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Coca made in CIA |
Aviones de los servicios secretos EEUU para llevar a Guantánamo a presuntos terroristas se usaron para el narcotráfico.
Mientras la producción de droga sufre un fuerte aumento, la ONU manipula los datos.
Lo denuncia la Asociación Libera.
De los secuestros de activistas musulmanes en Europa al tráfico de droga en Colombia. En el trabajo sucio de la CIA, agencia de inteligencia de Estados Unidos, se aprovecha todo. Hasta los aviones empleados por el gobierno EEUU en las operaciones de “entregas extraordinarias”: el traslado al campo de concentración de Guantánamo o a las celdas de tortura en Oriente Próximo para los presuntos integristas, previo juicio o sin él, por complicidad con los terroristas de Al Qaeda.
Resulta que algunos de esos aviones han vuelto a aparecer en las rutas clandestinas que unen América del Norte con las zonas de cultivo o tránsito del oro blanco. La herencia que deja la administración de George W. Bush al mundo es ésta: un nivel de producción y difusión de la cocaína fuera de control, que se ha producido por culpa del fracaso contemporáneo de los estudios y previsiones de la agencia antidroga de las Naciones Unidas, la Oficina contra la Droga y el Delito (ONUDD), con sede en Viena, dirigida por el italiano Antonio Maria Costa, principal organismo mundial que, mediante sus informes anuales debería monitorar las actividades de los narcos y trazar la política de lucha contra la droga de los gobiernos.
Un estudio de Alessandro Donati, antiguo dirigente del Comité Olímpico italiano (CONI) y asesor de la Agencia Mundial Antidoping, ha comprobado los datos que suministra la ONU sobre tráfico de coca, y ha descubierto que las cifras están distorsionadas a la baja.
Un gran agujero en los números que conduce a subestimar la cantidad de droga en circulación justo en el periodo en el que, también en Italia, el polvo blanco se ha convertido en una sustancia de consumo amplio, empezando por los chicos que hacen bachillerato.
Los precios de las dosis disminuyen y la 'Ndrangheta [mafia de Calabria] alcanza la cumbre de las importaciones en Europa.
Bajo cobertura
Conviene comenzar por las operaciones secretas que se desarrollan entre Colombia y Estados Unidos.
He aquí que aparecen surcando los cielos los mismos aviones utilizados por la CIA para transportar prisioneros a Guantánamo.
Cosa ya conocida. Todo está en Internet.
L'Espresso ha seguido las huellas.
Partimos de un accidente que ocurrió en México y hemos seguido con las listas difundidas por el ministerio de Transportes británico sobre presuntos vuelos de la CIA en Europa.
El 24 de setiembre de 2007 un Gulfstream II, lujosísimo jet de negocios, atraviesa el espacio aéreo mexicano. Los pilotos se dirigen hacia el norte, hacia la frontera con EE.UU. Pero al poco rato se dan cuenta de que tienen problemas.
Tal vez han escogido una cota demasiado baja al tener que esconderse de los radares.
De ahí que los dos motores hayan consumido más de lo previsto.
Tienen que aterrizar lo antes posible, aunque la carga que han distribuido homogéneamente entre los asientos no es de las que se puede declarar en la aduana: 126 maletas con un total de 3 toneladas y 300 kilos de cocaína purísima.
A lo mejor la causa del consumo excesivo es precisamente esa sobrecarga, que equivale a 41 pasajeros, cuando este tipo de avión suele llevar 14.
Los dos pilotos piden autorización para aterrizar en Cancún.
El aeropuerto deniega el permiso.
Lo intentan de nuevo con Mérida, que está a algunos minutos de vuelo.
Permiso también denegado.
El avión pierde altura y ya sin carburante se acaba estrellando en medio de la selva de la Península del Yucatán.
El fuselaje se rompe en tres partes.
La carencia de gasolina evita la explosión.
Los dos pilotos y el tercero a bordo se salvan.
Cuando los encuentran los militares al cabo de unas horas, piden que se contacte con el consulado de Estados Unidos.
“Son yankis”, intuyen enseguida los soldados.
Encuentran entre los restos del avión las maletas llenas de cocaína. Hasta aquí llegan las noticias oficiales.
La prensa local cuenta que el Gulfstream había partido de Rionegro, Colombia, que no es más que el municipio que alberga el aeropuerto de Medellín, una de las capitales de los narcos.
También la matrícula del avión es estadounidense: N987SA.
Cuando los investigadores mexicanos y los periodistas escriben la sigla en los motores de búsqueda de Internet, salta la sorpresa.
l avión aparece en las dos listas que el ministerio de Transportes de Londres ha entregado al Consejo de Europa a propósito de las investigaciones sobre los vuelos de la CIA y el secuestro de ciudadanos sospechosos de tener vínculos con el terrorismo.
Entre 2001 y 2004 el Gulfstream vuela 18 veces entre Gran Bretaña, Irlanda, Francia y, según los registros estadounidenses, entre los Estados Unidos y Guantánamo.
Hasta el día del accidente en México, el avión pertenece a sociedades implicadas en tráficos con Colombia o en servicios gubernamentales.
Otro avión de la CIA es empleado en noviembre de 2004 para transportar más de una tonelada de cocaína a Nicaragua.
Tras un aterrizaje en un campo de algodón, algo sale mal y abandonan el Beechcraft 200 con matrícula N168D.
Esa misma sigla aparece en los documentos de la comisión de investigación del Europarlamento, dirigida por el italiano Claudio Fava, sobre secuestros de persona de los agentes secretos de Washington en Europa.
También aparece en la lista del ministerio de Transportes británico, con vuelos a Iraq, Grecia, Italia (Cagliari), España, Portugal, Alemania e Islandia.
Entre 2002 y 2004 la matrícula N168D figura como propiedad de la Devon Holding & Leasing, que, según la investigación del Parlamento Europeo, es una sociedad tapadera del gobierno EEUU.
En esa red intrincada de operaciones ilegales y complicidades de agentes secretos corruptos se ven implicados más aviones: entre ellos, un viejo DC 9 con 5 toneladas y media de cocaína a bordo, que aterrizó por culpa de una avería en México en abril de 2006.
Los pilotos huyeron.
Las autoridades aeronáuticas de Washington tardaron semanas en revelar quiénes eran los dueños.
Luego resultó que era una sociedad en contacto con la CIA que, justo unos días antes del vuelo cargado de coca, había vendido el DC 9.
Hay gran demanda de medios para transportar la droga desde las zonas de producción a las zonas de distribución hacia EEUU y Europa.
El 16 de diciembre de 2008 en el estado mexicano de Sonora, en la frontera con EEUU, secuestran siete aviones equipados para la fumigación de cultivos.
No deberían estar en ese lugar, pues se habían asignado para operaciones antidroga en Colombia, pero alguien los empleó después para el transporte de coca hacia Estados Unidos.
Documentos falsos
La tabla publicada en la página 35 muestra el hábito de los expertos de Naciones Unidas de retocar los datos publicados sobre producción de cocaína en el mundo.
Tomemos el caso de 2004: ¿cuántas toneladas se produjeron: 687, 937 o 1008?
El estudio de Alessandro Donati, promovido por la asociación antimafia Libera de Don Luigi Ciotti, demuestra que los números que publicó la agencia de Viena, además de estar retocados, están falseados a la baja.
Igual ocurre con los que divulgó el gobierno de Estados Unidos.
Durante todo 2008, día tras día, a través de Internet, Donati fue recogiendo datos sobre decomisos de coca, plantaciones destruidas, refinerías descubiertas y precursores químicos interceptados en Colombia y el resto del mundo.
Datos oficiales publicados por sitios gubernamentales, mandos militares y policía.
Salta a la vista que las cuentas no cuadran.
Sólo en lo relativo a las incautaciones en el mundo de clorhidrato de coca, la sustancia acabada, en 2008 se alcanzan 778 toneladas.
La ONU no ha establecido todavía el cálculo para 2008, pero para 2007 declaró una producción de clorhidrato de coca de 994 toneladas, de las que 600 se referían a Colombia.
De ser ciertas estas cifras, significaría que la cocaína decomisada en 2008 equivaldría al 78,26% de la producción planetaria de 2007.
Es decir: un éxito indiscutible de las políticas antidroga mundiales que, en cuanto a la cultivación de las plantas de “erythroxylum coca”, se reducen a una única política: el control de los Estados Unidos, a través de la guerra contra los narcos, de Colombia y México, además de los intentos de influir en otros países de la región como Venezuela.
En lo relativo a la cocaína, los gastos de Washington los encabeza el Plan Colombia, emprendido en el año 2000: 4.500 millones de dólares pagados por los contribuyentes estadounidenses para operaciones militares declaradas o secretas, destrucción de plantaciones e introducción de cultivos alternativos.
Sin embargo, aumentar las previsiones sobre producción de coca y acercarlas a los datos reales significaría denunciar ante los contribuyentes el fracaso del Plan Colombia.
Quizá es por ello por lo que los datos de la agencia de Viena de Naciones Unidas coinciden, salvo alguna pequeña excepción, con los que divulga el Departamento de Estado estadounidense.
Así y todo, a base de retoques al alza para evitar que la cantidad de droga incautada supere la producida, el resultado sigue siendo igualmente asombroso.
La ONU (seguida por el Departamento de Estado) declara en efecto una producción de 300 toneladas en Colombia en 2006, y 600 en 2007.
Dicho de otro modo: la intervención de los Estados Unidos y la llegada de fondos de Washington provocaron que se reduplicara la producción de cocaína.
Pero la realidad de las cifras y de los narcodólares en juego es mucho más dramática.
¿Quién ha alterado los datos?
Y sobre todo, ¿por qué?
Los laboratorios clandestinos
Nadie ha denunciado jamás el fracaso del plan de Washington que, con sus efectos en el tráfico, afecta también a Europa. No lo hizo la oficina de la ONU, cuya dirección se encargó primero a Pino Arlacchi y ahora a Antonio Maria Costa, y sin embargo, la agencia de Viena bien que contaba instrumentos para hacerlo.
Contaba asimismo con financiación para ello: 332 millones de dólares de presupuesto en 2008.
Entre los financiadores figura en primer lugar la Comisión Europea, segundo Canadá, tercero Estados Unidos, por delante de Suecia, Italia y Holanda.
El estudio de Libera examina, entre otros muchos aspectos, la actividad de los “cristalizaderos”: los laboratorios clandestinos donde la pasta de coca se transforma en clorhidrato.
“A lo largo de 2008 -escribe Donati en el resumen que se publicará en el número de febrero de Narcomafie- se registraron en Colombia 2.338 acciones antidroga que consistieron en el descubrimiento y la destrucción de más de 3.400 laboratorios del producto intermedio y de 311 cristalizaderos... Las autoridades formularon la previsión de la producción mensual para 152 cristalizaderos, esto es, para la mitad del total”.
También este dato desmiente los datos de las Naciones Unidas:
“Sumando las 152 estimaciones -explica Donati- se llega a un total de 599 toneladas y 494 kilos de producción mensual de clorhidrato de cocaína”.
En un solo mes se alcanza la producción anual estimada por la ONU (600 toneladas). Añádase a lo anterior la producción de otros cristalizaderos secuestrados y a otros que jamás se han descubierto.
El estudio de Libera hace el siguiente cálculo:
“El resultado final de la elaboración permite considerar que los 311 cristalizaderos destruidos en Colombia produjeron en 2008 al menos 1.400 toneladas de clorhidrato de cocaína... Una estimación de la producción colombiana para 2008 de al menos 2.000 toneladas ha de considerarse prudente, por más que sea tres o cuatro veces mayor del cálculo de la ONU y cuatro o cinco veces mayor de los de Estados Unidos”.
Las investigaciones antimafia italianas también desmentirían las cifras de la agencia de Viena: la cantidad anual que trafican en Europa la camorra y la 'Ndrangheta es 600 toneladas.
Las cuentas tampoco cuadran si se considera la superficie de cultivo destruida con veneno, que, encima acaban con quienes viven en la zona: el 4 de agosto de 2008 en el departamento de Vichada en Colombia se tuvo noticia de la muerte de 25 niños de comunidades sikuanos, guayaberos y nukak después de las operaciones de fumigación.
“La manipulación sistemática de datos efectuada por la oficina ONU para la lucha contra la droga junto con las autoridades estadounidenses -comenta Donati- ha ido en una única dirección: rebajar los datos hasta el extremo de hacer que sus valores fueran grotescos. Esta perversidad no se puede explicar sólo con la necesidad de demostrar que el papel que han desempeñado en la lucha contra la droga ha sido eficaz. Los expertos estadounidenses han tenido años de tiempo a su disposición para corregirse. Si no lo han hecho, se debe concluir que el verdadero objetivo del Plan Colombia era otro: echar mano a la pasta. Por tanto, partes del estado engañaron al Congreso estadounidense”.
La conclusión escrita en un informe de la comisión de asuntos exteriores del Senado de EEUU es casi la misma:
“La falta de pruebas evidentes de avances documentados en la guerra contra la droga y en la neutralización de los grupos paramilitares es desconcertante -escriben los senadores- considerando los miles de millones de dólares que ha aprobado el Congreso para financiar, desde 2000, la lucha contra la droga y la destrucción de las plantaciones”.
Entre las firmas, está la de un senador que desde hace poco es el responsable de lo que se hará o se dejará de hacer en el futuro.
En el documento, su nombre es el último por abajo: Barack Obama, Illinois.
(mas...)

En una escena memorable de Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000), película memorable como pocas, Harry, un chico veinteañero, clava la heroína y la hipodérmica en una vena que ya no es vena sino cráter. Atrás han quedado sus sueños, y la chica de sus sueños, y la vida, y la dignidad. Atrás ha quedado todo y sólo resta la abyección.
En el mundo hay cuando menos 12 millones de Harrys, según el comedido saber de la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés). Vale decir, doce millones de jóvenes –no demasiado, tampoco muy mayores: de hombres y mujeres en edad laboral estamos hablando– que, tan simple como esto, no pueden vivir sin esa aguja. No pueden trabajar, no pueden estudiar, no pueden amar ni soñar futuros: no pueden respirar sin la sustancia que carcome sus cuerpos y sus almas y les roba todo aliento.
La heroína es quizá la droga más letal de todas: la de adicción más sangrientamente irrenunciable. La que más decididamente acaba con la salud y más férreamente domina voluntades. Pero no es la única. Unos 16,5 millones de Harrys completan el consumo regular de opiáceos en sus restantes variedades (además de aquélla, opio y morfina, principalmente), 16 millones más inhalan cocaína, 33,7 millones toman éxtasis y anfetaminas en tabletas, 165,6 millones fuman marihuana: 232 millones de personas están en manos de las llamadas drogas ilícitas o, si se quiere decir menos patética y más comercialmente, constituyen su mercado. Sin contar, claro, los “segmentos” de alucinógenos y solventes o inhalantes y otras hierbas.
Representan, esas personas, entre 5 y 6% de la población mundial mayor de 15 años y menor de 64, que es el universo aquí contemplado por las estadísticas de la ONU: los niños de 12 ó 13, al parecer, son asunto de sus padres; los “tercera edad” o ancianos, ya se sabe, no lo son de nadie.
Las cifras de la droga, en cualquier modo, han de manejarse con reservas: son estimaciones, en el mejor de los casos –y este de la UNODC podría serlo–, basadas a su vez en estimaciones de otras cosas: de la producción, de las incautaciones, del número de quienes un día, por convicción o desesperación, acceden a un centro médico especializado en busca de desintoxicación. Cada una de esas cosas, además, como proporción de un todo tan sospechado pero desconocido como el origen o la cuantía de los agujeros negros en el espacio sideral.
Se puede así pensar, por ejemplo, que ese porcentaje ha sido inflado por los intereses políticos y económicos que, como en toda guerra, hay también y por supuesto en la que hoy se despliega a escala planetaria contra el narcotráfico. O, por el contrario, que ha sido disminuido para esconder el fracaso –rotundo, por demás– en una contienda que dura ya más de 40 años y agota recursos imparables.
Sea como sea, una cosa es obvia: se trata de un problema de salud pública. Que, por una vez en la historia, se concentra no en los países más depauperados y sanitariamente atrasados, sino en los de mayor desarrollo y más alto estándar de vida. A la droga le gusta el dinero.
CUATRO DE CADA DIEZ
En Myanmar, donde anualmente se cultivan 27.000 hectáreas de amapola, hay cuatro consumidores de heroína por cada mil personas; en Estonia, uno de los más pequeños socios europeos de la OTAN, hay 15, y nueve en la Gran Bretaña. En Colombia, primer productor mundial de cocaína, ocho de cada mil personas inhalan el polvo con regularidad; en Estados Unidos y en España lo hacen tres de cada cien. En México, cuna si no de la marihuana al menos de su fama, 3,3% de la población fuma porros; en Italia esa fruición adictiva llega a los pulmones de 11,2% de la población, en los Estados Unidos a 12,2%, en Canadá a 17%.
El consumo de drogas es, por larga “ventaja”, un problema del primer mundo. El muy voluminoso Informe mundial de drogas que año tras año presenta la UNODC intenta ocultar esa ineludible conclusión, o al menos la dispersa en sus decenas de cuadros estadísticos. Pero basta entresacar de allí mismo algunos datos y sumar. Si se colocan uno tras otro en Estados Unidos, por ejemplo, a los consumidores de las cinco principales sustancias ilícitas –opiáceos, coca, marihuana, anfetaminas, éxtasis–, esa suma arrojará para 2007 un resultado sin duda alarmante: 18,4% de los estadounidenses, casi uno de cada cinco, consumieron alguna de ellas en el mes previo a las encuestas: son parte, pues, de los efectiva o potencialmente adictos.
Y esos son los que lo admiten: los que no temen confesar ante un encuestador desconocido la posibilidad de una adicción que, más allá de éticas, es socialmente penalizada y fácilmente deriva en castigos varios: ser fichado por la policía, perder la beca o el empleo, pagar años de cárcel. En este último caso, además, y hasta el año pasado –el que corresponde a las encuestas–, con una misma sentencia por la posesión de cinco gramos de crack que de medio kilo de cocaína.
Si las cifras de la UNODC parecen altas, conviene prestar atención a otras voces antes de dar por encendidas todas las alarmas. El estudio “Hallazgos de los sondeos mundiales de salud mental de la Organización Mundial de la Salud” indica, después de pasar revista a 17 países, que el número de los estadounidenses que declaran haber probado cocaína al menos una vez en su vida triplica el de cualquier otra nación: 16,2%. Los que alguna vez han fumado marihuana representan allí –entre los mayores de 15 y menores de 64– el 42,4% de la población: 78,5 millones, en números redondos.
El Departamento de Justicia de los Estados Unidos ahonda en esos datos y resalta su incidencia entre los más jóvenes: en 2006, durante los 30 días previos a la encuesta “Monitoreando el Futuro”, 16,7% de los estudiantes de secundaria fumaron marihuana, y 4,3% lo hizo diariamente. En comparación con las cifras de 1992, esos porcentajes pasaron de 12 a 18% entre los estudiantes de undécimo y duodécimo grados; de 8 a 14% entre los de décimo; de 4 a 7% entre los de octavo. El uso de cocaína fue admitido por 8,5% de ellos, y el de heroína, por 1,4%.
En diciembre de 2007, una encuesta de la Universidad de Michigan estremeció las primeras páginas de los diarios norteamericanos: a la pregunta de qué tan fácil o difícil les resultaba conseguir drogas, los estudiantes de undécimo y duodécimo grados respondieron con un “muy fácil” en 83,9% de los casos para la marihuana. Lo mismo respondió el 49,6% para las anfetaminas, 47,1% para la cocaína, 41,7% para los barbitúricos, 37,5% para el crack, 29,7% para la heroína. De un alucinógeno tan olvidado y supuestamente descontinuado como el LSD, 28,7% afirmaron poder obtenerlo en un día o en cuestión de horas. Entre los estudiantes de noveno a duodécimo grados, uno de cada cuatro (25%) reportó haber recibido alguna oferta espontánea de drogas, en venta o gratuitamente, dentro de las instalaciones escolares.
No son cifras de Harlem o del gigantesco gueto hispano de Los Ángeles. Son estadísticas que cubren todo el territorio estadounidense. Y señalan, entonces, que entre los mayores de 12 son no 78,5 millones, sino 112 millones de personas las que –regular u ocasionalmente, una única vez o muchas– han consumido drogas. Cuatro de cada diez.
Todo esto ahí, en el país que quiere dictar pautas morales al mundo.
UNO DE TRES
No muy distintas, aunque algo menores, son las estadísticas que muestra Europa. Más riguroso que su equivalente de la ONU –o menos cuidadoso o menos hábil en difuminar las ineludibles conclusiones–, el Informe anual 2007 del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (OEDT) señala que uno de cada cinco adultos de esa parte del mundo –70 millones, sobre un universo de 350– ha consumido o consume derivados del cannabis: marihuana o hashish. En los 12 meses previos al estudio lo fumaron 23 millones; en los 30 días anteriores, 13 millones.
Cocaína han inhalado o inhalan –o toman, o se inyectan– 12 millones de europeos adultos. Cerca de 4,5 millones lo hicieron en el último año; dos millones en el último mes. Siguen las anfetaminas, con 12 millones de seres que la han probado alguna vez; dos millones de ellos las tomaron en 2007, un millón en los 30 días precedentes. Luego, éxtasis: 9,5 millones, 3 millones en el año anterior, un millón en las últimas cuatro semanas.
Las cifras del opio, cuyos principales productos de mercado son la heroína y la morfina, se incluyen en Europa dentro del rango de “consumo problemático”: aquél que amenaza directamente –y rápidamente– la existencia misma del consumidor. Se manejan por eso con especial cuidado, sin aventurar o inventar números que en realidad nadie conoce. Con base en su incidencia sobre el total de muertes por intoxicación aguda –70% de 7.500 casos en 2004– y en la cantidad real de opiómanos que han recibido tratamientos de sustitución –585.000 en 2005–, se calcula que entre uno y ocho adultos de cada mil son víctimas de estas sustancias particularmente despiadadas: de 350.000 a 2,8 millones de personas. Parecen paradójicamente pocas, pero hay que recordar que la expectativa de vida de un heroinómano es corta. Y sin embargo, tan solo en Italia se estima un crecimiento de 30.000 nuevos adictos al año.
A grandes rasgos, entonces, uno de cada tres europeos –106,3 millones, 30,37% del grupo etario de 15 a 64 años– ha consumido drogas. Uno de cada 10 –35,3 millones– puede en principio ser considerado drogadicto.
Ahí, en el continente de las férreas directivas contra la inmigración indeseable.
MULTIPLÍQUESE EN EUROS O DÓLARES
La UNODC y la OEDT son, qué duda cabe, organismos pragmáticos y no iglesias: a la droga la llaman enfermedad mental, pero en su costo social no se contabilizan ni psiques ni almas. Tampoco sueños truncados, ni cuerpos despedazados. El millón de ciudadanos europeos contagiados de hepatitis C por consumo intravenoso de drogas, o los 3.500 seropositivos que cada año se suman al sida por esa misma causa, cuentan como gasto en camas hospitalarias y no como agonías. De los 600.000 heroinómanos de Estados Unidos se saca una cuenta clara: con un precio al detal de 10 dólares por dosis (hasta $ 250.000 costaba allí un kilo de heroína en 2001), cada uno de ellos necesita entre 150 y 200 dólares diarios para cubrir su adicción, que es como mantenerse con vida: ¿quién suministrará ese dinero?
En Europa como en Estados Unidos, los índices de mortalidad y morbilidad en los adictos superan considerablemente –hasta 10 veces– los de la población en general. En ambos territorios, la droga es una endemia que amenaza las vidas y el bienestar físico de inmensas minorías, y que para la salud mental de la sociedad, como un todo, no es mera amenaza sino problema real e inmediato.
Las estrategias de contención, sin embargo, parecieran a primera vista ser distintas. Las políticas europeas contemplan, como asunto de interés publico, una amplia variedad de programas de prevención y rehabilitación. En no pocos países abarcan, incluso, planes de reinserción social. A reducir la oferta y la demanda dedican cada año, en conjunto, de 13 a 36 millardos de euros (un euro equivale a 1,45 dólares; es decir, 3,12 bolívares). Para ese mismo fin se invierten, tan sólo en programas de cooperación con otros países, más de 750 millones de euros. Y sin embargo, esa inmensa suma de dinero representa apenas entre el 0,12 y el 0,33% del producto interno bruto (PIB) de la Comunidad Europea. Añádase un dato más: de ese monto, hasta un 77% se va en “actividades relacionadas con los cuerpos y fuerzas de seguridad”.
No, no son tan distintas las estrategias de Europa y de Estados Unidos.
En Estados Unidos, el país de las estadísticas y el récord Guinness, se ha calculado en 160 millardos de dólares el costo social de las drogas durante el ya lejano año 2000. La agencia antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés: Drug Enforcement Administration), que aporta el dato, abunda en detalles de ese gasto: en ese mismo año, por causas asociadas a las adicciones se produjeron 600.000 emergencias hospitalarias. Los costos para el sistema de salud estuvieron alrededor de los $ 15 millardos. En el ámbito laboral, otros $110 millardos se fueron en pérdidas de productividad.
¿Mucho dinero? Sí, para cualquier otra economía.
En 1998, año en que 300.000 estadounidenses nacieron ya adictos a la cocaína (www.drug-rehabs.org), consumieron sus compatriotas en drogas la mitad de aquella cifra: 67 millardos de dólares. Cuatro años después, en 2002, el gasto del gobierno nacional en la lucha interna contra esta endemia –pandemia tal vez mejor llamarla– fue la tercera parte de lo fumado y bebido e inyectado: $ 19 millardos. De ésos, se duele la DEA, apenas 1,6 millardos para sus filas.
Cuatro años antes –cuatro presupuestos, cuatro inflaciones atrás–, al solo Plan Colombia se le asignaban 1,3 millardos.
Preguntas
¿Qué tan grave, qué tan serio es el problema de la drogadicción en Estados Unidos y en Europa? La pregunta no es retórica: para el reputadísimo primer mundo, para sus presidentes, sus Congresos, sus policías, sus vetustos reyes y reyezuelos: ¿qué tan preocupante es este asunto?
Humanismos aparte, moralismos aparte: fueron 400 los fallecimientos sin duda alguna provocados por la cocaína durante 2007 en toda Europa. En Estados Unidos, la droga no se menciona siquiera entre las 10 primeras causas de muerte: aparece, bastante más atrás, como cuarta entre las causas accidentales, después de incidentes automotores y no automotores y caídas: en 2002 fueron 12.757 decesos.
¿Le preocupa en verdad al neoliberalismo –salvaje o no– que sus ciudadanos se queden sin mucosa nasal, que se les caigan las narices, que se les calcifiquen las venas, que se deshidraten y les den paros coronarios y mueran –a veces– como perros en un hospital o en un rave? ¿Le quita en verdad el sueño que evadan así la realidad, que se exilien del desempleo y el vacío existencial y tantas veces la miseria –también la miseria– para refugiarse en paraísos de humo y de polvo y de tableta y líquido infernal?
Se señala en el Informe 2007 de la OEDT: “En la mayoría de los países europeos, el cannabis continúa siendo la droga ilegal que más aparece mencionada en las infracciones a la legislación antidroga. En los países en que este es el caso, los delitos relacionados con el cannabis cometidos en 2005 representaron entre el 42% y el 74% de todas las infracciones a la legislación antidroga (…) el cannabis es la droga más comúnmente utilizada en delitos de consumo o posesión de drogas para su consumo. No obstante, la proporción de delitos relativos al consumo de cannabis ha ido descendiendo desde 2000 (…) en la mayoría de los países que han proporcionado datos. Esto podría indicar que los cuerpos y fuerzas de seguridad de estos países persiguen con menos vehemencia el cannabis que otras drogas”.
El cannabis, la marihuana: por mucho, por millones de usuarios o consumidores, la droga más extendida en todo el primer mundo.
Pero claro: esa hierba se siembra y crece en casa. No en lejanos campos tercermundistas, tan decididamente aptos para la hecatombe y los estertores. Para la guerra.
Respuestas
La respuesta a las interrogantes anteriores parece ser evidente. Recuérdese: de los 36 millardos de euros de la lucha antidrogas en el Viejo Continente, 27,7 se van en represión. Para el resto –campañas publicitarias, organización de eventos, encuestas, burocracia (los expertos que redactan esos magníficos informes) y, se supone, también salud– quedan entonces 8,3 millardos. Si se quieren respuestas más que evidentes, precísese entonces: 0,051% del PIB: 50 céntimos de cada mil euros.
Esa respuesta sería todavía más contundente si se pudieran conocer y sumar –realidad inmensurable– los presupuestos secretos y no secretos que Estados Unidos dedica tan sólo a la intervención armada, policial o militar, en los países productores de coca y opio, para luego compararlos con el gasto real en atención médica a, pongamos nada más, sus drogados estudiantes de secundaria o high school.
En las escenas finales de Réquiem por un sueño, Harry aúlla en prisión los síndromes de la abstinencia de heroína. Su bellísima novia, su chica de los sueños, se prostituye colectiva y revulsivamente por un pinchazo. Y su madre, su modesta y ama-de-casa madre, se psicotiza en esa otra adicción, esa otra nota, ese otro viaje de las anfetaminas para adelgazar y ser delgada y hermosa y salir en TV.
Eso, eso es en verdad la droga: una enfermedad que borra la realidad de la que se pretende huir, aunque sólo para instalar otra peor. Una enfermedad que tiene sus cañones y su carne de cañón. Una enfermedad muy útil. Para ellos: los dueños del primer mundo y del tercero también.
(mas...)
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