ociosos aristócratas, que les hicieron construir grandes templos para rendirle honor a la superstición.
Ahora, trabajando colectivamente, las masas llevaron agua para irrigación y agua potable al 80% de las tierras de cultivo. Como la supervivencia de las familias ya no dependía de una parcela particular, podían experimentar con docenas de nuevos vegetales, frutas y cereales.
Unos experimentos dieron resultado, otros no. A veces la lucha de clase trastornaba la cosecha. Pero se lograron grandes avances en la productividad de la tierra. Cultivaron el doble de alimentos.
Gracias a las Comunas Populares también fue posible organizar en el campo las primeras escuelas y tropas de teatro. Ahora la sociedad cuidaba a los ancianos si no tenían hijos. Las mujeres adquirieron nuevo poder. Una joven Guardia Roja dijo: "Como nosotras, las mujeres, hacíamos el trabajo, por supuesto que las comunas eran buenas para nosotras". Terminaron los matrimonios arreglados y la poligamia. Los exiliados se quejan de que los niños se revolucionaron y ya no obedecían a los padres reaccionarios.
Se publicaron en tibetano el famoso Manual de Médicos Descalzos maoísta con que enseñaron a miles de ex siervos a tratar a la gente. Pronto el 80% de las camillas de hospitales de Tibet se encontraban en el campo y llegaba personal médico de hospitales urbanos del este de China. Más de la mitad de los médicos descalzos eran mujeres (a quienes el dogma budista prohibía practicar la medicina).
Las Comunas Populares aumentaron enormemente el poder político de los campesinos. El EPL armó y entrenó a sus miembros. Cada comuna creaba una milicia yulmag para luchar contra los opresores: cazaban a las bandas de la contra del Dalai Lama entrenadas por la CIA y ponían fin a todo tipo de pandillas feudales. Esas milicias son prueba de que las masas apoyaban el cambio revolucionario.
Una vez que se tumbó la línea revisionista, se dieron pasos gigantes en el desarrollo de una nueva base industrial socialista. En 1964, apenas había 67 fábricas. Para 1975, había 250 empresas; la mayoría se dedicaba a servir a las masas y los cultivos al nivel local. Pequeñas plantas hidroeléctricas llevaron electricidad al pueblo. Por primera vez había mercancías manufacturadas para el consumo popular: las gafas negras redujeron la cantidad de ancianos que se quedaban ciegos por cataratas; las ollas de presión eliminaron muchas enfermedades que mataban a los niños con el viejo estilo de cocina; las nuevas herramientas aumentaron la productividad e hicieron que la vida fuera más fácil.
Una revolución de ideas
"La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales."
Carlos Marx y Federico Engels, 1848
"Hoy, los siervos emancipados hemos tirado al fondo del río Tsangpu todas las malvadas canciones, danzas y dramas que embellecen a los dueños de siervos y difunden supersticiones sobre dioses y seres supernaturales. Que las fuertes olas se los lleven y nunca vuelvan".
Dzomkyid, un siervo emancipado de 50 años del condado de Gyatsa, 1966
"Antes de estudiar las obras del Presidente Mao, lo único que me importaba era lo que me pertenecía. Yo sabía precisamente cuántos montones del estiércol del yak tenía en casa. Sabía incluso cuántos estaban secos y cuántos no sin mirar. Pero no me importaban tanto los animales de la colectiva. Las enseñanzas del Presidente Mao me agrandaron los horizontes. Ahora el propósito de mi vida lo tengo claro. Hoy me preocupo no solo por la colectiva sino por todo el mundo y la revolución mundial".
Un pastor tibetano, 1967
"Ahora sabemos que no eran los dioses ni los demonios que hacían funcionar los motores. Nosotros los manejamos y vimos que no era la sangre de los niños que los hacían funcionar, como nos dijeron los lamas".
Un nuevo mecánico de Tibet
En la Revolución Cultural, los maoístas atacaron los "cuatro antiguos": las antiguas ideas, las antiguas costumbres, la antigua cultura y los antiguos hábitos. Había una multitud de cosas "antiguas" que desafiar. Agobiantes supersticiones religiosas detenían la lucha popular. Eran un arma central del viejo orden feudal en que los revisionistas también se apoyaban.
Antes de la Revolución Cultural, en su mayoría los siervos nunca habían discutido asuntos que las autoridades religiosas les tenían prohibidos. El dogma lamaísta prohibía arar con herramientas de hierro, curtir cuero, enlatar leche, esquilar ovejas, practicar acupuntura o quirurgía, usar antibióticos o trabajar en metal.
Las mujeres tenían incontables prohibiciones. Muchos animales se consideraban sagrados y no se podían comer. En los años 50, los primeros estudiantes médicos de Tibet rezaban ansiosamente por la noche para que los dioses les perdonaran los pecados que cometían durante el día.
Se descubrieron nuevas maneras de ayudar al pueblo a liberarse de las cadenas de la superstición. Audaces siervas organizaron equipos para cazar animales sagrados y "brigadas de hierro" (el arado de hierro) para demostrar que se podía desafiar la prohibición. En 1966, 100.000 campesinos libraron una campaña de dos meses para exterminar las "ratas de tierra", los roedores que se comían su grano. En el pasado los monjes protegían las ratas, diciendo que eran reencarnaciones sagradas de los piojos del cuerpo del Buda.
La difusión de la ideología comunista--especialmente las escrituras del Presidente Mao Tsetung--jugó un papel central en esa revolución de las ideas. Altos funcionarios revisionistas se opusieron a la publicación del Libro Rojo de Mao en tibetano. Pero en poco tiempo se distribuyeron docenas de miles de versiones bilingües encuadernados con cartera roja tradicional de Tibet. A muchísimos pobres que no sabían leer les gustaba memorizar citas centrales y canciones revolucionarias.
En las montañas, aparecieron enormes obras de talla con citas revolucionarias del Presidente Mao en lugar de las oraciones de que antes. En los pasos de montaña, las banderas rojas demostraban que el pueblo tenía el poder.
Unos pastores describieron cómo los Equipos de Propaganda Mao Tsetung del EPL los ayudaron durante un desastroso invierno. En el pasado, hubieran aceptado su "destino" y muchos hubieran perecido. Ahora elaboraron planes para salvar la vida de la gente y los animales. Un viejo pastor dijo: "¡Con el pensamiento Mao Tsetung, osamos luchar incluso con dios!"
Se desarman las plazas fuertes feudales de los lamas
"Son los propios campesinos que instalaron los ídolos y ellos, cuando llegue el momento, los tirarán con sus propias manos".
Mao Tsetung, 1927
Los miles de monasterios inspiraban el mayor temor reverencial. En los embriagadores días de la Revolución Cultural, las masas atacaron esas fortalezas feudales. En un enorme movimiento, vaciaron y desmantelaron muchos monasterios.
Los partidarios del feudalismo tibetano a menudo dicen que fue una "destrucción ciega" y "genocidio cultural". Pero ese punto de vista oculta la naturaleza de clase de los monasterios. Eran plazas fuertes armadas que rigieron la vida de los campesinos durante siglos. Cuando la línea revisionista dominaba, el gobierno mantuvo los monasterios con subvenciones. Mientras esas plazas fuertes--donde los reaccionarios conspiraban incesantemente--existieran, cabía el peligro de volver a lo de antes. ¡Su desmantelamiento no fue nada "ciego"; al contrario, fueron acciones políticas muy conscientes para liberar al pueblo!
Según todas las versiones a disposición, fueron los siervos mismos, casi exclusivamente, que desarmaron los monasterios, dirigidos por activistas revolucionarios. Grandes mítines se formaron frente a los portones y los ex siervos osaron entrar en los santuarios sagrados por primera vez. Era obvio que a través de los siglos, se habían pillado grandes riquezas. Los ex siervos preservaron unos artifactos históricos de gran valor para la posteridad.
Los materiales de construcción los distribuyeron para construir casas y caminos. Un exilado dijo que los siervos destruyeron sagrados bloques de madera usándolos como combustible y convirtiéndolos en mangos para nuevas herramientas. Los retrógrados dicen que fueron criticados por no participar. Hubo muchas reuniones públicas donde se destruyeron ídolos, textos, banderas de oraciones, ruedas de oraciones y otros símbolos como una manera poderosa para hacer añicos viejísimas supersticiones. Como un último comentario sobre los sueños restauracionistas de la clase feudal, las fuerzas armadas revolucionarias hicieron volar muchas ruinas.
Luego, durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, se restauraron varios monasterios lamaístas para usarlos como lugares sagrados y museos de reliquias nacionales. Pero el veredicto de la Revolución Cultural era que nunca más debían existir como plazas fuertes feudales que se ceban del sufrimiento de las masas.
Luchas espinosas sobre los cuatro antiguos y los cuatro nuevos
Como todas las revoluciones, la Revolución Cultural en Tibet avanzó mediante complejos debates y luchas. Se criticaron los "cuatro antiguos" y se luchó por que se adoptaran los "cuatro nuevos": nuevas ideas, nuevas costumbres, nueva cultura y nuevos hábitos. Una y otra vez se plantearon interrogantes para debatir: ¿cuáles prácticas son de la cultura feudal reaccionaria y cuáles son de la cultura nacional tibetana? ¿Era revolucionario o chovinista fomentar las nuevas formas culturales que la revolución había desarrollado en las regiones jan en el este de China? ¿Era un estilo feudal trenzarse el pelo como en la servidumbre o simplemente un estilo tibetano? ¿Era reaccionario bendecir a otro al conocerlo, y en qué medida era reaccionario?
El chovinismo jan (los prejuicios de la nacionalidad mayoritaria contra los tibetanos) seguía siendo un problema. Han Suyin lo prueba en su libro de 1977 sobre Tibet cuando apoya el punto de vista de unos revisionistas de que los estudios superiores debían realizarse en el idioma jan ya que, según ella, el tibetano no podía expresar las ideas de los temas modernos como la química.
Por otra parte, otros lucharon por la línea de Mao sobre las nacionalidades minoritarias. Cuando esa línea dirigía, la cultura tibetana floreció. Se manufacturaron las primeras máquinas de escribir tibetanas, lo que facilitó la comunicación y los archivos. Se fomentó un dialecto principal para que se pudieran comunicar personas de diferentes regiones. Se doblaron películas en tibetano. Se publicaron millones de libros en tibetano, muchos sobre la teoría y práctica de la liberación. Se publicaron cuentos y obras teatrales tibetanos. Muchos festivales se transformaron para celebrar los nuevos triunfos populares: las Comunas Populares y las ricas nuevas cosechas.
Se estudió la medicina tradicional tibetana y por primera vez se difundió entre las clases bajas el conocimiento de una variedad de hierbas medicinales.
Se fomentaron líderes revolucionarios. Para 1975, la mitad de los principales dirigentes eran tibetanos. De estos, la mitad tenía sus 30 años y casi todos habían sido siervos o esclavos. Las mujeres dirigían a todos los niveles. En un condado el comité revolucionario contaba con solo mujeres. De los 27.000 cuadros tibetanos, 12.000 eran mujeres. ¡Una tibetana, Phanthog, escaló el monte Everest en 1975!
Durante la Revolución Cultural, el joven hijo revolucionario de un esclavo-pastor dijo: "¿Cómo estaría haciendo yo, cómo seríamos los tibetanos si el Presidente Mao y la revolución no hubieran llegado?"
Las últimas grandes batallas
"Estamos haciendo cosas que nuestros antepasados nunca intentaron, siguiendo un camino que ellos no siguieron".
Un comunista tibetano veterano, 1975
Un observador captó una verdad básica sobre la Revolución Cultural en Tibet: "Ahora que están emancipados, no se ve a los siervos en trapos cargando la litera de un noble con ropa abrigada, anillos de turquesa y pulseras de oro". El pueblo mismo había hecho añicos el viejo, odioso sistema del feudalismo lamaísta. La vida del pueblo mejoró. La enfermedad disminuyó. La población aumentó. El entorpecedor aislamiento del viejo Tibet se acabó. El pueblo adquirió conocimientos científicos básicos y aprendió a leer y escribir. Incluso los enemigos del maoísmo admiten que se cerró la enorme brecha entre los ricos y los pobres.
Pero la Revolución Cultural representó mucho más que la derrota histórica del feudalismo. Durante 10 años impidió que los revisionistas lograran volver a los tibetanos en esclavos asalariados en una China capitalista.
¡Pero la lucha a muerte entre el maoísmo y el revisionismo no había terminado! En 1971 falló un golpe militar de los revisionistas de alto nivel. Los revolucionarios denunciaron y tumbaron al poderoso general Lin Piao. Importantes líderes del Comité Revolucionario en Tibet que lo apoyaban también cayeron. En la lucha que siguió, Ren Rong, un líder de la "Corriente Adversa de Febrero", resultó el nuevo líder en Tibet, acompañado por un frío viento derechista.
Los derechistas lanzaron una campaña en defensa de las "cuatro libertades básicas" (de practicar religión, comerciar, prestar dinero con interés, emplear trabajadores y sirvientes.) Nadie las había defendido desde antes del levantamiento de los dueños de siervos de 1959. Una vez más se vieron tibetanos de la clase alta en puestos de autoridad. Se comenzaron negociaciones con el Dalai Lama para que volviera a Tibet para hacer de figurante.
Las fuerzas revolucionarias se reagruparon y contraatacaron. A fines de 1972, una nueva campaña criticó "el derroche burgués, el afán de ganancias capitalistas y el desperdicio económico". En 1973, pararon repentinamente las intrigas con el Dalai Lama y en 1974, se lanzó una campaña nacional contra la restauración capitalista.
Se llamaba "La campaña para criticar a Lin Piao y Confucio". En Tibet fue una oportunidad para profundizar la conciencia popular contra la religión y para reafirmar el veredicto revolucionario de que los aristócratas-monjes como el Dalai Lama eran "lobos disfrazados de monjes". Por todo China advertían que los "seguidores del camino capitalista todavía seguían el camino capitalista", con mucha razón.
La lucha entre las fuerzas de Mao y las fuerzas revisionistas se puso brava. Al final, los revisionistas salieron victoriosos. En septiembre de 1976, poco después de la muerte de Mao, la derecha revisionista dio un golpe de estado en Pekín.
Arrestó a los partidarios estrechos de Mao y realizó una purga de revolucionarios por todo el país. Puso en práctica todas las políticas que Mao y la Revolución Cultural rechazaron. Deng Xiaoping, enemigo de Mao, subió al poder.
En Tibet, el programa de los revisionistas cobró momento a fines de la década del 70. Siguieron una represión militar en los años 80, la restauración de los derechos de los monasterios, la explotación ciega de los minerales y la madera, y la comercialización de la "cultura tibetana" como un tipo de Disneyland para los turistas ricos. Todo eso fue posible porque se derrotó la Gran Revolución Cultural Proletaria y la línea de Mao. En la próxima parte de esta serie examinaremos estos acontecimientos en mayor detalle.
Los revolucionarios maoístas libraron una serie de batallas contra las poderosas fuerzas en el seno del Partido Comunista que querían que China -y Tibet como parte de China- siguiera el camino capitalista. En la tercera parte de esta serie describimos el programa de esos "seguidores del camino capitalista", con Deng Xiaoping a la cabeza. Se llamaban "comunistas" y hablaban de "construir un poderoso estado socialista moderno", pero en realidad querían parar la revolución después de abolir el feudalismo.
Mao Tsetung dijo que esas fuerzas eran implacables enemigos de la revolución; los llamaba "revisionistas", "seguidores del camino capitalista" y "falsos comunistas". Entendía que, con su afán de imitar los métodos capitalistas "eficaces", volverían a imponer la polarización de clases y la explotación capitalista. Como resultado, los inversionistas y explotadores extranjeros volverían a penetrar y dominar al país.
En cuanto a Tibet, no se confunden la línea revolucionaria comunista de Mao y la línea capitalista de los actuales gobernantes.
La línea de Mao era organizar a las masas de tibetanos y apoyarse en ellas para continuar y avanzar el proceso revolucionario. Mao rechazó el concepto de imponer cambios en las zonas de minorías nacionales antes de que estas pudieran participar activamente en su propia liberación.
Repetidas veces denunció los prejuicios tradicionales de la nacionalidad mayoritaria (los jan), según los cuales los tibetanos eran "retrasados" y "bárbaros". Tenía en mente una revolución en la esfera de las ideas para desarraigar las perniciosas supersticiones del pasado y, a partir de eso, permitir que floreciera una nueva cultura tibetana liberadora. Afirmó que las masas necesitaban la nueva ideología liberadora del marxismo-leninismo-maoísmo para liberarse a sí mismas.
Además, Mao decía que para lograr la verdadera liberación, la revolución tenía que avanzar más allá de la reforma agraria antifeudal y alcanzar el socialismo, y que un elemento clave de eso eran las Comunas Populares en el campo. Favorecía desarrollar una industria socialista autosuficiente en Tibet para producir lo que necesitaba su pueblo.
Los revisionistas tenían un plan muy distinto para Tibet: querían crear sistemas "eficaces" con que explotar los recursos naturales de la región y de esa manera contribuir a la construcción de la China "moderna" que anunciaban con tanto bombo y platillo. Según ellos los tibetanos eran "retrasados"; por eso querían introducir grandes números de obreros y técnicos jan del este de China en las industrias de la región. Mientras tanto, el papel de los tibetanos sería producir cereales.
Los revisionistas se quejaban de que las "nuevas cosas socialistas" de la revolución maoísta destruían su "frente único" con varios elementos de las viejas clases feudales. Querían ofrecer a esos sectores explotadores una tajada del Poder en Tibet, a cambio de aprovechar su organización e ideología feudales como instrumentos con que estabilizar el orden revisionista.
En pocas palabras, la línea revisionista para Tibet era crear una sociedad opresiva y militarizada en que ellos pudieran explotar al pueblo en alianza con los viejos opresores. Y esa es la línea que impusieron tan pronto como dieron su golpe y conquistaron el Poder nacional en 1976.
El punto de viraje decisivo: El golpe de estado revisionista de 1976. En la Revolución Cultural de 1966 a 1976, se libraron complejas luchas de clase, con altibajos y bemoles. Cuando había intensa lucha popular, brotaban innovaciones por toda la región. Cuando los revolucionarios tenían que batir retiradas, los revisionistas hacían todo lo posible para destruir los nuevos cambios revolucionarios.
En octubre de 1976, las fuerzas revolucionarias sufrieron un revés decisivo. Dos semanas después de la muerte de Mao Tsetung, las fuerzas revisionistas dentro del ejército arrestaron a los principales dirigentes maoístas en Pekín, entre ellos Chiang Ching y Chang Chun-chiao. Fue la señal de un golpe de estado revisionista.
Siguieron varios años de transición en que los nuevos dirigentes volvieron a imponer paso a paso un sistema capitalista más y más abierto. El archirrevisionista Deng Xiaoping surgió como el líder nacional de una nueva clase dominante.
La histórica derrota tuvo graves consecuencias en Tibet. Todavía no se saben muchos detalles de la contrarrevolución ahí, pero de una cosa no cabe duda: los seguidores del camino capitalista impusieron su programa a todo correr.
Hoy, a los campesinos los oprimen y explotan nuevas clases ricas en alianza con los funcionarios del gobierno. Los revisionistas han llevado a cabo una política chovinista de trasladar miles de inmigrantes a Tibet, especialmente a las ciudades. Los soldados y policías del gobierno han matado manifestantes. Los revisionistas explotan sin pensar los recursos naturales de la región al beneficio del dios capitalista: la ganancia.
Esas políticas no tienen nada en común con el maoísmo. Son parte de la restauración del capitalismo en China, que tiene el apoyo total de los imperialistas yanquis.
La purga de revolucionarios maoístas en Tibet
Cuando "cambiaron los cielos" en la China revolucionaria, los nuevos dirigentes revisionistas primero se concentraron en consolidar su dominación. En Tibet, corrieron a hacer dos cosas esenciales: primero, tumbar y dispersar a las amplias fuerzas revolucionarias seguidoras de la línea de Mao; segundo, desencadenar a las fuerzas contrarrevolucionarias bajo su dirección.
Llevaron a cabo una gran purga de revolucionarios maoístas en el partido y el gobierno. Es probable que metieron a la cárcel o asesinaron a muchos. El historiador A. Tom Grunfeld documentó que el número de comunistas tibetanos aumentó dramáticamente durante la Revolución Cultural y disminuyó precipitadamente después de 1976. Nada más que en 1973, la prensa de China informó que el Partido Comunista y la Liga de la Juventud Comunista reclutaron a 11.000 nuevos militantes tibetanos, en su gran mayoría de entre los oprimidos.
El año después del golpe, el partido dijo que solo tenía 4000 militantes tibetanos. Diez años después, el Partido Comunista informó que tenía 40.000 militantes en Tibet, sin decir cuántos eran tibetanos y cuántos inmigrantes jan. Estas estadísticas dan a entender que los revisionistas echaron del poder a toda una generación de jóvenes revolucionarios tibetanos. Para 1979 habían consolidado una nueva dirección en el partido, entre cuyos miembros figuraban muchos revisionistas denunciados durante los períodos revolucionarios.
Los revisionistas se aliaron con las fuerzas tibetanas dispuestas a ayudarlos a derrotar a los revolucionarios, como con los miembros que quedaban de las clases feudales y lamaístas. A partir de 1977, los revisionistas anunciaron una amplia restauración de los "derechos" de esas fuerzas y de las costumbres feudales; dijeron que había sido "injusto" denunciar y expropiar a esos opresores y enemigos de clase. Prometieron crear gran prosperidad redistribuyendo las propiedades colectivas.
En abril de 1977, poco después del golpe, Ngawang Jigme Ngabo declaró que el nuevo gobierno revisionista "daría una calurosa bienvenida al Dalai Lama y sus seguidores que huyeron a la India". Ngabo es un aristócrata tibetano que huyó de Tibet durante la Revolución Cultural y volvió para desempeñar un papel prominente más tarde. A ese llamamiento público lo siguieron negociaciones clandestinas en que Deng Xiaoping se puso en contacto con el hermano mayor del Dalai Lama, Gyalo Thondup, para hablar del regreso a Tibet del Dalai Lama y grandes sectores de la clase dominante feudal.
El 25 de febrero de 1978, pusieron en libertad y restauraron a un puesto importante en el gobierno al Panchen Lama, uno de los más viles explotadores de la vieja sociedad. Al mismo tiempo pusieron en libertad a 34 tibetanos de influencia que habían participado en la sublevación anticomunista apoyada por la CIA en 1959. A partir de 1977, los funcionarios del gobierno estadounidense empezaron a viajar con regularidad a la región.
La rehabilitación de nuevos y viejos explotadores preparó el terreno para desencadenar la contrarrevolución en todas las esferas de la vida.
Las "reformas" en el campo
Hay un sinnúmero de aldeas y asentamientos nómadas esparcidos a lo largo del vasto altiplano tibetano. Por lo general, los lamaístas en el exilio y la prensa occidental han pasado por alto las luchas de clase y cambios que se desenvolvieron en esas zonas rurales. Pero ese es el núcleo de Tibet; ahí vive la gran mayoría de su población. Tan pronto como los revisionistas lograron consolidar su Poder, pusieron marcha atrás a la revolución en el campo.
Desmantelaron la agricultura socialista paso a paso. Primero, en 1980, abolieron las Comunas Populares y la dirección centralizada de los Equipos de Producción locales (los cuales contaban con 20 ó 30 familias). Poco después abolieron esos equipos totalmente.
Los reaccionarios afirman que sus acciones dieron a los campesinos "más control sobre su vida". Pero de una manera muy profunda, esas medidas volvieron a dividir a los campesinos en unidades familiares aisladas. Una vez más dejaron a estos impotentes ante las fuerzas del mercado capitalista y sus enemigos de clase, que ahora tenían el apoyo del Estado. Los revisionistas declararon que la solidaridad era cosa del pasado, que ahora los campesinos podrían enriquecerse explotando a sus vecinos más pobres.
Las fuerzas reaccionarias dicen que la abolición de la agricultura colectiva fue una medida popular. Eso lo contradicen los datos.
Por ejemplo, es revelador que al mismo tiempo que pusieron en vigor sus "reformas" contrarrevolucionarias, los revisionistas también abolieron los impuestos en el campo durante un período de 10 años. Con esa mordida esperaban sobornar y neutralizar a los sectores menos conscientes del campesinado.
Con seguridad algunos campesinos acogieron la división de las propiedades colectivas porque devolvía poder al hombre dentro de su familia y le daba a los enemigos de clase la oportunidad de recuperar sus tierras y privilegios. Por otro lado, la Revolución Cultural había sembrado muchos activistas campesinos por todo el campo, así que sin duda hubo luchas contra la restauración.
Observaciones de los pastores nómadas de Pala
Los profesores Melvyn C. Goldstein y Cynthia M. Beall, destacados expertos sobre Tibet, dieron testimonio de primera mano sobre la vida de los nómadas en su libro de 1990 Nomads of Western Tibet (Los nómadas de Tibet occidental). Goldstein y Beall pasaron 16 meses entre 1986 y 1988 en Pala, un aislado campamento de tiendas donde vivían 300 pastores de yaks. Los profesores no fueron a las aldeas agrícolas donde la revolución maoísta tenía sus más fuertes raíces. Además, se solidarizaron con el feudalismo tibetano y odiaban a los revolucionarios. A pesar de eso, su libro documenta la restauración de las relaciones opresivas en el campo y la continuación de la lucha de clases.
Goldstein y Beall informan que aun en la lejanía de Pala, los nómadas nunca se habían apartado de las luchas de clase históricas. En 1959, los pastores libraron una lucha armada contra Bo Argon, un partidario del Dalai Lama, porque no querían unirse a la rebelión contrarrevolucionaria organizada en Lhasa. Goldstein y Beall también documentan que la gran mayoría de los nómadas de Pala, que odiaban a los funcionarios locales, se unieron a los Gyenlo, uno de los dos grupos principales de Guardias Rojos que militaron en las complejas luchas de la Gran Revolución Cultural Proletaria.
Goldstein y Beall luego explican que el golpe de 1976 representó un "cambio de cielo" para Tibet: "El fin de la Revolución Cultural en 1976 y la destrucción de la `Banda de los Cuatro' llevó al Poder a un nuevo grupo de líderes del Partido Comunista cuyas ideas cambiaron la suerte de los nómadas de Pala. Sus ideas eran completamente diferentes a las de Mao y la Banda de los Cuatro; para ellos la `Revolución Cultural' fue una catástrofe para China. Cerraron las Comunas Populares, establecieron una economía rural orientada hacia el mercado que llamaron el sistema de la `responsabilidad'. La responsabilidad por la producción pasó de la comuna a la familia".
El golpe de estado puso en el Poder a un gobierno revisionista en esta región, llamada Lagyab Lhojang (que era el nombre de una enorme finca que había sido dueña de toda la gente y todos los animales). "El impacto de los cambios se hizo sentir en Pala en 1981... de un día para el otro se repartieron todos los animales de la comuna. Cada nómada -ya fuera infante de apenas una semana de edad, adolescente, adulto o anciano- recibió 37 animales. Desde ese momento en adelante cada familia era responsable de su propio ganado y podía hacer con él como quería. También se repartieron tierras a pequeños grupos de tres a seis viviendas que compartían el mismo campamento".
Regresan la riqueza, la pobreza, el trabajo asalariado y la desnutrición
Sin embargo, el reparto de la riqueza fue solo el primer paso de la restauración del sistema de ricos y pobres en el campo de Tibet. Goldstein y Beall dan ejemplos: "Otra dramática consecuencia de las reformas instituidas después de 1981 es la rapidez y alcance de las diferencias económicas y sociales en Pala. En la vieja sociedad todos los nómadas de Pala eran súbditos del Lama de Panchen y sin embargo había grandes diferencias de clase entre ellos. Los ricos tenían enormes rebaños y vivían en lujo al lado de capas de trabajadores, nómadas pobres, sirvientes y limosneros. La institución de la comuna en 1970 puso fin a las diferencias ya que desde ese momento dejaba de existir la propiedad privada de los medios de producción...
A raíz del desmantelamiento de la comuna en 1981 se conservó cierta paridad puesto que todos los nómadas recibieron igual cantidad de ganado. Sin embargo, en los siete años subsiguientes, unos rebaños han crecido mientras que otros han disminuido dramáticamente. Una vez más hay nómadas ricos y pobres. Una familia no cuenta ni con un solo animal.
"Mientras que en 1981 ninguna familia tenía menos de 37 animales por persona, para 1988 el 38% tenía menos de 30. La proporción de familias de Pala con más de 50 animales por persona aumentó del 12% en 1981 al 25% en 1988. En 1988 el 10% de las familias tenía más de 90 animales por individuo en comparación con ninguna en 1981.
Como resultado de ese proceso de diferenciación económica, en 1988 el 16% más rico de la población era dueño del 33% de los animales, mientras que el 33% de la población más pobre era dueño del 17% de los animales. En los últimos siete años del sistema de `responsabilidad', ha surgido una nueva minoría de ricos con una mayor cantidad de animales y también una nueva capa de pobres con pocos o nada de animales. Los nuevos pobres subsisten trabajando para los ricos, algunos de los cuales, al igual que en la vieja sociedad, emplean regularmente a pastores, ordeñadores y sirvientes por largas temporadas".
En los años del socialismo maoísta, la plusvalía social del campo de Tibet contribuía al bienestar del pueblo y apoyaba la revolución: alocaba fondos para las obras públicas, las escuelas e institutos culturales, y las fuerzas armadas revolucionarias. Como dijo Bob Avakian en su libro, El falso comunismo ha muerto, ¡Viva el auténtico comunismo!, eso le hacía eco a la línea y práctica de los revolucionarios chinos, cuya meta era crear una "abundancia común" compartida más y más por las amplias masas.
Ahora, sin embargo, un puñado de funcionarios del gobierno y explotadores ricos se apoderan de la plusvalía para comprar artículos de lujo, mientras que las masas una vez más pasan hambre.
Goldstein y Beall dicen que los "nuevos ricos" son en realidad los mismos "enemigos de clase" explotadores de la vieja sociedad. Eso no es casualidad. Las "reformas" revisionistas tenían como objetivo volver a imponer el viejo sistema de explotación en el campo y desencadenar a los viejos enemigos de clase para que apoyaran al nuevo gobierno. El nuevo gobierno revisionista le dio mucho dinero a los viejos enemigos de clase para facilitar la restauración de sus privilegios. Goldstein y Beall demuestran que uno de los viejos explotadores de Pala recibió miles de yuan, "una pequeña fortuna en Tibet, donde el sueldo anual de un catedrático en Lhasa suma entre 2500 y 3000 yuan".
Esta contrarrevolución no es la restauración del viejo orden feudal; en la nueva estructura de clases no mandan la vieja aristocracia ni los monasterios. La propiedad está cada vez más concentrada en manos de una capa rica de agricultores.
Pero los capitalistas de Estado, que funcionan como capitalistas mercantiles dentro de los gobiernos local y de distrito, se apoderan de la mayor parte de las ganancias. La producción en Tibet beneficia a la clase de capitalistas burocráticos que detenta el Poder en toda China.
Las consecuencias de la restauración se ven claramente en las ciudades. En Lhasa han vuelto a verse tanto peregrinos ricos como limosneros. La periodista Ludmilla Tüting informa que ha visto a campesinos tibetanos rumbo a Lhasa para vender a sus hijos, algo que era común en la vieja sociedad cuando mandaban los lamaístas pero desapareció con la revolución maoísta. Tüting dice que mientras los pobres se mueren de hambre, el gobierno exporta a Hong Kong 55.000 toneladas de carne de yak al año.
Bajo la dictadura de la burguesía regresan las costumbres opresivas
Un relato de Goldstein y Beall deja ver para dónde va la lucha de clases en la actualidad.
Un nómada de la "clase pobre", que participó en la Gran Revolución Cultural Proletaria, vendió un borrego a fines de los años 80 sin haberlo ordeñado del todo.
Eso violaba una vieja superstición feudal según la cual vender un borrego con tetas llenas llevaba mala suerte a todo el campamento. Un nómada que había sido un enemigo de clase rico en la vieja sociedad demandó que el revolucionario terminara de ordeñar. Este dijo que había que rechazar los tabúes que no eran científicos, tal como se había hecho en los años maoístas. Dijo que el enemigo de clase quería ejercer una dictadura reaccionaria sobre los pobres y contra las ideas revolucionarios. Hubo una pelea.
Más tarde, los funcionarios del gobierno local fallaron que no era correcto defender las normas revolucionarias del pasado. Multaron a los dos por pelear pero defendieron el derecho del enemigo de clase de defender los tabúes reaccionarios.
Goldstein y Beall apoyan la restauración, pero también informan sobre casos similares de oposición. Dicen que muchos campesinos odian a los funcionarios locales.
¡Tienen una foto de un campamento de nómadas que no quiere quitar su retrato de Mao!
Sin duda los acontecimientos de Pala se repiten en un sinnúmero de comunidades a lo largo del campo de Tibet y toda China, dado que la contrarrevolución ha vuelto a someter a cientos de millones de personas a la opresión.
Restauración de los ritos
A mediados de 1977, el presidente revisionista del partido, Jua Guofeng, pidió que se restaurara las viejas costumbres feudales en Tibet. En poco tiempo se volvieron a practicar ritos feudales en los monasterios principales de Lhasa, Lingkhor y Barkhor. Para fines de los años 80, el gobierno informó que había más de 200 monasterios en operación, quizás con unos 45.000 monjes. Para fines de la década pasada, Li Peng (el genocida que ordenó la masacre de la plaza Tienanmen) estaba dirigiendo la primera "búsqueda oficial de un buda reincarnado".
En 1979, los revisionistas aprobaron el artículo 147 de su nuevo sistema legal: desde esa fecha ha sido un crimen desafiar las prácticas religiosas reaccionarias en Tibet. Goldstein y Beall informaron que en Pala, "el grueso del sistema cultural tradicional ya estaba funcionando nuevamente para 1988", por ejemplo ciertos tabúes tradicionales contra la mujer. Una vez más los padres ricos no permiten que sus hijos se casen con mujeres de las capas que no sean "puras".
La apertura revisionista hacia los lamas y aristócratas budistas fue para forjar una alianza política contra la revolución. Los revisionistas y las viejas fuerzas feudales tienen distintos programas de clase sobre lo que debe remplazar al socialismo. Pero los revisionistas querían movilizar a todas las fuerzas contrarrevolucionarias bajo su dirección, especialmente durante los difíciles primeros años de la restauración.
Formaron un clero controlado por el gobierno para difundir las creencias religiosas conservadoras y fomentar el turismo. Los monasterios sirven para reestablecer las viejas creencias fatalistas del karma, que se oponen a la lucha. Al mismo tiempo, los vigilan de cerca la policía y funcionarios del gobierno para impedir que se conviertan en centros de un movimiento separatista. En ciertos monasterios los turistas pueden alquilar túnicas religiosas y sacarse una foto con monjes mientras realizan ritos.
Los revisionistas, por supuesto, dicen que están corrigiendo una "injusticia", que la lucha de clases de los maoístas contra el poder de los lamas suprimía la "cultura tibetana". Ese razonamiento revisionista es pura hipocresía. Los revisionistas buscan una alianza con el clero, pero sus medidas representan el más repugnante chovinismo jan y prejuicios antitibetanos. Casi todos los turistas informan que los funcionarios revisionistas jan se burlan de las masas de Tibet, llamándolas "bárbaras", "perezosas" y "retrógradas". Mao se opuso fuertemente a tal chovinismo.
La actitud de los revisionistas hacia la cultura de Tibet se refleja en su actitud en la esfera de la educación. Después del golpe, clausuraron las 10 universidades ligadas a fábricas. Querían que el sistema de educación "volviera a las prácticas tradicionales". Según Grunfeld, es posible que las nuevas medidas introducidas a fines de los años 70 llevaron al cierre de muchas escuelas primarias en las zonas rurales. En 1988, un grupo de la capa alta de Tibet se quejó de que el 40% del presupuesto educacional de la Región Autónoma de Tibet iba para financiar escuelas en la región occidental de los jan, donde un puñado de estudiantes de la élite tibetana estudiaba y se preparaba para ser especialistas imbuidos de la cultura jan.
La nueva ola de inmigrantes jan
En 1983 los revisionistas lanzaron un programa que representa un gran desafío a la supervivencia de la cultura de Tibet y a los derechos de su pueblo: una gran ola de inmigración jan.
Incluso los voceros del movimiento nacionalista de Tibet admiten que bajo Mao jamás hubo campañas para poblar a Tibet de jan. En el libro Anguish in Tibet (Angustia en Tibet), Jamyang Norbu escribió: "Con la muerte de Mao y la caída de la `Banda de los Cuatro', los nuevos líderes le dieron incentivos lucrativos a los jan para poblar a Tibet".
El escritor John Avedon, que apoya a los lamas, informó: "Las medidas actuales empezaron en enero de 1983.... Para septiembre, Pekín informa hablaba de la exhortación oficial a la inmigración a Tibet, con incentivos garantizados y un aumento de dividendos a los ocho y los 20 años" (Utne Reader, marzo/abril de 1989). El máximo revisionista, Deng Xiaoping, dijo que era necesario mandar gente a Tibet porque "la población de dos millones no era suficiente para desarrollar sus recursos". En algunas ciudades del este de China se pueden ver letreros que dicen: "EMIGRAR A TIBET".
La inmigración no ha afectado mucho al campo, pero sí ha cambiado el carácter de las ciudades, donde los propios tibetanos se sienten como extranjeros en su tierra. Los revisionistas han construido un Holiday Inn para hospedar a los turistas occidentales facinados por el misticismo de Tibet.
La gran cantidad de residentes jan en las ciudades de Tibet y la creación de una capa rica de funcionarios y empresarios jan han creado mucho resentimiento entre los tibetanos. Han despertado lucha y una serie de justas rebeliones desde 1987.
"Si la derecha lleva a cabo un golpe de Estado anticomunista en China, estoy seguro de que no conocerá tampoco la paz, y muy probablemente su dominación será de corta vida, ya que esto no podrá ser tolerado por ninguno de los revolucionarios, que representan los intereses del pueblo, constituido por más del 90 por ciento de la población".
Mao Tsetung
Beall y Goldstein relatan otro incidente de resistencia revolucionaria en las tierras lejanas de pastoreo. Una noche un nómada se acercó a su tienda. Durante la Revolución Cultural él había sido uno de los líderes maoístas y quería encargar a los visitantes extranjeros un recado para el centro revolucionario que podía existir todavía en Lhasa.
El revolucionario les dijo en voz baja: "Tienen que contarle a la gente en Lhasa lo que está pasando aquí". Cuando Goldstein le preguntó qué quería decir, el hombre contestó: "Tienen que decirles lo que está pasando aquí". Cuando insistieron en que fuera más preciso, dijo: "¡No se dan cuenta, estoy hablando de los enemigos de clase! Se están levantando de nuevo".
La oposición a la restauración capitalista persiste, y muchos en Pala piensan que la revolución podría surgir nuevamente entre el pueblo.
NOTA
Esta serie de articulos sobre Tibet reflejan una concepcion parcial sobre la historia, realidad, y politica de China que no es compartida por esta web.
La mayoría de la clase dominante y mucha gente conservadora de otras clases siguieron al Dalai Lama, principalmente entre 1959 y 1963. Pocos se fueron después de 1965. Se calcula que de 30.000 a 100.000 tibetanos prefirieron el exilio a la revolución.
En la frontera los esperaban agentes de la CIA para organizarlos contra la revolución maoísta. Crearon un ejército anticomunista y montaron una máquina de propaganda para "dar a conocer su historia" (debidamente adulterada) al mundo.
En Estados Unidos se formó a la carrera un "Comité Americano de Emergencia pro Refugiados Tibetanos" en marzo de 1959, a la cabeza del periodista ultraconservador Lowell Thomas y del magistrado anticomunista de la Suprema Corte William O. Douglas.
Duró poco y su misión fue canalizar dinero a la India para los refugiados tibetanos. El historiador de Tibet A. Tom Grunfeld escribe: "Aunque todavía no se conoce toda la historia del comité, mucha especulación y pruebas circunstanciales indican que una gran fuente de financiación fue la CIA".
Los refugiados también tropezaron con la corrupción de los empleados del gobierno indio en la frontera. Grunfeld informa que un refugiado se quejó de que la corrupción y la mordida "eran tan comunes en India como en Tibet".
Las memorias de un tibetano dicen que "los hijos e hijas de los aristócratas y ricos tibetanos que estaban estudiando en universidades alrededor de Darjeeling no vinieron a ayudar". Esa indiferencia es típica de la vieja clase dominante de Tibet, egoísta y perezosa.
Bajo la atenta mirada del gobierno indio y de la CIA, los líderes del exilio organizaron los campamentos de refugiados de tal forma que se preservara lo más importante del viejo orden de Tibet. Durante décadas, el Dalai Lama y sus representantes han recorrido el mundo para condenar los cambios que operó en Tibet la revolución maoísta en las tempestuosas luchas de clase de 1959 a 1976. Así que es apenas justo que los maoístas analicemos esos campamentos en la India y lo que revelan de la naturaleza de clase del Dalai Lama, y su dirección en el exilio.
Trabajos forzados para la máquina de guerra india
Al gobierno indio le preocupaba horriblemente tener un poderoso ejército revolucionario en su frontera norte, especialmente después de 1959, cuando un huracán de revolución agraria recorrió a Tibet. India es un país semifeudal lleno de campesinos explotados, que miraban atentamente las lecciones y métodos de la revolución maoísta.
Cuando llegaron los exilados tibetanos, el ejército indio se estaba preparando febrilmente para una guerra con la "China Roja" de Mao. El Dalai Lama y su gabinete, el Kashag, hicieron un acuerdo con el gobierno de Nehrú: a cambio de tierras y suministros para los campamentos, le darían miles de tibetanos para hacer trabajos forzados. Miles y miles de refugiados acabaron en campos de trabajo en las montañas construyendo carreteras para que el ejército indio atacara la revolución maoísta.
De 18.000 a 21.000 refugiados tibetanos trabajaron en 95 campos de trabajo en terribles condiciones: les pagaban 30 centavos al día, lo que no alcanzaba ni para comer; muchos se murieron de hambre o de agotamiento; otros murieron de enfermedades y a causa de explosiones de dinamita y derrumbes. Grunfeld informa que inclusive los tibetanos encargados del programa de refugiados admitieron en 1964 que la situación de esos trabajadores era peor en la India de lo que hubiera sido en Tibet.
A la mayoría de los hijos de los trabajadores los separaron de sus padres. Grunfeld escribe: "5000 niños fueron separados de sus padres y enviados a campamentos permanentes de refugiados. A otros 3000 les permitieron quedarse con sus padres en los campamentos de trabajo...y con frecuencia se oía que niños menores de 15 años realizaban trabajos peligrosos".
Aquí hay que señalar la hipocresía lamaísta: el Dalai Lama condena a los revolucionarios maoístas por construir carreteras en Tibet y los acusa de usar "trabajo forzado". Su máquina de propaganda ataca a la revolución por hacer que los monjes trabajaran (por ejemplo, que cultivaran su propia comida) y supuestamente por debilitar la familia tradicional tibetana. Pero el Dalai Lama básicamente le entregó al gobierno indio miles de refugiados para hacer trabajos forzados y les quitó sus hijos.
En su biografía de 1990, el Dalai Lama describe que él, personalmente, negoció los detalles de los campos de trabajo con Nehrú, y que mandó a ellos monjes y monjas. Añade que trató de realzar los aspectos positivos de la situación pensando que "el dolor es el patrón con que se mide el placer". El trabajo forzado ulag es una tradición clave del feudalismo tibetano: los siervos y esclavos tienen que trabajar para "sus" señores feudales.
En 1990 el Dalai Lama admitió que todavía había refugiados en campos de trabajos forzados. Pero, escribió, eso no está mal porque lo hacen "por su propia voluntad": como trabajadores "asalariados".
La regla de oro
La clase dominante de Tibet se marchó porque la revolución agraria amenazaba la base de su clase y su poder: la propiedad feudal de la tierra. Las diferencias de clase y sus privilegios eran un aspecto central de la "cultura tradicional" que los lamaístas querían conservar.
La vieja clase dominante siguió gobernando a los refugiados. El gabinete del Dalai Lama, el Kashag, representaba los intereses religiosos y aristocráticos más poderosos. Su familia, especialmente sus poderosos hermanos, agarraron el dinero de la CIA. El Dalai Lama en sí era el máximo gobernante y controlaba la mayoría de los fondos.
Los lazos hereditarios de amo y siervo no se trasladaron exactamente de la misma forma al caos del exilio, pero surgieron nuevas estructuras de opresión basadas en la "regla de oro" del capitalismo: El que tiene el oro, dicta las reglas.
A lo largo de los años, el Dalai Lama ha mantenido el control de un movimiento muy dividido y pendenciero porque controla el dinero. Desde el principio, controló millones de dólares: un tesoro de oro y plata extraído del sudor de las masas tibetanas, que el mismo Dalai Lama dice que valía $8 millones de dólares.
Grunfeld escribe: "Una de las principales fuentes de poder político del Dalai Lama es su habilidad para controlar los fondos de socorro, las becas estudiantiles y la contratación de maestros y burócratas".
Cada campamento lo gobernaba un "Líder de Campamento" designado por el Dalai Lama. Según una investigación académica de dichos campamentos, al líder "se le considera el rey de la comunidad y puede mandar a todos sus miembros".
La corrupción en los campamentos de exilados es reconocida. En el mercado de MacLeod Ganj, a unos 3 km de la residencia del Dalai Lama, venden medicinas, comida y otras donaciones internacionales para los refugiados.
Grunfeld informa: "Las operaciones de socorro han tenido constantes problemas debido a rivalidades e intrigas de `miembros poco reputables de la camarilla gobernante tibetana' ". La hermana del Dalai Lama, ya difunta, es un ejemplo bien conocido de esos elementos "poco reputables": tenía un imperio personal de internados para 3000 niños que manejaba con arrogancia y corrupción.
Grunfeld escribe: "Mientras los niños que estaban a su cargo pasaban constante hambre (una trabajadora recuerda que una vez la atacó un grupo de niños muertos de hambre para quitarle un plato de sobras del desayuno), sus almuerzos de 12 platos eran famosos. En el invierno, vestían a los niños con `delantales de algodón sin mangas, rotos y rasgados, aunque cuando llegaban visitantes importantes les ponían abrigos de lana, medias y botas fuertes' ".
Diferencias de clase mortales
El 80% de los refugiados se instalaron en la India; el resto se fue para Bhutan, Nepal y Sikkim. El gobierno indio no quería que se concentraran en un solo lugar y estableció 20 campamentos regados por todo el país.
Los campamentos de las tierras bajas del sur del país fueron mortales para los tibetanos, pues no estaban acostumbrados a vivir en un clima húmedo y cálido. Sus prácticas tradicionales de higiene, preparación de alimentos y manejo de la basura y de las aguas negras no eran adecuadas para ese clima y causaron una gran mortandad. En un campamento, la mitad de los refugiados murió el primer año.
La camarilla del Dalai Lama creó un sistema sencillo para asignar campamentos: a los feudales ricos y los activistas anticomunistas los mandaron para los campamentos frescos y altos del norte; a los siervos y pobres los mandaron para los campamentos calientes, húmedos, apiñados y mortíferos del sur.
De acuerdo a un estudio de los tibetanos del norte, el 25% dijeron que antes eran muy ricos, el 20% dijeron que eran ricos, el 40% dijeron que eran de la clase media y el 15% dijeron que eran de la clase media baja. Ninguno dijo que fue "pobre" en el Tibet pre-revolucionario. El investigador concluyó que en los campamentos del norte "los refugiados representan desproporcionadamente la jerarquía monástica, las clases altas y los participantes en el movimiento de resistencia tibetano".
De acuerdo a un estudio realizado en el campamento Mundgood, en el sur, casi todos habían sido siervos pobres, pastores y artesanos en el viejo Tibet. Además de que la vida en el sur era una sentencia de muerte para muchos, se destinó mucho menos dinero a crear trabajos y escuelas en esos campamentos.
Dentro de los campamentos también surgió explotación de clase. El Dalai Lama cuenta que vendió su oro y montó empresas capitalistas con mano de obra de los refugiados: una fábrica de tubería de hierro, una fábrica de papel y otras empresas que llama "ruecas de dinero".
Un campamento del sur por fin consiguió capital para montar una finca ganadera y fábricas de alfombras. Con la "ayuda", un sector de los exilados se volvieron explotadores y pusieron a trabajar a los campesinos indios que no tenían tierras como peones y sirvientes.
Pero las masas de exilados pobres vivían en la miseria. Grunfeld cita a un médico estadounidense que en 1980 dijo que la mayoría de los refugiados "vivían en extrema pobreza, en campamentos insalubres, en las tierras `de sobra' en las zonas más pobres de la India. La mayoría de sus energías las consume la lucha personal por la subsistencia...caen en la pobreza, la apatía, la enfermedad, el alcoholismo y la desesperanza".
Cuando se habla de "preservar la cultura tradicional tibetana", se debe recordar esas diferencias de clase mortales que son el pilar de la sociedad feudal.
Preservan unas costumbres, cambian otras
Por razones obvias, los lamaístas exilados no hablan en público de preservar tradiciones feudales como el ulag (trabajo forzado) y la servidumbre. En la reciente película pro-lamaísta El pequeño Buda, por ejemplo, se ve que los lamas tienen látigos cuando instruyen a los novicios, pero la película presenta los látigos como un instrumento benigno de instrucción (como el silbato de un entrenador).
En su autobiografía de 1990 el Dalai Lama admite que tuvo que prohibir ciertos "formalismos" tradicionales en frente de extranjeros. Por ejemplo, por tradición a los tibetanos de las clases bajas los castigaban si alzaban la vista más arriba de las rodillas de sus amos. En la vieja sociedad, muchos nunca vieron la cara de sus opresores. Y todos tenían que "postrarse" de barriga contra el suelo en frente del Dalai Lama. Cuando los extranjeros veían eso, se daban una idea del repulsivo elitismo de la sociedad lamaísta, donde los gobernantes decían ser divinos: reencarnaciones perfectas de espíritus inmortales. El Dalai Lama modificó esos "formalismos" para crear una versión romantizada de la "cultura tradicional tibetana" para el público mundial.
Pero los lamaístas preservaron muchas costumbres feudales en sus comunidades conservadoras. Por ejemplo, como escribe Grunfeld: "La situación de las mujeres es peor que la de los hombres, pues necesitan permiso de un hombre para salir; no pueden votar y tienen menor preferencia en materia de educación".
Grunfeld calcula que la mitad de los niños del exilio no reciben educación, conforme a la hostilidad lamaísta hacia la educación popular. Los que estudian, reciben un adoctrinamiento hostil a la ciencia, la innovación y el trabajo. Grunfeld cita a un tibetano descontento que se quejaba de que su sobrino estudió nueve años pero jamás había leído un periódico ni un libro entero.
Aquí hay que subrayar otra hipocresía: durante años, los exilados tibetanos han atacado a los maoístas por el hecho de que, incluso durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, la educación superior en Tibet se realizaba en el idioma jan (chino). Era así por dos razones: no había libros ni maestros para enseñar temas políticos y científicos avanzados en el idioma tibetano; y enseñar a los activistas y cuadros tibetanos a comunicarse en el idioma escrito que se usaba por todo el país contribuía a la unidad del movimiento revolucionario. Pero al mismo tiempo, los revolucionarios maoístas movilizaron a los tibetanos para crear máquinas de escribir con su alfabeto para crear las condiciones para usar su idioma en la educación superior y en el gobierno.
Por otra parte, hay que señalar que los lamaístas adoptaron el inglés como el idioma de las escuelas en el exilio. El Dalai Lama lo justifica en su autobiografía repitiendo lo que se decía en las escuelas neocoloniales de la India: que el inglés es "el idioma internacional del futuro".
Otro ejemplo de hipocresía: la propaganda de los exilados de la clase alta pone por los cielos la "cultura tradicional tibetana". En realidad, muchos de ellos la han descartado y mandan a sus hijos a caros internados ingleses. El biógrafo autorizado del Dalai Lama, Roger Hicks, relata que para fines de los años 60 la nueva generación estaba occidentalizada.
El hermano menor del Dalai Lama, Tendzin Choegyal, es un famoso ejemplo de esto. Se supone que es la octava encarnación de un espíritu inmortal llamado Ngari Rimpoche, pero estudió en la prestigiosa escuela preparatoria católica de San José en Darjeeling y el rector comentó que "había olvidado todas esas tonterías de la Encarnación". Hicks comenta que el mismo Choegyal dice: "Soy como un plátano; amarillo por fuera y blanco por dentro".
Grunfeld señala que el dinero y poder del Dalai Lama depende de que haya muchos refugiados sin estado. O sea que a la dirección le convenía mantener las masas de niños tibetanos en internados, campamentos de tránsito e instalaciones temporales por décadas. Por la misma razón, el "gobierno" del Dalai Lama se opone a los matrimonios entre tibetanos e indios y a que soliciten ciudadanía en India... aunque eso mejoraría su situación. Pero es común que los de la clase alta tengan ciudadanía de otros países; por ejemplo, dos hermanos del Dalai Lama tienen ciudadanía estadounidense.
Muchos exilados pobres rechazan el orden feudal del viejo Tibet. Grunfeld escribe: "Un antropólogo que entrevistó a muchos refugiados pobres encontró que hablaban de la vieja sociedad con vergüenza y que no les gustaba hablar de ella con extranjeros. Dice que `varios me indicaron que preferían quedarse en Mysore [India] a volver a Tibet como era antes' ".
El aparato de relaciones públicas del Dalai Lama le presenta al mundo una imagen idílica de la vida de los exilados: como un Shangrila espiritual de monjes nobles que esperan llevarle de nuevo su sagrada "cultura tradicional" al pueblo tibetano que los espera con ansias. Esa imagen es una farsa cruel y brutal.
El público ve una imagen romántica del Dalai Lama: lo pintan como un santo moderno que está librando una lucha no violenta contra fuerzas abrumadoras. Lo presentan como el líder y centro espiritual de un movimiento de independencia que lucha para "liberar a Tibet" del poderoso gobierno central de China dirigido por Deng Xiaoping. Es una imagen falsa.
La verdad es que durante casi 20 años el Dalai Lama ha querido llegar a un acuerdo con Deng Xiaoping. Espera restaurar en la medida posible los viejos privilegios y el poder de la aristrocracia, a cambio de estabilizar la región para los actuales dirigentes de China.
En 1987 el Dalai Lama retiró sus previas demandas de independencia y el retiro de las tropas chinas de Tibet. En 1994 hasta apoyó la posición del gobierno chino en el debate en Estados Unidos sobre la restauración de su posición como "Nación más favorecida" (NMF) en el comercio, lo que escandalizó a muchos de sus partidarios en Estados Unidos que querían negárselo para presionar al gobierno chino a cambiar su política en torno a Tibet.
O sea, a medida que la opresión y la resistencia popular crecían en Tibet en los años 80, el Dalai Lama se ponía cada vez más servicial hacia el gobierno chino, traficando con la lucha tibetana.
Los motivos de un dios-rey destronado
šEl Dalai Lama ofreciéndose a Deng Xiaoping, buscando un arreglo con el gobierno que masacró a manifestantes en Lhasa y en la plaza Tienanmen, y que inundó las ciudades de Tibet con tropas e inmigrantes jan?
Unos no lo creerán, pero la verdad es que desde que se exilió en 1959, la política del Dalai Lama y su séquito ha sido maniobrar para recuperar su estado privilegiado sobre el pueblo tibetano. Eso se debe a su naturaleza de clase como el núcleo en el exilio de una clase dominante feudal.
Antes de la revolución, los monasterios de Tibet adiestraban a una élite de monjes que se pasaban la vida en soledad salmodiando y debatiendo dogmas religiosos. Con su intenso misticismo y su meditación introspectiva, el lamaísmo budista presentaba su vida monástica como una red de oasis espirituales separados de la mundana vida cotidiana. A los simpatizantes del Dalai Lama a veces les atrae la "calma" de los monjes. Pero en realidad, los monjes y sus monasterios nunca viven aislados de la sociedad de clases: la cultura religiosa-aristocrática de Tibet no puede existir aparte de su fundación económica feudal y esclavista.
En una discusión sobre la India, el Presidente Avakian demuestra que las prácticas monásticas al parecer espirituales están profundamente vinculadas con el sufrimiento de las masas populares: "Había monjes budistas altamente educados y en los monasterios budistas de la antigua India había concentrado mucho conocimiento; esos monjes no vivían copiosamente (de hecho algunos eran ascetas y vivían sencillamente); sin embargo, toda su vida y, lo que es más, todo lo que aprendían y sus privilegiados conocimientos se basaban en la cruel y extrema explotación y esclavitud de las masas básicas. Además, hay que cuestionar el contenido y el valor del conocimiento y la `sabiduría' adquiridos por los monjes, los eruditos, etc., divorciados de las masas básicas, que solo pueden vivir así debido a la explotación y esclavitud de esas masas".
En pocas palabras, el budismo lamaísta consta de una red de instituciones sociales que surgieron de la propiedad feudal y la esclavitud de los siervos. La doctrina lamaísta justificaba esa explotación declarando que los virtuosos nacen para gobernar y los pecadores nacen para sufrir.
La clase dominante del viejo Tibet sabe muy bien que existe esa conexión: para realizar sus sueños de restaurar la "libertad religiosa" y la "cultura tradicional" en Tibet, necesita algún tipo de sistema de propiedad y una forma de explotación del pueblo. En lo fundamental, el programa político de esa clase derrocada no tiene nada que ver con la liberación del pueblo.
Una vez que se reconozca su naturaleza de clase, es evidente por qué el Dalai Lama ha cambiado tantas veces su programa.
La primera gran decepción del Dalai Lama
Cuando la clase dominante de Tibet se exilió en 1959, tenía dos esperanzas: poder seguir su vida ociosa e introspectiva en el exilio, y que alguna gran potencia la ayudara a restaurar su dominio de Tibet.
Durante la década del 60, los lamaístas exilados pensaron que el imperialismo estadounidense sería su gran salvador. Los que se instalaron en Dharamsala, una ciudad de la India, se pintaban como un gobierno en exilio al estilo occidental: adoptaron una bandera nacional, un himno y hasta una "constitución" que combinaba el gobierno de los divinos lamas con un parlamento civil. Es el mismo tipo de farsa que presentaba la contra nicaragüense adiestrada por la CIA, que aprendió a alabar la "democracia y los derechos humanos" para ganarse el apoyo y dinero de sus partidarios estadounidenses.
Pero los consentidos exilados estaban divididos, no formaban una buena fuerza de combatientes y no tenían respaldo en Tibet. Para principios de los años 70, la CIA los dejó a su suerte.
Al imperialismo estadounidense nunca le interesó mucho Tibet sino como una plataforma para presionar a China. Nunca tuvo la intención de instalar en el Poder a los lamaístas en un futuro "Tibet independiente". Como los demás gobiernos del mundo, la posición oficial de Estados Unidos ha sido que Tibet era parte de China históricamente, y nunca reconoció a las fuerzas del Dalai Lama como un "gobierno-en-el-exilio".
La verdadera meta estratégica de Estados Unidos era contener la revolución maoísta y al fin y al cabo "volver a abrir" toda China a la explotación. Una vez que vio posibilidades para lograr esa meta dentro del gobierno chino, perdió interés en el corrupto y aislado ejército en el exilio.
En su autobiografía de 1990, el Dalai Lama describe los días de su conexión con la CIA a mediados de los años 60 como "un clímax en el programa de restablecimiento". Se queja amargamente de la manera en que sus patrones estadounidenses lo abandonaron.
Desde esa traición la única esperanza que ha tenido el Dalai Lama para restaurarse ha sido que algún día llegue al Poder en Pekín un gobierno dispuesto a compartir el Poder con él y lo que queda de la clase dominante del viejo Tibet.
Lo que esperaba el Dalai Lama de Deng Xiaoping
Desde el comienzo de su exilio, la vieja clase dominante de Tibet se dio cuenta de que las fuerzas derechistas asociadas con Deng Xiaoping representaban una línea muy diferente a la de las fuerzas revolucionarias asociadas con Mao Tsetung. Desde poderosas posiciones dentro del Partido Comunista de China, Deng y otros seguidores del camino capitalista se oponían a fomentar movimientos revolucionarios en Tibet. Decían que el PCCh debía compartir el Poder con la vieja clase dominante de Tibet hasta un futuro indefinido y dejar el feudalismo intacto.
Cuando Deng recuperó su posición de autoridad en abril de 1973, el Dalai Lama expresó abiertamente su deseo de regresar a Lhasa. Como decían los maoístas en ese entonces, Deng representaba el "retorno a los ritos". Al año siguiente, el Dalai Lama ordenó que los últimos de sus guerrilleros anticomunistas depusieran las armas.
El golpe de estado antimaoísta en que Deng Xiaoping tomó el poder en China alegró mucho a los lamaístas. Estaban tan contentos de la muerte de Mao y el arresto de sus seguidores que regaron el rumor de que eso se había logrado gracias a las oraciones del Dalai Lama en su ceremonia de Kalachakra de 1976.
Desde 1960, cuando los revolucionarios maoístas comenzaron a organizar las tomas de tierras en Tibet, los exilados no habían tenido contacto con Pekín. Pero en 1977, justo después del golpe, Deng Xiaoping mandó un emisario secreto para hablar con Gyalo Thondup, hermano del Dalai Lama y agente de la CIA. Varios altos funcionarios chinos se expresaron públicamente a favor de la restauración de costumbres feudales en Tibet así como del retorno de los exilados, especialmente el Dalai Lama.
En 1977, cuando el Congreso de la Juventud Tibetana en el exilio reafirmó su apoyo a las acciones armadas contra las fuerzas del gobierno chino, el cuartel del Dalai Lama ordenó desbandar el grupo.
Los lamaístas aplaudieron las "reformas" restauracionistas de fines de los años 70, cuando el gobierno de China comenzó a eliminar las comunas populares en el campo. A sus ojos, ese regreso a la propiedad privada de la tierra iba a preparar el terreno para reconstruir su vieja superestructura feudal.
Problemas con el acuerdo
Pero los años de negociaciones entre Pekín y Dharamsala no dieron fruto. Después de 1983, los revisionistas aparentemente decidieron que podían consolidar su nuevo orden en Tibet sin llegar a un acuerdo con el Dalai Lama y su grupo de exilados. Comenzaron a llenar las ciudades de Tibet con trabajadores, técnicos y comerciantes jan. (Los jan son la nacionalidad mayoritaria de China.) Comenzaron a restaurar ciertos monasterios para construir una red de clérigos controlados por el gobierno central, no por el Dalai Lama.
En 1987 el Dalai Lama se quejó de que los revisionistas chinos "querían reducir el problema de Tibet a una discusión de mi situación personal". Los lamaístas exilados querían el derecho feudal de elegir niños jovencitos para sus monasterios y de limitar el control gubernamental sobre sus instituciones. En el libro de entrevistas Tibet, China and the World, el Dalai Lama habla de un importante obstáculo en sus discusiones con el gobierno chino: "Piensan que simplemente recitar unas mantras, hacer visitas sucesivas a los templos, prostrarse y llevar una rueda de oraciones y un rosario es suficiente para practicar la religión. Así que superficialmente hay libertad de religión. Pero los chinos simplemente no entienden que es necesario tener un maestro adecuado, estudiar a fondo y practicar seriamente en el lugar apropiado".
El Dalai Lama no se contentaba con el derecho a volver sin problemas y una libertad de religión formal para los creyentes: quería "lugares apropiados" para restaurar el estilo de vida monástico.
En realidad, los lamaístas exilados querían que el gobierno central compartiera una gran parte del Poder y la riqueza de la sociedad tibetana con su vieja clase dominante feudal para poder reproducir el viejo sistema de grandes monasterios con que se cebaban de la mano de obra de las masas.
Las negociaciones no tenían nada que ver con mejorar la situación y los derechos del pueblo. Eran para restaurar el mundo privilegiado de la vieja asistocracia dominante: demandaban una tajada de la riqueza que el gobierno central le estaba extrayendo al pueblo trabajador.
Por lo visto, el gobierno chino pensó que eran demandas excesivas a cambio de muy poco. Por segunda vez se estrellaron las esperanzas de restauración del Dalai Lama.
Trafica con la lucha del pueblo para lograr un acuerdo
Cuando las negociaciones llegaron a un punto muerto, el Dalai Lama cambió urgentemente sus tácticas: decidió presionar al gobierno central manipulando las contradicciones internacionales y el creciente descontento popular en Tibet.
El 21 de septiembre de 1987, el Dalai Lama presentó un "Plan de Paz para Tibet de Cinco Puntos" a una audiencia del Congreso estadounidense. La idea central era que Tibet debía convertirse en un estado amortiguador desmilitarizado entre China e India. Se imaginaba el retiro de las tropas, bases militares y las centrales nucleares chinas de la Región Autónoma del Tibet y de la mayoría de las provincias de Qinghai y Sichuan. Uno de los cinco puntos demandaba que China parara la inmigración jan a Tibet.
El plan era parecido a ciertas propuestas que los soviéticos habían hecho para crear varias "zonas de paz" en regiones dominadas por el imperialismo estadounidense.
Significativamente, el Dalai Lama usó la palabra hindi (un idioma de la India) ahimsa para describir el estado amortiguador. Había estado coqueteando con la URSS y su aliado, India, y con su Plan de Cinco Puntos pretendía presionar a Estados Unidos para que presionara a China para llegar a un acuerdo.
Una semana después de su discurso sobre los Cinco Puntos, comenzó una gran rebelión nacionalista de monjes en Lhasa. El momento del levantamiento parecía más que una coincidencia. Estallaron las tensiones de una década de inmigración jan. Los rebeldes tomaron por asalto una comisaría de policía. Las tropas del gobierno mataron a centenares. Hubo otros estallidos en 1988.
Para el Dalai Lama, esa lucha significaba que finalmente tenía una ficha de regateo para sus negociaciones: podía ofrecer contener el nuevo movimiento nacionalista a cambio de un buen lugarcito en el nuevo orden revisionista.
La atención internacional que atrajeron las rebeliones de Lhasa llevó a varias grandes potencias a presionar al gobierno chino para que reanudara las negociaciones con los exilados de Dharamsala. Según el historiador A. Tom Grunfeld, varios funcionarios nepaleses pensaron que el gobierno chino iba a llegar a un acuerdo con el Dalai Lama, con el fin de demostrarle a los gobiernos de Hong Kong y Taiwán que la reunificación no quería decir cederle todo el poder a Pekín.
Abandona la demanda de independencia
El Dalai Lama corrió a ponerse en posición para realizar nuevas negociaciones con Pekín: se distanció públicamente de la violencia en Lhasa y exhortó a los tibetanos dentro y fuera de Tibet a que aceptaran un arreglo con el gobierno central. Dejando boquiabiertos a sus partidarios, abandonó públicamente la demanda de independencia y del retiro de las tropas chinas, a pesar de que eso era la principal demanda de los manifestantes en Tibet y de su propio Plan de Cinco Puntos.
Ante la reunión del Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia, el 18 de junio de 1988, el Dalai Lama propuso que Tibet siguiera "asociado" con el gobierno de Pekín y que las tropas de este se quedaran en Tibet durante un tiempo indefinido. Según su plan, el gobierno central controlaría la política exterior y los asuntos militares de Tibet, pero la región tendría una vida económica y cultural autónoma dirigida por un gobierno regional secular. O sea, proponía reconstruir el sistema monástico pero que los clérigos no tomarían las riendas del gobierno. Ese era el acuerdo que el Dalai Lama había esperado tantos años para negociar.
En su libro de entrevistas, el Dalai Lama pidió a sus partidarios que aceptaran ese arreglo: "En realidad buscamos un camino intermedio... En muchas ocasiones he dicho que los límites humanos siempre están cambiando. En ciertas circunstancias, he explicado que dos naciones pueden combinarse en una nación... Así que teóricamente nosotros, los tibetanos, apenas unos seis millones de habitantes, podemos sacar más beneficio uniéndonos a los mil millones de chinos que convirtiéndonos en un país independiente".
Edward Lazar, un destacado activista a favor de los lamaístas, escribe en su libro The Anguish of Tibet: "La posición oficial del gobierno-en-el-exilio y del Dalai Lama, como se reafirmó en la Declaración de Estrasburgo del 15 de junio de 1988, es llegar a un arreglo con China. La mayoría de los escritos sobre Tibet ocultan el hecho de que la meta tibetana no se define como independencia... Todos los pronunciamientos oficiales y las reuniones han evitado la palabra `independencia'.
Esa palabra no se encuentra entre los centenares de entradas del índice de la nueva autobiografía del Dalai Lama. La idea de la independencia es tan peligrosa que en ciertos círculos tibetanos se refieren a ella como la palabra que empieza con `i' ".
Sin perder tiempo, el Dalai Lama nominó a un equipo de negociadores para las charlas que debían realizarse en enero de 1989 en Ginebra. Pero en la primavera de 1989 estallaron fuertes rebeliones en Lhasa y en la plaza Tienanmen y el gobierno las reprimió sanguinariamente. Tibet quedó bajo ley marcial y las charlas de Ginebra no se realizaron.
Alabando al cabecilla del nuevo gobierno genocida
El Dalai Lama no iba a dejar de apoyar a Deng Xiaoping, el cabecilla antimaoísta del actual gobierno chino, por unas simples masacres. En su reciente autobiografía, el Dalai Lama dice que ha sido un gran admirador de Deng durante muchos años: "Hacia fines de 1978, cuando Deng Xiaoping surgió como el máximo dirigente en Pekín, el gobierno comenzó a fomentar más el desarrollo. Como líder de una facción más moderada, su ascenso parecía señalar verdadera esperanza para el futuro.
Siempre pensé que un día Deng haría grandes cosas para su país. Cuando estuve en China en 1954-5, me reuní varias veces con él y me hizo muy buena impresión. Nunca celebramos largas conversaciones pero oí decir muchas cosas buenas de él, especialmente de que era un hombre de gran capacidad y muy decisivo también. La última vez que lo vi... me dio la impresión de que era un hombre muy poderoso. Ahora empezaba a parecer que además de esas cualidades era también muy sabio".
El Dalai Lama escribió eso en 1990, después de la sangrienta represión, arrestos en masa y ley marcial en Tibet y en Pekín.
Los abiertos intentos del Dalai Lama de llegar a un acuerdo con el gobierno chino agrandó las divisiones dentro de su movimiento de exilados. Lodi Gyaltsen Gyari, uno de sus principales enviados internacionales, habla de "críticos internos" que dicen que "el Dalai Lama se propone vender a Tibet". Unos tibetanos de la clase alta nacidos en el exilio y agrupados en torno al Congreso de la Juventud Tibetana se han quejado rotundamente de sus métodos. Ellos quieren separarse de China y establecer un Tibet independiente al estilo de los países neocoloniales de Occidente.
Por todo el mundo pintan a los lamaístas como verdaderos creyentes en la no violencia. Pero en sus apelaciones a los "críticos internos", el representante Gyari dice que no se opone a la violencia de por sí. En Anguish of Tibet escribe: "Se han presentado momentos en que yo también hubiera preferido luchar, pero debemos ser realistas. Hemos tenido malas experiencias y hemos sido abandonados. No quiero hablar de esto ahora; es cosa del pasado. Pero sigue viva en nuestra memoria".
Es decir, Gyari hace recordar a sus compañeros exilados la traición de la CIA en los años 60 y dice que la lección de las "malas experiencias" es que tarde o temprano los exilados deben llegar a un acuerdo con el gobierno revisionista.
El Dalai Lama defiende la idea de un arreglo con un pragmatismo similar. En su entrevista de Dharamsala dice: "En nuestro caso, la violencia es más bien suicida. No tiene nada de práctico... Aunque 10.000 jóvenes exilados y cientos de miles de jóvenes en Tibet se alzaran en armas juntos, seguiría siendo muy difícil. Los chinos nos pueden aplastar fácilmente. Hasta la guerra de guerrillas es muy difícil... Pienso que podemos llegar a una especie de acuerdo que nos beneficie mutuamente".
Puede que el método del Dalai Lama no sea popular entre los tibetanos exilados, pero les interesa a muchas potencias de Occidente. Desde la masacre de Tienanmen, a estas les ha preocupado la posibilidad de que el gobierno chino reprima a los elementos de su clase dominante más amigos de Occidente. Así que desde 1989, poderosas fuerzas de la clase dominante estadounidense han estado buscando un medio para presionar al gobierno de Deng. Se decidieron en apoyar al Dalai Lama y la causa de los "derechos humanos en Tibet".
Esta vez, las potencias occidentales no quieren que los exilados formen una fuerza armada. Desde la muerte de Mao, su relación con el gobierno chino ha sido demasiado buena para eso. En vez, Estados Unidos quiere que el Dalai Lama juegue un papel público destacado para presionar a Pekín a abandonar la excesiva centralización de la economía y la política.
Para que el Dalai Lama jugara mejor su papel, las potencias occidentales le presentaron el premio Nóbel de la Paz en diciembre de 1989, lo que lo elevaba a un nuevo nivel de prestigio y legitimidad.
Muchas veces cuando la gente honesta apoya el movimiento para "Tibet libre", se deja embaucar por una campaña de Washington que busca mercados rentables y mano de obra barata en China. Al gobierno estadounidense no le importa nada Tibet. Una vez más, se hace el que le importa el "problema de Tibet" y los "derechos humanos" para presionar al gobierno de China.
Está de moda, pero con pocas esperanzas
Estos días el Dalai Lama viaja por todo el planeta demostrando el oportunismo refinado de un camaleón político: por un lado predica el misticismo a la gente espiritual (New Age) de los países occidentales, y por otro lado se presenta como un científico escéptico ante los que se basan en la ciencia natural; por un lado se viste como un ambientalista antimilitarista cuando se reúne con los verdes de Europa occidental y por otro lado se postra cínicamente ante los sanguinarios seguidores del camino capitalista de Pekín. Por un lado busca el apoyo de las fuerzas religiosas conservadoras firmando declaraciones contra el aborto, pero por otro lado da a entender que el aborto podría justificarse en algunas circunstancias, para no perder su credibilidad entre los liberales.
En mayo de 1994, el Dalai Lama incluso permitió que el gobierno estadounidense usara su influencia para reducir la presión a China: primero se reunió tras bastidores con el presidente Clinton y luego anunció en una rueda de prensa en Alemania que estaba a favor de extenderle la condición de "Nación más favorecida" a China. Pocos días más tarde, Clinton anunció que iba a hacer eso. El Dalai Lama ayudó cínicamente a Washington y a Pekín a esquivar a las fuerzas que demandaban restricciones comerciales para presionar a China.
Tales maniobras e intrigas le han ganado fama sin precedentes al Dalai Lama. Hasta está de moda en ciertos círculos. Pero, irónicamente, se está ganando esa atención internacional al mismo tiempo que su base de apoyo en el exilio se va a pique.
La comunidad exilada está perdiendo su coherencia y el Dalai Lama está perdiendo su poder sobre ella. La mayoría de los exilados tibetanos se han establecido en sus nuevos países. Solo la vieja generación recuerda Tibet. La mayoría de los exilados no tienen ganas de volver. Muchos desdeñan abiertamente las viejas costumbres tibetanas.
Con el tiempo van quedando muy pocos fondos de apoyo internacional. Eso mina el poder político del Dalai Lama que siempre dependía de dinero del extranjero. Una de las actividades internacionales más importantes del Dalai Lama es pedir dinero para su séquito.
Además, las posibilidades de negociar una restauración lamaísta en Tibet siguen siendo casi nulas. Después del golpe de 1976 se restauró la explotación de clases, pero en una nueva forma que combina la agricultura semifeudal con el capitalismo de estado. Unos observadores dicen que el Dalai Lama goza de popularidad en Tibet como un símbolo contra el gobierno, pero no hay indicaciones de que las masas tibetanas apoyen su programa político.
La única verdadera esperanza del Dalai Lama es que China comience a desmoronarse con la muerte de Deng -como pasó en la URSS después de Gorbachov- y que los dirigentes de Pekín y Washington lleguen a decidir que les conviene restaurar al Dalai Lama para mantener su dominación sobre las partes más explotables de China. No hay mucho chance de eso.
Se acaba el tiempo para los sueños terrenales del Dalai Lama en Tibet. No es razón para llorar.
NOTA
Esta serie de articulos sobre Tibet reflejan una concepcion parcial sobre la historia, realidad, y politica de China que no es compartida por esta web.
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